“El
Terminator esta ahí fuera. No se puede negociar con él. No se puede
razonar. No siente pena, o remordimiento, o miedo. Y absolutamente
nada lo puede parar, nunca, hasta que estés muerta.”
El
personaje Kyle Reese, describiendo al Terminator en la película del
mismo título de 1984
El
penúltimo libro de Michael Hudson, por estás fechas está prevista
la salida de su siguiente obra “J is for Junk Economics”, se
titula “Killing the Host” en el cuál se toma como punto de
partida la metáfora del parásito y su huésped como una descripción
cabal de la actual situación de la economía y por extensión de la
política imperante. Me limitaré a hacer una introducción a los
argumentos del autor como instrumento de análisis y su
fundamentación, para dejar el relato de la crisis para entradas
posteriores. La mejor manera de entender el libro, es empezar por
cuestionarnos aquello que el relato habitual y hegemónico no
plantea. En realidad, su objetivo es evitar que nos plantemos las
siguientes cuestiones:
Si
el sistema bancario realmente proveé servicios de igual valor a la
enorme riqueza que ha creado para el “Uno Por Ciento”, ¿Por qué
necesita ser rescatado? Cuando el sector financiero obtiene todo el
crecimiento económico derivado del rescate ¿Cómo ayuda eso a la
industria y el empleo cuyas deudas permanecen en la contabilidad?
¿Por qué no fueron rescatados el empleo y la inversión en medios
de producción liberándolos de sus deudas? Si el ingreso refleja la
productividad de los factores ¿Por qué los sueldos se han estancado
desde los años 70 mientras que la productividad ha crecido y los
beneficios han sido acaparados por bancos y financieros, no por los
trabajadores? ¿Por qué hoy en día, la Contabilidad Nacional
excluye el concepto de ingreso no ganado (renta económica) que fue
el tema esencial de la teoría del valor y precio clásica? Si la
economía es realmente un ejercicio de la libre elección, ¿Por qué
los proselitistas abogados de los intereses de los rentistas
necesitan excluir del curriculum el pensamiento económico clásico?
La
etimología de parásito proviene del griego, compañero de comida,
“para” (al lado) y “sitos” (comida) que describía a los
ayudantes de los funcionarios encargados de recaudar el grano para
las celebraciones oficiales.
La
palabra parásito era inicialmente era descriptiva, pero pronto
adoptó una acepción peyorativa y fue aplicado con profusión a los
usureros, que posteriormente fueron denominados de forma más
respetable, banqueros.
No
obstante, debemos diferenciar entre organismos que se benefician
mutuamente en una relación simbiótica de aquellos parásitos que
debilitan a su huésped y que pueden matarlo aunque ello sea
finalmente en su propio perjuicio.
Hudson
no descarta la existencia de una relación simbiótica entre el
sistema financiero y la economía real sometida a una estricta
regulación para que el primero este al servicio del segundo. Sin
embargo, las ideas de los economistas clásicos encaminadas a
eliminar o limitar al máximo las rentas no ganadas se han
transformado en todo lo contrario. El sector FIRE (financiero,
inmobiliario y seguros) domina la economía extrayendo rentas que
suponen una carga creciente y asfixiante sobre la economía
productiva.
Primero
debemos explicar el concepto renta no ganada (unearned income),
teniendo presente que una de las tareas esenciales de la escuela
neoclásica ha sido y continua siendo convencer de que todo ingreso
es ganado legítimamente. La tesis de Hudson pivota, en gran medida,
sobre esa distinción. La renta económica de los clásicos es todo
ingreso obtenido sobre bienes no producidos o por privilegios
obtenidos. Por ejemplo, la mayor producción que obtendremos de una
parcela más fértil utilizado el mismo esfuerzo y los mismos medios
respecto de otra menos fértil. Los bienes no producidos son aquellos
que consideramos recursos naturales, ya sean abióticos o bioticos.
Los privilegios son múltiples, como las patentes o el derecho a
crear dinero de curso legal del que disfrutan los bancos privados.
Durante
el siglo XIX los economistas propugnaba que el sistema tributario
pivotará sobre las rentas económicas, aunque cada bando pretendía
que fueran gravadas las del otro. Así, Ricardo defendía a los
banqueros y perseguía que se impusiera un impuesto las rentas de la
tierra como paradigma de la renta no ganada. Malthus apoyaba a los
terratenientes exigiendo lo contrario. Otros, como Henry George,
abogaban por permitir la existencia dela renta y posteriormente
arrebatarla mediante impuestos. Desde algunos sectores de la economía
ecológica se propugna que las rentas no ganadas se transformen en la
base impositiva del sistema tributario. Como rezaba la pegatina “Tax
bads, not goods”. Como repite Herman Daly, gravemos lo que menos
deseamos, el agotamiento de recursos y la saturación de los sumideros y
no la actividad de generación de valor. El problema, como veremos es
como definimos ese valor y como el parásito se las ingenia para que
parezca que su actuación genera valor, cuando no es así.
Para
Hudson, hoy en día, esencialmente el sector financiero, como hace
200 años los terratenientes, es el que impone peajes que todo el
mundo debe pagar por aquello que no ha requerido esfuerzo para ser
producido. Está idea, está profundamente enraizada en la teoría
del valor clásica, en la que valor se deriva del esfuerzo, esencialmente el
trabajo y las distingue con nitidez de las rentas económicas
(no ganadas). Se ha pretendido hacer creer que el interés
consiste en la retribución de un factor de producción, pero ni
dinero ni crédito son, como señala Hudson, factores de producción,
por lo que su satisfacción representa una salida del flujo.
El
dinero no es un factor de producción . Es una reclamación sobre la
producción o el ingreso que otros producen
Keynes
temía que el aumento del nivel de vida se correspondería con
mayores niveles de ahorro lo que provocaría frecuentes períodos
de falta de demanda agregada. A
diferencia de los
neoclásicos, Keynes no consideraba los desequilibrios como
perturbaciones exógenas.
La
idea fuertemente anclada en
la economía
neoclásica,
y luego revivida con la síntesis necoclásica-keynesina, es
que los
propios mecanismos (micro)
económicos, sin
intervenciones externas, retornaría el
sistema al equilibrio eran
pura fantasía. Algo ampliamente corroborado por los hechos, salvo
que por cuestiones ideológicas se niegue lo evidente, tal como hacía
la escuela de Chicago, al considerar que el desempleo masivo de la
Gran Despresión fue una opción de los trabajadores por disfrutar de
más ocio debido a que los salarios disminuyeron. El
núcleo de la Teoría General, es una refutación directa de la Ley
de Say o la más general de Walras, en el sentido que la
parte de renta no consumida no se traduce en inversión, pues la
misma depende del nivel de consumo y las expectativas de
los empresarios sobre el
mismo. El dinero se acumula, pues en contra de la Ley de Say, nuestra
economía es monetaria no de trueque, por lo que no todo el dinero se
convierte en gasto. Es decir, no se trata de una mero vehículo para
el intercambio de mercancías
o de valores de uso para
aumentar la utilidad, en términos marginalistas. Lo importante es el
valor de cambio de esas mercancías que permite al capitalista
realizar su función, es decir, acumular capital.
No
obstante lo anterior, Hudson señala que el problema al que nos
enfrentamos es, en términos
generales, a una muy baja
tasa de ahorro y altas tasas de endeudamiento. Sobre
el ahorro debemos tener en cuenta la advertencia sobre su
consideración a efectos de la Contabilidad Nacional.
Esto
es lo que deflación por deudas significa. Los ingresos pagados a los
acreedores no está disponible para gastarse
en bienes y servicios. En los años treinta Keynes temía que a
medida que las economías fueran más ricas ahorrarían una mayor
proporción de su ingreso, provocando
una falta de demanda agregada.
A
día de hoy el problema es que el “ahorro” no es el resultado de
que la gente tenga más ingresos de los que quieren gastar. La
Contabilidad Nacional considera como “ahorro” el ingreso
utilizado en amortizar la deuda. Por lo tanto, el problema que Keynes
temía-demanda agregada inadecuada- se origina por estar endeudados,
no
por ganar demasiado dinero. La deflación por deudas conduce a
quiebras y ejecuciones hipotecarias, mientras que bonistas y bancos
son rescatados a costa del gobierno
La
deuda por
mor del
interés compuesto crece
sin
proporción
con
las
posibilidades
economía real. Por
un lado,
la “magia del interés compuesto" nada tiene
que ver con la economía real sometida a diferentes límites, insinuados por Hudson. El
énfasis del libro se sitúa en que
el crecimiento de la deuda por encima de la habilidad de los deudores
para hacer frente a la misma lastra la economía hasta sofocarla. De
tal forma, que lo que es presentado como una mera función de
mediación entre agentes pacientes e impacientes, utilizando la jerga
neokeynesiana, no es más que un peaje (renta no ganada) por algo que
no representa esfuerzo, la creación de dinero, que es asignado de
tal forma que no sirve a los intereses de la comunidad sino a los de
una pequeña élite que primero detrae
renta en forma de intereses
y que en los períodos
de desendeudamiento,
tras
el estallido de la burbujas de activos,
se apodera de los bienes y derechos que han servido de garantía,
empobreciendo
al resto de la sociedad. Está es la forma de impago que prefieren
los acreedores y que les sirve para apoderarse de la riqueza del 99%.
La
otra forma, conocida y practicada desde antiguo es el
jubileo de deudas, pues llegados a un punto, la
acumulación de deuda
es tan radical que convierte en esclavos o peones por
deudas
a la mayor parte de la sociedad. Actualmente,
como hemos podido comprobar con Grecia, incluso estados débiles, sin soberanía monetaria, se encuentran a
merced de los acreedores que se apoderan de los bienes estatales, como aves carroñeras.
En
la actualidad el
aumento de deuda se
fundamenta en la inflación de activos, preferentemente inmobiliarios, que por medio del crédito generan una puja que eleva los precios, lo que a su vez facilita nuevos préstamos (creación) de mayor cuantía contra dichos activos apreciados, generando los esquemas piramidales o Ponzi.
Lo decisivo es que a diferencia de otros activos financieros, los
préstamos no siguen las vicisitudes ni del prestatario ni de los
activos que los respaldan, por esa razón permanecen inalterables
aunque el precio de las garantías se desplome. La
idea de que a nivel agregado no existe incertidumbre, sino riesgo que
se puede computar y asegurar, tal como se deriva de la Hipótesis de
los Mercados Eficientes es falsa. Los sucesos se no producen de
forma dispersa ni se compensan en promedio, tal como realidad de las crisis nos enseña. Son
sucesos de cola gorda, alineados en el mismo sentido que
no se compensan sino
se
refuerzan.
La
teoría de valor clásica es
el
instrumento que
pone de manifiesto las rentas no ganadas contra las que ser revelaron
los economistas de
finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX. Las rentas clásicas
eran
las
derivadas
de la tierra y los monopolios concedidos
generalmente por el estado.
Sin embargo, los banqueros supieron aprovechar esas renta para
edificar sobre ellas, financiando
su adquisición una y otra vez,
un sistema todavía más potente de absorción de los ingresos generados
en la economía productiva.
El sistema bancario, en término
generales, ha invertido muy poco en actividad productiva. Excepto en
algunos lugares y por determinados períodos históricos, el sistema
financiero ha servido de catapulta a la obtención de
rentas en detrimento de la economía real. Tal vez, la mayor excepción
se produzca en Alemania donde el primer capitalismo de dirección
estatal, que después se repetirá en el siglo XX en los tigres
asiáticos, pone al sector financiero al servicio de la actividad
productiva. Esa era la senda que el mismo Marx creía que tomaría el
sistema bancario como servidor útil del capitalismo industrial. Sin
embargo, es el sistema financiero cortoplacista de corte anglosajón
el que se impuso finalmente. Aquel que presta contra activos
existente y huye de financiar actividades productivas. Aquí la
historia nos enseña que el papel del estado es siempre decisivo por
activa o por pasiva.
Para
que las rentas económicas no sean vistas como una salida del flujo
productivo, el
parásito debe
embotar el cerebro de su huésped, para que en lugar de ver el
peligro que representa para su metabolismo, lo acoja como
beneficioso para él.
Es
fácil comprobar que los
rentistas se aprovechan del conjunto de la sociedad. Por
ejemplo, el aumento de las rentas inmobiliarias, son fruto de un
conjunto de acciones de la sociedad en general y el estado en
concreto, como la construcción de infraestructuras, escuelas,
transporte público, etc. Si los propietarios tienen un aumento de
sus rentas nada tiene que ver con su esfuerzo, sino con los del
conjunto social. No obstante, observamos que nuestros sistemas
impositivos tienden a gravar en menor medida o no gravar estas rentas
económicas (windfall
profits),
desligadas del esfuerzo.
La
economía dominante argumenta que toda renta es
merecida y que su retribución es reflejo de su contribución a la
producción, pues los precios de equilibrio muestran el valor real. Si intentamos regular, se trata de una interferencia que distorsiona el mercado, llevando a resultados subóptimos. Si el “Uno Por
Ciento” recibe lo que recibe, es porqué es más productivo y eso
sirve para generar prosperidad para el resto, es la conocida teoría
del “trickle down”.
Por contra, la escuela clásica tenía muy
presente la distinción entre la economía productiva y las rentas. Consideraba las desigualdades como reflejo de los derechos
de propiedad y privilegios y no resultado de diferentes niveles de
productividad. En contraste, la escuela neoclásica nunca cuestiona los medios de
acceso a la propiedad, que son los que en realidad generan las
diferencia esenciales, las da como un hecho incontrovertible. Los economistas clásicos como Smith eran moralistas, la “nueva economía” (Neoclásica) que perseguía
emular a la física newtonia, cuando esta estaba muriendo, se
proclama libre de valores, nada más falso. Así
Smith proclamaba:
El
trabajo y el tiempo de los pobres se sacrifica en los países
civilizados para mantener el confort
y el lujo de los ricos. El terrateniente es mantenido en la ociosidad
y el lujo por el trabajo de sus aparceros. El
hombre de dinero es mantenido
ocioso
por
el
cobro
injusto al comerciante
industrioso y los necesitados quienes
están obligados
a
mantenerlo con
los pagos
por el
uso de su dinero. Pero todo salvaje tiene el pleno disfrute de los
frutos de su propio trabajo; No hay terratenientes, ni usureros, ni
recaudadores de impuestos.
A
pesar
de revindicar el legado de Adam Smith, gran parte de su pensamiento
es difícilmente compatible con la teoría económica dominante y por
esa causa omitido.
En
especial, el sistema financiero ha conseguido trasformar gran parte de
la retribución de los factores en un flujo de intereses, y que ello
sea visto como una contribución al PIB, en lugar de una detracción
del mismo. Los peajes impuestos en forma de intereses, rentas
inmobiliarias, monopolios naturales y extracción de recursos
naturales son un sobre coste a las actividades de creación de valor.
Por
ejemplo, el
precio de
los recursos naturales, que
los economistas clásicos denominaban regalos de la naturaleza,
es un peaje en
aquello que sobrepasa los costes de explotación o
extracción,
porque ni trabajo ni capital han sido necesarios para su creación. El dominio del sistema financiero sobre las
otras rentas económicas ha servido para aumentar el ritmo de depredación de
su huésped, que aquí entiendo se extiende no solo a la sociedad sino a la naturaleza.
Hoy
en día, el sistema bancario ha encontrado su principal mercado en
prestar sobre inmuebles y monopolios, añadiendo las cargas
financieras a las rentas del capital inmobiliario y los monopolios.
La
contrapartida financiera de los rendimientos decrecientes que eleva
el coste de vivir y hacer negocios tiene dos formas. Los tipos de
interés se elevan para compensar los riesgos crecientes de prestar a
economías endeudadas. Y la “magia del interés compuesto” genera
una expansión exponencial del servicio de la deuda de forma que los
acreedores reciclan sus ingresos por intereses en nuevos préstamos.
El resultado es que las deudas crecen más rápido y de forma
inexorable que la habilidad de la economía huésped para pagarlas.
El
discurso de los defensores del actual sistema persigue que no se planteé la
cancelación de deudas. El argumento ofrecido es la
existencia de un beneficio reciproco, el que se produce en una
relación simbiótica, en el que el deudor después de pagar los
intereses obtiene una ganancia. En esta visión, el sistema
financiero es un intermediario útil y que por ello recibe su justa
retribución. No obstante, tal como demostró la crisis del 2007-8,
este argumento no se sostiene, pues el sistema genera esquemas Ponzi
destinados a derrumbarse y en los que la inversión destinada a
aumentar y mejorar los medios productivos es simplemente testimonial.
El corolario, es que al final, esto significa un cambio de posesión
de los activos que se concentran en pocas manos.
Además,
como ha advertido especialmente Steve Keen, el proceso de aumento de
deuda privada, guiado por la continua reinversión de los
rendimientos en nuevos préstamos es la fuerza que guía los ciclos
económicos, ante la absoluta ceguera de las escuela neoclásica. Los
medios utilizados para defender al sistema financiero, como mero
intermediario y no como fuerza motriz de los ciclos económicos, los
vuelven completamente ciegos ante las causas de las crisis y
impotentes para dar salida a las mismas. El verdadero “crowding
out” nada tiene que ver con el de la inversión privada debido a la
expansión de la deuda pública, sino que se produce cuando las
cargas impuestas por las rentas no ganadas en general y el sistema
financiero en especial, crecen de tal forma que ahogan el gasto en la
economía real y, finalmente, la habilidad que tiene para servir la
deuda finalizando en la captura de los activos de los deudores.
Hudson advierte que después de cada crisis se ha producido un cierto
desapalancamiento, ahorro en términos de Contabilidad Nacional, de
la deuda privada pero que el punto de partida para la siguiente
recuperación siempre ha sido un nivel de deuda más elevado que la
anterior y con una nueva redistribución de la riqueza en favor del
Uno Por Ciento.
La
idea de que las reclamaciones financieras pueden crecer de forma
independiente de la economía gracias al interés compuesto está
detrás de la creencia de que con el ahorro actual se pueden pagar
las pensiones del futuro, como si estas no dependieran de la economía
real, sino de la magia que crea riqueza prestando sobre activos que
ya existen.
Los
fondos de pensiones imaginan que puede crecer simplemente
incrementando el valor de sus activos financieros sobre una economía
menguante mediante un aumento de los intereses, dividendos y
amortizaciones.
Pero
el problema es que este sistema es deflacionario por naturaleza,
imponiendo finalmente la austeridad, es decir detrayendo del flujo de
la economía cada vez más ingresos que no vuelven a ella, sino se
canalizan en burbujas de diferentes tipos de activos, con preferencia
inmobiliarios.
Es
cierto que el gobierno con soberanía monetaria no está restringido
en su capacidad de crear capacidad adquisitiva ex nihilo sin crear un
pasivo correspondiente. En otras palabras, es la única fuente de
activos financieros netos. Pero esa fuente está únicamente al
servicio del sistema financiero y destina esa capacidad para rescatar
los activos que sirven para montar la siguiente burbuja.
Finalizaremos,
con una de las cuestiones más controvertidas, ¿son realmente los
banqueros la gente más productiva del mundo tal como reflejan sus
emolumentos?
Para
Lloyd Blackfein, ejecutivo jefe de Goldman Sachs la repuesta es: por
su puesto. Tal como dijo una vez ellos hacen el trabajo de Dios.
La
cuestión es que si el mercado los retribuye de
esa forma, como no equivoca, lo que reciben
necesariamente refleja su productividad. La Contabilidad Nacional así lo registra,
ya que la única renta económica que aparece es la imputada por la
posesión de una casa a sus ocupantes, ninguna otra.
JamesBates Clark es el fundador de esta visión de la medición de la
productividad que se explica de la siguiente forma, un razonamiento
circular (lo que se quiere demostrar se asume en la premisa) y, en consecuencia, vacío de contenido:
El
ingreso de cada receptor (denominado eufemisiticamente “factor de
producción”) se asume igual al valor añadido a la producción de
los productos vendidos, tanto si toman la forma de sueldos,
beneficios, rentas o intereses. Los magnates, terratenientes y
banqueros son descritos como parte del proceso de producción, y se
asume que los precios son establecidos al coste de producción,
definición que incluye cualquier cosa que los rentistas consigan
obtener.
Tal
como hemos previamente comentado, se asume como dado el status quo de
la distribución de los derechos de propiedad, como resultado de las
fuerzas de mercado, aunque nada realmente tengan que ver con las
mismas. Pero lo que recibe cada factor es lo justo y la distribución
resultante es la óptima, no importa lo desigual que sea. De esta manera, desaparece
cualquier vestigio de las rentas no ganadas. Como los precios
incluyen las rentas, para el que lo paga en su inversión aparecen
como coste. Pero los derechos de propiedad sobre la tierra, sobre los
recursos minerales o los privilegios financieros son creados por la
ley, sin que hayan necesitado trabajo para ser creados. Simon Patten
crítico feroz de Clark señalaba
La
tierra parece ser una forma de capital, su valor como otras
propiedades parece debido al trabajo depositado en ella. Pero su
precio simplemente capitaliza los derechos de propiedad y los cargos
financieros que no son intrínsecos
Patten
señalaba, lo que luego se convirtió en la mayor batalla intelectual
que se haya librado en economía, la controversia de Cambridge, al
apuntar que Clark escondía las rentas subsumiéndolas en el concepto
general de capital. Concepto que arrastra unos problemas de
agregación y, también, de circularidad insolubles y que como
posteriormente Sraffa (1960) demostró la distribución de la renta
es previa al establecimiento de los precios y no viceversa. El
problema insoluble proviene, una vez más, de la absurda y falsa Ley de
Say donde se produce un intercambio de bienes y servicios entre dos
partes, donde ambas aumentan la utilidad subjetiva y donde el dinero
es una mera unidad de cuenta (numerario) como más tarde expresaría
Walras al intentar generalizarla al conjunto de la economía. El
problema tal como se plantea es el siguiente:
Si
todo ingreso es obtenido como parte del proceso de producción y
gastado comprando bienes y servicios, como Clark y sus seguidores
afirman, no hay desviación del gasto del crecimiento económico.
¿Pero que ocurre con el ingreso gastado en activos, préstamos o
pagos de la deuda?
El
crecimiento económico se ha convertido en la inflación de activos
que ya existen. Sin embargo, la creación de reclamaciones impagables
no solo no contribuyen al mismo sino que son un obstáculo
insalvable, pues generan rescates que difieren y agravan el problema.
Modernamente
toda la cuestión se traslado al monetarismo que da coartada para
culpar a los salarios de los problemas y exigir la austeridad como
respuesta, eufemismo que significa perdida de derechos para que los
acreedores sigan depredando la economía.
La
tautologia de la ecuación del cambio MV=PT (M=dinero, P=nivel de
precios T=transacciones tanto de las incluidas en el PIB como las de
activos existentes y V= velocidad del dinero) induce a pensar que
cualquier alteración en el nivel de precios se debe a las presión
de los salarios. Pero aquí el nivel de precios se refiere a las
transacciones totales, no al producto nacional como en ocasiones se
presenta la ecuación MV=PY (Y=PIB). El nivel de precios de los
activos nada tiene que ver con los precios de los bienes y servicios
y los salarios. Pero se ignora de forma deliberada el aumento del
precio de los activos para culpar a los salarios.
La
realidad es que las rentas no crean producto sino que generan
austeridad e imponen costes a los factores productivos, pero la
Contabilidad Nacional se construye de forma que parezca lo contrario.
Pero que alguien reciba un ingreso no significa que necesariamente
haya contribuido a la producción tal como sostiene la visión de
Clark.
La
Contabilidad Nacional proporciona un manto de invisibilidad para las
actividades de extracción de rentas. Los intereses creados han
ganado la batalla contra la creación de estadísticas más
relevantes. Su esperanza es que las actividades de explotación no
sean vistas o cuantificadas, de esta forma es menos probable que sean
gravadas o reguladas.
Al
final, la economía se ha convertido en un juego de suma cero o
negativa, si consideramos las llamadas externalidades, entre las que
en este contexto destacamos las financieras que causan que la
economía en su conjunto deba rescatar al parásito que la está
matando.
A pesar de que Hudson no se plantea los problemas del crecimiento, ocupado en
desmontar la falacia que sostiene el sistema económico actual, estos
si que quedan reflejados en el libro sotto voce. En mi opinión, la critica que realiza es
muy útil para construir cualquier alternativa viable que
reconozca los problemas a los que nos enfrentamos. La construcción de un nuevo paradigma debe beber de múltiples fuentes y el sistema financiero es uno de los pilares básicos. Por ejemplo, la manera de ordenar su funcionamiento tiene efectos decisivos, entre otros, en la asignación y distribución de recursos o en la distribución de la riqueza y, por lo tanto, en la desigualdad.
El sistema financiero es el motor depredador no solo de su huésped social, sino del huésped del que todos dependemos, la biosfera.
El sistema financiero es el motor depredador no solo de su huésped social, sino del huésped del que todos dependemos, la biosfera.
Muy buen artículo. Lástima que no al alcance de cualquiera, por profundidad y extensión.
ResponderEliminar«El sistema financiero es el motor depredador no solo de su huésped social, sino del huésped del que todos dependemos, la biosfera.»
ResponderEliminarEfectivamente, es el motor depredador, ya que siembra (presta) y espera la cosecha (el principal y los intereses) sin hacer nada mas, desentendiendose de lo que deba o decida hacer el endeudado para servir la deuda. Se desentiende de las consecuencias.
Pero el prestamista no se limita a prestar a todo el que acude a pedir un prestamo, sino que elige a quien prestar, elige que emprendeduria merece promocion, vigila como va la emprendeduria, incluso hace sugerencias que en realidad son ordenes sobre como llevarla y puede decidir ─como quien poda una planta─ cortar la linea de credito y a la vez o alternativamente empoderar con un credito a un competidor que arruinará una emprendeduria descartable.
El prestamista se encarga de que no haya paz entre los hombres (competitividad) ni entre estos y la propia Tierra (explotacion de recursos).
Bajo la deuda todos son depredadores de todos (competidores) y estos en conjunto depredadores del medio entorno.