Dada la urgente necesidad
que existe de caminar hacia un nuevo paradigma que asegure la
sostenibilidad de la actividad humana (y su economía) sobre el
planeta, sería deseable dar pasos de gigante en esa nueva dirección.
Sin embargo la cosecha de cambios positivos este año es más bien
raquítica, mísera, sí, pero hay que ver y valorar que existe, y
que no damos pasos hacia atrás, al menos no en todos los frentes.
Este año considero
positivos algunos hitos en el terreno de la comunicación: la
publicación, en un medio de gran difusión,
The New York Times,
de un artículo sobre las consecuencias del cambio climático,
The
Uninhabitable Earth, que se convirtió en el artículo con
más visitas hasta la fecha en este medio, y la publicación el
pasado 13 de noviembre en la revista
BioScience de otro
artículo que recogía
la
actualización de la “Advertencia de los científicos del mundo a
la humanidad”, un manifiesto firmado hace 25 años por 1.700
científicos incluyendo la mayoría de los premios nobel vivos. En
esta ocasión la segunda advertencia lleva la firma de 15.364
científicos de 184 países.
Comenzando por el primero
de ellos, detalla algunas consecuencias, poco conocidas por el gran
público, de los peores escenarios de calentamiento, y lo justifica
sobre la base del mejor conocimiento científico disponible sobre
ello. Un resumen de lo más relevante a mi juicio es:
- El primer grado de
calentamiento, el que hemos provocado hasta la fecha, es casi
gratuito, apenas tiene coste, a partir de este umbral los costes
crecen de forma exponencial, y las previsiones que tenemos son de 4º
C, sin considerar que gran parte del metano contenido en el
permafrost se emitirá a la atmósfera según este se vaya
descongelando. Las peores previsiones son de 8º C de calentamiento
en 2100, después de este de hasta 10ºC.
- Los seres humanos
necesitamos evacuar calor, y la posibilidad de hacerlo depende de “la
temperatura de bulbo húmedo”, la temperatura que se siente cuando
la piel está mojada y corre aire seco. Con 7ºC la imposibilidad de
evacuar calor hará que grandes partes del planeta, el ecuador y los
trópicos, sean inhabitables. Con
incrementos menores las olas de calor como las India y Pakistan de
2015 serán más frecuentes. En la actualidad, una cuarta
parte de la población en la región azucarera de Honduras tiene
enfermedad crónica de riñón a consecuencia del calor, con
esperanzas de vida muy reducidas.
- La producción por
unidad de área de cereales cae entre un 10 y un 17% por cada grado
de calentamiento. Aunque algunos hablen del efecto fertilización de
la mayor concentración de CO2 en la atmósfera, esto es cierto para
las hojas, pero no para los cereales.
- En las regiones
templadas la variabilidad del clima será mucho mayor y se perderán
cosechas.
- A todo esto hay que
añadir la sequía. Un tercio de la tierra arable sufrirá una sequía
permanente este siglo. España y el sur de Europa vivirán una sequía
extremadamente severa (dejando lo que ocurre ahora en un juego de
niños) en 2080.
- Los huracanes más
potentes golpearán con mayor frecuencia, incluso habrá que inventar
nuevas categorías para calificarlos.
- Las zonas muertas
oceánicas aumentarán por la acidificación del océano y por su
eutrofización, a consecuencia de la alteración hasta niveles
insostenibles de los ciclos de fósforo y nitrógeno del planeta.
Ello podría tener consecuencias tremendas, ya que anteriores
extinciones masivas como la que está en marcha en estos momentos
tuvieron como detonante la emisión masiva de SH2 desde los océanos,
una circunstancia a la que no podría sobrevivir el ser humano, y que
según la NASA ya ocurre en la costa de los esqueletos en Namibia.
Por otro lado, en la
actualización de la segunda advertencia de la Unión de Científicos
Preocupados a la humanidad, se lanzaba un mensaje igual de
contundente. Las tendencias que se
pusieron de manifiesto hace 25 años no se han detenido, ni siquiera
frenado. El agua dulce disponible por habitante se ha reducido un
26,1%. La captura de peces se ha reducido un 6,4% (bastante más
desde su máximo posterior a 1992) no por un esfuerzo de
conservación, sino porque no hay disponibilidad del recurso. El
número de zonas muertas en ecosistemas acuáticos ha aumentado un
75,3%. La superficie forestal ha disminuido un 2,8%. La abundancia de
vertebrados ha disminuido un 28,9%. Las emisiones de CO2 han
aumentado un 62,1%, y la diferencia de temperatura respecto a 1960 un
167,6%. La población de humanos ha aumentado un 35,5%, y la de
ganado un 20,5%.
El
mensaje final es contundente, hay que cambiar drásticamente para
evitar “un deterioro generalizado de las condiciones de vida
humanas”, y para ello es necesario “revaluar el papel de una
economía enraizada en el crecimiento permanente”.
Que
15.364 científicos de 184 países aboguen por replantear el
paradigma económico, hacia una economía del estado estacionario o
del decrecimiento, es un hecho positivo que debemos valorar, incluso
más que otros hitos como la publicación de
la
encíclica Laudato Si, por parte del Papa Francisco. Los
datos son los que son, y la comunidad científica no puede seguir
mirando para otro lado. La consecuencia de ello es que se ha logrado
un consenso bastante generalizado en el área de las ciencias de la
naturaleza, un consenso que los críticos con el crecimiento y con el
paradigma socio-económico asociado a él, debemos visibilizar y
explicar con pedagogía.
Es
preciso señalar que este consenso existe respecto a los sumideros
Pero
no existe respecto a las fuentes, incluyendo las de energía, como
puso de manifiesto
el
debate en torno al manifiesto Última llamada. El consenso
actual es el contrario, hay suficientes fuentes de energía,
incluyendo petróleo y renovables para continuar el crecimiento.
No
hay que dejar de realizar esfuerzos para explicar el problema de la
limitada disponibilidad de materias primas y energía en una economía
en crecimiento, pero el principal punto de partida sobre el que
fundar una transformación social debe ser aquel sobre el que existe
consenso científico. Apalancar nuestras propuestas sobre una base,
un problema de partida, que es difícilmente cuestionable, es una
fortaleza tremenda que debemos aprovechar. El debate en torno al
peak-oil y los límites de las renovables no debe ser abandonado,
pero no debe ser la justificación para pedir cambios en la
organización social, es mejor justificar esos cambios sobre una base
solida que sobre una base que es discutida.
Ello
nos enfrenta a una dificultad que es necesario sortear, se entiende
mucho mejor la relación entre la energía y el colapso (deterioro
generalizado de las condiciones de vida humana), que entre este y la
pérdida de los servicios de los ecosistemas. En un artículo
publicado en
The Tyee, un nuevo medio digital canadiense de
gran éxito, aunque con un nivel de difusión intermedio, todavía en
desventaja respecto a los medios masivos,
Los
seres humanos ciegos al inminente colapso,
William E.
Rees, doctor en ecología de las poblaciones y experto en
economía ecológica y humana, explica de forma muy certera esta
relación.
En
un planeta limitado, donde millones de especies comparten el mismo
espacio y dependen de los mismos productos finitos de la
fotosíntesis, la expansión continua de una especie conduce
necesariamente a la contracción y extinción de otras. (Políticos,
tomen nota: siempre
hay
un conflicto entre población humana / expansión económica y la
"protección del medio ambiente").
¿Por
qué es importante esto, incluso para aquellos a quienes realmente no
les importa la naturaleza en sí? Además de la infamia moral
asociada con la extinción de miles de otras formas de vida, existen
razones puramente egoístas para preocuparse. Por ejemplo,
dependiendo de la zona climática, entre el 78% y el 94% de las
plantas con flores, incluidas muchas especies de alimentos para
humanos, son polinizadas por insectos, pájaros e incluso
murciélagos.
(Los murciélagos, también en apuros en muchos lugares, son los
polinizadores principales o exclusivos de 500 especies en al menos 67
familias de plantas). Hasta un 35% de la producción mundial de
cultivos depende más o menos de la polinización animal, lo que
garantiza o aumenta la producción de 87 cultivos alimentarios
líderes en todo el mundo.
Pero
hay una razón más profunda para temer el agotamiento y la
despoblación de la naturaleza. En ausencia de vida, el planeta
Tierra es sólo una roca húmeda intrascendente con una atmósfera
venenosa que gira inútilmente alrededor de una estrella ordinaria en
las orillas extremas de una galaxia irrelevante. Es la vida misma,
comenzando con innumerables especies de microbios, la que
gradualmente generó el "ambiente" adecuado para la vida en
la Tierra tal como la conocemos. Los procesos biológicos son
responsables del equilibrio químico favorable a la vida de los
océanos; las bacterias fotosintéticas y las plantas verdes han
almacenado y mantienen la atmósfera de la Tierra con el oxígeno
necesario para la evolución de los animales; la misma fotosíntesis
extrajo gradualmente miles de millones de toneladas de carbono de la
atmósfera, almacenándolas en cretas, piedra caliza y depósitos de
combustibles fósiles, de modo que la temperatura promedio de la
Tierra (actualmente alrededor de 15º C) ha permanecido para edades
geológicas en la estrecha franja que hace posible la vida basada en
agua, incluso cuando el sol se ha estado calentando (es decir, que el
clima estable es parcialmente un fenómeno biológico); innumerables
especies de bacterias, hongos y una verdadera colección de
micro-fauna regeneran continuamente los suelos que cultivan nuestros
alimentos. (Desdichadamente, el agotamiento por la agricultura es
incluso más rápido. Según algunas versiones, nos queda, tan sólo,
poco más de medio siglo de tierra
cultivable).
La
conclusión es fácil de entender, a mayor actividad humana menos
ecosistemas silvestres, los cuales proporcionan servicios vitales
para la vida y la actividad humana. Sin embargo esta idea sencilla no
cala en el imaginario popular, de hecho entra en contradicción con
los principales mensajes que nos traslada el sistema: trabaja,
produce, consume, viaja, ten éxito y muéstralo.
Sin
embargo, la pedagogía, necesaria, no es suficiente. Cualquiera que
haya hablado sobre estas cuestiones con alguien ajeno a la subcultura
decrecentista sabe a lo que me refiero: soluciones. Pero, “la
solución”, “reevaluar el papel de una economía enraizada en el
crecimiento permanente”, es tremendamente abstracta, y contraria al
resto de imperativos del sistema, además de impracticable.
Poner
un límite a los recursos que podemos consumir, o solo a uno de
ellos, el más limitante, la energía, hacer
una macroasignación de recursos global, es el tipo de solución
que surge de un tipo de pensamiento idéntico al que ha creado el
problema. Sabemos que una solución así, racional, jerárquica, de
management, basada en la decisión de unos expertos que transmiten
órdenes a toda una estructura que se encarga de ejecutarlas, no
puede funcionar. Ese tipo de planteamiento funciona bien a la hora de
resolver problemas simples y bien definidos, pero ha fracasado, por
ejemplo, en el intento de modernizar países con una cultura
tradicional, como pueden ser los africanos (también hay ejemplos de
éxito, como Corea del Sur). Cambiar todo el sistema a nivel global
es un problema mucho más complejo. Los enormes conflictos que pueden
surgir de aplicar una solución así, unido a la contradicción con
las prácticas, hábitos, ideas, creencias y valores de la inmensa
mayoría de la población que tendría que acatar el modelo impuesto
haría que saltase por los aires en el minuto cero tras su
implantación.
También
hay que sospechar de quién dice conocer, aplicando este tipo de
pensamiento, los “límites” de las renovables. La biosfera no
deja de ser un sistema complejo, y es su interacción con la
tecnología humana lo que determina esos límites, algo tremendamente
difícil de predecir. Es más sensato pensar que esos límites se
irán viendo con mucha mayor precisión una vez se comiencen a
instalar de forma masiva los aparatos destinados a recolectar esa
energía y realmente comiencen a tener efectos palpables en el
planeta. La escala es fundamental, también a la hora de estudiar un
problema, porque en el camino van a aparecer cisnes blancos o negros
casi con total seguridad.
Hace
falta una narrativa, un relato, que muestre todo lo que podemos ganar
con el cambio, pasar del tener al ser, con todo lo positivo que ello
conlleva en
cuanto a satisfacción de necesidades humanas. Hacen falta
también “soluciones” mucho más concretas, pese a que ninguna de
ellas sea “la solución”: la permacultura, la
economía colaborativa, la
educación, las energías renovables, el consumo responsable, los
grupos de consumo de proximidad, la economía social y solidaria, la
tecnología apropiada, la reforestación, el cooperativismo, las
monedas locales. Todos estas “soluciones” pueden ser parte de
“la solución”. La labor más importante ahora es experimentar
con todas estas alternativas y otras nuevas que puedan surgir,
evaluar los resultados que se van obteniendo e ir modificando el
rumbo según los resultados que se van obteniendo (fast feedback,
en terminología de sistemas).
Probando
pequeñas alternativas de este tipo vamos evaluando aquellas
practicas que son más fáciles de implementar, obteniendo
información acerca de las creencias, ideas y valores limitantes que
dificultan el nuevo paradigma y cambiándolos en el proceso, a través
del ejemplo y de la información que se transmite a través de él.
Este
tipo de programa suele tacharse de reaccionario por aquellos que
mantienen el pensamiento típico moderno del management,
orquestar una solución rápida y eficaz desde arriba, de tipo
“revolucionario”, un cambio fulgurante de todas las instituciones
sociales. Su metáfora es que estamos pintando ventanas en una mina,
arreglando cositas para que luzcan chulas, mientras el conjunto y lo
esencial no se toca. Este tipo de pensamiento es una bobada, se
discute si lo que hay que hacer es salir a la ventana y gritar “a
las armas” para tomar el poder y cambiarlo todo (sin tener ni
siquiera una idea de como cambiarlo para que el proceso sea aceptable
para el común de los mortales, y que no se convierta en una guerra),
o por el contrario lo que hay que hacer es ir cambiando directamente
las cosas, ofreciendo soluciones viables y visibilizándolas,
cambiando las conciencias en el proceso, para que quizás algún día
(Dios no lo quiera) haya que gritar “a las armas”, pero esta vez
con un sólido respaldo detrás, de gente convencida de que son
necesarias y deseables nuevas instituciones sociales para lidiar con
los problemas que el viejo paradigma es incapaz de resolver. No hay
alternativa, pero la metáfora no es pintar ventanas, es más bien
como esas plantas que crecen en las grietas de algo sólido como una
roca, quizás esas plantas terminen por hacer las grietas más
grandes, crezcan más plantas y al final la roca termine
completamente cubierta.
En
resumen, las tareas sobre las que hay que concentrarse si se quiere
en el futuro ir dando pasos más importantes hacia un nuevo paradigma
son:
-
Hacer una intensa divulgación sobre la relación entre los servicios
de los ecosistemas y la economía humana.
-
Realizar y apoyar proyectos locales que mejoren la sostenibilidad.
Pequeñas soluciones en los ámbitos señalados más arriba y en
otros aún por explorar.
-
Evaluar los resultados que se están obteniendo, identificar las
resistencias al cambio y modificar los proyectos para vencerlas.
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