Todavía oigo a muchas buenas personas y activistas políticos
comprometidos con una sociedad más justa
decir que es necesaria “otra globalización”. Al pronunciar este sintagma
ya estamos derrotados, porque hemos aceptado el marco del contendiente, de
nuestro rival, un tecnócrata, académico o periodista comprometido con el
liberalismo de nuevo cuño, ese que dice que el gobierno debe tomar parte activa
en la economía creando nuevos mercados a golpe de decreto. Cuando existe un
marco cognitivo establecido, según George Lakoff, no es necesario ofrecer muchas
explicaciones, determinadas palabras o construcciones lingüísticas ya evocan
una serie de ideas que no es necesario explicar ¿qué ideas van asociadas con el
marco de la globalización? Que quién se opone a ella es un nacionalista, y como
todos los nacionalistas un xenófobo, entre otras cosas. De esta forma, a través
de la negación de su supuesto y fantasioso contrario (el nacionalismo) la globalización se reviste de un prestigio humanista insólito, lo cual sería
cómico sino tuviese tan dramáticas consecuencias ¿Por qué desde cuándo es
humano hacer dinero a toda costa?
¿Dónde quedan los paraísos fiscales? ¿Y la producción
industrial con mano de obra explotada y dañando gravemente el entorno natural?
¿Y las largas cadenas de transporte y suministro que conllevan un buen número
de emisiones de gases de efecto invernadero? Se puede hablar todo ello, pero
será inútil, porque ninguno de esos males se puede atajar dentro de la
globalización. Globalizar es integrar una parte en un todo, en este caso las
economías nacionales. De forma muy simple, se coge un mercado nacional y se
lo integra en uno global, de capitales (prácticamente
logrado), de mercancías (logrado en gran medida, aunque ahora con una tendencia
a ligeros retrocesos) y de fuerza de trabajo (pocos avances realizados, salvo a
nivel regional). En los mercados domina quien tenga los costes más reducidos. Si para ganar cuota de mercado interesa reducir costes será difícil proteger a
las personas de la explotación, a los ecosistemas de su destrucción, e incluso garantizar
unos servicios sociales con unas bases fiscales que son erosionadas por la
competencia fiscal entre estados, tratando de reducir los costes de las empresas
asentadas en su territorio. La integración en un mercado único impide a los
estados incluso legislar sobre seguridad alimentaria o de uso de los
electrodomésticos, baste recordar la famosa carne de pollo fluorada que tendríamosque comer en Europa si se aprobaba el TTIP.
Los mercados globales sólo pueden ser regulados por
entidades supranacionales, esas que suelen estar administradas por tecnócratas,
que no rinden cuentas a nadie y que son lo más alejado de la democracia quepodamos imaginar. Parece que nos encontramos entre la espada y la pared, o
abrazamos el nacionalismo, o abrazamos un libre mercado mundial desregulado, o
nos ponemos en manos de supertecnócratas globales que regulen un mercado único
mundial desde sus torres de marfil. Ninguna alternativa es muy atrayente,
hablar de “otra globalización” invoca vagamente la opción de los supertecnócratas
globales, no parece un producto muy sexy
que vender a la ciudadanía.
Tenemos dificultades porque no tenemos ningún marco
establecido al que podamos apelar. Es evidente que es posible imaginar muchas
otras opciones, pero no podemos remitir a ellas con una simple palabra como “globalización”.
En primer lugar habría que pensar ¿Cuál es el objetivo? ¿Qué
es lo que queremos? Proteger a las personas y al planeta. Para alcanzar esos
objetivos nos convienen mercados nacionales débilmente integrados e
instituciones globales que promuevan estándares medioambientales globales.
Desde la soberanía de un mercado nacional integrado globalmente, pero bajo
nuestra regulación política, podemos rechazar o imponer impuestos a los
productos que se fabriquen en condiciones que no concuerdan con nuestros
valores de protección a las personas o al medioambiente. Desde instituciones
globales como las Naciones Unidas podemos aliarnos con países favorables a la
protección del medioambiente y presionar al resto para que adopten estándares
medioambientales que protejan de forma efectiva los bienes comunes globales
como el clima (en último caso podemos no aceptar sus productos en nuestros
mercados, o imponerles un arancel, si se han fabricado de forma muy
contaminante).
Globalizar es hacer que una característica determinada sea
compartida por toda la humanidad. Nuestra globalización es de las mercancías,
pero indudablemente afecta a la cultura cuando un local de comida tradicional compite
con un MacDonalds. Generalmente las multinacionales gozan de ventaja de en este
terreno, por su marketing, financiación, experiencia, etc. En esas condiciones
la globalización, a nivel cultural, es una uniformización, una invasión
cultural de los países “atrasados” por las tropas del progreso de la cultura
occidental (preferentemente anglosajona). La cultura global nos empobrece, en
realidad lo que nos interesa que sea global es la tolerancia y el respeto a los
derechos humanos. Para ello no necesitamos la competencia del comercio, sino la
cooperación: científica, política, cultural, educativa. Todo ello puede
favorecerse gracias a las tecnologías digitales, la red global y los viajes
baratos (aunque muy contaminantes). Hay que fomentar los intercambios
estudiantiles, y un concepto distinto de turismo, que nos permita sumergirnos en
un cultura, incluso colaborar con ella de forma solidaria. El Estado también
puede tener un papel, cooperando con otros países o favoreciendo las
iniciativas de la sociedad civil.
Si pensamos en los elementos que definen lo que debería ser
nuestro modelo de convivencia planetaria, la relocalización económica, la
defensa de los bienes comunes globales, el multiculturalismo y la cooperación
¿qué nos sale? Recuerda mucho al eslogan de “piensa en global, actúa en local”.
El término “comunidad” hace referencia a los lazos sólidos entre las personas,
establecidos por el afecto y los valores, y no por la competencia en el
comercio. El planeta sería una comunidad de comunidades, una comunidad
planetaria. Intercomunitarismo es otro término que viene a la mente, aunque
parece poco sexi. Comunitarismo solidario, comunitarismo cooperativo… se
aceptan sugerencias. Se premiará con un sincero agradecimiento.