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lunes, 9 de marzo de 2015

Teresa Belton y su análisis sobre la simplicidad voluntaria (Parte II)

Algo común en todas las personas que decidieron llevar una vida simple y fueron entrevistadas por Teresa Belton es el destacar el placer de estar al aire libre en la naturaleza, realizando actividades como senderismo, nadar en el mar o pasear en bicicleta. La inmensa mayoría de los entrevistados recuerdan cómo antes de tomar la decisión su vida era un cúmulo vertiginoso de trabajo, tensión y falta de tiempo para llegar a cumplir con los objetivos.

Anthony, un científico jubilado de 70 años, ni siquiera es vegetariano, “aunque estoy bastante preocupado por el tema del pescado; muchas especies en peligro de extinción así que me informo sobre qué pescado comprar” explica. “Cuando me quedé viudo tuve que afrontar la responsabilidad de las compras en casa. Me di cuenta de que nadie puede ser autosuficiente; todo el mundo depende de otras personas para su ropa, los alimentos, prácticamente todo”.

Anthony se había acostumbrado a un mundo donde prevalece cada vez más el individualismo, la competitividad y el actuar como un depredador.

“Prefiero ir a la biblioteca en vez de tener una colección propia de libros” añade. Cree que el ansia acumulativa es consecuencia de que el ser humano vivió durante siglos en un entorno de escasez. “Eso se ha contagiado a todos los sectores de la sociedad, no exclusivamente a banqueros o gobiernos. Quiero decir, usted tiene por ejemplo 100 euros en una cuenta bancaria y quiere que el año que viene sean 105 euros; eso es el dogma del crecimiento económico a toda costa”.

Ni siquiera tiene interés en viajar en vacaciones. “Me parece más exótico ir a un campamento climático donde además aprendo cómo está cambiando el mundo” concluye.

Algo parecido piensa Sarah, una mujer que en la treintena de su vida y con dos hijos decidió dar el salto a una vida más frugal. No es partidaria de comprar en supermercados porque “acaban dominando el mercado y además los productos que venden podrían ser perjudiciales para la salud”. Pese a que sus ingresos apenas son de alrededor de 12.000 euros anuales, está ahorrando. “Mis hijos tienen la mejor comida, una casa llena de juguetes y libros, vamos mucho al campo. De hecho tenemos mucho dinero ahorrado, y eso es porque nuestros gastos son ínfimos”.

Sarah decidió dar el paso para no contribuir a generar basura industrial, tampoco estaba tranquila pensando que la ropa comprada podría hacerse en talleres clandestinos, la comida barata está repleta de pesticidas y su consumo supone apoyar la explotación a los agricultores. Su estilo de vida fue en definitiva una decisión política, algo que contrasta de lleno con sus orígenes. “Crecí en una casa adosada, mi padre era electricista y mi madre enfermera, así que éramos una especie de clase media. Cuando mi padre empezó a trabajar para sí mismo empezamos a tener más riqueza material y nos mudamos a una casa nueva, también compramos un coche mejor, y viajábamos al extranjero en vacaciones. El gasto en ropa aumentó mucho” explica.

Hay personas que por encima de la ética y la política deciden frenar para tener más tiempo. Es el caso de Susan, que cambió su vida “porque ahora tengo más tiempo para reflexionar, para aprender a disfrutar de las buenas compañías, para escuchar la radio, por ejemplo”. Preguntada sobre cómo pasa las vacaciones, también lo tiene claro, “hay un río cerca de donde vivo, también acudo a ferias de antigüedades y artesanía, aunque no compre nada. Viví un tiempo en el centro de Londres y pensaba que todo estaba allí, pero me he dado cuenta de que también hay mucho para hacer por aquí. Por supuesto, también está la biblioteca. Lo que he aprendido desde que vivo en un pueblo pequeño es la sensación de solidaridad y comunidad que nunca había experimentado en ningún otro lugar”.

Otra de las entrevistadas, Angela, de 33 años, tomó también una decisión personal al ser consciente del despilfarro cotidiano que afronta la mayoría de la gente. “Mi marido y yo decidimos hacer cosas como lavar el coche una vez al año, caminar o usar la moto para la mayoría de desplazamientos, plantar un huerto o dejar de comprar mucha ropa, ahora cada uno tenemos sólo un armario”. Además, su preocupación era conseguir una independencia real de los bancos. “Crees que eres independiente, pero en realidad estás controlado por un montón de factores, en especial en la industria energética. A través de sus finanzas los bancos están en todo lo que haces, las compañías de seguros quieren saberlo todo sobre ti y así empecé a pensar, ¡Dios mío!, todo el mundo lo sabe todo sobre mí y me gustaría alejarme de eso. Y así empecé a dejar de comprar en supermercados” explica.

DE LA RIQUEZA A LA FRUGALIDAD


El cambio de vida más radical de todos los entrevistados por Teresa Belton fue el de Ed, un joven norteamericano de 26 años, que había crecido en un entorno de riqueza considerable y decidió dejarlo atrás.

“Mi padre es médico estadounidense, posee su propia clínica, tiene un centro de cirugía y una planta de tratamiento. Tiene incluso su propio avión” explica. “Cuando era un adolescente viajábamos a menudo con el avión privado. Vivíamos en una casa grande, todos con coches, así que cuando cumplí 16 años todos asumieron con normalidad que tendría mi propio coche. Comprábamos ropa nueva cada año, siempre que empezábamos un nuevo curso en el instituto, y también cuando llegaba el verano. Decidí trabajar por matar el tiempo, no porque lo necesitara. Conducía el coche para ir de la escuela a casa, a unos tres kilómetros de distancia, por supuesto también para ir a comer, a pesar de que andando no me hubiera llevado más de cinco o diez minutos. Nunca pensé que lo que hacía fuera inusual, de hecho mis compañeros de instituto gastaban muchísimo en ropa, aunque no tanto como yo en productos de electrónica”.

Su vida ha dado un giro radical y a día de hoy se lo piensa más de dos veces antes de comprar un producto. “Rara vez gasto dinero en bienes materiales, me centro más en los acontecimientos y experiencias que proporcionan más satisfacción social”. Incluso se ha memorizado la vida media de los productos comunes en el hogar: “La vida media de una lavadora es de más de 5 años, la de la ropa también, la de los ordenadores 6 años y la de la televisión 15 años o más” dice.

A día de hoy ni siquiera viaja en avión “excepto si es por una emergencia. Cualquier viaje en avión al extranjero lo hago si voy a estar al menos 3 meses y cuando pueda utilizar transporte terrestre una vez desembarque”.

Ed cambió progresivamente su pensamiento a través del sistema educativo formal. Primero estudió Comunicación y posteriormente se especializó en Geología. Fue entonces cuando tomó conciencia de “la espantosa transmisión de mensajes sobre medio ambiente u otros temas globales en los medios de comunicación de Estados Unidos”, lo que le hizo plantearse su forma de vida.

“Hicimos un ejercicio en el que había que calcular cómo abastecer al mundo con energía en los próximos 20 años. Nuestro profesor puso una mesa con todas las reservas conocidas y las tasas actuales de consumo. Fue divertido hacerlo porque en realidad nada dependía de preguntas del tipo ¿qué tecnología hay que desarrollar? Todo era trabajar en la eficiencia. Por ejemplo, construir los edificios orientados al suroeste porque así la pared aislará en invierno y en verano tendrás luz del sol”.


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