Sería una gran alegría,
para todos aquellos que no le tenemos mucho aprecio a esta sociedad,
despertar un día y descubrir que se ha transformado. Que de repente,
es posible aquel viejo sueño que
planteó Averroes en el siglo XII.
¿Cuál será entonces la mejor sociedad? Aquélla en la que se dé a cada mujer, cada niño y cada hombre, los medios para desarrollar todas las posibilidades que Dios les ha dado.
La finalidad de toda sociedad fiel a Dios debe ser el desarrollo del hombre, no de la riqueza. El hombre progresa cuando desarrolla el razonamiento en toda su plenitud, un razonamiento que tiene conciencia de sus límites y postulados.
La idea de una
revolución, una transformación repentina de la sociedad, es un
viejo tópico de la modernidad, con su racionalismo ilustrado, que
sin embargo parece cada vez más lejano. El hombre domina la razón,
gracias a ello es capaz de descubrir las leyes que gobiernan la
sociedad, y por tanto será capaz de transformarla en beneficio de
todos. Este relato, bien podría servirnos para describir tanto las
revoluciones norteamericana (1776) y francesa (1789), como la
revolución bolchevique de 1917.
No creo que a nadie
sorprenda mi afirmación de que este sentimiento revolucionario se ve
cada día más distante. Zygmunt Bauman lo expresó de un modo que
llegó a impresionarme, por su lucidez, en su libro En busca de la
política:
Sin duda, consideramos, al menos en “nuestra parte” del mundo, que el caso de la libertad humana ya ha sido abierto, cerrado y (salvo por algunas pequeñas correcciones aquí y allá) resuelto del modo más satisfactorio posible. En cualquier caso, no sentimos la necesidad (una vez más, salvo algunas irritaciones ocasionales) de lanzarnos a la calle para reclamar y exigir más libertad o una libertad mejor de la que ya tenemos. Pero, por otra parte, tendemos a creer con igual firmeza que es poco lo que podemos cambiar -individualmente, en grupos o todos juntos- del decurso de los asuntos del mundo, o de la manera en que son manejados; y también creemos que, si fuéramos capaces de producir un cambio, sería fútil, e incluso poco razonable, reunirnos a pensar un mundo diferente y esforzarnos por hacerlo existir si creemos que podría ser mejor que el que ya existe. La coexistencia simultánea de estas dos creencias sería un misterio para cualquier persona mínimamente familiarizada con el pensamiento lógico.
A pesar de ello algún
intento revolucionario hemos visto en los últimos tiempos:
pero se ha diluido como
un azucarillo, con una rapidez asombrosa. Al
respecto del movimiento 15-M, nuevamente Bauman afirmó:
Las gentes de cualquier clase y condición se reúnen en las plazas y gritan los mismos eslóganes. Todos están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían 100 respuestas diferentes si se les interrogara por lo que desean.
Pero no todo está perdido, al menos para Bauman, según el
sociólogo polaco el 15-M podría allanar el camino para otra clase de
organización.
Sin embargo, el mundo cambia, hace tan sólo unos meses el primer
ministro de la república francesa, Manuel Valls, insistía
en que su partido debía cambiar de nombre, renunciando a incluir la
palabra socialismo en él. Que la palabra socialismo sea de
repente tan poco atrayente, que esté tan cargada de significados
negativos, es sin duda un cambio importante, y quizás esto no sea ni
casualidad, ni fruto de las maldades de los socialistas.
La historia empieza en la década de los 50 del siglo pasado, un grupo
de intelectuales derrotados, cuyas ideas habían muerto en las
trincheras de la I guerra mundial, para luego ser pisoteadas por la
Gran Depresión y por la II guerra mundial, decide fundar la sociedad
Mont Pèlerin. Nos lo explica Philip Mirowski en su libro Nunca
dejes que una crisis te gane la partida:
La finalidad era crear un espacio especial donde las personas de ideales políticos afines pudieran reunirse para debatir el esquema de un movimiento futuro diferente del liberalismo clásico, sin tener que sufrir las humillaciones del ridículo por sus imaginativas propuestas, pero también para sustraerse a la reputación de quinta columna de una sociedad en estrecha sintonía con los poderosos aunque inciertos intereses de posguerra.
¿Tan importante llegó a ser este grupo? Desde ese núcleo central
irradiaron su pensamiento a universidades, think tanks y medios de
comunicación, su objetivo lo define estupendamente Richard Fink,
buscando convencer a futuros donantes para la Koch Foundation y la
George Mason University:
La traducción de ideas en acción requiere la elaboración de materias primas intelectuales, su conversión en productos políticos específicos y la comercialización y distribución de esos productos a ciudadanos-consumidores. Quienes otorgan las subvenciones harían bien en invertir en el cambio durante toda la cadena de producción, financiando a estudiosos y programas universitarios en los que se desarrolla el marco intelectual de la transformación social, los laboratorios de ideas en los que las reflexiones eruditas se traducen en propuestas políticas específicas, y grupos de implementación para llevar esas propuestas al mercado político y finalmente a los consumidores.
O, si lo preferís, en palabras de uno de los fundadores de la sociedad
Mont Pèlerin, Fiedrich von Hayek
Pero lo que para los políticos son límites fijos de viabilidad impuestos por la opinión pública, para nosotros no deben ser límites similares. La opinión pública en estos asuntos es la labor de hombres como nosotros... que han creado el clima político en el que deben moverse los políticos de nuestra época.
La
labor de Mont Pèlerin fue doble, Por un lado, ponerse de acuerdo en
un corpus teórico que reemplace las viejas ideas del liberalismo
clásico: cuestiones tan prácticas como rechazar que el poder de
monopolio sea malo, porque te enfrenta a las empresas, en quienes
tienes que buscar tu principal fuente de financiación y soporte
político. La segunda función fue ir estableciendo una red de
organizaciones, con diferentes niveles, capaz de traducir esas ideas
a distintos tipos de público, incluido el ciudadano de a pie, que
llega a interiorizar y poner en práctica estos preceptos en su vida
cotidiana. Ideas como que uno puede cambiar su identidad, y rehacerse
a uno mismo, o que todos somos clase media y debemos asumir el riesgo
que ello comporta, que el riesgo es bueno, que no debemos sentir
lástima por los perdedores, o que la publicidad no puede
manipularnos. Y, señores, hay que quitarse el sombrero, porque esto
puede definirse como una auténtica revolución, modificar el sentido
común de la gente, y convertir tus preceptos en sus hábitos.
Acerca de los intentos revolucionarios que comentas, ¿te suenan las llamadas revoluciones de colores? Por si acaso, aquí te dejo un documental que aborda el tema https://www.youtube.com/watch?v=3b0xMKcqJjY
ResponderEliminarSi te interesa el tema puedes profundizar en:
http://colorrevolutionsandgeopolitics.blogspot.com.es/
Gracias, conozco las revoluciones de colores, aunque no he visto el documental. Le echaré un vistazo.
Eliminarun saludo,
Aquí es cuando hay que desempolvar la bibliografía de Antonio Gramsci. Es el único que tiene la respuesta de cómo ganar, en la lucha de clases, la batalla de las ideas. Saludos.
ResponderEliminarBuenas anónimo.
EliminarMuchas gracias por la información. Habrá que revisar a Gramsci con atención.
un saludo,
Friedman solo ofreció una receta útil a los poderosos y éstos la aceptaron y la impusieron a todos.
ResponderEliminarNosotros ya tenemos las recetas. Solo nos falta el poder. Construir ese poder ese el reto y no mantener las recetas en un cajón hasta que un día mágicamente llegue el momento en que sea políticamente posible...
Hola,
EliminarNo, no es así. Lee "El camino a Mont Pellerin". Lo que hizo Hayek es construir ese poder.
Y por cierto, ¿quienes sois "nosotros" y cuales son esas recetas? Curioso q es uno.
Salud