Es habitual que se hable de los paraísos fiscales como un problema para la economía actual. Tal es el caso del libro de la ilustración, que mostraba algunas claves de este asunto en 2011. Pero en realidad esa forma de funcionar reflejada por la evasión fiscal está en la misma esencia de la globalización. No se trata de un problema de la economía globalizada sino que la globalización consiste en eso. Se trata de que las empresas y las grandes fortunas puedan eludir las normativas aprobadas en los distintos parlamentos. Así, por ejemplo, es posible vender en Francia lo que se ha producido sin impuestos franceses y con métodos ilegales en este país por su impacto ambiental o por las condiciones laborales.
Los costes eludidos de este modo por grupos privados pasan a ser “externalizados” en forma de daños ambientales y de costes comunes. Y todos los países se ven presionados para igualar a la baja las normativas laborales, fiscales y ambientales en un intento de hacer más competitivas a sus empresas o de atraer inversiones productivas, financiación o compra de deuda pública, con la degradación de la vida y del medio ambiente que implica esta erosión normativa. Así se cierra el círculo: la elusión de las normas termina anulando estas y entregando el poder legislativo a las élites económicas. Este es el verdadero objetivo del planteamiento.
La competencia entre los países por el maná económico de unos capitales libres para elegir su destino en “los mercados” convierten a los pueblos en meros proveedores rivalizando por servir mejor a élites particulares de todo el mundo. Se nos dice que con ello el país ganará competitividad, (es de suponer que mientras no hayamos llegado todos los países a un fondo en el que la degradación impida competir más a la baja). ¿Pero por qué tomamos por virtuosa una competitividad que no se debe a la mejora de las capacidades sino a un dumping progresivamente legalizado?
Los costes eludidos de este modo por grupos privados pasan a ser “externalizados” en forma de daños ambientales y de costes comunes. Y todos los países se ven presionados para igualar a la baja las normativas laborales, fiscales y ambientales en un intento de hacer más competitivas a sus empresas o de atraer inversiones productivas, financiación o compra de deuda pública, con la degradación de la vida y del medio ambiente que implica esta erosión normativa. Así se cierra el círculo: la elusión de las normas termina anulando estas y entregando el poder legislativo a las élites económicas. Este es el verdadero objetivo del planteamiento.
La competencia entre los países por el maná económico de unos capitales libres para elegir su destino en “los mercados” convierten a los pueblos en meros proveedores rivalizando por servir mejor a élites particulares de todo el mundo. Se nos dice que con ello el país ganará competitividad, (es de suponer que mientras no hayamos llegado todos los países a un fondo en el que la degradación impida competir más a la baja). ¿Pero por qué tomamos por virtuosa una competitividad que no se debe a la mejora de las capacidades sino a un dumping progresivamente legalizado?
El dumping consiste en vender un bien o servicio a un precio inferior al coste de producirlo. El objetivo es eliminar a los competidores más débiles, incapaces de soportar pérdidas similares, para así apoderarse de una mayor cuota de mercado, lo que lleva a la formación de oligopolios.
En el contexto de la globalización la empresa multinacional se sirve de costes de producción de países empobrecidos, con regulaciones permisivas o con gobiernos corruptibles para producir con costes inferiores a los del país en el que se va a vender. De este modo el dumping se vuelve estructural, permanente, ya que la gran corporación ni siquiera sufre pérdidas temporales en el combate. Y este tablero de juego lleva irremisiblemente a la formación de oligopolios globales. Lo que se gana en una merma de precios inicial se pierde en empleo y en autonomía económica, y se sustituye por una explotación social y ambiental que comienza en el país menos desarrollado y que poco a poco se va generalizando en el planeta. Por supuesto, como bien sabemos en España, cuando un oligopolio está consolidado los productores también pueden subir innecesariamente los precios junto a sus bonus y beneficios. |
Los refugios fiscales -tax haven- en los que tienen multitud de cuentas los principales bancos y las multinacionales entre otros privilegiados, son la clave de bóveda de este sistema. Casi el 50% de las transacciones financieras transfronterizas mundiales pasa por los paraísos fiscales. Merece la pena, por tanto, enfrentar esos pequeños puntos de la economía con tanta masa monetaria concentrada en ellos que son capaces de tragarse su propia luz impidiéndonos ver qué pasa ahí.
El propio G7 declaró ya en 1996, en la cumbre de Lyon, que "la globalización está creando nuevos retos en el ámbito de la política fiscal. Esquemas fiscales destinados a atraer actividades móviles, financieras y de otro tipo, pueden crear una competencia fiscal dañina entre estados, conllevando el riesgo de distorsionar el comercio y las inversiones."
Pero visto lo ocurrido desde entonces, habría que leer entre lineas lo declarado por el G7. Donde se dijo "reto" y “riesgo” había que entender "oportunidad". Se estaba anunciando que la globalización hacía posible socavar el poder de los estados y abría grandes oportunidades de negocio para “el comercio y las inversores”. Veinte años después esos “esquemas fiscales”, que en gran parte dependen directa o indirectamente de los miembros del G7, siguen cumpliendo su función.
http://www.financialsecrecyindex.com/introduction/fsi-2015-results |
No son sólo lugares como las exóticas Bahamas o la tradicional Suiza, tan familiares en nuestras conversaciones desde hace mucho tiempo, sino también EEUU, Gran Bretaña o Alemania entre otros miembros del citado G7. La evasión fiscal ocupa un puesto principal en nuestra economía. ¿Pero acaso debemos aceptar como inevitable una "fatalidad" cuyo origen es claramente artificial? Lo primero que cabe deducir es que no se trata de unos cuantos lugares problemáticos que supuestamente se niegan a colaborar con la transparencia fiscal internacional sino de una institución global nutrida y controlada reticularmente por particulares privilegiados de todo el mundo cuyos capitales gozan de libertad sin inspección.
Algunos datos
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- Presentación de cuentas país por país obligatoria para las corporaciones multinacionales.
- Intercambio de información entre países de forma automática y multilateral, (no a petición de parte y de forma bilateral, lo que deja en desventaja a las naciones menos poderosas), así como dotar de capacidad real al Comité Fiscal de la ONU.
- Publicar quiénes son los beneficiarios, ordenantes, gestores y otros intermediarios de las compañías fantasma. Registros mercantiles públicos.
En la primera mitad de este ameno programa podemos encontrar las claves principales para entender cómo las élites evasoras se sirven de paraísos fiscales, además de algunas sencillas medidas para acabar con esta iniquidad que sólo dependen de voluntad política, (explicadas por José María Peláez, Inspector de Hacienda, ex-presidente de la organización profesional de inspectores de Hacienda y uno de los mayores expertos de España en la lucha contra la evasión fiscal).
Peláez recomienda entre otras cosas:
- No reconocer personalidad jurídica a todas las sociedades que operan en paraísos fiscales, (previa confección de una lista negra de los mismos incluyendo en ella a todos los que no compartan su información de forma automática y sin cortapisas). Con ello estas sociedades no podrían realizar ningún negocio reconocido jurídicamente en territorio español, quedando bloqueada su actividad en la misma notaría.
- No permitir que los bancos tengan sucursales en los paraísos fiscales, o bien exigir que aporten la misma información sobre su actividad que la reportada en España.
Todos sabemos que las radiofórmulas elaboran sus listas de éxitos antes de que el éxito tenga lugar, en base a la inversión que se decide realizar, y salvo excepciones la fórmula funciona: el éxito se cultiva en nuestras mentes. No hay motivo para pensar que esa manipulación no es trasladable a la política económica (donde tantos intereses están en juego). El éxito de las ideas se cultiva mediante una adecuada selección de expertos que imparten doctrina como curas modernos desde el púlpito de sus pizarras televisivas. Además se compra la afinidad de los representantes con la financiación de sus campañas y con puertas giratorias. De este modo, al igual que tenemos éxitos comerciales, tenemos partidos comerciales. Al menos en la medida en que no decidamos abandonar nuestra docilidad cultural. Esto, junto a una amplia estructura de intereses creados, lleva a tolerar como una fatalidad la corrupción, la evasión fiscal y la propia globalización.
“La corrupción no es una desviación contingente del sistema capitalista global, es parte de su funcionamiento básico. (...) El sistema jurídico capitalista global es en sí, en su dimensión más fundamental, la corrupción legalizada. La cuestión sobre dónde comienza el crimen (cuáles operaciones financieras son ilegales) no es una cuestión legal, sino una cuestión eminentemente política, atañe a la lucha por el poder.”
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Como decíamos al principio, la evasión fiscal sólo es la expresión más depurada de un proceso más amplio que llamamos globalización. Con la legalización progresiva de lo que fueron formas ilegales de producir y de comerciar es posible que, antes de acabar con la evasión, esta deje de serlo porque el avance de la globalización haya arrastrado todas las legislaciones a un mismo inmundo nivel.
De hecho ese es el camino emprendido cuando se han establecido listas de países con distinto grado de transparencia, colocando en listas grises y blancas a numerosos lugares considerados antes paraísos fiscales por la mera promesa de colaboración futura. El asunto llega al ridículo (o a la burla) de que se ha llegado a blanquear algunos de estos lugares por compartir información entre ellos. La competencia fiscal fomenta ese mismo camino mediante la elusión legal cuando, por ejemplo, las deducciones convierten cualquier estado en un refugio fiscal selectivo en el que las grandes empresas apenas pagan. Pero esto es parte del mismo proceso global que convirtió la cesión ilegal de trabajadores en subcontratación legal (al introducir las ETT en los 90) en favor de la flexibilidad laboral y de la inflexibilidad patronal; o que cambió la ley del suelo dando lugar a la burbuja inmobiliaria que tanto se nutrió de capital extranjero; o que cambia la ley de montes o la protección de los parques naturales para una mayor explotación comercial de los mismos.
De hecho ese es el camino emprendido cuando se han establecido listas de países con distinto grado de transparencia, colocando en listas grises y blancas a numerosos lugares considerados antes paraísos fiscales por la mera promesa de colaboración futura. El asunto llega al ridículo (o a la burla) de que se ha llegado a blanquear algunos de estos lugares por compartir información entre ellos. La competencia fiscal fomenta ese mismo camino mediante la elusión legal cuando, por ejemplo, las deducciones convierten cualquier estado en un refugio fiscal selectivo en el que las grandes empresas apenas pagan. Pero esto es parte del mismo proceso global que convirtió la cesión ilegal de trabajadores en subcontratación legal (al introducir las ETT en los 90) en favor de la flexibilidad laboral y de la inflexibilidad patronal; o que cambió la ley del suelo dando lugar a la burbuja inmobiliaria que tanto se nutrió de capital extranjero; o que cambia la ley de montes o la protección de los parques naturales para una mayor explotación comercial de los mismos.
Las leyes no tienen por qué ser inmutables, pero una vez abierta la puerta a la libre circulación de capitales, el chantaje económico que estos pueden perpetrar sobre cada parlamento impide o dificulta mucho revertir el proceso en cualquiera de sus puntos. Como la pérdida de soberanía de los parlamentos no se sustituye por foros democráticos equiparables al ámbito de libre comercio, la globalización implica la eliminación progresiva de la democracia (en la pobre medida en la que esta pudiera existir). Y esto se hace deliberada y conscientemente: se nos dice que los inversores o los acreedores deben poder juzgar nuestro comportamiento económico… como proveedores de su riqueza. Por tanto el problema es también ideológico.
Fuente: Luis Molina - EFC |
Al añadir el fraude, la evasión y la elusión fiscal, la desigualdad global es mucho peor de lo que creemos y mucho peor de lo que, por ejemplo, ha podido calcular Oxfam, y esto deja claro que eran innecesarios y represivos los ajustes fiscales y la austeridad impuesta precisamente sobre quienes tienen necesidades sin cubrir entre el derroche lujoso de quienes ya viven muy bien. Ha sido una estafa. Aunque por debajo estemos afrontando y acrecentando un problema de recursos naturales, también se ha dado una enorme estafa. Las élites se han defendido de la crisis de fondo imponiendo una mayor desigualdad.
Teniendo en cuenta esto último, está claro que acabar con la evasión no sería más que un primer paso para afrontar los problemas del presente. Pero es necesario dar ese paso para resolver también el problema de los recursos naturales y el, más dramático aun, deterioro de la biosfera. Cabría pensar que la extralimitación ecológica en la que se ha sumergido el mundo no se vería alterada por una recuperación fiscal, (un mero cambio de cromos monetarios). O que incluso esta recuperación quizá diera lugar a un mayor consumo. Y sin embargo el efecto de la represión económica -mal llamada austeridad- ha sido contraproducente: los afectados sólo ven futuro en un mayor crecimiento económico que, quizá, ofreciera empleos estables. Y la prueba está en que esa es la esperanza que aglutina votos en las nuevas formaciones de la izquierda (aunque incluyen corrientes diversas). Con la represión algunos compran menos a costa de sufrir injustamente pero las políticas productivistas renuevan un masivo apoyo por otras vías ante el miedo a continuar o a caer en esa situación. Una huida hacia adelante de consecuencias imprevisibles para el planeta.
Lo que necesitamos, yendo algo más allá del primer paso, es que el flujo de dinero recuperado se repartiera entre quienes sí tienen necesidades sin condicionar este reparto a que el mercado les permita participar en una mayor actividad productiva, ya de por sí insostenible (y que, en puridad, deberíamos llamar actividad transformadora). Y es que esos cromos o esos números en la pantalla del banco no son inocuos precisamente por nuestra consensuada fe en ellos; porque hemos decidido que nada se recibe si no es a cambio de ellos.
Por su parte los empresarios alegan que las circunstancias de la globalización les obligan a adaptarse a las mismas y a actuar así, evitando los impuestos, explotando a trabajadores y esquilmando la naturaleza allá donde las leyes lo permitan (o subcontratando la esclavitud, la contaminación y la irresponsabilidad fiscal) como forma de sobreponerse a la competencia. ¿Pero quiénes han apoyado el proceso globalizador? La aparente inocencia (a)política de esta gente sería inmoral precisamente por apolítica si realmente lo fuera, pero salta a la vista que en realidad es falsa y que lo suyo es aprovecharse cruelmente. Los márgenes ganados a costa de la explotación neo-colonial dejan en evidencia sus argumentos. No necesitan esa esclavitud ni esa obsolescencia modal -cada vez más breve- para que la actividad sea rentable sino para satisfacer su codicia y para ganar poder.
A menudo se disculpan las deslocalizaciones con el argumento de que favorecerán a países lejanos y empobrecidos). Pero si realmente buscaran el desarrollo de estos, tendrían que haber pagado el mismo salario que aquí, (pongamos que descontando el transporte). Puesto que pagan una cantidad menor salta a la vista que el desarrollo es una disculpa. ¿Cómo puede ser desarrollo la esclavización? Los empresarios parecen confiar el "progreso" de esos países a que los trabajadores sean capaces de luchar precisamente contra ellos, contra los empresarios, que es lo que en el pasado cambió algo las cosas por aquí. La hipocresía es monumental, especialmente cuando la propia globalización pone muy difícil esa desigual lucha, o cuando el citado transfer mispricing es ampliamente utilizado para eludir los impuestos que tendrían que pagar allí. Y la historia demuestra que el desarrollo no depende de esa libertad para las invasiones y para las fugas de capital privado foraneo. En cuanto a los daños ambientales, el daño está hecho desde el primero de ellos. Cada uno de ellos es un retroceso respecto al horizonte de una sociedad mejor.
Otro argumento ampliamente utilizado es el incremento de la competitividad general, más allá de cada estado, que supone este proceso globalizador. Pero se trata de una competitividad que no mejora nada el mundo pues no deriva de un aumento de capacidades sino de la extorsión política mediante leyes compradas en una subasta a la baja. ¿Acaso elegir unas reglas del juego más cómodas es jugar mejor? Este aumento de capacidades sólo puede aparentarse no contabilizando lo que destruimos, y no teniendo en cuenta la eliminación de competidores locales por parte de las multinacionales gracias a esta capacidad falseada. Con ello se socava la autonomía local de todas las poblaciones haciéndolas vulnerables, chantajeables, frágiles ante los cambios futuros y dependientes de los mercaderes globales.
Todo tipo de bienes que pueden ser producidos cerca de las zonas de consumo pasan por un absurdo transporte de miles de kilómetros. Lo que parece racional desde un punto de vista crematístico (porque es rentable) resulta irracional si tenemos en cuenta los recursos energéticos y el impacto ambiental de su transporte. La organización eficiente en el marco de una empresa resulta antieconómica cuando observamos el conjunto resultante.
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A menudo se disculpan las deslocalizaciones con el argumento de que favorecerán a países lejanos y empobrecidos). Pero si realmente buscaran el desarrollo de estos, tendrían que haber pagado el mismo salario que aquí, (pongamos que descontando el transporte). Puesto que pagan una cantidad menor salta a la vista que el desarrollo es una disculpa. ¿Cómo puede ser desarrollo la esclavización? Los empresarios parecen confiar el "progreso" de esos países a que los trabajadores sean capaces de luchar precisamente contra ellos, contra los empresarios, que es lo que en el pasado cambió algo las cosas por aquí. La hipocresía es monumental, especialmente cuando la propia globalización pone muy difícil esa desigual lucha, o cuando el citado transfer mispricing es ampliamente utilizado para eludir los impuestos que tendrían que pagar allí. Y la historia demuestra que el desarrollo no depende de esa libertad para las invasiones y para las fugas de capital privado foraneo. En cuanto a los daños ambientales, el daño está hecho desde el primero de ellos. Cada uno de ellos es un retroceso respecto al horizonte de una sociedad mejor.
Otro argumento ampliamente utilizado es el incremento de la competitividad general, más allá de cada estado, que supone este proceso globalizador. Pero se trata de una competitividad que no mejora nada el mundo pues no deriva de un aumento de capacidades sino de la extorsión política mediante leyes compradas en una subasta a la baja. ¿Acaso elegir unas reglas del juego más cómodas es jugar mejor? Este aumento de capacidades sólo puede aparentarse no contabilizando lo que destruimos, y no teniendo en cuenta la eliminación de competidores locales por parte de las multinacionales gracias a esta capacidad falseada. Con ello se socava la autonomía local de todas las poblaciones haciéndolas vulnerables, chantajeables, frágiles ante los cambios futuros y dependientes de los mercaderes globales.
Todo tipo de bienes que pueden ser producidos cerca de las zonas de consumo pasan por un absurdo transporte de miles de kilómetros. Lo que parece racional desde un punto de vista crematístico (porque es rentable) resulta irracional si tenemos en cuenta los recursos energéticos y el impacto ambiental de su transporte. La organización eficiente en el marco de una empresa resulta antieconómica cuando observamos el conjunto resultante.
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Visualización del transporte global, sólo el marítimo |
Pero este resultado conjunto es despreciado por la forma de medir las cosas de la economía convencional. Esta se limita a agregar en una suma las eficiencias particulares que no mostraría una eficiencia general si incluyéramos los costes externalizados. Y a las personas también se les impone una movilidad no deseada, a veces masiva, (del campo a la ciudad o de países empobrecidos a los opulentos), y a veces diluida en una miríada de individuos que buscan salir del paro dentro de los países enriquecidos. La primacía de la máxima rentabilidad presente es una idealización dogmática: este criterio no coincide con el de una lógica organizativa conjunta sostenible y al servicio del ser humano.
Y es que llamamos comercio internacional a lo que en realidad es un comercio entre particulares, no “entre naciones”, no concretado por los gobiernos en función de las necesidades de cada estado considerado en su conjunto. En lugar de ello, lo que decide cada intercambio es la posibilidad de maximizar el lucro de élites privadas cuyos intereses no tienen por qué coincidir con los de ningún país concreto.
Se nos dice que el intercambio de excedentes mediante el comercio global, (tantos como sea posible producir y vender), supondrá un beneficio mutuo porque cada territorio obtendrá lo que no puede producir y venderá lo que puede producir en demasía. Se extrapola así la dinámica de un mercado de productos locales al planeta en su conjunto. Pero esta dinámica (además de basarse en el citado trampeo de las leyes locales que condiciona dónde surgen los excedentes), queda diluida en un volátil océano de capitales privados que no necesitan comprometerse con ninguna empresa y con ningún país para hallar un beneficio mayor gracias a la posibilidad de especular con los incesantes cambios inducidos en las valoraciones bursátiles, en las legislaciones y en las normativas fiscales. El valor monetario de los derivados financieros multiplica varias veces el valor de la llamada economía real. Con ello las economías se ven asediadas por una sucesión de burbujas invasivas, decepciones de expectativas y amenazas de fuga de capitales que dejan endeudadas a poblaciones enteras
No al TTIP: http://www.noalttip.org/ |
Actualmente la integración económica global iniciada con las rondas del GATT, luego OMC, continúa a través de tratados que intentan llevar más lejos esta política. Ante la división de la OMC entre BRICS y el resto de países desarrollados, los gobiernos representativos de estos últimos están promoviendo nuevos tratados de libre comercio como el CETA, el TTIP y el TISA, siempre al margen del conocimiento y de la participación ciudadana. Se entiende que su infame secretismo es necesario para igualar a la baja los estándares legales.
Al hacer una contabilidad nacional algunos territorios parecen beneficiados en la medida en que sus empresas han podido aprovecharse de la situación en otros lugares, pero en la práctica sólo las clases pudientes reciben los beneficios de esa explotación basada en la especulación, el endeudamiento y la extorsión a las legislaciones locales. El descontrol de capitales y el comercio incontrolado y maximizado causan una destrucción que supera los problemas de financiación o de crecimiento que se pretendían solucionar. Y es que a menudo esos problemas sólo son tales en el marco de una competición económica territorial que exige lograr la máxima producción nacional posible.
Mientras nosotros nos preocupamos por un PIB medido territorialmente, las élites juegan a un juego distinto, al margen de todas las poblaciones, aunque utilicen banderas de conveniencia. La comparación del producto nacional de cada territorio es sólo un escenario de cartón piedra para condicionar nuestra percepción y para distraernos con cálculos inútiles en una competición falsa. Cuando el proceso acabe sólo existirán economías privadas sin fronteras y sin otra regulación que la pactada entre sus dirigentes particulares. Eso sí, la mayoría de las personas estaremos confinadas localmente, sólo movilizadas laboralmente como recursos y bien vigiladas porque, como dijo el G20 hace ya siete años, la era de la opacidad se ha terminado, (¿o se referían a otra cosa?).
"Celebración de la caída del muro de Berlín" |
El señuelo final es el consumo. Quienes pueden permitírselo ven bondades en todo este tinglado porque pueden comprar barato incesantes novedades. Este mirífico consumo es el tesoro al que no se quiere renunciar. E incluso se confunde con la libertad y la democracia sólo porque uno puede elegir entre una gama limitada de objetos y de servidumbres predefinida por el mercado y sus controladores. ¿Pero acaso deja de ser dependiente el adicto sólo porque pueda elegir entre un traficante cruel y otro piadoso?
La generalización de un consumo y una inversión responsables podría ayudar a cambiar los efectos del mercado, pero quienes más necesitan ese cambio son precisamente quienes menos capacidad de consumo y de inversión tienen. Además la información necesaria para elegir bien sería inabarcable para cada consumidor aunque no se nos ocultara ni fuera imperfecta. Y por último, si esa conducta depende de la buena voluntad y no de la legislación, una minoría enriquecida que no suscribiera esta opción continuaría haciendo mucho daño. Sólo con una Economía del Bien Común establecida por ley, sin escapatoria, el consumo tendría un efecto significativo. Pero aun así hay muchas opciones de política económica ahora vetadas por “los mercados” que simplemente no pueden decidirse mediante el consumo.
Si el mercado libre y el libre comercio global es intensamente defendido como regulador social por las élites económicas es porque, aparentando ser un sistema accesible a todos por igual, en realidad es fácilmente manipulable por quienes concentran mayor capital, (además de excluyente para quien no lo tiene).
La conclusión sólo puede ser que estamos, ante todo, frente a un problema político.
Pero dejaré para otra entrada la posibilidad de abordar, siquiera como horizonte de referencia, un planteamiento alternativo a este sistema político que llamamos economía globalizada.
La generalización de un consumo y una inversión responsables podría ayudar a cambiar los efectos del mercado, pero quienes más necesitan ese cambio son precisamente quienes menos capacidad de consumo y de inversión tienen. Además la información necesaria para elegir bien sería inabarcable para cada consumidor aunque no se nos ocultara ni fuera imperfecta. Y por último, si esa conducta depende de la buena voluntad y no de la legislación, una minoría enriquecida que no suscribiera esta opción continuaría haciendo mucho daño. Sólo con una Economía del Bien Común establecida por ley, sin escapatoria, el consumo tendría un efecto significativo. Pero aun así hay muchas opciones de política económica ahora vetadas por “los mercados” que simplemente no pueden decidirse mediante el consumo.
Si el mercado libre y el libre comercio global es intensamente defendido como regulador social por las élites económicas es porque, aparentando ser un sistema accesible a todos por igual, en realidad es fácilmente manipulable por quienes concentran mayor capital, (además de excluyente para quien no lo tiene).
La conclusión sólo puede ser que estamos, ante todo, frente a un problema político.
Pero dejaré para otra entrada la posibilidad de abordar, siquiera como horizonte de referencia, un planteamiento alternativo a este sistema político que llamamos economía globalizada.
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