Dejaré al margen en esta reflexión el debate entre legalidad y legitimidad
a la hora de abordar el derecho a decidir la independencia de un
territorio, (que en buena lógica tendría que ser aplicable igualmente a
territorios más pequeños). Parto de la base de que la carencia de
legitimidad de las leyes acaba creando tensiones o rupturas de uno u
otro tipo con el orden establecido, (como enseñaba, por ejemplo,
Castoriadis). Y la legitimidad no es precisamente el punto fuerte de una
constitución que se nos ofreció cocinada desde las élites como única
alternativa a la continuación de la dictadura, y que además no ha sido
refrendada por la población actual. Por
otra parte si la lógica explotadora que marca nuestro tiempo destruye
nuestro medio ambiente y conduce a la deshumanización, el camino opuesto
pasa por una verdadera democracia, pues esta introduce el criterio humano por encima del productivismo, de la burocracia (pública o privada), de la plutocracia y de la tecnocracia. Una mayor capacidad política de las personas humanizaría la sociedad, y esto permitiría
el ejercicio del sentido de la responsabilidad en lugar de enquistarse
en una única decisión magnificada precisamente por ser negada,
convertida en un conflicto cargado de emociones y en una cuestión de
amor propio.
Defensa de la bandera durante la histórica batalla de Chocim
Fuente: Nacionalismo (Wikipedia)
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Sin embargo el empuje de la sociedad civil nacionalista en países hiper-desarrollados, que ha decidido ser connivente con sus élites locales en esta aspiración, contrasta con la falta de empuje emancipador. Resulta paradójico que no se reivindique una mayor independencia respecto al sistema productivo que nos oprime a diario como principal aspiración una vez que se tiene suficiencia económica mientras se magnifica el problema de la dependencia territorial. Creo que ambas cosas tienen un origen cultural -pues no es la necesidad lo que está en esta forma de motivación- anclado en la modernidad. Dos tercios de los ciudadanos de estos países viven -vivimos- en cierto modo como niños mimados gracias a la explotación ambiental y esclavista de tierras lejanas. La competencia abusiva entre territorios es una seña de identidad de nuestro tiempo y está en su ADN, ya diseminado como una planta transgénica por todo el mundo, (y por supuesto, no sólo entre los separatistas). Todos utilizamos ese marco para analizar los problemas globales y cómo nos afectan localmente, y utilizamos ese mismo marco para intentar resolverlos. Esto no es una auto-acusación sino un problema también para nosotros; un problema que impregna a la sociedad de una lógica economicista y explotadora que nos angustia.
Para entenderlo hay que analizar la marca psicológica que supone crecer como niño mimado
o privilegiado por su origen (aun aceptando que no es más que un
estereotipo que no se cumple tal cual en cada persona). Esta condición
social no implica sólo una ventaja sino también una debilidad de
carácter que hace a las personas dependientes y temerosas de perder esa
prebenda de origen que ha facilitado su vida, o bien las lleva a la
ansiedad por no poder lucir mejor en el ranking de los privilegios que
ha marcado su psique. Así se entiende que incluso en las sociedades
opulentas tenga tanto peso el argumento de la discriminación económica, también
entre territorios, dando alas al nacionalismo (y cadenas para su negación
al centralismo): en algunos casos la independencia podría optimizar
mejor el desempeño patrio en una globalización económica que favorece a
las zonas y a las personas más ricas gracias a la fragmentación
política.
Por supuesto, el peso de la cultura local -a menudo menos "diferente" de lo que se quiere hacer ver-
juega un papel en el reclamo nacionalista: es el uso utilitario de la
misma por parte de las élites para lograr la seducción de masas que todo
movimiento social necesita y del que estas élites serán las principales
beneficiarias. Lo
que ofrece el nacionalismo desde sus orígenes burgueses es un paliativo
acomodaticio para el sentimiento de desarraigo propio del individualismo materialista promovido por esa misma burguesía desde los albores de la modernidad. No es que esa cultura local no exista ni merezca la pena ser preservada. Todo lo contrario. Pero como decían en este comunicado de la CNT de Vilanova i la Geltrú (que data de 1983),
"[el patrimonio cultural] pertenece a la sociedad civil, y el
nacionalismo es una creación del poder político separado de la sociedad
civil."
Por
otro lado el nacionalismo aísla quirúrjicamente las diferencias
culturales para sublimarlas en forma de esencia idealizada invirtiendo
así el sentido de nuestra naturaleza cultural. Como también se dice en
el texto anterior: "Si
la cultura no es otra cosa que la superación de los procesos naturales
que forman el proceso vital del hombre, es, en su esencia interna, en
todas partes la misma a pesar del número siempre creciente y de la
diversidad infinita de sus formas especiales de expresión. No hay
culturas cerradas que entrañen las leyes de su propio origen. Lo común
que sirve de base a toda cultura es infinitamente más grande que la
diversidad de sus formas exteriores."
Y es que, al igual que ocurre en la relación entre economía y ecosistemas,
la cultura no se da en el vacío, y de hecho, para lograr una menor
insostenibilidad y cierta emancipación necesitamos, entre otras cosas,
un cambio cultural simultáneo en casi todos los lugares del planeta de
acuerdo a nuevos parámetros; una nueva hegemonía que no alcance sólo a las formas de consumo y a los hábitos de vida sino también a las apuestas políticas. Esta racionalidad ecológica no estaría reñida con la diversidad, como
si ocurre con el absolutismo de la racionalidad económica liberal, que
desde la idealización del estado-nación implanta en cada patria los
mismos hábitos comerciales que igualan el mundo más allá de los días de
folclore. Por contra, una valoración más realista de nuestra
ecodependencia y de nuestra interdependencia fomentaría
la diversidad en convivencia al revalorizar el localismo y al reconocer
los límites de la razón. A pesar de todo lo que creemos saber, nuestra
ignorancia es de proporciones "trascendentes" y haríamos bien en hacer
prevalecer el principio de precaución junto al respeto a las diversas
creencias sobre lo que no podemos conocer.
En principio la reivindicación nacionalista es la demanda de un cambio que por sí mismo no cambia nada dentro del colectivo que se independiza, pudiendo seguir tan alienado, insostenible y desigual como antes. Pero, volviendo al argumento iniciado más arriba, la globalización económica favorece a las regiones que, siendo ricas, se mantienen al margen de compromisos políticos con el resto del mundo mientras compiten sin restricciones en un mercado global que no cuestionan. Un síntoma de esto es que resulte más fácil hablar de independentismo o de patriotismo de cualquier bandera que hablar de aranceles o de relocalización económica o de impuestos pigouvianos sobre el transporte, sobre la destrucción ambiental lejana o sobre el esclavismo (sin muros que detengan su aprovechamiento). Interiorizado el marco de la competencia como patrón para la actividad humana, la posible ventaja sobre los demás acaba prevaleciendo sobre otras reivindicaciones.
El nacionalismo logra así dividir (o engañar) a la población como ya ocurriera en la Primera Guerra Mundial, cuando la Segunda Internacional quedó relegada en favor del patriotismo popular. Seguimos sin novedad en el frente por mucho que cambien los vencedores. Pero la universalización de una lógica patriótica, crecentista y competitiva está generando también problemas uniformes que sólo tendrán solución desde acuerdos políticos transnacionales para apostar por una relocalización económica cooperativa.
Los planteamientos de la izquierda decimonónica no pueden enganchar ya a la mayoría de la población de las regiones más insostenibles del planeta, bien nutrida y ahíta de distracciones a demanda. No es un problema de suficiencia económica. Y estos partidos acaban entrando con matices en el juego del neoliberalismo imperante, relegando el internacionalismo, o bien obtienen sólo el voto de la minoría excluida. Sin embargo eso no quiere decir que no exista un problema de explotación incluso entre los empleados mejor pagados. No es raro escuchar entre estas personas que cambiarían con gusto parte de su salario por más tiempo libre y sosiego, y sin duda esta sería una reivindicación más potente si tuviera un engarce político explícito y desarrollado, (como podría ser el fomento y la protección de las excedencias y las reducciones de jornada voluntarias entre otras medidas). Pero esto exige plantarse frente a la globalización económica que impone la máxima competitividad a cada estado-nación, (grande o pequeño).
Fuente: ¿Quiénes son los nacionalistas? |
Si a esto unimos el problema de la insostenibilidad de este modelo y la represión económica ejercida sobre ese otro tercio de la población que subsiste precariamente o en la exclusión social, (a su vez infundiendo ansiedad economicista o posicional al resto), podremos ver que tenemos nuevos motivos y que necesitamos nuevas herramientas para reivindicar una cambio transnacional a favor de la vida, a favor de la emancipación humana como parte de ella, a favor de la autonomía y de un bienvivir auténticos.
Si bien la lógica de las economías de escala ha elevado el productivismo a su máxima expresión, deberían ser ya evidentes los "efectos secundarios"
suicidas, la desigualdad y la dominación que impone esta lógica. Por
ello el nuevo paradigma a extender por el mundo tendría que incluir un
cuestionamiento de la escala tanto en el ámbito corporativo como en la
concentración del poder político o en la posibilidad de acumular
patrimonio (que también implica poder político). Pero decidir con
autonomía desde abajo y en ámbitos locales, (a escala humana),
no tiene por qué llevar a la desconexión, a la irresponsabilidad sobre
problemas comunes o a la ausencia de compromisos transnacionales
vinculantes. La cuestión es, volviendo al inicio, cuál es la legitimidad
de esos compromisos (que ahora nos imponen desde las élites corporativas), y no tanto el grado de independencia entre territorios. De hecho, como hemos visto, la independencia política puede ser perfectamente connivente con la explotación internacional. La
soberanía plena es al planeta lo que la propiedad privada a la vida en
sociedad. Es necesario enmarcarla legalmente en unos límites de uso que
preserven el interés público y la inclusión,
(desde el color de la fachada o el humo del tabaco hasta los
impuestos), y la cuestión es extender esa lógica a la responsabilidad
colectiva de cada pueblo.
Podemos
encontrar inspiración para este cambio de paradigma en la reflexión
llevada a cabo por una parte de los kurdos que han evolucionado en su
posicionamiento teórico desde el nacionalismo al confederalismo democrático. Extraigo unos párrafos del siguiente artículo que lo explica:
"Varios años antes, tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, el
PKK había comenzado a reflexionar de manera crítica sobre el concepto
de Estado-nación. Ninguno de los territorios tradicionales de los kurdos
era exclusivamente kurdo. Por tanto un estado fundado y controlado por
los kurdos automáticamente acogería grandes grupos minoritarios, creando
el potencial para la represión de las minorías étnicas y religiosas del
mismo modo que los propios kurdos fueron reprimidos durante muchos
años. Como tal, un estado kurdo tendería a ser visto como una
continuación del problema existente en la región más que como una
solución al mismo. Por último, después de haber analizado la interdependencia del capitalismo y el estado-nación, por un lado, y entre el patriarcado y el poder estatal centralizado por el otro, Öcalan se dio cuenta de que la libertad y la independencia reales sólo podrían llegar una vez que el movimiento hubiera cortado todos los lazos con estas formas institucionalizadas de represión y explotación...: "La tarea consiste en apoyar el desarrollo de una democracia desde abajo... que tenga en cuenta las diferencias religiosas, étnicas y de clase en la sociedad ". ...
Una
confederación auto-organizada de municipios, trascendiendo las
fronteras nacionales y los límites étnicos y religiosos, es el mejor
baluarte contra la usurpación incesante de las potencias imperialistas y
las fuerzas capitalistas."
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Una
nota sobre el pueblo kurdo. Desde mi punto de vista, los kurdos de los
diferentes territorios que habita este pueblo parten de situaciones y de
motivaciones muy diferentes a las que se dan en los nacionalismos
occidentales. Aunque una parte de quienes promueven estos últimos, por
ejemplo en Cataluña, compartan el ideario anterior, contrario a la globalización neoliberal, no es el caso de la mayoría de ellos.
Y una nota a favor de los niños mimados. No son pocos los
burgueses ilustrados que a lo largo de la historia supieron relegar sus
preocupaciones económicas en favor de todo tipo de pasiones personales,
colectivas o políticas. Este me parece un camino importante para la transformación social.
Para
terminar dejo los enlaces a la serie de entradas de este blog en las
que planteé el problema de la globalización y la posible salida a la
misma:
He compartido este artículo en Facebook y he añadido un comentario, que reproduzco aquí:
ResponderEliminarComparto la opinión del autor en cuanto a que "el empuje de la sociedad civil nacionalista en países hiper-desarrollados, que ha decidido ser connivente con sus élites locales en esta aspiración, contrasta con la falta de empuje emancipador. ", pero no es menos cierto que hay una parte no desdeñable y cada vez mayor de personas en Catalunya que ven la independencia precisamente como un instrumento emancipador frente al capitalismo.
Lo curioso es que a estos sectores de la izquierda anticapitalista independentista catalana (básicamente las CUP y sectores concretos del movimiento de los Comuns i la izquierda ecologista) se les pueda acusar tanto de "venderse a la burguesía" como de "tenerla como rehén", dependiendo de si las críticas vienen de la izquierda no independentista (parte de los Comuns) o de la derecha no independentista (la extinta Unió Democràtica de Catalunya de Duràn i Lleida, sectores más moderados del PdCAT).
Desde el punto de vista del colapsismo, creo que la inmensa mayoría de los independentistas, básicamente clases medias-altas urbanas y clases medias-bajas rurales, que han sido los principales responsables del crecimiento electoral de esta opción en los últimos años, creen realmente que la independencia de Catalunya será la solución a la mayoría de sus problemas. En ese sentido, no son muy diferentes de quiénes no desean la independencia, e igualmente confían que continuar siendo ciudadanos españoles es la solución a sus problemas.
Y solo la izquierda anticapitalista independentista tiene claro que la nueva república debería tener características radicalmente diferentes de cualquier cosa que hayamos conocido en política hasta el momento, cosa que dejaron muy claro las CUP en una interpelación al Govern de la Generalitat de Catalunya el pasado 7 de septiembre, que desgraciadamente pasó sin pena ni gloria ni titulares de ningún tipo, dado que el foco de atención en ese momento estaba en las leyes de desconexión y del referéndum.
El modelo de sociedad y economía que defienden las CUP, y cito del texto presentado en el Parlament, se presenta como una alternativa "para evitar el caos y la barbarie hacia donde hoy estamos dirigiéndonos, necesitamos una ruptura política profunda con la hegemonía vigente, y una economía que tenga como fin la satisfacción de necesidades sociales dentro de los límites que impone la biosfera, y no el incremento del beneficio privado." Las CUP están, entonces también de acuerdo con la idea del decrecimiento, y por tanto de "una economía reducida, sí, materialmente mucho más modesta, pero puesta al servicio de las personas y no del lucro de unos pocos."
Desde el punto de vista del colapsismo entonces, esta parte de la izquierda anticapitalista en su mayor parte inequívocamente independentista sí que seguiría presentando un fuerte carácter emancipador.
El documento de las CUP está solo en catalán, pero en este enlace, además de poderse descargarse el documento, se puede leer una entrevista al miembro de las CUP que presentó la interpelación: https://www.15-15-15.org/webzine/2017/09/06/el-decrecimiento-a-debate-en-el-parlament-de-catalunya-entrevista-a-sergi-saladie-parlamentario-de-la-cup-crida-constituent/
Queda dicho. Gracias por el enlace. En realidad este es el motivo por el que he querido incluir una salvedad en la penúltima nota: "Aunque una parte de quienes promueven estos últimos [nacionalismo occidentales], por ejemplo en Cataluña, compartan el ideario anterior, contrario a la globalización neoliberal, no es el caso de la mayoría de ellos."
ResponderEliminarMi matiz es el siguiente. Como los problemas ecológicos a los que nos enfrentamos tienen una dimensión planetaria y esta afectará necesariamente a lo local, el localismo es sólo una parte de la solución, y creo que debe explicarse siempre cómo se aspira a engarzar ese localismo en el contexto global, (aunque ahora se trabaje por la soberanía ¿de modo transitorio?). De lo contrario nos quedamos en un marco de análisis burgués-capitalista (la preeminencia del estado-nación), incluso aunque se entre en conflicto con los intereses de una parte de la burguesía local; incluso aunque se apueste por el decrecimiento en la patria chica, (lo cual no es poco y tiene mérito haberlo propuesto). Hay que cubrir este otro flanco en la propuesta que se haga en relación al territorio -que yo vincularía más al biorregionalismo que a las fronteras históricamente determinadas- y a sus compromisos de convivencia con el resto del mundo.
En el artículo he propuesto inspirarnos en un confederalismo pragmático por oposición a la idealización nacionalista. Este cambio de enfoque no me parece menor o secundario. ¿Aspiran las CUP a un confederalismo ibérico o europeo o global?