Las movilizaciones colectivas son reconocidas
en ciencias políticas como claves para el cambio estructural en los sistemas
político-sociales. Pero las precondiciones, los mecanismos precipitantes y los
eventos disparadores de las movilizaciones no son bien entendidos. Por ello, la
mayoría de las revueltas sociales y
levantamientos revolucionarios como la Revolución Francesa, no pudieron
ser predichos por ningún observador, ni siquiera unos pocos años antes. La
naturaleza de agentes reflexivos que tenemos los humanos (principales
componentes de las sociedades, junto a artefactos y técnicas), provoca fuertes
retroacciones auto-amplificadoras (y también inhibidoras) entre los componentes
de una sociedad, lo cual provoca inestabilidad dinámica e impredictibilidad del
comportamiento colectivo. Sin embargo, la investigación sociológica ha
identificado algunos de los factores que facilitan las movilizaciones e
incrementan la probabilidad de la acción colectiva, y discutirlos puede tener
interés si buscamos presionar hacia una transición desde el actual sistema
económico insostenible a otro post-capitalista y sostenible.
Las revoluciones
Una de las
definiciones más aceptadas de las revoluciones fue dada por Skocpol (1979):
“transformaciones básicas y rápidas del estado y las estructuras de clase de
una sociedad acompañadas y en parte llevadas a cabo por revueltas desde abajo
basadas en la clase social”. Esta definición ignoraba factores influyentes como
la aparición de ideologías
revolucionarias, la agencia consciente, las culturas, las bases étnicas y
religiosas de las movilizaciones, los conflictos dentro de la élite y la
posibilidad de coaliciones multiclase. Como algunos de estos factores habían
sido analizados en la teoría de los movimientos sociales, estos estudios fueron
incorporados al análisis y algunos autores propusieron una definición más
amplia de revolución: “un esfuerzo por transformar las instituciones políticas
y las justificaciones de la autoridad política en una sociedad, acompañado por
una movilización masiva formal o informal y acciones no institucionalizadas que
socavan las autoridades existentes” (Goldstone, 2001). Cuando transforman solamente
las instituciones del estado, son llamadas revoluciones políticas. Cuando,
además de las instituciones políticas, transforman las estructuras económicas y
sociales, son denominadas “grandes revoluciones” (v.g. la Revolución Francesa
de 1789). Las revoluciones que incluyen revueltas autónomas de clase baja son
denominadas “revoluciones sociales” (Skocpol 1979); reformas radicales
lideradas por élites que controlan la movilización de las masas a veces se
llaman revoluciones de elite o “revoluciones desde arriba”. Los movimientos de
resistencia u oposición que no tratan de tomar el poder (v.g. protestas
campesinas o de trabajadores) o se localizan en una región particular o un
sub-grupo social, se suelen llamar “rebeliones” (si son violentas) o “protestas”
(si son predominantemente pacíficas).
Huntington (1968) señaló que las
grandes revoluciones muestran dos patrones distintos de movilización y
desarrollo. Si las elites militares y la mayoría de las otras élites
inicialmente apoyan activamente al gobierno, la movilización popular debe
realizarse desde una base segura, a menudo remota. En el curso de una guerra de
guerrillas o una guerra civil en la que los líderes revolucionarios extienden
gradualmente su control sobre el territorio, necesitan desarrollar el apoyo
popular mientras esperan a que el régimen sea debilitado por eventos, tales
como derrotas militares, crisis de la identidad nacional, una mala
planificación de su propia actividad represiva, su propia división o
corrupción, o la desaparición del apoyo extranjero al gobierno. Si el régimen
sufre deserciones en sus élites o en sus militares, el movimiento
revolucionario puede avanzar o iniciar insurrecciones urbanas y apoderarse de
la capital nacional. Revoluciones de este tipo, que pueden llamarse
“revoluciones periféricas” tuvieron lugar en Cuba, Vietnam, Nicaragua, Zaire,
Afganistán y Mozambique.
En contraste con estas, las
revoluciones pueden comenzar también con un colapso dramático del régimen en su
centro (Huntington 1968). Si las élites nacionales buscan reformar o reemplazar
el régimen, pueden alentar o tolerar grandes manifestaciones populares en la
capital y otras ciudades, y luego retirar su apoyo al gobierno, lo que
provocará un repentino colapso de la autoridad del antiguo régimen. En tales
casos, aunque los revolucionarios tomen rápidamente el poder central, necesitan
extender su revolución al resto del país, a menudo a través de un periodo de
terror o de guerra civil contra nuevos rivales regionales y nacionales o contra
los restos periféricos del antiguo régimen. Revoluciones de este tipo, que
pueden llamarse “revoluciones centrales”, tuvieron lugar en Francia, Rusia,
Irán, Filipinas e Indonesia. Algunas revoluciones combinan los dos tipos
anteriores en diferentes momentos. Por ejemplo, las revoluciones mejicana y
china.
Un tercer patrón de revolución,
un colapso general del gobierno, parece haber tenido lugar en el hundimiento de
los regímenes socialistas estatales del Este de Europa. En estos se combinaron:
esfuerzos de reforma liderados por la élite, que cambiaron las alineaciones
internacionales (las conversaciones de paz de la Unión Soviética con los
Estados Unidos y las fronteras abiertas de Hungría que permiten la emigración
masiva de Alemania); huelgas y manifestaciones populares de descontento, por
pérdida de confianza en la eficacia del gobierno; factores ideológicos como la
observación de las mayores tasas de crecimiento económico y consumismo de los
países capitalistas en comparación con la frugalidad forzosa del propio sistema.
Todo ello disminuyó la confianza de las masas en el sistema en la URSS y en
otros países del Este, a la vez que socavó la determinación de los líderes del
“Partido Comunista”, por lo que todo el aparato estatal degeneró rápidamente.
Aunque a veces hubo grandes enfrentamientos en las capitales (como en Moscú y
Bucarest), las acciones populares críticas en varios casos fueron realizadas
por trabajadores lejos de la capital, como los mineros de carbón en la Unión
Soviética y Yugoslavia y los trabajadores de astilleros en Gdansk en Polonia; o
por manifestantes urbanos de otras ciudades, como Leipzig en Alemania Oriental.
Según Goldstone (2001), la
conclusión de muchos estudios concretos muestra que los estados fiscal y
militarmente sanos que gozan del apoyo de unas élites unidas son en gran medida
invulnerables a una revolución desde abajo. En tales circunstancias, la miseria
popular y las quejas generalizadas tienden a producir pesimismo, resistencia
pasiva y depresión, a menos que las circunstancias de los estados y las élites
animen a los actores a prever una posibilidad realista de cambio. Pero hay tres
factores claves que pueden debilitar la estabilidad de tales regímenes: (a) si
los estados dejan de tener los recursos financieros y culturales suficientes
para llevar a cabo las tareas que se fijan para sí mismos y que las elites y
los grupos populares esperan que lleven a cabo, (b) si las elites dejan de
estar unidas y empiezan a dividirse o polarizarse, y (c) si las élites de la
oposición se unen con la protesta de los grupos populares. Así pues, se abren
oportunidades para una revolución siempre que el Estado tiene debilitada su
capacidad de recaudación fiscal, mientras que las elites se muestran reacias a
apoyar al régimen o están muy divididas sobre si hacerlo y cómo hacerlo.
Por otra parte, los gobernantes
estatales operan dentro de un marco cultural que incluye creencias religiosas,
aspiraciones nacionalistas y nociones de justicia y estatus. La violación de
esos valores culturales fomentan el resentimiento de los excluidos, que puede
tomar la forma de protestas populares y de las élites, contra las que los
gobiernos sólo van a poder contar con su poder militar y burocrático. Los
gobernantes que pierden contiendas militares o diplomáticas, o que parecen
demasiado dependientes de los caprichos de las potencias extranjeras, pueden
perder el apoyo de sus propios pueblos. Las contiendas de puritanos contra
católicos en la Inglaterra del siglo XVII, las controversias jansenistas en la
Francia prerrevolucionaria, las derrotas militares sufridas por la Rusia
zarista y las controversias sobre las prácticas de occidentalización en Irán
involucraron a gobernantes que violaron las creencias culturales o
nacionalistas y, por lo tanto, perdieron el apoyo popular y de su élite
(Skocpol 1979). En Rusia, donde las normas culturales toleraban regímenes
autoritarios pero requerían a cambio la protección paternal del pueblo por
parte del estado, el descarado desprecio por la gente común que demostraron las
matanzas del domingo sangriento en San
Petersburgo socavó el apoyo al zar. Las mismas normas culturales ayudaron a
sostener el poder paternalista de la Unión Soviética al principio, hasta que la
respuesta insensible del Partido Comunista al desastre nuclear de Chernobyl y
otras cuestiones de salud y bienestar también desligaron a la población de su
propio estado.
Según Goldstone (2001), si un
estado quiere evitar revueltas y revoluciones debe gestionar bien,
simultáneamente, las tareas estatales y los valores culturales, en síntesis,
debe ser eficaz y justo. Los estados y gobernantes que se perciben como ineficaces
aún pueden obtener el apoyo de la elite para la reforma y la reestructuración,
y el consentimiento popular, si se los considera justos. Los estados que son
percibidos como injustos pueden ser tolerados siempre que se los considere
efectivos en la búsqueda de objetivos económicos o nacionalistas, o simplemente
demasiado efectivos para desafiarlos. Sin embargo, los estados que parecen
ineficaces e injustos perderán el apoyo (popular y de las elites) que necesitan
para sobrevivir.
Goldstone cita tres cambios o
condiciones sociales, que no son necesarios ni suficientes para provocar una
revolución, pero que frecuentemente socavan la eficacia y la justicia de manera
crítica: (i) la derrota en una guerra; (ii) una tasa de crecimiento de la
población por encima de la tasa de crecimiento económico; (iii) un régimen de
naturaleza colonial con una dictadura personalista.
Según Goldstone, para que se
desarrolle una situación revolucionaria, deben darse dos condiciones: (i) las
élites deben estar divididas y polarizadas en varios grupos que proponen
diferentes formas de abordar la crisis o falta de legitimidad del gobierno;
(ii) alguno de los grupos de oposición de la élite es capaz de asociarse con
una movilización creciente de la población. Esta movilización puede ser tradicional, informal, o dirigida por
la propia élite.
En las movilizaciones tradicionales los individuos tienen compromisos de
larga duración entre ellos, v.g. comunidades locales, campesinos, gremios
artesanos de las ciudades, o comunidades
religiosas. Muchas veces, estas movilizaciones son defensivas e incluso
conservadoras, contra una subida de impuestos por ejemplo, pero no atacan la
propiedad de los señores ni el sistema mismo. Las movilizaciones informales se dan en grupos que comparten amistad,
lugar de trabajo, o vecindad. Suelen responder a situaciones de crisis. Ambos
tipos de movilización se suelen volver revolucionarias sólo cuando conectan con
élites disidentes con el gobierno. Pero cuando suman grandes masas de personas,
pueden crear miedo en el gobierno, que puede hacer concesiones muy por encima
de lo planeado incluso por las élites disidentes. Ello ocurrió en algunas
revueltas campesinas en Francia, Rusia y en la de Irlanda de 1640. En otros
casos, las élites disidentes se ponen al frente de las movilizaciones,
utilizándolas para sus proyectos renovadores. Ello ocurrió en la revolución de
los campesinos y bolcheviques en Rusia,
y en la revolución iraní de Jomeini. En la tercera clase de movilización, la
élite disidente organiza desde el principio la movilización de las masas
campesinas o urbanas. La revolución china, organizada en gran parte por el
Partido Comunista Chino, puede ser un ejemplo.
Las primeras teorías sobre las
revueltas y revoluciones tenían inspiración marxista y enfatizaban la
existencia de clases sociales con intereses objetivos en lucha, y factores
tales como el grado de deprivación objetiva de una clase dominada por una clase
opresora, como variables que podían desencadenar una revuelta. Goldstone, sin
embargo, subraya que las percepciones de deprivación están mediadas por marcos
culturales e ideológicos. La percepción de que el estado es ineficaz e injusto,
mientras que los movimientos revolucionarios de oposición son virtuosos y
eficaces, rara vez es un resultado directo de las condiciones estructurales.
Las privaciones y amenazas materiales deben considerarse no solo como unas
objetivas condiciones miserables, sino como el resultado directo de la
injusticia y las fallas morales y políticas del estado, en marcado contraste
con la virtud y la justicia de la oposición. Incluso la derrota en la guerra,
el hambre o el colapso fiscal pueden verse como catástrofes naturales o
inevitables en lugar de como una obra de un régimen incompetente o moralmente
degenerado. De manera similar, un acto de represión estatal contra los
manifestantes puede considerarse como parte del necesario mantenimiento de la
paz y el orden o, por el contrario, como una represión injustificada. Qué
interpretación prevalecerá depende del resultado que tenga la habilidad de los
revolucionarios y del régimen para influir en las percepciones mayoritarias
introduciendo marcos interpretativos (ideologías, marcos metafóricos) que sean
aceptados por las multitudes. Para que las ideologías creadas por los grupos
movilizados sean eficaces deben ser coherentes con los marcos culturales que
pre-existen en la población, esto es, con los supuestos subyacentes, valores,
mitos, historias y símbolos ampliamente compartidos. Una buena estrategia suele
ser apropiarse algunos marcos culturales tradicionales y reinterpretarlos a la
luz de los acontecimientos presentes de un modo favorable para la justicia y
conveniencia de la movilización. Otras veces se ha acudido a interpretar la
lucha actual como una reedición de antiguas luchas populares (como la de
Sandino en Nicaragua, la de Zapata en Méjico, o la de Bolívar en Venezuela) que
se pueden remontar incluso a muchos siglos atrás. Los valores y enseñanzas de
las religiones han sido muchas veces utilizados, reinterpretándolos, tanto por
revolucionarios como por sostenedores del orden.
Las ideologías muchas veces se
presentan además a sí mismas como destinadas a triunfar, ya sea por tener a su
lado a los dioses, a la Historia, al Progreso, a la Justicia, o a cualquier
otra fuerza o ideal superior, con lo cual se auto-refuerzan convirtiéndose si
tienen éxito en profecías que se auto-cumplen. Una tercera función que suele
ser útil en una ideología es proporcionar puentes entre grupos con distintos
marcos culturales, de modo que todos se sientan interpelados por la
movilización.
Las condiciones estructurales que
dan lugar a movimientos de protesta social, rebeliones infructuosas y
revoluciones son generalmente bastante similares. La transformación de los
movimientos sociales en rebeliones o revoluciones depende de cómo los
regímenes, las élites y las multitudes responden a la situación de conflicto.
La habilidad del liderazgo también tiene aparentemente importancia en el éxito
de una movilización o de una revolución, como muestra la exitosa planificación
estratégica de Mao en la Revolución China, que acabó convirtiendo una situación
de inicial debilidad en victoria final.
Como dice Goldstone: “Cuando se
enfrentan a demandas de cambio, los regímenes gobernantes pueden emplear alguna
combinación de concesiones y represión para desactivar la oposición. Sin
embargo, elegir la combinación correcta no es una tarea evidente. Si un régimen
que ya no es percibido como efectivo y justo ofrece concesiones, estas pueden
interpretarse como "pocas y excesivamente tardías", y simplemente
aumentar las demandas populares de un cambio a gran escala. Por eso Maquiavelo
aconsejó a los gobernantes que emprendieran reformas solo desde una posición de
fuerza; si se llevan a cabo desde una posición de debilidad, socavarán aún más
el apoyo al régimen.” La aplicación de la violencia estatal sobre una
movilización es igualmente complicada: para que sea efectiva para el Estado,
debe ser aplicada cuando la revuelta es aún débil y de un modo que no produzca
la impresión de ser arbitraria e injusta. En otro caso, puede volverse en contra
del Estado.
Goldstone defiende también que ni un grupo homogéneo simple con vínculos
fuertes (como una aldea campesina tradicional) ni un grupo altamente
heterogéneo (como una población urbana) son ideales para una movilización. La
movilización fluye más fácilmente en grupos donde hay una vanguardia
estrechamente integrada de activistas que inician la acción, con vínculos laxos
pero centralizados con un grupo más amplio de seguidores y simpatizantes.
El que amplios sectores de la
población perciban que un régimen no es justo ni eficiente es una conjunción
que precipita habitualmente la movilización (latente y sostenida en el tiempo)
en contra del régimen. Sin embargo a pesar de ello, en muchos casos la
población permanece largo tiempo sin intentar acciones directas, revueltas o
levantamientos en contra del régimen. Hasta que, en un momento dado, un evento
“disparador” cambia la percepción general sobre dos elementos
informacionalmente importantes: la fortaleza del régimen, que pasa a percibirse
como débil o poco decidido, y el número de otros grupos que apoyan la acción,
que de repente se percibe como mayor de lo que se creía. Este disparador basta
a veces para iniciar una movilización activa masiva, porque distintos grupos
sociales perciben a la vez que ahora su acción sí que puede hacer la
diferencia.
Charles Tilly (1978) propuso un
modelo para predecir el inicio de una acción colectiva en tales situaciones. Las
variables relevantes del modelo son las siguientes:
1. Los intereses del grupo. Las
ventajas y ganancias (pérdidas y desventajas) compartidas que el grupo espera
obtener de sus diferentes interacciones con otros grupos.
2. La organización.Tilly define
un grupo como una red categórica de relaciones, esto es, un colectivo que
comparte una característica común y a la vez posee lazos interpersonales de
algún tipo (reciprocidad, clientelismo, relación comercial, etc.); y considera
que un grupo está más organizado cuando ambas características, identidad
colectiva y extensión de las relaciones, están más definidas y desarrolladas.
3. Movilización. La cantidad de
recursos bajo control colectivo del grupo. Puede consistir en trabajo humano,
bienes, dinero, armas, aprobación social, y cualquier otro recurso que sea útil
al actuar hacia un interés compartido.
4. Oportunidad. La relación entre
los intereses del grupo y la situación actual del mundo que lo rodea. Tiene
tres elementos:
(i) Poder: el grado con que el resultado de las interacciones del grupo
con otros grupos favorece sus intereses por encima de los intereses de los
otros grupos; adquirir (perder) poder es aumentar (disminuir) las expectativas
de satisfacción de los propios intereses grupales en tales relaciones.
(ii) Represión: el coste que la interacción con otros grupos tiene para
el grupo. Como proceso, cualquier acción de otro grupo que aumente el coste de
la acción colectiva. Una acción que baje ese coste se denomina una facilitación.
(iii) Oportunidad/amenaza: el
grado con el que otros grupos (incluido el gobierno) (a) son vulnerables a nuevas
demandas que, si triunfaran, aumentarían la satisfacción de los intereses
grupales, o (b) amenazan con hacer demandas que, si triunfaran, reducirían la
satisfacción de los intereses grupales.
5. Actividad colectiva. El grado
de acción conjunta de la población de un grupo en pro de fines comunes; como un
proceso, la acción conjunta misma.
Los intereses del grupo pueden
implicar, por ejemplo, el obtener siempre más bienes colectivos que pérdidas, y
no tener nunca resultados negativos. Esta clase de grupo Tilly la llama oportunista.
La figura siguiente muestra una
curva que Tilly denomina una función de poder grupal. Representaría los bienes
colectivos esperables por el grupo en función de los recursos gastados en
obtenerlos. Como puede observarse por la forma de la curva, para grados altos
de movilización de recursos, los resultados empiezan a disminuir, debido a
acciones externas inhibidoras, como la represión procedente del gobierno. Para
grados demasiado bajos de movilización de recursos, los resultados pueden ser
negativos en lugar de positivos, sugiriendo que un mínimo de actividad puede
ser necesaria para defender la integridad del grupo.
En principio, si se trata de un
grupo oportunista, las movilizaciones se iniciarían siempre en situaciones en
que las oportunidades sugieren unos logros o ganancias colectivas que están por
encima de la línea de “break even” para ciertos gastos de recursos y que (a
juzgar por la curva de poder actual) pueden ser alcanzados gastando cierta
cantidad de recursos (definidos por la línea vertical de la figura). Pero puede
haber también grupos que dan un valor extremadamente alto a conseguir
determinados objetivos y los siguen persiguiendo incluso hasta gastos de
recursos desproporcionados respecto a lo que se está consiguiendo (Tilly llama zelotes a estos grupos); o grupos que
gastan lo mínimo y sólo se movilizan a la defensiva (míseros), etc.
La sección de la curva de poder
que está a la izquierda de la línea de “break even” es llamada el poder
potencial del grupo, pues es en esa zona donde el grupo probablemente se
movilizará (si es un grupo oportunista). La movilización del grupo, o conjunto
de recursos controlados (representada por la línea gruesa vertical), pone un
límite máximo a los recursos que pueden ser gastados realmente. Sin embargo, en
este caso los recursos invertidos en la acción colectiva son menores que los
potencialmente permitidos por la movilización, pues las oportunidades no
permiten seguir aumentando las ganancias aunque sigamos aumentando los recursos.
Hemos dibujado una línea fina horizontal que representaría la ganancia máxima
esperable de las oportunidades en el pasado, y otra línea horizontal más gruesa
y más alta que representa las ganancias esperables en la situación presente,
cuando las oportunidades se han modificado favorablemente.
Una acción colectiva puede ser
disparada por un aumento repentino de las oportunidades que deja al poder
grupal en situación de poder satisfacer sus intereses con los recursos que
puede movilizar. Otras posibilidades que tiene un grupo largo tiempo inactivo
para mejorar sus posibilidades de acción colectiva son: elevar su curva de
poder aliándose con nuevos grupos o aumentando la inversión de esfuerzo
personal de sus miembros; redefinir sus intereses y fines colectivos; aliarse
tácticamente con otros grupos para aumentar las oportunidades de su presión
contra el régimen; o aumentar la movilización enrolando nuevos miembros.
Otro punto interesante que señala
Goldstone es el carácter fuertemente no-lineal que tienen las revoluciones.
Antes de que se produzcan, casi todos los regímenes parecen gigantes
invencibles o montañas inamovibles, pero en cuanto la movilización se vuelve
masiva, y ello ocurre muchas veces de modo súbito y realimentándose
exponencialmente, el régimen se percibe de repente como un “tigre de papel”
(tal como lo expresaba Mao Tse Tung), pues su estabilidad se basaba en el apoyo
o consentimiento de grandes masas de población y ese apoyo se percibe de
repente como en descomposición.
Goldstone opina que un modelo de
tres factores, con indicadores que cuantifiquen la salud financiera del estado,
la competencia de las élites por las posiciones de poder, y el bienestar de la
población, permitiría evaluar la probabilidad de una crisis revolucionaria.
Otros autores como Charles Tilly piensan que un fenómeno tan no-lineal y
complejo no tiene asociada ninguna probabilidad numérica que tenga sentido,
pero sí se pueden identificar situaciones muy favorables o poco favorables para
la acción colectiva.
Las transiciones socio-técnicas
Además de
revoluciones y cambios político-sociales, los sistemas sociales sufren
transformaciones de sus sistemas socio-técnicos. Estas transformaciones pueden
producirse independientemente de las primeras pero, en muchos casos, entran en
simbiosis o retroalimentación mutua con aquellas. En estos casos, el sistema
socio-técnico que cambia puede coincidir con todo un sistema de producción (v.g.
el capitalismo industrial), ser solamente una parte del sistema de producción
(v.g. su sistema energético), o un conjunto de tecnologías concretas (v.g. los
vehículos de combustión interna). Algunos autores han utilizado conceptos
tomados de la teoría de Sistemas
Complejos (véase también http://entenderelmundo.com/2018/03/23/la-evolucion-de-la-complejidad/
y http://entenderelmundo.com/2018/04/03/modelos-complejos-en-ciencias-naturales-y-sociales/
) para describir las transiciones socio-técnicas.
Verbong
& Loorbach (2012) caracteriza un sistema social en evolución o transición
como un sistema complejo adaptativo, y lo describe en tres niveles: nichos,
régimen y ambiente.
Fig. tomada de Geels 2011. |
Geels (2011) distingue tres
clases de cambios ambientales, que pueden afectar la dinámica de los atractores
(instituciones) del régimen:
(1) factores que cambian muy
lentamente, como el clima físico, o la producción primaria bruta de la
vegetación.
(2) cambios a largo plazo en
cierta dirección (tendencias), tales como cambios demográficos, tasas de
alfabetización, extensión de los suelos cultivables.
(3) choques externos rápidos,
como guerras, fluctuaciones en el precio del petróleo. Aquí podríamos incluir
eventos como el cénit de producción de combustibles fósiles, o de metales
económicamente esenciales.
Las tendencias del ambiente no
son sólo inestabilizadoras, también pueden ser estabilizadoras para algunas
prácticas o tecnologías dominantes. Por ejemplo, el transporte basado en
automóviles tiende a ser estabilizado por tendencias ambientales como (Geels,
2011): (a) globalización y aumento del comercio mundial, (b) individualización
y personas cada vez más autónomas, (c) turismo internacional en rápido
crecimiento, (d) el aumento de la riqueza y la presencia del segundo automóvil
en los hogares, y (e) un cambio hacia una sociedad en red que genera flujos
crecientes. Skocpol ha subrayado también el efecto estabilizador que tiene el
apoyo político, económico e ideológico de otros gobiernos estatales sobre el
propio gobierno.
Algunos cambios ambientales son
provocados en gran medida por la acción acumulada de regímenes previos, tal
como muestra la sustitución de las grandes extensiones de bosques por praderas
de pasto y cereales en los sistemas con agricultura industrial.
En situaciones de crisis, las
prácticas y atractores del régimen dominante son cada vez más incapaces de
adaptarse a los cambios del ambiente y a las perturbaciones que generan los
nichos. En esas precondiciones, si hay una presión suficiente, el régimen podría
entrar en una fase de reconfiguración y transición, en la que elementos del
régimen antiguo y elementos nuevos se recombinan para alcanzar una forma nueva
de funcionamiento que acaba estabilizándose como nuevo régimen.
El nivel central de observación y
actuación, el régimen, es el de interés primario, porque las transiciones se
definen como cambios de un régimen a otro. Está constituido por un conjunto de
reglas de coherencia parcial que orientan y coordinan las actividades de los
grupos sociales que reproducen los varios elementos de los sistemas socio-técnicos.
Estas reglas, para los agentes humanos, son un entorno de su acción; pero a la
vez son el resultado de las acciones de los agentes, de modo que tienen una
naturaleza dual.
Aunque cada transición ocurre de
una manera distinta, es frecuente encontrar esta pauta de transición:
Transición abajo-arriba: (a) las innovaciones en algunos nichos van
lentamente ganando impulso, (b) los cambios a nivel ambiental crean presión
sobre el régimen y vuelven su funcionamiento más inestable, y (c) la
desestabilización del régimen crea una ventana de oportunidad para algunos
nichos innovadores, que acaban extendiéndose exponencialmente por todo el
sistema.
En esta clase de transición, las
presiones ambientales colocan al régimen en un régimen de funcionamiento deficiente
y poco estable. En esta situación de crisis, algunas prácticas alternativas a
las dominantes que habían ganado peso en los intersticios del sistema (“centros de nucleación” en la
terminología de García-Olivares 1988), reciben el apoyo de otros grupos
sociales y económicos, y acaban extendiéndose por todo el sistema.
La agencia social se produce
frecuentemente a través de movilizaciones y acciones de movimientos sociales
que, como indica Geels (2011) suelen ser especialmente perturbadoras del
régimen cuando se alinean con nuevos desarrollos tecnológicos y nuevas
actividades económicas en nichos.
Hay otros cuatro modelos de
transición adicionales a este principal:
Transformación: la modificación de los parámetros del medio ejerce
presión sobre el régimen en un momento en que no hay innovaciones tecno-sociales
disponibles. Los actores más poderosos modifican la dirección de las
actividades de innovación y desarrollo, lo que conduce a ajustes graduales de
los regímenes a las presiones del ambiente.
Reconfiguración: La modificación de los parámetros de entorno
empieza a presionar sobre el régimen en una época en la que hay innovaciones
útiles disponibles, aunque no necesariamente de forma acabada. Si las
innovaciones de los nichos resultan ser simbióticas con el régimen, los actores
más poderosos pueden adoptarlas como "complementos" para resolver
problemas locales. Esta incorporación puede desencadenar ajustes posteriores,
que cambian la arquitectura básica del régimen a la larga.
Sustitución tecnológica: La modificación de los parámetros del
entorno empieza a presionar sobre el régimen en una época en la que hay
innovaciones de nicho eficaces y bien desarrolladas. Las tensiones en el
régimen crean una ventana de oportunidad para el avance de innovaciones de
nicho, que acaban reemplazando al régimen. Una ruta alternativa es que las
innovaciones de nichos adquieran un gran impulso interno (debido a las
inversiones de recursos, la demanda de los consumidores, el entusiasmo
cultural, el apoyo político, etc.), en cuyo caso pueden reemplazar el régimen
sin la ayuda de las presiones del medio.
Desintegración y recomposición: presiones grandes del medio provocan
la desintegración del régimen y posteriormente, aprovechando ese
"espacio", surgen múltiples innovaciones de nicho, que coexisten
durante largos períodos de tiempo (lo que genera incertidumbre sobre cuáles
serán las más aceptadas socialmente). Los procesos de recomposición
eventualmente ocurren alrededor de una innovación, lo que lleva a un nuevo
régimen. Los colapsos eco-sociales y su evolución posterior podrían
considerarse ejemplos de esta clase de transición en la que todo el modo de
producción entra en crisis, junto con sus instituciones políticas asociadas.
Otra sistematización diferente de
las transiciones socio-técnicas fue propuesta por Dahle (2007) a partir de las
principales conclusiones de la literatura científica sobre las revoluciones
políticas. Esta clasificación tiene en cuenta que la agencia humana está
siempre presente en las épocas de cambio socio-técnico, y atiende
principalmente a las diferentes estrategias que los actores humanos emplean en
su acción colectiva, con el fin de subvertir el régimen dominante. Dahle distingue
entre las siguientes clases de transición, según el tipo de actores que más
están influyendo en el cambio:
(1) Reformistas: las elites existentes (en política y negocios) cambian
gradualmente las instituciones existentes en direcciones más ecológicas (por
ejemplo, a través de impuestos ecológicos y tratados ambientales internacionales).
Este camino tiene similitudes con la vía de transformación en la que el propio
régimen se ajusta a las presiones externas.
A los actores reformistas no les
gustan los levantamientos, ni que los cambios atenten contra la competitividad
ni la economía capitalista; piensan que las élites políticas y económicas del capitalismo verde pueden asegurar el
bienestar de las generaciones futuras; el cambio debe ser dirigido desde los
gobiernos con la ayuda de las burocracias internacionales, a base de tasas
verdes y acuerdos ambientales internacionales. Parte de estas élites apoyarán
la sustitución de las élites dominantes más conservadoras por nuevas élites
procedentes de los disidentes más cooperadores con el régimen. Esto puede
requerir de la existencia de una opinión pública activa que apoye estas medidas
renovadoras de la élite. Según Dahle, ejemplos de esta actitud serían Al-Gore o
la Comisión de Medio Ambiente y Desarrollo de la ONU.
(2) Revolucionarios impacientes: la élite existente debe ser reemplazada
(derrocada) por una nueva élite de expertos ambientales que están dispuestos a
implementar medidas drásticas. El consentimiento democrático no es crucial,
porque "no hay tiempo para esperar a que la mayoría de la población esté
de acuerdo con los cambios necesarios" (Dahle, 2007: 492). Este modo tiene
similitudes con el modelo de revolución conspirativa tipo leninista, dirigida
por una élite activa.
(3) Combatientes de base: el cambio debe surgir desde abajo, fuera de
las instituciones existentes. Los movimientos sociales deben desarrollar
estructuras alternativas (cooperativas, comunas, ecoaldeas) y esperar que la
mayoría sea influenciada por el poder del ejemplo y se adscriba en masa al
nuevo modelo. Este perfil tiene algunas similitudes con el modelo volcánico de
las revoluciones, en la que una serie de insatisfacciones y de privaciones se
van acumulando en la gente hasta que ésta no puede aguantar más y se levanta en
masa.
(4) Revolucionarios Pacientes:
las iniciativas verdes tienen pocas posibilidades de cambiar lo importante,
salvo que las estructuras existentes se abran o colapsen, lo que puede requerir
choques ambientales o desastres. Hasta que esto suceda, los revolucionarios
pacientes deben fomentar innovaciones en los nichos (o intersticios) y
prepararse para el momento adecuado, facilitando los procesos de aprendizaje,
la educación pública, la sensibilización y las prácticas alternativas en nichos.
Este tipo de transición tiene similitudes con el modelo que afirma que los cambios
revolucionarios se producen solamente cuando las élites están desunidas o
cuando las instituciones del régimen se debilitan; también tiene similitudes con
la vía que antes denominamos desintegración
y recomposición.
Este grupo está dividido sobre
qué hacer en el momento presente. Algunos piensan que participar en las
movilizaciones que pidan mejoras ambientales de cualquier tipo es siempre
positivo, pues contribuye a crear y extender la conciencia del problema; otros
piensan que ello sólo contribuye a crear la falsa impresión de que es posible
alguna solución dentro del sistema actual. Dryzek (citado por Dahle) detectó correlaciones entre el legado
democrático de distintos pueblos del Este de Europa y el tipo de sistema que
construían tras una revolución. Ello le lleva a aconsejar que, si queremos una
democracia ecológica futura después de una crisis, empecemos a perseguirla aquí
y ahora.
(5) Radicales
multi-frente: Estos actores no creen que el sistema actual pueda crear
élites orientadas al futuro, pero creen que las instituciones deben ser
cambiadas a la vez que los hábitos de vida y los valores. La estrategia sería,
pues, multi-frente: acciones de abajo-arriba combinadas con participación en la
toma de decisiones gubernamentales (v.g. mediante partidos verdes). A
diferencia de los luchadores de base, que creen que el cambio de actitudes en
la base, mediante el ejemplo, debe preceder a cualquier cambio de las
instituciones dominantes, este grupo considera que ambas transformaciones deben
ser simultáneas. Dahle localiza en los Países Nórdicos a la mayoría de este
grupo, por su tradicional reluctancia al extremismo político.
Distintas personas suelen cambiar
de una estrategia a otra a lo largo de su vida. Dahle cita como ejemplo a James
Robertson, un “luchador de base” en los 70 y 80, que mejoró su fe en el
establishment británico posteriormente, pasando a ajustarse al perfil de un
radical multifrente. En contraste, Erik Dammann y Rajni Kothari eran inicialmente
“Radicales multifrente”, pero se volvieron más pesimistas a lo largo de los
años. La globalización creó un nuevo contexto económico-político ampliamente
aceptado que les resultó muy difícil combatir desde dentro del sistema. Ello
les llevó a acercarse a las estrategias de los “luchadores de base” y los “revolucionarios
pacientes”.
Muchos miembros de paridos verdes
inicialmente eran “luchadores de base” que querían que sus partidos entraran en
las instituciones solamente como medio amplificador de sus demandas. Pero la
práctica institucional convirtió a muchos (v.g. Daniel Cohn-Bendit, el líder de
Mayo del 68) en “luchadores multi-frente”,
cuando no directamente en “reformistas”. En estos últimos casos, el sistema los
ha cambiado más a ellos que ellos al sistema. Un ejemplo llamativo que cita
Dahle es el de Jonathan Porrit, un líder de los Verdes británicos, que opinaba
que el capitalismo "destruirá el planeta mucho antes de que logre
satisfacer las necesidades de las personas que dependen de ese planeta", y
ahora es un defensor a ultranza del capitalismo
verde, y cree que el capitalismo es la única fuerza global capaz de lograr
la reconciliación entre la sostenibilidad ecológica y la búsqueda de la
prosperidad.
La transición eco-social. Mi diagnóstico
personal improbable
Las personas con
ideología anarquista, de izquierda radical, anticapitalista, o eco-socialista,
tienden a adoptar estrategias colectivas de movilización del tipo que Tilly
llamaba zelote. Sus fines colectivos
son muy exigentes: la abolición del capitalismo, el decrecimiento y el
eco-socialismo, por lo que no se involucrarán con mucha fuerza en actividades
de tipo reformista. Pero si percibieran oportunidades colectivas de acabar con
el capitalismo, invertirían recursos en la movilización incluso cuando los
logros fueran momentáneamente contrarios a los propios intereses y objetivos. Mientras
no perciben tales oportunidades suelen adoptar actitudes como la del combatiente de base, o a veces, la (4),
la (5) o la (2).
Según https://blogs.elconfidencial.com/cultura/el-erizo-y-el-zorro/2018-01-09/clases-medias-familias-espana-el-fin-del-primer-mundo_1502884/
en España un 38,5 por ciento de los hogares son de rentas bajas (ganan menos
del 75% del ingreso mediano), un 52,3 por ciento son de rentas medias (entre
0.75 y dos veces el ingreso mediano) y un 9,2 por ciento son de rentas altas
(más de dos veces el ingreso mediano). En España, de los 18 millones de
hogares, aproximadamente un 10% tiene a todos sus miembros en paro, de modo que
podemos decir que este grupo ascendería al 10% de la población española. Por
tanto, podríamos decir que los trabajadores con empleo (aunque sea de mala
calidad) y los empleados con ingresos medios (clase “media”) vendrían a ser el
81% de la población.
La mayor parte de los
trabajadores desempleados y los de ingresos bajos tienden a adoptar la
estrategia que Tilly llamaba del mísero.
Viven en situación permanente de supervivencia individual, lo cual les deja sin
recursos materiales que invertir en acciones colectivas. Sus movilizaciones a
corto plazo pueden ser defensivas y de corta duración. Pero al no tener casi
nada que perder, podrían unirse a una movilización colectiva duradera de otros
grupos, si esta tuviera visos de cambiar radicalmente el sistema actual. Esto
es, tienen el potencial de cambiar de míseros
a zelotes si las oportunidades fueran
muy claras.
La mayor parte de las clases
asalariadas con ingresos medios del mundo occidental tiende a comportarse como
lo que Tilly llama corredores de medio
fondo. Son conscientes de que tienen mucho en comparación con las
condiciones laborales y vitales que sufre la mayoría de la población del
planeta, e incluso occidental. Se puede decir que consideran injustas a sus clases
económico-políticas, así como al régimen capitalista neo-liberal, pero le
conceden una legitimidad por su capacidad de mantener al país en una
prosperidad superior a la de la mayoría de países del mundo. De modo que nunca invertirán ningún esfuerzo
serio en acabar con el capitalismo, ni en buscar un sistema realmente
sostenible (que debe ser necesariamente post-capitalista), salvo si el sistema
dejara de garantizarle la seguridad laboral y vital que tienen. A corto y medio
plazo sus movilizaciones seguirán siendo limitadas a objetivos acotados,
reformistas, y compatibles con un reformado capitalismo
verde. Los ideólogos del neo-liberalismo han tenido éxito a corto plazo al
despertar el miedo a perder lo (poco) que tengo entre los asalariados de
occidente, volviéndolos individualistas y conservadores.
Lo que creo que puede pasar a
medio y largo plazo lo hemos comentado en García-Olivares y Solé (2014) y
resumido en http://crashoil.blogspot.com/2014/03/mas-alla-del-capitalismo.html
. Las crisis que se nos avecinan provocarán con gran probabilidad el fin del
crecimiento y el estancamiento económico, la mayor incertidumbre creo que está
en si el sistema conseguirá superar las crisis de productividad de los suelos,
la escasez global de agua, la pérdida masiva de biodiversidad, y el cénit de
los combustibles fósiles, o no podrá superarlas. Todas estas crisis podrían
tener lugar entre 2030 y 2050. Cabe la posibilidad de que el sistema
consiguiera superarlas con medidas tales como transición a una agricultura
parcialmente orgánica, riego eficiente y desalinización con concentración
solar, reforestación y prohibición del comercio de aceite de palma, e inversión
masiva en renovables y capitalismo verde. Considero esta posibilidad tan
probable como improbable, esto es, indecidible de momento. Por ello, insistir
en que el colapso del capitalismo se va a producir con seguridad de forma
inminente podría desprestigiar al eco-socialismo si tal predicción no se
cumple. Ello nos etiquetaría ante gran parte de la población como gente poco
fiable, no apta para generar ideas-guía en una futura movilización.
Si el sistema consiguiera superar
esas crisis, tendríamos un escenario de crecimiento
verde hasta que los principales metales industriales mostraran rigidez en
su oferta. En algunos estudios publicados sugeríamos que el despliegue de una
economía 100% renovable que produjera unos 12 TWa/a ya provocaría tal rigidez
en la oferta de cobre, níquel, litio y platino-paladio. Esto provocaría, en las
décadas finales de este siglo, una crisis de solución mucho más difícil que las
anteriores, con probable parada del crecimiento.
Sea a mediados o a finales de
siglo, el estancamiento del crecimiento y la economía provocará probablemente
la pérdida de confianza en las élites económico-políticas como capaces de
mantener una prosperidad y un progreso relativos. La crisis se producirá
probablemente tanto en los países desarrollados como en los demás, pues la
escasez de materiales esenciales afectaría a todas las industrias nacionales.
Las situaciones de estancamiento capitalista suelen aumentar ampliamente las
desigualdades y el desempleo, lo cual contribuirá a la extensión de la idea de
que el sistema capitalista es esencialmente injusto. Esta pérdida de fe tanto
en la justicia como en la eficiencia de las élites y del sistema son las
condiciones que muchos investigadores han identificado como capaces de hacer
desaparecer la legitimidad otorgada a los mismos, lo cual aumentará el nivel de
movilización social.
En esa coyuntura, los distintos
grupos sociales tienen amplio margen para aumentar sus horizontes de
oportunidad uniendo las demandas de unos con las demandas de otros en contra
del régimen. Será entonces más fácil la convergencia de grupos de intelectuales
“zelotes” favorables a la transición, con grupos de excluidos, sobreexplotados,
parados, movimientos indigenistas, desplazados climáticos, indignados,
cooperativistas y nichos de economía solidaria. En presencia de fuerte
movilización, estos aumentos de oportunidad, según el modelo de Tilly, suelen
funcionar como disparadores de acciones colectivas contra el régimen
político-económico dominante. Pero ninguno de estos acontecimientos está
determinado. La habilidad de la población a la hora de generar marcos
interpretativos favorables a la transición post-capitalista será también clave
para que esas acciones colectivas cristalicen en una transición hacia un mundo
vivible y no hacia un neo-feudalismo, que es el otro escenario que
considerábamos probable en García-Olivares y Solé (2014).
¿Hay alguna estrategia mejor o peor para el
momento presente, cuando no se han producido todavía las condiciones citadas?
La conclusión de Dahle es que lo peor para lograr una transición es desistir,
porque ello nos puede llevar a una catástrofe ecológica. Por un lado, hay mucho
que hacer en el terreno de la lucha ideológica y contra los marcos metafóricos
culturales que hoy apoyan la dominación, el imperialismo, el patriarcado, el
clasismo, el darwinismo social, el
modernismo con sus dicotomías hombre/naturaleza y sujeto/objeto, la guerra, la
razón instrumental, las jerarquías, la supremacía de lo abstracto sobre lo
concreto, los cuerpos y la vida como mercancías, el consumismo y la
auto-explotación. Por otro lado, los esfuerzos combinados de reformistas, revolucionarios impacientes, luchadores
de base y radicales multifacéticos
pueden producir la dinámica necesaria para provocar cambios cualitativos.
También los revolucionarios pacientes
pueden ser útiles si se involucran en preparar las condiciones para un cambio
estructural cuando se den las condiciones apropiadas.
Como partidario de esta última estrategia,
me parece de especial importancia la promoción y participación en cooperativas
energéticas, agrícolas e industriales, iniciativas sin ánimo de lucro, banca
popular, ciudades en transición, eco-villas, experimentos de agricultura
orgánica y permacultura, software libre, y tecnologías libres. Todo ese tejido
de prácticas debería tener suficiente desarrollo en una futura situación de
estancamiento estructural del crecimiento capitalista, si queremos que la gente
se adscriba en masa a prácticas alternativas a las dominantes.
Si ese tejido económico
alternativo al dominante (“nichos” o centros de nucleación de nuevas prácticas)
estuviera entonces suficientemente desarrollado, se podrían lanzar con
posibilidades de éxito consignas similares a las clásicas consignas
anarquistas, que servirían como guías en la movilización hacia un sistema
post-capitalista simbiótico (y no enemigo) de la vida y de las sociedades.
Algunas de estas consignas-guía podrían ser las que propone el Manual de
Soberanía Económica de http://tarcoteca.blogspot.co.uk/2015/01/soberania-economica-dejar-de-usar.html?m=1
:
-No usar bancos: usar servicios
alternativos, dinero en efectivo, cuentas a 0, servicios de pago electrónico,
divisas sociales, criptodivisas
- No usar divisas estatales: usar
moneda social, criptodivisas, dinero natural como el oro
- No usar financiación bancaria:
usar micromecenazgo/ crowfounding/ suscripciones/ donativos
- No usar servicios corporativos:
usar servicios públicos, socializados o alternativos
- No consumir bienes
corporativos: consumir sólo servicios y productos sociales
- No organizarse en sus
asociaciones capitalistas: organizarse en asociaciones independientes
- No trabajar en sus empresas:
participar sólo en cooperativas
- No participar en sus partidos
políticos: usar las organizaciones locales y de base como sindicatos, juntas
vecinales y concejos horizontales.
Ahora bien, aunque la situación
presente no sea aún una situación de crisis general del sistema, todas estas medidas
pueden irse desarrollando progresivamente aquí y ahora, por lo que la
estrategia del “revolucionario paciente” no tiene por qué diferir en la
práctica de la del “luchador de base”, salvo en el modelo diferente que ambos
utilizan para imaginar el momento de la crisis definitiva del régimen.
En la situación presente, la
venta del propio trabajo asalariado a una empresa capitalista suele ser
justificable por la necesidad de sostener a una familia a cargo del trabajador,
y la inexistencia de alternativas. En una situación con un tejido de empresas
cooperativas, solidarias o sin ánimo de lucro, la venta de la propia fuerza de
trabajo fuera de estas redes solidarias, dejaría de ser la única opción,
empoderando a la movilización. Es más, llegado un punto de alto desarrollo de
ese tejido, vender el propio trabajo asalariado a una empresa capitalista
podría ser considerado moralmente “indecente”. Estas valoraciones morales
pueden ayudar notablemente a amplificar el traspaso de una forma de vivir a la
alternativa, y así ha sido en revoluciones históricas como la inglesa, donde la
participación en la revuelta puritana (o en la de los “niveladores”) contra el
poder monárquico era considerada como un deber moral por muchos grupos sociales,
no sólo como una persecución de los propios intereses. Otras consignas y
valores-guía que permitieran diferenciar y enaltecer a los partidarios del
nuevo régimen con respecto a “los otros”, o grupos conservadores que defiendan
al viejo sistema inútil, podrían ser importantes en esa fase final.
Artículo escrito por Antonio García-Olivares
Referencias
Dahle, K., 2007. When do
transformative initiatives really transform? A typology of different paths for
transition to a sustainable society. Futures 39, 487–504.
García-Olivares, A., 1988, El
Concepto de Cambio Estructural en las Ciencias Sociales, Revista
Internacional de Sociología, Vol. 46, Nº 2
(Junio-88), 243-262.
García-Olivares, A., Solé, J., 2014.
End of growth and the
structural instability of capitalism- From capitalism to a symbiotic economy.
Futures 68, p. 31-43. Special Issue on Futures of Capitalism. http://dx.doi.org/10.1016/j.futures.2014.09.004
Geels F. W. 2011. The multi-level perspective
on sustainability transitions: Responses to seven criticisms. Environmental
Innovation and Societal Transitions 1, 24-40.
Goldstone, J.A., 2001. Toward a fourth
generation of revolutionary theory. Annual Review of Political Science
4, 139–187.
Huntington SP. 1968. Political Order in
Changing Societies. New Haven, CT: Yale Univ. Press
Skocpol, T., 1979. States and Social
Revolutions: A Comparative Analysis of France, Russia and China. Cambridge
University Press, Cambridge.
Tilly C. 1978. From Mobilization to Revolution.
Addison-Wesley, Rading, Massachusetts, USA.
Verbong G., Loorbach D. (Eds.), 2012. Governing
the Energy Transition, Chap. 1, Introduction. Routledge, New York.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
NO SE ADMITEN COMENTARIOS ANÓNIMOS