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lunes, 27 de abril de 2015

Burocracia. La utopía de las reglas


El último libro publicado por David Graeber “The Utopia of Rules” se compone de una introducción y tres ensayos en los que se aborda el complicado tema de la burocracia desde distintos enfoques: el primero la violencia, el segundo la tecnología y el tercero la racionalidad y el valor. En este post, me voy a limitar al planteamiento de un tema que estuvo en boga después de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 70 pero que ahora está relegado a pesar de su importancia.



Hoy en día, estamos acostumbrados a lidiar con el aparato burocrático y a emplear largas horas en cumplimentar los requisitos que cualquier acción conlleva. Lo que denominamos “papeleo”, que consume una parte muy sustancial de nuestro tiempo aunque sea por vía electrónica. Un consumo de un tiempo que, frecuentemente, consideramos como perdido. Es algo que damos por sentado sin prestarle mayor reflexión, a pesar de lo impotentes o estúpidos que nos sentimos en ocasiones enfrentados al papeleo, por ejemplo, la omisión de un trámite o la falta de un determinado papel, los ejemplos son innumerables.


La relación de la izquierda ideológica con la burocracia ha sido siempre difícil; tal vez, porque la derecha se ha apropiado de la lucha contra la burocracia como elemento controlador, a quien se acusa, de interferir en los maravillosos mecanismos del “libre mercado” echando arena a su precisa maquinaria para impedir que despliegue toda su magia. Por otra parte, la burocracia vista como una máquina uniformizadora del estado, destinada a reprimir cualquier expresión que se salga fuera de los cauces establecidos, ha quedado arrinconada porque el ataque de la derecha obliga a la defensa de la misma como un estandarte del menguante estado del bienestar.

La burocracia plantea para los defensores del libre mercado un problema, pues el mercado disciplina el interés propio para obtener un resultado óptimo. Por esa causa, nunca encajó en el relato liberal desde sus inicios ya que era visto como un vestigio del pasado. Sin embargo, la ruptura con el antiguo régimen no pareció afectar a la burocracia porque, incluso en los países capitalistas más avanzados durante el siglo XIX, como Inglaterra o Alemania, su importancia aumentaba en lugar de disminuir. Pero, si la burocracia estatal no está sometida a la disciplina del mercado hay que tomar dos medidas, reducirla a la mínima expresión mediante la llamada desregulación acompañada de privatizaciones y, por otra parte, introducir, en la medida de lo posible, esa disciplina en forma de criterios de mercado dentro de la administración para hacerla más “eficiente”. La socialdemocracia ha cedido en ese campo como forma de defender el estado del bienestar. El resultado para Graeber ha sido catastrófico sin paliativos, lo peor de cada casa, los peores elementos de la burocracia mezclados con los peores elementos del capitalismo. Un engendro, que ha precipitado a la socialdemocracia a una situación de postración sin ninguna capacidad de reacción, en ese vano intento de ceder para salvar algo de la quema.

Para Graeber, la Derecha tiene una crítica, deficiente, de la burocracia. La Izquierda, por el contrario, no tiene nada, excepto acogerse a la crítica de la derecha de una forma descafeinada.

Desde el punto de vista de Mises, la burocracia era un defecto del sistema democrático, ya que un sistema de gobierno nunca puede organizar la información con la eficiencia impersonal del sistema de mercado mediante el mecanismo de los precios. La extensión de la democracia a los “perdedores” del juego de la economía, llevaría a reclamar la intervención del gobierno para solucionar los problemas sociales a través de medios administrativos. Y, aunque las llamadas a la intervención fueran bienintencionadas, eso no impediría que afectaran a los mercados de forma negativa. El final del proceso sería la destrucción de la misma democracia, pues, el proceso de intervención se retroalimentaría positivamente de manera que los estados del bienestar llevarían de forma inevitable al fascismo.

La cuestión es, que las premisas de Mises son falsas. Parte de la idea del mercado autoregulado y espontaneo que nace de los deseos de intercambio y que da como resultado una situación eficiente de asignación.

No obstante, el mercado es históricamente un efecto colateral de la acción del gobierno, especialmente de las operaciones militares, o una creación gubernamental deliberada a través de políticas destinadas a su implantación. Citando a Polanyi en su obra “La Gran Transformación” (1944):

La frase de Frank H. Knight «ningún móvil específicamente humano es económico», se aplica no solamente a la vida social en general, sino también a la vida económica. La tendencia al trueque, sobre la cual Adam Smith fundamentaba su confianza para describir al hombre primitivo, no es una tendencia común a todos los seres humanos en sus actividades económicas, sino una inclinación muy poco frecuente. No solamente el testimonio de la etnología moderna desmiente estas elucubraciones racionalistas, sino también la historia del comercio y de los mercados, que es muy diferente de las teorías propuestas por los sociólogos conciliadores del siglo XIX. La historia económica muestra que los mercados nacionales no surgieron en absoluto porque se emancipase la esfera económica progresiva y espontáneamente del control gubernamental, sino que, más bien al contrario, el mercado fue la consecuencia de una intervención consciente y muchas veces violenta del Estado, que impuso la organización del mercado en la sociedad para fines no económicos. Y, cuando se examina este proceso más de cerca, se comprueba que el mercado autorregulador del siglo XIX difiere radicalmente de los mercados precedentes, incluso de su predecesor más inmediato, en lo que se refiere al egoísmo económico como factor fundamental de su regulación. La debilidad congénita de la sociedad del siglo XIX no radica en que ésta fuese industrial, sino en que era una sociedad de mercado. La civilización industrial continuará existiendo cuando la experiencia utópica de un mercado autorregulador ya no sea más que un recuerdo.

Uno de los efectos observados de las políticas encaminadas a la creación de mercados es el aumento de la burocracia, lo que entra en abierta contradicción con el concepto de gobierno mínimo reclamado desde esas posiciones. Algunos, achacan tal situación a movimientos contrarios, incluso conspiratorios, contra el laissez faire. Nada más lejos de la realidad, la cuestión es que mantener un sistema de mercado donde exista libertad de contratación requiere un ejército de burócratas, desde notarios, pasando por registradores hasta la policía, que permita su funcionamiento. El ejército de funcionarios de una sociedad de mercado “autoregulado” es muy superior a la que necesita una monarquía absoluta por poner un ejemplo. Es lo que Graeber denomina la Ley de Hierro del Liberalismo que enuncia de la siguiente forma:

“Cualquier reforma del mercado, cualquier iniciativa del gobierno destinada a reducir los trámites y promover las fuerzas de mercado tendrá como efecto final el aumento del número total de regulaciones, el incremento del papeleo y del número total de burócratas que el gobierno emplea”.

Aunque algunos, como Mises, reconocían con la boca pequeña la necesidad de regulación de los mercados, es decir, la imposibilidad de la autoregulación, los políticos de derechas vieron en el ataque a la burocracia y a los burócratas un filón que aún está lejos de agotarse. La imagen de funcionarios holgazanes viviendo a expensas de esforzados ciudadanos que pagan sus impuestos son continuamente repetidos por parte de la Derecha y, en gran medida, la postura se ha ido extendiendo hacia otras partes del espectro político. La respuesta a la burocracia es, desde esa postura, el mercado y que, en consecuencia, el gobierno debería ser gestionado como un negocio para evitar los males de la intervención perturbadora que la burocracia representa. Si dejamos que las cosas sigan su curso normal el mercado proveerá la solución. Como dice Graeber:

Democracia” de esta forma viene a significar el mercado; “burocracia”, a su vez, la interferencia del gobierno en el mercado; y esto es bastante aproximadamente lo que esta palabra continua significando a día de hoy.

Pero, históricamente, la burocracia no siempre fue considerada de la misma forma. Con el nacimiento de las grandes corporaciones, las técnicas burocráticas eran vistas como imprescindibles para dirigir de forma eficiente esos grandes conglomerados industriales. En EEUU se asumía a principios del siglo XX que el gobierno y los grandes negocios se administraban de la misma forma.

En contraste con la retórica británica del libre comercio sobre la base del patrón oro, tanto estadounidenses como alemanes no eran partidarios de ese principio tan sagrado para los liberales. Ambos creían que el mundo debía ser regido por instituciones burocráticas. Después de la Segunda Guerra Mundial, con la completa hegemonía de EEUU, eso se plasmó en una pléyade de instituciones internacionales de todos conocidas, Naciones Unidas, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, el GATT (posteriormente la WTO), etc. Se trata de dominar mediante la administración de cosas y personas.

En EEUU, fue durante el New Deal cuando las estructuras burocráticas alcanzaron a la sociedad en su conjunto, pero no eran exclusivamente funcionarios, sino que se trataba de una amalgama de burócratas tanto del sector público como del privado. Las grandes corporaciones norteamericanas estuvieron muy implicadas en el proyecto de Roosevelt. Sin embargo, el paroxismo burocrático llego con la guerra, la burocracia militar penetró profundamente el sistema y nunca lo abandonó, pues EEUU se convirtió en el gendarme del mundo. Una de las características tradicionales de la burocracia estadounidense es que las lineas entre lo público y lo privado han sido siempre difusas. Uno de los efectos más conocidos son las puertas giratorias (revolving doors). ¿Quién no conoce la advertencia de Eisenhower en su despedida de la presidencia sobre el complejo militar-industrial?. Hoy en día, esa amenaza se ha visto empequeñecida ante la endogamia que se da en el sector financiero.

Merece la pena enfatizar que, la mayoría de las regulaciones de las que se quejan las grandes corporaciones financieras, han sido redactadas en gran parte por gente que ha pertenecido a ellas y con la colaboración directa de las mismas a través del cabildeo. En realidad, eso es extensible a cualquier actividad regulatoria del gobierno que parece interferir en el iniciativa privada, pero que si nos damos cuenta, está redactada e influenciada por esas empresas para garantizarles un adecuado retorno de las inversiones. Es decir, se trata de eliminar riesgos a través de la acción del gobierno, algo bastante conocido por estos lares pero que forma parte del ADN del sistema. Esa connivencia o falta de separación entre lo privado y lo público, ahora lo denominan capitalismo de amiguetes (crony capitalism), expresión muy en boga en estos días, aunque no sea más que una perífrasis.


Lo anterior no impide, sino todo lo contrario, una la crítica feroz de la burocracia desde la Derecha, pero no es más que una acción de distracción. Detrás del discurso de la desregulación que acompañan a la critica, que parece sugerir la reducción de la interferencia pública en los mecanismos autónomos del mercado, se opone la realidad de una burocracia creciente donde lo público y lo privado se desdibuja. Sin embargo, deja a aquellos que se quieren oponer en el terreno teórico en una posición poco atractiva. Oponerse a la desregulación se traduce en querer incentivar el entrometimiento de lo público en lo privado y el deseo de cada vez más regulaciones.

Era lo esperable, todos estos debates están viciados por premisas falsas. Por ejemplo, tal como expone Graeber, no hay un sector bancario desregulado ni puede existir ya que tienen el poder de crear dinero mediante la creación de depósitos en la concesión de préstamos. Ese dinero se considera dinero de curso legal a todos los efectos y es indistinguible del dinero creado por el estado, monedas y billetes. Además, necesita del respaldo del estado para su funcionamiento ya sea explicito, mediante esquemas de garantía de depósitos o implícito, por la necesidad de intervenir ante el peligro que un problema de liquidez y/o insolvencia puedan plantear el sistema de pagos (too big to fail).

La llamada desregulación, se trata de un cambio de regulación para favorecer determinados intereses. Por eso, los procesos de “desregulación” acaban siendo procesos de concentración, algo sumamente revelador. El truco consiste en llamar desregulación a lo que es una nueva regulación para favorecer los intereses de los más poderosos y, a desdibujar las fronteras entre lo público y privado de forma que lo primero acabe dominando lo segundo, pero siempre guarde la apariencia de ser cosas separadas. Por ejemplo, las críticas a los bancos centrales por su entrometimiento y manipulación del mercado son útiles como cortinas de humo para esconder una realidad de la que no se quiere hablar.

David Graeber lo denomina la era de la total burocratización que va ligada a la financiarización del capitalismo que toma como punto de partida, aunque sea simbólico, el final de la convertibilidad del dólar en 1971. Se caracteriza por un cambio de alianzas de la burocracia privada o grupos dirigentes de las empresas desde sus trabajadores hacia los inversores. Es decir, el foco no se pone en lo que se produce y en los intereses comunes de todos los implicados en el proceso, sino en lo que se llamará la maximización del valor del accionista (Jack Welch). Está es una estrategia cortoplacista, pues los inversores salen y entran con total facilidad de la propiedad mientras que los otros actores más comprometidos, como trabajadores o proveedores son orillados. El resultado es un desastre, como comprobó la empresa de Welch, la General Motors, que después de años de maximización del valor de los accionistas cayo en bancarrota, las inversiones o los colchones de seguridad para las malas épocas se los habían gastado en comprar sus propias acciones para contentar a los inversores. El rescate a cargo de los contribuyentes estadounidenses es ya historia.

El cambio de alianzas, especialmente en los países anglosajones, acabó con el llamado corporativismo, en el que, como ocurre todavía en las empresas japonesas, un trabajador entra de por vida, exactamente como un funcionario. El corporativismo había conseguido crear una alianza entre clases, cabe advertir que ésta es también la esencia filosófica del fascismo, de forma que esos obreros bien remunerados apoyaban a la clase dominante. La nueva filosofía era un remedo del agente representativo, todo el mundo es trabajador, consumidor, inversor (capitalista) a partes iguales, algunos lo denominaron capitalismo popular. El éxito del empeño se produjo en palabras de Graeber:

Ninguna revolución política puede triunfar sin aliados, y arrastrar consigo un cierta proporción de la clase media—y, lo que es incluso más importante, convencer a la gran masa de la clase media que tenían algún tipo de interés en el capitalismo financiero—era crítico. Esencialmente, los miembros más liberales de la élite profesional-gerencial se convirtieron en la base social de que viene a considerarse como el “ala izquierda” de los partidos políticos, mientras que las organizaciones propias de la clase trabajadora como los sindicatos fueron condenados al olvido”.

Se trata de una transformación radical, pues las técnicas burocráticas, esencialmente desarrolladas en entornos financieros y corporativos se extienden al resto de la sociedad. Todos podemos pensar en ejemplos de está penetración radical que desarrolla un nuevo lenguaje para expresar una serie de conceptos, esencialmente vacíos, pero que por su repetición parecen tener contenido propio: visión, calidad, interesados (stakeholders), liderazgo, excelencia, innovación, objetivos estratégicos, mejores prácticas y, así, sucesivamente.

Graeber nos dice que el actual régimen financiero que domina en EEUU es fruto de la fusión de intereses públicos y privados. Los beneficios de las grandes corporaciones tiene esencialmente origen financiero o lo que es lo mismo, se sustentan en la deuda de otros. Esas deudas, como las relacionadas con la enseñanza para la adquisición de las acreditaciones y certificados requeridos han sido cuidadosamente diseñadas para lograr ese efecto. Es importante resaltar que todo el sistema de acreditaciones es extremadamente burocrático y reglado, nada que ver con el aparente discurso liberal.

Como dice Graeber:

... este sistema de extracción viene disfrazado en un lenguaje de reglas y regulaciones, en su actual modo de funcionamiento, nada tiene que ver con el imperio de la ley. Al contrario, el sistema legal se ha convertido en el medio para un sistema de extracción arbitrario que va en aumento”.

Mientras, los clientes de un banco soportan elevadas comisiones o penalizaciones, en proporción por cualquier incumplimiento, las entidades financieras cuando son investigadas y se encuentran que han cometido fraude o engaño, rara vez son encausadas, todo se soluciona con una multa cuyo importe es normalmente muy inferior al daño causado. Todos entendemos y, me temo, aceptamos, que en la sociedad hay gente que juega con reglas diferentes, que existe un doble rasero de medir en función del estatus.

La burocracia es vista básicamente como una meritocracia, en donde un criterio impersonal sirve para escoger a aquellos que la forman. Sin embargo, la realidad difiere bastante de esa visión ideal. El nepotismo, por ejemplo, plaga las instituciones. Parece ser que los mejores tienen tendencia a tener relaciones familiares con los miembros de las instituciones. Graeber dice que la promoción interna poco tiene que ver con el mérito, sino con la aceptación de que la promoción está basada en el mérito, incluso aunque sepamos que no es cierto. El ejercicio del poder personal y arbitrario es habitual en organizaciones burocráticas, algo que en realidad nunca debería suceder.

El funcionamiento de la burocracia está fuertemente asentado en la idea de la complicidad, algo que se ha extendido sobremanera en las últimas décadas. En otras palabras, aunque sepamos que no se trata igual a las personas ante la ley, aceptamos que el trato es de todas formas justo o, al menos, aceptable. Consideramos que ciertas personas deben recibir un trato que otros no merecen. La sociedad se ve como una estructura meritocrática, si alguien llega más alto lo es en función del mérito. En definitiva, no se trata de un sistema de extracción donde los favores y las relaciones predominan, es importante mantener la impostura.

Graeber dice que existen tres lecciones que cualquier crítica de la burocracia desde la izquierda debe tener en cuenta.

1ª Nunca subestimes el importancia de la pura violencia física.

Siempre que alguien comienza a hablar de “libre mercado”, es buena idea mirar alrededor para ver donde está el hombre con el arma. Nunca está lejos”.



La violencia organizada, burocratizada, es un rasgo esencial de nuestra sociedad. Graeber establece un corolario a su Ley de hierro del liberalismo.

La historia revela que las políticas que favorecen el “libre mercado” siempre han significado aún más gente en las oficinas para administrar las cosas, pero también muestra que también se traduce en un aumento del abanico y densidad de las relaciones sociales que en último término se regulan por la amenaza de la violencia”.

O dicho de otra forma:

La burocratización de la vida diaria significa la imposición de reglas impersonales y regulaciones; las reglas impersonales y las regulaciones, a su vez, solo pueden operar si están respaldadas por el uso de la fuerza”.

Una fuerza que cada día está más presente en nuestra vida, algo que hace unos años nos hubiera resultado totalmente absurdo y que ahora mediante todo tipo de razonamientos y subterfugios estamos dispuestos a aceptar.

2º No sobrestimes la importancia de la tecnología como factor de causalidad.

El cambio tecnológico no es una variable independiente, depende enteramente de factores sociales no al revés, como a menudo se piensa. El actual proceso de burocratización es previo a la irrupción masiva de las tecnologías de la información. Todo lo relacionado por ejemplo, con las actividades financieras altamente dependientes de la informática tiene un aire de infalibilidad. Las necesidades de crear un determinado sistema significa que se han volcado recursos crecientes en su investigación y desarrollo, dejando de lado otras prioridades. Un cajero automático prácticamente nunca se equivoca en las operaciones de efectivo, todo un hito si lo comparamos con otros aspectos que podríamos considerar más prioritarios.

3º Recuerda siempre que en último término todo se refiere al valor.

Dice Graeber:

Si damos suficiente poder social a una clase de gente aunque tenga las ideas más extravagantes imaginables, finalmente se las ingeniaran, consciente o inconscientemente, para conseguir una organización del mundo de tal manera que viviendo en ella, en miles de sutiles formas, reforzará la impresión que esas ideas son una verdad auto-evidente”.

La definición encaja como un guante en el imperialismo económico y su intento de promover la idea de que el capital tiene valor y merece una retribución. En realidad el valor proviene de aquello que se consume que es producido por inmensas organizaciones burocráticas.

Estas organizaciones son racionales en el sentido de técnicamente eficientes pero eso en realidad poco significa:

...., hablar acerca de la eficiencia racional se convierte en una manera de evitar hablar acerca de lo que es realmente la eficiencia; esto es, de los objetivos irracionales que en última instancia se asumen como los fines últimos de la conducta humana. Aquí es otro lugar donde los mercados y la burocracia hablan fundamentalmente el mismo lenguaje. Ambos proclaman estar actuando en gran medida en nombre de la libertad individual y, la auto-realización personal a través del consumo”.

Como el consumo es la última ratio de valor, los trabajadores deben abandonar cualquier control sobre las condiciones de trabajo siempre que eso garantice más y mejores productos, además de más baratos. Una vez conseguido el dinero, puedes gastarlo como desees, en eso consiste la libertad como a menudo nos recuerdan los anuncios. Esa división entre la manera de obtener y de gastar resultaría absurda para cualquier civilización excepto la nuestra.

El mundo está dividido en dos esferas, una donde rige únicamente la competencia técnica, el dominio de los burócratas o tecnócratas y, la otra la de los valores que proporciona el mercado. Ambas esferas intentan interferir la una en la otra.

En el panorama general, carece de importancia si se busca reorganizar el mundo entorno a la eficiencia burocrática o la racionalidad del mercado: todos los supuestos fundamentales permanecen inamovibles. Esto ayuda a explicar por qué es tan fácil moverse de una a otra, como aquellos ex-funcionarios de la Unión Soviética quienes alegremente cambiaron de chaqueta, pasando de apoyar un control absoluto del estado sobre la economía, a la total mercantilización—y en el proceso, fiel a la ley de hierro, consiguieron aumentar el número de burócratas empleados en su país dramáticamente”.

Sin embargo, para cualquiera que se enfrente con la burocracia y su papeleo lo último que se le viene a la mente es la palabra racionalidad. Desde arriba, las cosas se ven diferentes ya que la forma que tienen de evaluar el mundo es la fuente de la que emana el verdadero valor de las cosas. Los burócratas se dedican esencialmente a evaluar cosas y condiciones, quienes las cumplen y quienes no. Como dice Graeber, en los países ricos hay ejércitos de burócratas cuya principal misión es que la gente pobre, a la que evalúan para ver si cumplen los requisitos para recibir ciertos beneficios, se sienta culpable de su situación.

La financiarización de la economía es la apoteosis del proceso:

El proceso de financiarización ha significado que un proporción creciente de los beneficios empresariales provienen de la extracción de rentas de una forma u otra. Ya que esto, en último término, es poco más que extorsión legalizada acompañada por un incremento en la acumulación de reglas y regulaciones, siempre más sofisticadas y, la omnipresente amenaza del uso de la fuerza para aplicarlas”.

La burocracia se ha convertido en algo omnipresente en nuestras vidas y, no obstante, carecemos de un discurso para afrontar los problemas que le son inherentes y como convertirla en un instrumento para una sociedad más libre y democrática. La complejidad social conlleva estos problemas pero estoy convencido de que existen mejores estados del mundo alcanzables que el presente y la burocracia necesariamente ha de jugar un papel decisivo.

lunes, 20 de abril de 2015

Revolucionarios ¿Cómo cambiar el mundo?



Sería una gran alegría, para todos aquellos que no le tenemos mucho aprecio a esta sociedad, despertar un día y descubrir que se ha transformado. Que de repente, es posible aquel viejo sueño que planteó Averroes en el siglo XII.

¿Cuál será entonces la mejor sociedad? Aquélla en la que se dé a cada mujer, cada niño y cada hombre, los medios para desarrollar todas las posibilidades que Dios les ha dado.


La finalidad de toda sociedad fiel a Dios debe ser el desarrollo del hombre, no de la riqueza. El hombre progresa cuando desarrolla el razonamiento en toda su plenitud, un razonamiento que tiene conciencia de sus límites y postulados.

La idea de una revolución, una transformación repentina de la sociedad, es un viejo tópico de la modernidad, con su racionalismo ilustrado, que sin embargo parece cada vez más lejano. El hombre domina la razón, gracias a ello es capaz de descubrir las leyes que gobiernan la sociedad, y por tanto será capaz de transformarla en beneficio de todos. Este relato, bien podría servirnos para describir tanto las revoluciones norteamericana (1776) y francesa (1789), como la revolución bolchevique de 1917.

No creo que a nadie sorprenda mi afirmación de que este sentimiento revolucionario se ve cada día más distante. Zygmunt Bauman lo expresó de un modo que llegó a impresionarme, por su lucidez, en su libro En busca de la política:

Sin duda, consideramos, al menos en “nuestra parte” del mundo, que el caso de la libertad humana ya ha sido abierto, cerrado y (salvo por algunas pequeñas correcciones aquí y allá) resuelto del modo más satisfactorio posible. En cualquier caso, no sentimos la necesidad (una vez más, salvo algunas irritaciones ocasionales) de lanzarnos a la calle para reclamar y exigir más libertad o una libertad mejor de la que ya tenemos. Pero, por otra parte, tendemos a creer con igual firmeza que es poco lo que podemos cambiar -individualmente, en grupos o todos juntos- del decurso de los asuntos del mundo, o de la manera en que son manejados; y también creemos que, si fuéramos capaces de producir un cambio, sería fútil, e incluso poco razonable, reunirnos a pensar un mundo diferente y esforzarnos por hacerlo existir si creemos que podría ser mejor que el que ya existe. La coexistencia simultánea de estas dos creencias sería un misterio para cualquier persona mínimamente familiarizada con el pensamiento lógico.

A pesar de ello algún intento revolucionario hemos visto en los últimos tiempos:


pero se ha diluido como un azucarillo, con una rapidez asombrosa. Al respecto del movimiento 15-M, nuevamente Bauman afirmó:

Las gentes de cualquier clase y condición se reúnen en las plazas y gritan los mismos eslóganes. Todos están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían 100 respuestas diferentes si se les interrogara por lo que desean.

Pero no todo está perdido, al menos para Bauman, según el sociólogo polaco el 15-M podría allanar el camino para otra clase de organización.

Sin embargo, el mundo cambia, hace tan sólo unos meses el primer ministro de la república francesa, Manuel Valls, insistía en que su partido debía cambiar de nombre, renunciando a incluir la palabra socialismo en él. Que la palabra socialismo sea de repente tan poco atrayente, que esté tan cargada de significados negativos, es sin duda un cambio importante, y quizás esto no sea ni casualidad, ni fruto de las maldades de los socialistas.

La historia empieza en la década de los 50 del siglo pasado, un grupo de intelectuales derrotados, cuyas ideas habían muerto en las trincheras de la I guerra mundial, para luego ser pisoteadas por la Gran Depresión y por la II guerra mundial, decide fundar la sociedad Mont Pèlerin. Nos lo explica Philip Mirowski en su libro Nunca dejes que una crisis te gane la partida:

La finalidad era crear un espacio especial donde las personas de ideales políticos afines pudieran reunirse para debatir el esquema de un movimiento futuro diferente del liberalismo clásico, sin tener que sufrir las humillaciones del ridículo por sus imaginativas propuestas, pero también para sustraerse a la reputación de quinta columna de una sociedad en estrecha sintonía con los poderosos aunque inciertos intereses de posguerra.

¿Tan importante llegó a ser este grupo? Desde ese núcleo central irradiaron su pensamiento a universidades, think tanks y medios de comunicación, su objetivo lo define estupendamente Richard Fink, buscando convencer a futuros donantes para la Koch Foundation y la George Mason University:

La traducción de ideas en acción requiere la elaboración de materias primas intelectuales, su conversión en productos políticos específicos y la comercialización y distribución de esos productos a ciudadanos-consumidores. Quienes otorgan las subvenciones harían bien en invertir en el cambio durante toda la cadena de producción, financiando a estudiosos y programas universitarios en los que se desarrolla el marco intelectual de la transformación social, los laboratorios de ideas en los que las reflexiones eruditas se traducen en propuestas políticas específicas, y grupos de implementación para llevar esas propuestas al mercado político y finalmente a los consumidores.

O, si lo preferís, en palabras de uno de los fundadores de la sociedad Mont Pèlerin, Fiedrich von Hayek

Pero lo que para los políticos son límites fijos de viabilidad impuestos por la opinión pública, para nosotros no deben ser límites similares. La opinión pública en estos asuntos es la labor de hombres como nosotros... que han creado el clima político en el que deben moverse los políticos de nuestra época.


La labor de Mont Pèlerin fue doble, Por un lado, ponerse de acuerdo en un corpus teórico que reemplace las viejas ideas del liberalismo clásico: cuestiones tan prácticas como rechazar que el poder de monopolio sea malo, porque te enfrenta a las empresas, en quienes tienes que buscar tu principal fuente de financiación y soporte político. La segunda función fue ir estableciendo una red de organizaciones, con diferentes niveles, capaz de traducir esas ideas a distintos tipos de público, incluido el ciudadano de a pie, que llega a interiorizar y poner en práctica estos preceptos en su vida cotidiana. Ideas como que uno puede cambiar su identidad, y rehacerse a uno mismo, o que todos somos clase media y debemos asumir el riesgo que ello comporta, que el riesgo es bueno, que no debemos sentir lástima por los perdedores, o que la publicidad no puede manipularnos. Y, señores, hay que quitarse el sombrero, porque esto puede definirse como una auténtica revolución, modificar el sentido común de la gente, y convertir tus preceptos en sus hábitos.

domingo, 12 de abril de 2015

Democracia deliberativa en la historia : las colectividades libertarias



Escribimos tiempo atrás un pequeño texto sobre Democracia deliberativa en la historia, centrándonos en el Concejo abierto, como experiencia altomedieval poco conocida por la historia frente a la democracia ateniense, más famosa y de la que hay mayor conocimiento.

Siguiendo con el análisis de diversas experiencias históricas dispares sobre democracia deliberativa poco analizadas, nos centraremos en esta ocasión en las llamadas colectividades libertarias, que tuvieron lugar en nuestro país durante los años de la guerra civil en lugares de la llamada zona republicana.

Como resultado de un golpe de estado parcialmente fallido, con la división de las estructuras de poder estatales y el vacío de mando, surgieron múltiples iniciativas populares, lo cales y territoriales en diversas zonas de la llamada España leal.

Son estas iniciativas que permitieron la reorganización y puesta en marcha de la vida social y económica de campos y ciudades, cultivos, transportes, industrias… lo que se conoce con el nombre de colectivización o colectividades libertarias, favorecidas por los militantes y simpatizantes del movimiento libertario (CNT, FAI, Juventudes Libertarias) pero en las que participaron gentes de otras tendencias de izquierdas, especialmente sectores de la UGT pero también personas sin adscripción.

Las más famosas y estudiadas han sido las aragonesas, pero también se dieron en zonas de Castilla, Andalucía, y, según algunos como Heleno Saña en La revolución libertaria, las mejor organizadas y desarrolladas fueron las levantinas.

Su fuerza y expansión, según estudiosos como Alejandro Díaz Torres en su documentada obra Trabajan para la eternidad. Colectividades de trabajo  durante la Guerra Civil en Aragón, sobre todo en el campo, viene de las suma de dos tradiciones, la del anarcosindicalismo y el anarcocomunismo, con sus organizaciones, sus prácticas, su propaganda, y la herencia comunal aún viva en pueblos y pequeñas localidades.

Hubo algunos casos de coacción, sobre todo en Aragón, al paso de fuerzas milicianas, como reconoce Frank Mintz en La autogestión en la España revolucionaria, pero los colectivistas locales dieron enseguida libertad de salir de las colectividades y, al parecer, la gran mayoría fueron voluntarias, de hecho en muchos casos no afectaban a comunidades enteras, sino sólo a una parte de ellas.

Este sistema se organizaba en base a asambleas, bien de vecinos para asuntos generales, bien por sectores productivos para organizar el trabajo en común. Podemos hablar, por tanto, de una forma, imperfecta, por supuesto como toda obra humana, de democracia deliberativa, federal y de base.

Fue un sistema muy plural, en el cual en algunos lugares se abolió la moneda oficial, sustituyéndola por bonos, pero en otros no, conviviendo en general de manera mixta los bonos con la moneda oficial. Lo que si las unía era la idea clara de poner fin a la explotación del hombre por el hombre pero en un sentido radical y auténtico: el de ir poniendo fin al trabajo asalariado, o el que un hombre pudiera contratar a otros .Se aceptaba, por tanto, salvo los casos de coacción inicial posteriormente eliminados, el trabajo individual y familiar sin asalariados.

Predominó el salario familiar y entre otros aspectos destaca la creación de Cajas de Compensación, cuyo objetivo era ayudar a las colectividades o sectores productivos de algún lugar que estaban en apuros o eran menos productivos.

La experiencia colectivizadora desde abajo, o lo que ahora llamaríamos autogestión, unió el respeto a la tradición en lo que ésta tenía de positivo con una modernización también en positivo, lo que implicó introducir la mecanización en las tareas agrícolas, por ejemplo, pero controlada por la comunidad, lo que evita lo que sucede en el capitalismo, que es el incremento del paro.

Conforme a los principios federalistas del socialismo libertario, se hicieron esfuerzos para establecer Federaciones de Colectividades y pasar de lo local, a lo comarcal, lo regional y posteriormente lo nacional, aunque la guerra y la represión sobre las colectividades por parte del gobierno republicano y las tropas comunistas de Líster no permitió este desarrollo previsto.

Otro aspecto destacable es la importancia dada al aspecto cultural o educativo, desde la perspectiva libertaria de su gran importancia para transformar la sociedad, intentando conciliar trabajo manual e intelectual y evitando el sistema de recompensas y castigos. Fueron numerosas las escuelas creadas, no sólo para niños y niñas, sino también para adultos-debido al problema del analfabetismo- así como centros de formación técnica. Entre ellos destacamos, por ejemplo, el Consejo de Escuela Nueva Unificada o CENU, creado en Barcelona en los inicios de la guerra.

De las colectividades podemos quedarnos con su lúcida visión, abandonada totalmente por las izquierdas políticas y sindicales-y también por los sindicatos corporativos o independientes- de salir del asalariado y fomentar el trabajo cooperativo o comunitario para impulsar la solidaridad e incluso el tiempo libre u ocio. Ahora sólo se propone subidas salariales, facilidades para ascensos, si acaso reducir la jornada laboral, como mucho, pero sin analizar qué supone el ocio en nuestros días, totalmente conformado por el capitalismo para envilecer a las gentes y monetarizar totalmente la vida . Pero aquellos hombres y mujeres, menos formados, menos tecnológicos, tenían una visión más clara, luchaban por su emancipación, por otra sociedad donde no se mendigase a los patronos y dirigentes.




En lo negativo está la violencia de la época y su derramamiento de sangre, las expropiaciones-ahora tenemos claro que el cambio debe ser libre y voluntario-, los casos de coacción, y, especialmente el que no se perfilara claramente, sobre todo en las ciudades, cómo construir una sociedad donde los vecinos, en sus barrios, a través de estructuras plenamente democráticas, tomaran sus decisiones y estuvieran por encima de cualquier sigla política y sindical.

Y este es un aspecto clave a pensar si se quiere evitar el problema y fracaso de toda revolución-y que en el caso de la revolución española estaba apareciendo, más allá del debate sobre la traición a los principios anarquistas por entrar en el gobierno- que es el surgimiento de una nueva clase dirigente.






lunes, 6 de abril de 2015

Democracia y dinero: Islandia, a un paso de adoptar un sistema de dinero soberano.


El pasado 20 marzo se publicó en un pequeño país europeo, Islandia, conocido por la resistencia democrática de sus ciudadanos a ceder su soberanía a los acreedores extranjeros, y rescatar a sus imprudentes bancos, un informe parlamentario sobre la reforma del sistema monetario nacional. El informe recoge varias propuestas de reforma y concluye que el dinero soberano puede ser una base sólida para el futuro sistema monetario islandés.

A los buenos lectores de este blog no les tomará por sorpresa esta noticia, comentábamos en El eterno rescate a la banca española, que en marzo del año pasado los islandeses habían puesto en marcha la comisión parlamentaria que estudiaría la posibilidad de una reforma monetaria. Continuaban de esta forma su resistencia a la tiranía de los banqueros que habían comenzado en el año 2008 con su negativa al rescate bancario. Ahora se da un nuevo paso en esta reforma, que es, tal y como se recoge en nuestra página web, uno de los cambios institucionales fundamentales que proponemos para acometer los retos que enfrenta actualmente nuestra sociedad.

Pero no es Islandia el único país que da pasos en esta dirección, no hace mucho tiempo, miembros del parlamento británico debatieron sobre la creación monetaria, siendo el dinero soberano la propuesta de reforma del partido laborista. No en vano el prólogo del informe presentado en el parlamento islandés ha sido escrito por Adair Turner, ex presidente de la autoridad regulatoria británica sobre servicios financieros y miembro del comité de desarrollo de políticas del Financial Stability Board, una nueva agencia internacional creada tras la crisis de 2008 y que trata de monitorizar y hacer recomendaciones sobre el sistema financiero internacional. En Reino Unido el debate está muy vivo, en parte gracias al gran trabajo de Positive Money, cuyo documento Creando un sistema de dinero soberano ha sido traducido por nuestro compañero Jordi Llanos.

¿Qué es esto del dinero soberano? Para explicarlo podemos retomar los artículos que en este blog hemos ido publicando en torno a la controversia monetaria.

En La ciencia perdida del dinero hablábamos sobre el dictamen que arroja la Historia sobre el dinero y los sistemas monetarios, recogido en el libro de Stephen Zarlenga que da título al artículo:

Zarlenga examina la historia monetaria y llega a una sencilla conclusión. A pesar de la falsa controversia acerca de si el dinero debe guardar una relación fija con un patrón metálico, lo realmente importante es ¿Quién controla el dinero, quién lo emite? Cuando la emisión es privada, el dinero siempre se emite con interés, y tras un breve periodo de abundancia, suele sobrevenir un periodo de escasez, los precios de los productos caen, los productores son incapaces de encontrar el interés para pagar los préstamos, ya que debe crearse con nuevos préstamos, y los usureros terminan expropiando la garantía de los préstamos, desahuciando a los desdichados deudores.

La cuestión es que nuestro sistema monetario es dual, una parte pequeña, las reservas del banco central y las monedas y billetes son emitidas públicamente, pero la mayor parte del dinero se emite por la banca comercial al conceder préstamos. Explicamos de forma muy sencilla el funcionamiento de nuestro sistema monetario en este vídeo de nuestra página web.

En Modernizar el dinero, intentábamos explicar cómo habíamos llegado a tener ese sistema monetario dual. El momento clave es el año 1694 y la creación del Banco de Inglaterra. Este banco, en principio privado, fue el primer banco de emisión (creador de dinero) que mantuvo la confianza del público, gracias a la garantía implícita, e inconsciente, del estado. El problema fue que durante mucho tiempo la realidad de este hecho no fue conocida por el público, atribuyéndose erróneamente la garantía de los billetes emitidos por los bancos al mantenimiento de una reserva de oro, la cual, en un sistema moderno, nunca puede ser completa.

En Frederick Soddy y el dinero endógeno, hablábamos sobre el control que puede tener el banco central sobre la oferta monetaria, llegando a la conclusión de que tal control no existe, o es tremendamente tosco:

Los despistados ciudadanos poco a poco vamos tomando conciencia de que los bancos crean dinero, en sentido amplio, al realizar sus préstamos. Usualmente se suponía que esto seguía el proceso conocido como “reserva fraccionaria”, es decir, los bancos creaban créditos por importe superior a las reservas de las que disponían ¿Reservas de qué? De dinero bueno, de base monetaria, que crean los bancos centrales, que originalmente era la deuda del Rey, aunque por una lamentable confusión durante un tiempo se confundió con el oro. Los bancos lo que harían sería multiplicar estas reservas un cierto número de veces.
Lo que nos dice el Banco de Inglaterra, sin embargo, es que esto no es así. Los bancos crearían crédito según la demanda del mismo, y el banco central iría detrás, creando reservas para cuadrar las cuentas. El multiplicador monetario es un mito.

Por último, en Dinero endógeno: Dos visiones, comentábamos las propuestas de una parte de los defensores de la teoría del dinero endógeno, aquellos que se desmarcan del dinero soberano. Es hora, por tanto, de explicar en qué consiste el dinero soberano, y nadie mejor que el artífice original de la reforma para explicarlo. Según el científico y premio nobel Frederick Soddy:

- La emisión y retirada de dinero debe ser potestad de la nación por el bien general, y debe cesar totalmente de proporcionar una fuente de beneficio para las corporaciones privadas. El dinero no debe devengar interés por su existencia, sino sólo cuando es realmente prestado por un legítimo propietario que se lo da al prestatario. “El verdadero mal es que ahora tenemos un acordeón en lugar de una moneda".
- Una parte muy importante de la deuda pública debe ser cancelada y la misma suma de Moneda Nacional emitida para reemplazar el crédito creado por los Bancos.
- Los bancos deben ser obligados a mantener una reserva de Moneda Nacional equivalente a cada dólar (o euro, o libra, etc) depositado en ellos, a excepción de los depósitos que están realmente 'invertidos', y no estén disponibles para ser utilizados como dinero.

En resumen, se obliga a los bancos a mantener el 100% de los depósitos del público, que seguirían siendo propiedad del depositante (en la actualidad, cuando dejas tu dinero en el banco, técnicamente pierdes la propiedad del mismo). En ese caso ¿quién crearía el dinero? Lo crearía íntegramente el banco central, y decidiría como se inyecta en la sociedad el parlamento (esto se puede hacer de varias formas, mediante obras públicas, pagos en las cuentas de los ciudadanos, reduciendo impuestos, prestándolo a los bancos, etc). Los bancos seguirían jugando un papel central en el sistema de pagos y en el sistema inversión, pero sólo podrían prestar dinero que ha dejado de estar disponible como dinero, al igual que un amigo que le presta a otro cien euros, y dejan de estar disponibles para el primero hasta que el segundo los devuelva.

Hay, por supuesto, muchos más detalles, en el documento citado anteriormente, “Creando un sistema de dinero soberano” podréis encontrarlos, pero no me gustaría cerrar el artículo sin citar uno esencial, que señaló el prestigioso columnista de Financial Times Martin Wolf hace un año (tenéis que registraros para leerlo). Mediante este sistema, el derecho de señoreaje vuelve al estado, y eso, en el caso de Reino Unido, supondría un 4% del PIB en ingresos anuales para las arcas públicas, que se podría traducir en recorte de impuestos o aumento del gasto. Incluso, tal y como señalé en un artículo en mi blog personal, dependiendo de cómo se haga la transición al nuevo sistema, si es drástica o paulatina, se podría lograr eliminar por completo la deuda pública y reducir de forma considerable la deuda privada.

Quizás lo más importante es que un sistema de dinero soberano es una precondición que permite a las sociedades mayor libertad de elección, pudiendo elegir entre solucionar sus problemas mediante el crecimiento de la producción o hacerlo directamente, evitando el crecimiento y sus consecuencias indeseadas. En un sistema monetario como el actual, la ausencia de crecimiento hace imposible el pago de las deudas.

Sólo queda cerrar este artículo con las históricas palabras del parlamentario islandés encargado del informe, recogidas por la prensa islandesa:

Islandia, siendo un estado soberano con una moneda independiente, es libre de abandonar el actual sistema inestable de reserva fraccionaria e implementar un sistema monetario mejor.

Y las del primer ministro al recibirlo:

Me alegra mucho recibir este nuevo informe sobre la reforma monetaria. Los hallazgos serán una contribución importante para la discusiones venideras, aquí y en cualquier lugar, sobre la política y la creación monetaria.

Y pedirle, dada la importancia de estos hechos, un esfuerzo adicional en la difusión, querido lector. Podemos contribuir a un debate sobre la cuestión en nuestro país. Muchas gracias.