Cualquiera
interesado en temas económicos se habrá tropezado en alguna ocasión
con el concepto de “externalidad”, pero, ¿qué es una
externalidad?. Si acudimos a la definición del diccionario de la
Real Academia Española de la Lengua nos encontramos lo siguiente:
Perjuicio o beneficio experimentado por un individuo o una empresa
a causa de acciones ejecutadas por otras personas o entidades.
La
definición es harto defectuosa y, está lejos de informarnos, más
bien contribuye a confundirnos. Baste señalar que el beneficio
experimentado por un individuo a causa de la acción ejecutada por
otra persona u entidad puede ser, perfectamente, una transacción
económica o de “mercado” lo cual encaja dentro de la anterior
definición y no sería una externalidad. Resulta palmario que
externalidad deriva de externo, pero ¿externo a qué?. Esa es una
importante cuestión que cabe dilucidar y que está en el meollo del
tema sobre el que pretendo centrar la atención en esta entrada.
Primero,
debemos dar un paso atrás para explicar las premisas sobre las que
se construye el concepto. Para ello recurriremos a lo que Herman Daly
denomina
visión pre-analítica, ya que esa visión nos permitirá
delimitar aquello que es externo de lo que se
derivará el concepto externalidad. Sin embargo, la tarea no es
fácil, porque la economía neoclásica considera a la economía como
el todo relevante, no hay nada externo a ella, de lo contrario a
nivel agregado significaría el reconocimiento de la existencia de
límites o de costes de oportunidad empleando un lenguaje económico.
Lo
anterior es un poco abstracto, pero una representación gráfica nos
puede ayudar a entender porque la economía concebida de tal manera
no tiene cortapisas en su expansión, ya que nada la contiene. Si la
naturaleza la contuviera, si ésta fuera esencialmente estacionaria,
no podría crecer más allá de su continente, en el mejor de los
casos.
El
problema es que la naturaleza es un
sistema termodinámico cerrado,
con inapreciable intercambio de materia con el entorno en escalas de
tiempo humana y con la recepción de un flujo constante y disperso de
energía que proviene del sol (que es devuelta, casi toda, al
espacio). Se trata de un sistema cuasi-estacionario, que si se
aceptara que contiene a la economía, levantaría no pocas cuestiones
incómodas en relación con el crecimiento económico como panacea
contra todos los males, superpoblación, desigualdad y desempleo.
Para
evitarlas, la economía dominante considera que la economía es un
ciclo cerrado similar a una máquina de movimiento perpetuo. Nada
parece afectar la marcha imparable de esa máquina destinada a
producir y a proporcionar bienestar a través del consumo, siempre
creciente. Si alguien se pregunta qué es y cómo se mide el
bienestar y, por qué es el consumo el índice de ese bienestar se
habrá planteado algunas de las cuestiones que forman parte del
paradigma económico dominante. Son cuestiones normativas no
positivas de las que se derivan múltiples consecuencias. Pero para
lo que me interesa explicar me limitaré a considerar que la forma en
que la economía mide ese progreso, los útiles. Un constructo que no
se puede medir y sólo se puede inferir a través de nuestras
elecciones de consumo que nos proporcionan esos útiles, diferentes
para cada uno e incomparables por ese motivo. No obstante, eso sólo
se puede hacer cuando ignoramos el sustrato sobre los que se
construye la utilidad.
La
economía neoclásica omite deliberadamente las causas materiales de
lo que denomina el proceso de producción. Para la economía no hay
más que causas eficientes que añaden valor a las cosas para
proporcionar utilidad en su consumo. Las causas eficientes son dos,
trabajo y capital. Pero si preguntamos sobre lo que se añade valor
no obtenemos respuesta (
aquí para una discusión más amplia respecto alas funciones de producción con recursos). Por ello, Georgescu-Roegen propugnó el término
transformación. La producción podría parecer que desafía la ley
de la conservación de la energía, se crea, aparentemente algo de la
nada. Pero eso, evidentemente, no es posible. En realidad, la
producción lo que hace es ignorar completamente la segunda ley de la
termodinámica, lo que permite concebir a la economía como un
sistema cerrado, la maquina de movimiento perpetuo a la que nos hemos
referido antes. La materia es reorganizada por el capital y el
trabajo de forma que produzca utilidad a través de su consumo, sin
tener en cuenta que trata de un proceso donde debes emplear energía
para reorganizar la materia, añades valor, para luego consumirla o,
expresado en otros términos, desorganizarla.
Para
la economía neoclásica los bloques sobre los que se añade valor no
son importantes, no son más que materia sobre la que operan las
causas de transformación que añaden el valor. Esos bloques son
esencialmente homogéneos y abundantes, si una clase de materia se agota hay otra
que toma el relevo. Ciertamente no consumimos materia/energía, no
los impide el primer principio de la termodinámica, lo que hacemos
es consumir nuestra capacidad de reorganizar esa materia para generar
bienes y servicios útiles para el ser humano, en otras palabras,
valor añadido. Somos capaces de reorganizar o transformar esa
materia que desordenamos en el consumo gracias a la energía, sin
embargo, la energía misma no la podemos reciclar ni tampoco todos
los bloques de materia. En un sistema cerrado no podemos mantener el
ciclo de producción de forma indefinida, debemos intercambiar
entropía con lo que contiene a la economía que es el ecosistema
terrestre. Que es un sistema entrópico cerrado como hemos mencionado. En otras palabras,
la reorganización de la materia (producción) en el subsistema
económico conlleva un impacto en el sistema ecológico. Alguien
podría argumentar que podríamos reciclar la materia de forma
prácticamente indefinida, pero ese requiere una energía creciente
de la que no disponemos porqué el flujo de energía no crece. Daly
lo resume de la siguiente forma:
“Si
el sistema económico debe seguir funcionando no puede ser un flujo
circular aislado. Debe ser un sistema abierto, que recibe materia y
energía desde fuera para compensar por lo que es disipado hacia el
exterior. ¿Qué es el exterior? El medio ambiente. ¿Qué es el
medio ambiente? Es un ecosistema complejo que es finito, no creciente
y materialmente cerrado, aunque abierto a un flujo no creciente de
energía solar”
y
prosigue
“Viendo la
economía como un subsistema abierto nos obliga a darnos cuenta que
el consumo no es solo una reordenación dentro del subsistema, sino
que involucra reordenaciones en el resto del sistema, el medio
ambiente. Tomando la materia/energía de un sistema más grande,
añadiéndole valor, consumiendo el valor añadido, y devolviendo los
residuos, claramente altera el medio ambiente. La materia/energía
que devolvemos no es la misma que la materia/energía que tomamos”.
De
hecho, como la materia a la que añadimos valor no es homogénea,
alguna de ella es mucho más capaz de recibir ese valor. A medida que
consumimos esa materia que es más fácil de reorganizar, para
nuestro provecho, debemos acudir a recursos peores.
En
resumen, el proceso de transformación utiliza recursos naturales
para transformarlos (reorganizar la materia utilizando energía y
degradándola en su capacidad para volver a ser utilizada) en bienes
y servicios útiles para los seres humanos y residuos que son de
nuevo vertidos en el medio natural, donde deben ser reciclados con el
consiguiente impacto. Muchos de los sumideros son estructuras
disipativas saturables, tienen cierta capacidad pero una vez superada
no sólo no pueden reciclar sino que probablemente colapsen.
¿Qué
tiene todo esto que ver con las externalidades? Pues lo tiene todo
que ver. Porque no hay nada externo en las llamadas externalidades,
excepto que creas que vives en el Jardín del Edén. Pero si crees
que vives en ese Jardín, los problemas se te acumulan e intentas
construir un relato. ¿Cuál es el relato?
Como
hemos explicado en la visión pre-analítica, las externalidades no
encajan pues la economía es una máquina de movimiento perpetuo.
Pero como “Eppur si muove” algo tendremos que hacer. La economía
neoclásica está llena de puertas traseras que contradicen sus
fundamentos pero, son hábilmente colados como anomalías, molestas
sin duda, pero que pueden ser de nuevo encajadas en el esquema de las
cosas. Si la realidad no se parece a la teoría es la realidad la que
debe cambiar. Para ello, y con nuestro archiconocido martillo
buscaremos esos clavos que nos molestan y, en un abrir y cerrar de
ojos, encajaran en el esquema de las cosas.
Veamos
cual es la puerta de atrás. Esa puerta de atrás es la diferencia
entre el sueño de los mercados perfectos y la realidad. Pero a la
economía dominante le interesa, exclusivamente, la coherencia
interna y la elegancia de las conclusiones, si la realidad no se
adapta no es su problema. En realidad, se convierte en un instrumento
ideológico para transformar la realidad en manos del neoliberalismo,
pero esa es otra historia.
Dado
que hay que admitir, muy discretamente, que los mercados no son
perfectos, lo que es un fastidio, se introduce el concepto de fallo
de mercado. La solución ante los fallos de mercado es la estándar
en estos casos, más mercados o introducir el mercado como sea. En
eso consiste, básicamente, la economía medioambiental que es un
rama de la economía neoclásica, idear estratagemas que permitan
“internalizar” los fallos, para que dejen de serlo y el mercado
funcione como debe.
Todo
esto tiene una fuerte base ideológica que impide cualquier renuncia
a las soluciones que se alejen del mercado. Pero hay diversas
cuestiones que quedan escondidas entre toda la parafernalia de los
modelos económicos y sus soluciones.
El
problema esencial es el del coste de oportunidad, escondido en los
fallos de mercado entre los que se encuentran las externalidades. Por
eso, los fallos de mercado se definen por la interacción de dos
conceptos que deberían cumplir todos los bienes para ser de mercado,
para que la asignación que resulta del mecanismo de precios sea
óptima, si no los cumplen o hay problemas para que los cumplen, eso
es un “fallo”. Esos dos conceptos son:
-
Exclusión mediante el ejercicio de los derechos de propiedad
-
Rivalidad
Un
bien es económico si se pueden ejercer y mantener derechos de
propiedad definidos (excluyendo a los que no los poseen) y si su
consumo o disfrute excluye el de otros.
Si
no se pueden ejercer y/o mantener derechos de propiedad definidos se
produce la mal denominada “tragedia de los comunes”. El problema
de los derechos de propiedad afecta en muchos casos a recursos
naturales sobre los que es difícil ejercer los derechos de
propiedad, como las pesquerías. Además, los derechos de propiedad
requieren que existan instituciones para proteger esa propiedad. El
estado neoliberal es esencialmente un estado destinado a proteger y
garantizar el ejercicio de los derechos de propiedad que pueden ser
tanto individuales como colectivos, es el caso de los “commons”
ingleses. En todo caso, los derechos de propiedad no son inherentes a
ningún bien, no es más que el ejercicio del control de acceso.
Cuando es difícil mantener los derechos de propiedad, las
instituciones que ejercen el control deben ser más sofisticadas y
los medios más complejos. Los bienes intangibles, como patentes o
derechos de propiedad intelectual, son un ejemplo de ello.
En
muchos casos, los recursos naturales, especialmente, los producidos
por los ecosistemas tienen características que hace imposible crear
instituciones que permitan el ejercicio de los derechos de propiedad,
como es el caso de la polinización, el ciclo de regeneración del
agua y tantos otros.
Por
el contrario, la rivalidad es una característica inherente del bien
o servicio. El uso o consumo de un bien o servicio impide que sea
usado o consumido por otra persona en ese momento o de forma
permanente. Los bienes no rivales pueden ser disfrutados
simultáneamente, aunque pueden ser saturables, como lo es una
carretera. No es el caso, por ejemplo, del conocimiento que puede
compartirse sin menoscabo de su integridad, estará ahí para ser
utilizado por cualquier otro y, además, no es saturable.
Los
bienes públicos, no son de mercado, no cumplen ninguna de las dos
características necesarias. Me gustaría llamar la atención sobre
el adjetivo público como una cualidad negativa que se opone a la
disciplina de mercado. Por lo tanto, en el uso del metalenguaje, lo
público es esencialmente negativo, algo que se niega a colaborar,
algo que hay que disciplinar en el mercado, ya sabemos para que
tenemos el martillo.
Pero
volvamos a las externalidades, que estrictamente, significa que una
acción o transacción entre partes conlleva pérdidas o beneficios a
terceros y no hay compensación por esa variación en su bienestar
que les afecta. Si nos acordamos de la definición inicial del
diccionario, lo que falta es que el perjuicio o beneficio no tiene
compensación. En consecuencia, si solucionamos el tema de la
compensación “et voilà” hemos internalizado el problema y, en
consecuencia, la mano invisible obra su magia sin más contratiempos.
Sin
duda, es más fácil decirlo que hacerlo. ¿Pero realmente se puede
hacer?, ¿se puede hacer en todos los casos?.
Podríamos
entrar en cuestiones teóricas pero, en mi opinión, son más bien
intrascendentes. ¿Por qué?. Simplemente basta observar la realidad.
¿Qué sucede habitualmente con esos costes?. ¿Por qué se desplazan
las actividades económicas más nocivas a entornos donde no existen
regulaciones que intentan internalizar los costes, siempre de manera
parcial?. ¿Por qué razones, de corto plazo, como la creación de
empleo en una zona deprimida, implican la relajación o eliminación
de cualquier intento de internalizar costes?. Y así sucesivamente.
No
obstante, en mi anterior afirmación, es necesario entrar en algunas
disquisiciones teóricas. Disculpas. Porqué si hablamos de economía
y externalidades hemos de citar el
teorema de Coase. Ese es uno de
esos resultados que enorgullecen a los economistas ortodoxos, de la
misma forma que lo hace, por ejemplo, la ventaja comparativa
ricardiana, un resultado elegante y sumamente consistente con la idea
de que el mercado es un gran solucionador de problemas. Pero, como
ocurre con ésta última, lo decisivo es conocer los supuestos en que
se basan para ver si resisten el contraste con la realidad.
Pero
no nos adelantemos. El teorema persigue demostrar que sin la
intervención de gobierno, más allá de su misión de hacer cumplir
los derechos de propiedad, el mercado soluciona por si mismo el
problema de las externalidades. En el fondo, mantiene la ilusión de
la máquina de movimiento perpetuo antes citada. Asimismo, establece
que la asignación previa de derechos de propiedad no es relevante
desde el punto de vista de la eficiencia siempre que esos derechos
puedan ser intercambiados en un mercado de competencia perfecta.
Suena abstracto pero de ser cierto tiene una transcendencia
ideológica muy importante.
He
dicho competencia perfecta, pues toca abrocharse los cinturones
porque viajamos a ese universo paralelo donde rigen leyes de la
naturaleza que nos pueden resultar incomprensibles, excepto que seas
un loco o un economista (ortodoxo).
Hemos
de recurrir a los instrumentos habituales, en estos casos, en el
análisis microeconómico, las celebres curvas de costes y beneficios
marginales. Donde ambas se crucen determinará el nivel óptimo de
contaminación. Supongamos que tenemos una central eléctrica de
carbón y junto a ella una lavandería. Una combinación explosiva.
Para la central producir energía eléctrica quemando carbón sin
gastar nada en evitar la contaminación maximiza su beneficio, a
medida que se introducen medidas para paliar la contaminación, el
beneficio disminuye o, gráficamente expresado, se tiene una curva
con pendiente positiva (una consideración orbiter dicta, a medida
que reduce la contaminación reduce la TRE, lo que va mas allá del
mero cálculo económico). Por contra, los costes de la lavandería
por la contaminación aumentan con ésta. Sin la planta podría secar
la ropa al aire libre, dependiendo del clima, pero a medida que la
contaminación aumenta eso deja de ser posible, incluso debe instalar
filtros para que no penetre en el interior de la lavandería, etc. La
curva de costes marginales tiene pendiente negativa, es decir, los
costes aumentan con la contaminación.
Si
la central es completamente libre para contaminar producirá hasta
que su beneficio marginal sea 0 en
,
pero la lavandería, seguramente tendría que cerrar. Imaginemos que
no hay leyes que prevengan la contaminación. ¿Es el mercado capaz
de lidiar con el problema?. Si lo es, por lo tanto, por definición
no existe externalidad, pues si hay transacción de mercado el
concepto carece de sentido.
¿Cómo
opera la magia del mercado?. Muy
fácil, siempre que habites en el universo paralelo. Si la central
opera sin restricciones producirá
emisiones. El triangulo
es la pérdida
neta para la sociedad, esencialmente para la lavandería, que no es
parte, en principio, de una transacción de mercado. Pero la
lavandería, puede reducir la contaminación pagando a la central
hasta el nivel
.
Si la lavandería paga cualquier cantidad menor de
y la central recibe más
será
un trato “win to win”, ambos ganarán. Este proceso de mutuo
beneficio continuará
hasta el punto E. Hemos obtenido el punto de equilibrio sin necesidad
de intervención del gobierno ni la necesidad de ninguna regla
normativa que empañe nuestra neutralidad.
Si
hay una regulación que permite a la lavandería disfrutar de un aire
limpio, ésta
puede renunciar, a cambio de pagos por parte de la central, hasta
alcanzar, de nuevo, el punto E.
Antes
de volver a la tierra detengámonos un momento en el resultado y por
qué le “mola” tanto a la economía ortodoxa. La razón
primordial es que se alcanza el “equilibrio”, el objetivo
primordial, sin necesidad de intervención del gobierno, simplemente
opera el mercado y obtiene el resultado óptimo, como debe ser.
Además, no depende de quién tiene derecho a contaminar o al aire
limpio, el resultado es el mismo.
Pero
de vuelta a la tierra. ¿Por qué no se dan de forma espontánea los
intercambios que describe el teorema?. ¿Si esos intercambios se
produjeran tal como dice el teorema no existirían las externalidades
pues el coste de los terceros se saldaría con una transacción de
mercado?.
En
la Tierra hay industrias que contaminan y si el gobierno no
interviene no se dedican a realizar transacciones con los
perjudicados, en el caso de que fuera posible identificarlos, más
bien lo que vemos habitualmente es la negación de vínculos
causales. ¿Sería lógico que los perjudicados, por ejemplo, por el
envenenamiento químico de los acuíferos, que sufren problemas de
salud indemnizarán al contaminador para que parara de hacerlo o
redujera los vertidos?. ¿Existe un punto de equilibrio y somos
capaces de conocerlo?. ¿Las iatrogenias, efectos a largo plazo que
quedan ocultos a corto plazo o que no causan perjuicios a corto
plazo, cómo son tenidas en cuenta?.
La
lista de preguntas no acabaría nunca. Pero observemos que el teorema
se basa en la existencia de competencia perfecta lo que quiere decir
información perfecta en todo momento y nulos costes de transacción.
De hecho, todas las anteriores cuestiones tienen que ver con el
universo paralelo en donde se dan esas condiciones, pero cuando
regresamos a la tierra toda la magia se evapora. De hecho, los costes
de transacción son extraordinariamente sensibles a las condiciones
iniciales. Me explico, los economistas neoclásicos no explican que,
ciertamente, las condiciones del modelo no son las de la realidad,
pero que no tienen importancia, aunque existan pequeños costes de
transacción, la información no es perfecta, nos alejaremos de la
solución óptima pero que aún así es una buena aproximación. El
problema es que nos movemos en un marco lineal, nada que ver con
nuestra realidad. Un minúsculo coste de transacción es capaz de dar
al traste con las condiciones de competencia perfecta, no es una
buena aproximación, porque no es un sistema lineal.
También,
es importante la distribución previa de los derechos de propiedad y
la riqueza. En la realidad, los perjudicados no pueden pagar, es más,
el perjuicio que sufren puede incidir directamente en su capacidad de
conseguir ingresos o suponerles gastos que consumen su capacidad para
compensar al contaminador. Desde el punto de vista normativo, la idea
de el perjudicado deba compensar aquel que le perjudica seguramente
repugna a muchos. Pero la trampa es creer que el teorema de Coase no
es normativo. Lo es, pero permanece oculto. Es la previa
distribución, aquella que en la economía de mercado, no planificado
se nos dice, debe hacer un dictador benévolo, el planificador
omnisciente (Andreu Mas-Collel) , donde se esconde el truco.
El
ejemplo escogido, también da pie para mencionar aquello que la
economía ortodoxa no puede ver. Si queremos reducir la contaminación
hemos de gastar energía en ello, nuestra energía neta disminuirá.
Por eso, es fácil ver por qué en el mundo real las industrias se
trasladan a lugares que no regulan las externalidades, es más fácil
obtener energía, unos dirán más barata, pero la clave está en que
sin regulación, la energía neta es mayor, si gastamos energía en
compensar los males que generamos reducimos nuestra energía neta.
Hemos
apuntado algunas razones por las que no se sostiene este tipo de
aproximaciones, pero el problema esencial es la visión
pre-analítica, el considerar a la economía como el todo relevante
que puede crecer sin costes de oportunidad porque no es contenido por
nada. Las externalidades, como el resto de fallos de mercado, hemos
mencionado de pasada los bienes públicos, no son más que reflejo de
ese problema, la solución no es más mercado, sino asumir que el
mercado no puede solucionar esos problemas. No obstante, estamos
lejos de reconocer tamaña herejía para el paradigma dominante, pues
asumir tal cosa sería tanto como negarse a si mismo.