Seamos responsables, y mantengamos viva la llama del cambio.
Después de las
vacaciones y tras el inevitable regreso a la rutina, con la impresión
de comenzar un nuevo ciclo, suele ser habitual hacer un pequeño
balance del pasado y marcarnos unas metas para el siguiente curso.
Personalmente, cuando
echo la vista hacia el pasado inmediato, me llama mucho la atención
la disonancia entre los mensajes que nos llegan a través de la
publicidad, los medios de comunicación de masas o las instituciones
del Estado y el sentimiento de las personas que tengo a mi alrededor.
Hace apenas diez minutos, cuando hacia cola para pagar en el
supermercado, la portada de una revista llamaba mi atención con la
promesa de una receta segura hacia el éxito. La portada anunciaba
que en su interior encontraría los secretos de la felicidad de una
determinada famosa, bastante guapa, que no conozco (pero supongo que
es famosa, el titular de portada estaba redactado presuponiendo que
los potenciales compradores sabíamos quién era) ¿Debemos serfelices? Pocos se cuestionarían este axioma moderno aunque no se
sientan atraídos por las recetas de bricolaje mental y corporal que
afirma aplicar con un éxito sospechosamente ostentoso la celebridad
de turno. Pero esa es la cuestión, es fácil percibir la fuerte
disonancia entre esta exaltación mediática de la felicidad y la
realidad que nos rodea ¡Cambio! Todos piensan que el cambio es
inminente, ya que se hace dolorosa y perentoriamente notorio que las
cosas no pueden continuar así: “es la deshumanización”, “es
la tecnología”, “es el capitalismo”, “es España”, “son
los racistas”, “son los machistas”, “son los islamistas”,
“es el 1%”, pero pretendemos aplicar soluciones individuales a
problemas sociales, y a veces el bricolaje de autosuperación se
queda corto.
Se percibe un gran deseo
de cambio, un gran hastío con la situación presente, con un mundo
que nos arroja a la cara modelos de felicidad mientras conspira entre
bambalinas para hacer que sean inalcanzables. Pero siempre que pienso
en ello recuerdo las palabras de Zygmunt Bauman sobre el movimiento
15M, “les falta pensamiento” decía, “pueden coincidir en lo
que está mal, pero son incapaces de ponerse de acuerdo en cómo
cambiarlo”.
Este es el marco dentro
del que nos movemos aquellos que hemos hecho de la sostenibilidad
nuestra bandera, y que somos críticos con el crecimiento económico.
Los que pueden incluirse, a pesar de su enorme diversidad, en ese
gran paraguas llamado decrecimiento, más el grupo, para nada
despreciable, que yo denomino de colapsistas nihilistas.
Mirando hacia atrás, y
al menos por mi experiencia dentro de Autonomía y Bienvivir,
este último curso académico ha sido de maduración más que de
crecimiento en los movimientos por la sostenibilidad. Algo que no
debería extrañarnos, desde una perspectiva sistémica. En efecto,
la teoría de sistemas postula la existencia de “tipping points” o
puntos de inflexión, momentos en los que el cambio, que había
estado represado, parece desbordarse y de forma súbita se logran
grandes avances.
La crisis financiera de
2008 ha constituido sin duda uno de tales puntos de inflexión,
momento que propició un crecimiento considerable de los movimientos
en busca de la sostenibilidad. Pero las administraciones públicas, a
lo largo y ancho de todo el globo, parecen haber estabilizado la
situación, sin ser capaces, eso hay que reconocerlo, de lograr que
la economía recupere el dinamismo y la frescura anterior a la
crisis. Los bancos centrales, y sus políticas monetarias no
convencionales, han tenido un éxito mayor del que esperábamos, y si
bien las rentas del trabajo continúan estancadas o descendiendo, han
logrado (salvo contadas excepciones como Grecia o España) que la
población mantenga el acceso a una renta que les permita seguir con
sus labores de bricolaje mental y corporal en busca del
autoperfeccionamiento que les conducirá a la ansiada felicidad.
Mientras tanto, las
fallidas previsiones de miembros relevantes de la Asociación para el
Estudio del Pico del Petróleo y del Gas (ASPO), como Jean Laherrere,
respecto al cénit de extracción de todos los líquidos del petróleo
o de miembros destacados
de la comunidad crítica con la economía del crecimiento, como Gail
Tverberg, respecto al declive en la energía neta disponible para uso
social
han supuesto un pequeño
revés, especialmente para aquellos que deseaban, de forma inmediata,
otro punto de inflexión que nos llevase en volandas hacia el cambio.
En realidad esto ha
podido ser una suerte, porque viendo el auge de partidos políticos y
movimientos sociales que ha propiciado la crisis, así como los
debates que ha suscitado, quizás todavía queda mucho camino por
recorrer para dar un paso tan grande como el que reclamamos, que es
nada más y nada menos que un cambio de civilización.
Las “visiones del
mundo”, los valores e ideas con los que la mayoría de la población
racionaliza su comportamiento continúan sin estar alineados con la
autocontención, la sobriedad y la participación en la comunidad.
Sin embargo, tras la
crisis financiera de 2008 hemos visto surgir numerosas iniciativas
que en los terrenos de la energía, la alimentación o las finanzas
se han postulado como alternativa al business as usual, ese
modo de hacer que busca maximizar la rentabilidad y producir al menor
coste posible, privatizando los beneficios y dejando al resto ocuparse de las consecuencias indeseadas. Podemos acceder a algunas
de estas iniciativas en la plataforma mecambio.
Es cierto, sería un
error pensar que se pueden encontrar soluciones individuales a
problemas colectivos, y que con variar nuestros patrones de consumo
cumplimos con nuestra parte en el proceso de cambio. Sin embargo, la
simplicidad voluntaria es útil. No somos homo oeconomicus que
se rijan exclusivamente por los precios de mercado. Los valores y los
marcos conceptuales son los que guían nuestro comportamiento.
Dejando de consumir, o cambiando nuestros patrones de consumo, no
hacemos que otros consuman más, al contrario, con nuestro ejemplo,
si unimos a la acción la necesaria componente divulgativa, y al
igual que los cristianos, vamos “predicando”, estamos
contribuyendo de una forma significativa al cambio. Las personas
necesitan vías de acción en las que plasmar sus creencias,
ofreciendo a nuestros allegados soluciones hacia la sostenibilidad
contribuimos también a que sean más críticos con los
comportamientos insostenibles y con el exceso de consumo. En
definitiva, contribuimos a que cambien su visión del mundo.
Los cambios de conciencia
a nivel individual, podrían dar lugar, con el tiempo, a normas
sociales. Al mismo tiempo, nuestros patrones de consumo, son recursos
de los que dotamos a las cooperativas y otros actores de la economía
social y solidaria. Estos actores, al empoderarse gracias a nuestro
comportamiento, son cada vez menos dependientes del business as
usual, en consecuencia se va creando una red de personas que son
capaces de medrar a través de comportamientos contrarios al sistema,
y ello va siendo percibido por el conjunto de la población como una
opción viable de vida. Finalmente, este conjunto de personas, exige
políticas coherentes con sus valores a los responsables políticos.
Nuestra opción es actuar en todas estas dimensiones a la vez,
observando lo que ocurre y modificando nuestras acciones en función
de los resultados, pero a mi juicio hay un gran potencial en la
divulgación de soluciones parciales. La tecnología juega a nuestro
favor en este momento, ya que nos permite crear un procomún de información que contrarreste el dominio, hasta hace poco tiempo
absoluto, de los intereses particulares en este ámbito. Cada blog y
cada grupo de Facebook, nuestros twetts, son importantes y valiosos,
no hay que tener duda de ello. Nuestro ejemplo y nuestro discurso
hacia los más cercanos también, especialmente cuando ofrecemos
alternativas muy concretas.
Y todo esto, en mi
modesta opinión, no es ni mucho menos suficiente. Estamos en pañales
respecto a tener un marco propicio para el cambio. Y sin embargo hay
que ser humilde, reconocer la complejidad, y hacer siempre lo mejor,
dentro de lo posible. Surgirán nuevas iniciativas, nuevas
soluciones, nuevas ideas, y nuestra misión es amamantarlas y
acunarlas tratando que no mueran de hambre. Habrá nuevas soluciones
creativas, y las que ya hay seguirán creciendo.
El ejemplo de Milton
Friedman nos puede resultar muy esclarecedor, junto a un pequeño
grupo de personas influyentes altamente comprometidas fue capaz de hacer una revolución. Él dijo
Sólo una crisis (real o percibida) produce un cambio real. Cuando esa crisis ocurre, las acciones que son tomadas dependen de las ideas que hay alrededor. Lo que, creo, es nuestra función principal: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable.
El siguiente punto de
inflexión, la siguiente crisis, llegará, sabemos que lo hará,
aunque es prácticamente imposible predecir el momento. Lo que
mantengamos y lo que creemos ahora, aunque sea a nivel germinal, será
lo que pueda desarrollarse en ese momento.
Ahora, más que nunca, la
responsabilidad y el compromiso debe guiarnos en nuestro camino, poco
apasionante según las visiones del mundo ortodoxas, esas que son incapaces de
nutrir individuos felices. Sigamos el camino difícil, el que da
sentido a vivir, el que da alegría al corazón y al alma.