De vez en cuando conviene
subir hasta un lugar elevado y tomar perspectiva, poniendo las luces
largas para mirar a lo lejos, elevándonos sobre lo que nos rodea
para percibir aquello que por ser demasiado cercano ya no llama
nuestra atención. Los antropólogos y los historiadores son
especialistas en esto, por eso me gusta leerlos.
El antopólogo Ronald Wright estudia en su libro “Breve historia del progreso”
el colapso de civilizaciones como la Sumeria, Roma, la isla de Pascua
o la civilización Maya. Wright describe los sucesos previos al
colapso de esas civilizaciones, resaltando elementos comunes, como
por ejemplo el énfasis, previo al colapso, en el uso de los recursos
en la construcción de elementos simbólicos, templos, palacios,
monumentos como los famosos moais
que de alguna forma
simbólicamente se relacionaban con el poder, sabiduría o conexión
con la divinidad de las élites. Este fragmento del documental
“Surviving Progress”, basado en la obra de Wright,
describe de forma visual el concepto
Wright establece un
paralelismo entre el destino de esas civilizaciones y la nuestra: el
cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la sobre-explotación
de agua dulce o la pérdida de tierra fértil son síntomas de un
posible colapso que como posibilidad pocos niegan, y que ha permeado
profundamente en el arte y la cultura popular. En ese caso ¿cuales
son nuestros templos y palacios? ¿cuales son los moais de nuestra
época? ¿Son quizás las grandes construcciones de acero, hormigón
y vidrio, como el rascacielos de Dubai? ¿ o los grandes eventos
deportivos, como las olimpiadas o el mundial de fútbol, que tanta
atención reciben?
Para
averiguarlo, tenemos que hacernos la siguiente pregunta ¿qué da su
legitimidad a la élite? En la actualidad ya no es la conexión
privilegiada con la divinidad, el padre Francisco es una figura
pública de gran relevancia, pero su
discurso contrario a la ideología dominante le señaliza
como alguien externo al núcleo de poder. Lo que da su legitimidad a
la élite, o al menos uno de sus elementos, es su conexión
privilegiada con la innovación y la tecnología. La tecnología es
la religión de nuestro tiempo, al menos en cuanto a nuestra fe en su
poder para solucionar problemas. Esta fe en el paradigma
tecnocrático, en el incremento del poder y el dominio sin atender a
la finalidad del mismo, es según
el
papa Francisco la causa primordial de los males sociales y
medioambientales de nuestra sociedad. La élite, claro
está, no puede ser un poder político de carácter temporal y
transitorio, sino el poder económico, mucho más longevo y en gran
medida artífice de la innovación y el desarrollo técnico, y de
poner en funcionamiento la maquinaria económica, al menos según la
narrativa que nos ofrece la ideología dominante, cuestión muy
distinta es la realidad.
Aquí podemos volver a
recordar de nuevo al gran Cornelius Castoriadis. Como no me gusta
repetirme, diré que el filósofo griego ponía el dedo en la llaga
al señalar el poder de ideas como Dios, el progreso técnico
indefinido o el crecimiento económico continuo a la hora de cimentar
la conformidad social. La fortaleza de estas ideas es que no se puede
decir mucho sobre ellas, son cuestión de fe, y aunque no se pueden
demostrar racionalmente, tampoco se pueden falsar. Nuevamente
sugeriré visionar un breve vídeo, que aunque ya hemos enlazado
otras veces, será de gran interés para quién no lo conozca.
En la actualidad, tras
haber vivido una revolución en las tecnologías de la información y
la comunicación la neomanía de moda es la informática y la
computación. La llamada ley
de Moore nos dice que cada dos años se duplica el número
de transistores en un circuito integrado, lo que ha hecho soñar
algunos con la singularidad
tecnológica, el advenimiento de la inteligencia
artificial. Con máquinas capaces de mejorarse a si mismas, la
humanidad entraría en una nueva era, con un incremento
hiper-exponencial de
nuestro dominio y poder sobre la naturaleza. Este dominio aumentado,
permitiría hacer realidad el viejo sueño transhumano, superar la
condición humana, y
ampliar nuestra expectativa de vida de forma indefinida.
¿Qué decir sobre estos
sueños? Poco puedo aportar yo o cualquier otro, no tenemos una bola
de cristal. La llamada Ley de Moore es una regularidad que se ha
cumplido bien hasta comienzos de este siglo, pero no se puede cumplir
siempre, dado que un transistor no puede ser más pequeño que un
átomo. Es más, durante el siglo XXI se ha cumplido de forma más
formal que real, dado que pese a continuar reduciéndose la
dimensión de los transistores, al menos según la nomenclatura
empleada, existen
otras limitaciones que hacen que la densidad real, es
decir, útil, no se duplique. A pesar de ello, comienza
a fallar.
¿Quiero decir con esto
que nuestros sueños tecnológicos fracasarán? No lo sé, como he
dicho antes no conozco el futuro, lo que sí que podemos conocer es
el pasado. Si nuestra época es la de las tecnologías de la
información otras lo fueron de la tecnología aeroespacial. No está
de más recordar el pensamiento de aquella época, lo haré citando a
Claude Lafleur en su artículo “La exploración espacial: nuevos
horizontes de investigación”, que forma parte del libro “El
estado del mundo: 2010”
Tras la estela de la
película 2001, una odisea del espacio, de Stanley Kubrick
(1968), era la época en que se soñaba con conquistar el
espacio. Para ello habría que construir bases espaciales y ponerlas
en la órbita terrestre, donde vivirían cientos de trabajadores del
cosmos. Se soñaba con instalar en La Luna bases científicas
similares a nuestras estaciones de investigación en el Antártico e
incluso con enviar hombres a Marte en la década de 1980. Se soñaba,
en fin, con que los turistas -gente como usted y como yo- se
pasearían por el espacio y se alojarían en hoteles lunares.
¿Correrán la misma
suerte nuestros sueños informáticos? No lo sé, pero lo que es
realmente un error es jugarnos nuestro futuro y nuestro bienestar en
una arriesgada jugada de poker. No soy tecnófobo, al contrario, no
me opongo al desarrollo de nuevos medios y nuevas herramientas, pero
es hora de probar otras estrategias, preguntarnos por los fines,
modificar lo que hacemos con los medios de los que disponemos.
Reorganizar la sociedad industrial para que sea justa y sostenible, y
utilizar la tecnología que podamos desarrollar como un medio para
ello y no como un fin en si misma. Antes de correr el maratón es
conveniente curarnos del cáncer, quizás así evitemos un colapso.
El autor de “Breve historia del progreso” no es Robin Wright sino Ronald Wright
ResponderEliminarCierto. Gracias por el apunte. Los problemas del verano y de tirar de memoria.
Eliminarun saludo,
Buen blog, échale un vistazo al mio http://descubrimientossensacionales.blogspot.com.es/
ResponderEliminarUn saludo.
Le echaré un vistazo. Gracias.
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