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martes, 24 de abril de 2018

Autonomía y globalización

Todavía oigo a muchas buenas personas y activistas políticos comprometidos con una sociedad más justa  decir que es necesaria “otra globalización”. Al pronunciar este sintagma ya estamos derrotados, porque hemos aceptado el marco del contendiente, de nuestro rival, un tecnócrata, académico o periodista comprometido con el liberalismo de nuevo cuño, ese que dice que el gobierno debe tomar parte activa en la economía creando nuevos mercados a golpe de decreto. Cuando existe un marco cognitivo establecido, según George Lakoff, no es necesario ofrecer muchas explicaciones, determinadas palabras o construcciones lingüísticas ya evocan una serie de ideas que no es necesario explicar ¿qué ideas van asociadas con el marco de la globalización? Que quién se opone a ella es un nacionalista, y como todos los nacionalistas un xenófobo, entre otras cosas. De esta forma, a través de la negación de su supuesto y fantasioso contrario (el nacionalismo) la globalización se reviste de un prestigio humanista insólito, lo cual sería cómico sino tuviese tan dramáticas consecuencias ¿Por qué desde cuándo es humano hacer dinero a toda costa?

¿Dónde quedan los paraísos fiscales? ¿Y la producción industrial con mano de obra explotada y dañando gravemente el entorno natural? ¿Y las largas cadenas de transporte y suministro que conllevan un buen número de emisiones de gases de efecto invernadero? Se puede hablar todo ello, pero será inútil, porque ninguno de esos males se puede atajar dentro de la globalización. Globalizar es integrar una parte en un todo, en este caso las economías nacionales. De forma muy simple, se coge un mercado nacional y se lo  integra en uno global, de capitales (prácticamente logrado), de mercancías (logrado en gran medida, aunque ahora con una tendencia a ligeros retrocesos) y de fuerza de trabajo (pocos avances realizados, salvo a nivel regional). En los mercados domina quien tenga los costes más reducidos. Si para ganar cuota de mercado interesa reducir costes será difícil proteger a las personas de la explotación, a los ecosistemas de su destrucción, e incluso garantizar unos servicios sociales con unas bases fiscales que son erosionadas por la competencia fiscal entre estados, tratando de reducir los costes de las empresas asentadas en su territorio. La integración en un mercado único impide a los estados incluso legislar sobre seguridad alimentaria o de uso de los electrodomésticos, baste recordar la famosa carne de pollo fluorada que tendríamosque comer en Europa si se aprobaba el TTIP.

Los mercados globales sólo pueden ser regulados por entidades supranacionales, esas que suelen estar administradas por tecnócratas, que no rinden cuentas a nadie y que son lo más alejado de la democracia quepodamos imaginar. Parece que nos encontramos entre la espada y la pared, o abrazamos el nacionalismo, o abrazamos un libre mercado mundial desregulado, o nos ponemos en manos de supertecnócratas globales que regulen un mercado único mundial desde sus torres de marfil. Ninguna alternativa es muy atrayente, hablar de “otra globalización” invoca vagamente la opción de los supertecnócratas globales, no parece un producto muy sexy que vender a la ciudadanía.

Tenemos dificultades porque no tenemos ningún marco establecido al que podamos apelar. Es evidente que es posible imaginar muchas otras opciones, pero no podemos remitir a ellas con una simple palabra como “globalización”.

En primer lugar habría que pensar ¿Cuál es el objetivo? ¿Qué es lo que queremos? Proteger a las personas y al planeta. Para alcanzar esos objetivos nos convienen mercados nacionales débilmente integrados e instituciones globales que promuevan estándares medioambientales globales. Desde la soberanía de un mercado nacional integrado globalmente, pero bajo nuestra regulación política, podemos rechazar o imponer impuestos a los productos que se fabriquen en condiciones que no concuerdan con nuestros valores de protección a las personas o al medioambiente. Desde instituciones globales como las Naciones Unidas podemos aliarnos con países favorables a la protección del medioambiente y presionar al resto para que adopten estándares medioambientales que protejan de forma efectiva los bienes comunes globales como el clima (en último caso podemos no aceptar sus productos en nuestros mercados, o imponerles un arancel, si se han fabricado de forma muy contaminante).

Globalizar es hacer que una característica determinada sea compartida por toda la humanidad. Nuestra globalización es de las mercancías, pero indudablemente afecta a la cultura cuando un local de comida tradicional compite con un MacDonalds. Generalmente las multinacionales gozan de ventaja de en este terreno, por su marketing, financiación, experiencia, etc. En esas condiciones la globalización, a nivel cultural, es una uniformización, una invasión cultural de los países “atrasados” por las tropas del progreso de la cultura occidental (preferentemente anglosajona). La cultura global nos empobrece, en realidad lo que nos interesa que sea global es la tolerancia y el respeto a los derechos humanos. Para ello no necesitamos la competencia del comercio, sino la cooperación: científica, política, cultural, educativa. Todo ello puede favorecerse gracias a las tecnologías digitales, la red global y los viajes baratos (aunque muy contaminantes). Hay que fomentar los intercambios estudiantiles, y un concepto distinto de turismo, que nos permita sumergirnos en un cultura, incluso colaborar con ella de forma solidaria. El Estado también puede tener un papel, cooperando con otros países o favoreciendo las iniciativas de la sociedad civil.

Si pensamos en los elementos que definen lo que debería ser nuestro modelo de convivencia planetaria, la relocalización económica, la defensa de los bienes comunes globales, el multiculturalismo y la cooperación ¿qué nos sale? Recuerda mucho al eslogan de “piensa en global, actúa en local”. El término “comunidad” hace referencia a los lazos sólidos entre las personas, establecidos por el afecto y los valores, y no por la competencia en el comercio. El planeta sería una comunidad de comunidades, una comunidad planetaria. Intercomunitarismo es otro término que viene a la mente, aunque parece poco sexi. Comunitarismo solidario, comunitarismo cooperativo… se aceptan sugerencias. Se premiará con un sincero agradecimiento.




martes, 17 de abril de 2018

La teoría económica como caballo de Troya: Fundadores.



Fueron los economistas clásicos de Inglaterra quienes usarían la teoría económica como caballo de Troya, sus fundamentos, el libre mercado y la competencia, que conduciría a la prosperidad.

"Los principios teológicos de Adam Smith llevan el sello inconfundible del deísmo de la época de la Ilustración. Dios es el Supremo Hacedor del universo y, en su absoluta sabiduría, ha ordenado el mundo como si fuera un mecanismo, que marcha con una regularidad perfecta. La divinidad no sólo es la expresión de la sabiduría absoluta, sino también de la bondad suma y se propuso como fin supremo de la creación la felicidad del hombre".

Escribe Gabriel Franco, en el estudio preliminar de la obra traducida del profesor de moral, Adam Smith (Fondo de Cultura Económica. México. 1958).

La economía marginalista, que saldrá para enfrentar la teoría del valor trabajo, será en esencia economía clásica, que prescindiendo de la teoría del valor trabajo, buscará justificar toda fuente de renta y desigualdad.



Partes 1 2 3 4 y 5 de la serie, enlace en el nombre.

La economía como caballo de Troya: "Génesis", "mercantilismo", "interludio para la situación española", "precedente" y "fundamentos".





“Estoy particularmente preocupada por la India y otros países en desarrollo cuyas doctrinas económicas les llegan principalmente de Inglaterra y en inglés. ¿Está lo que les estamos dando ayudando a su desarrollo?...
¿Estamos llevando más mal que bien? En un estado anímico lúgubre, pienso en los daños”.


Expresaba con preocupación Joan Robinsón[1], quien veía que “no existe una rama de la economía en la que haya una brecha más amplia entre la doctrina ortodoxa y los problemas reales que en la teoría del comercio internacional”, cuyo objetivo era “establecer los efectos beneficiosos del libre comercio”, lo cual sin duda “fue aceptado por la opinión ortodoxa en el país, pues tenía más ganancias en mercados abiertos por sus exportaciones[2].

La idea ya concebida por los fisiócratas, de libre mercado[i], como orden político armónico, que buscaba emular “la Ciudad de Dios, es decir, el más perfecto Estado posible bajo el más perfecto de los Monarcas[3], encontrará su expresión radical en las sociedades protestantes agustinianas, calvinistas, en las cuales estas ideas tendrán una gran aceptación, dada su congenialidad con su visión teología.

Con la reforma protestante, el individuo cobrará importancia frente a la comunidad. El fideísmo luterano que conecta al hombre directamente con Dios, tan enemigo de la razón[4], la apologética presuposicionalista calvinista, “sola scriptura”, que lleva a una lectura solitaria y fundamentalista de la Biblia, o la expiación limitada, que hace desaparecer la fraternidad en la salvación, “sola fide”, justificando desigualdad y depredación.


Frente a la Iglesia católica, supranacional, y cuyo alcance pretendía ser universal, estando por ello por encima de las fronteras políticas, “mi reino no es de este mundo[5], con clara separación entre lo político y lo divino[6], “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios[7], emergerá, con la reforma, intentos por establecer una nueva Jerusalén. Sociedades teocráticas[8] que emergerán de iglesias regionales, cuyo alcance quedará reducido a una pequeña comunidad, la cual comparte una interpretación propia de la Biblia, frente a las demás, que llevará a sociedades ideales a la que se buscará emular[9].

Se desarrollará, dada la diversidad de iglesias protestantes, un enfrentamiento, no sólo entre éstas, sino también con el Estado, al tomar éste una decantación, lo cual supondrá una animadversión al mismo, convirtiéndolo en enemigo[10].

lunes, 9 de abril de 2018

Por qué no te conviene comer carne (aunque adelgaces)


Repasamos las evidencias que muestran que el consumo habitual de carne limita la extensión potencial de la vida humana

Si es por tu salud, mejor 365 días sin carne que uno solo

Permítaseme comenzar este artículo con una digresión. La alimentación, entendida esta con cierta amplitud como la producción, transformación, distribución y consumo de alimentos, es a mi juicio un campo de batalla crucial que marcará tendencias clave para el futuro de nuestra sociedad. Aquí confluyen cuestiones esenciales como la salud, que será el objeto principal de este artículo, la sostenibilidad, por el enorme impacto ambiental de la producción de alimentos sobre el planeta, que ha llevado a la humanidad a una zona de riesgo, y por último la posibilidad de un nuevo sistema económico, más inclusivo. Dado que las alternativas (como la permacultura) que se plantean al modelo tecno-industrial hegemónico implican una producción de alimentos distribuida, difícil de concentrar en pocas manos al no existir economías de escala ni patentes, además de una distribución sin intermediarios, de productor a consumidor, no es exagerado hablar de la posibilidad de otro modelo económico.

Pero no hay que olvidar otra cuestión relacionada con la alimentación, de enorme importancia, la ética, evitar el sufrimiento innecesario al resto de organismos con los que convivimos en la biosfera. Hacernos daño a nosotros mismos mientras causamos sufrimiento a otros organismos es redoblar la estupidez de nuestro comportamiento.

La alimentación es también un epítome de cómo funcionan los sistemas sociales jerárquicos, dado que el sistema de producción y procesado de los alimentos, concentrado en pocas manos con un gran poder, ha conseguido modificar de forma sustancial nuestros hábitos de alimentación. Es también un ejemplo de como la tecnología cambia nuestro comportamiento. Así, la posibilidad que nos dio la tecnología de producir y procesar una gran cantidad de alimentos con poca mano de obra ha condicionado que incorporemos de forma masiva ese tipo de alimentos procesados totalmente insanos a nuestra alimentación. Lo explica muy bien el nutricionista Aitor Sánchez en esta entrevista:

Si les dices a las familias que los niños no pueden tomar cereales, te responden: ¿Entonces qué desayunan? O les dices que no pongan embutido en el bocadillo y te contestan: ¿Y entonces qué le pongo? O que no les den papilla cuando el niño tenga 6 u 8 meses, y la respuesta: ¿Pero y entonces qué le doy? Nos han creado un constructo social según el cual HAY QUE desayunar galletas, los bocatas TIENEN QUE ser de embutido y los niños TIENEN QUE tomar papilla. Pero, ¿qué se tomaba antes de que existieran las papillas? ¿Qué tomaba Marie Curie, Aristóteles, Platón...? Comida. Y ya está. No es tan complicado el ser humano. Nos han vendido que los niños necesitan unos requerimientos hiperóptimos, pero no. Los niños, de toda la vida, han comido comida machacada. Una zanahoria o una patata o unos garbanzos machacados. Y ahora parece que tienes que ir a la farmacia a por el Blevit+ de 6 meses.

martes, 3 de abril de 2018

La teoría económica como caballo de Troya: Fundamentos filosóficos.


Smith, como tutor del hijo del noble Henry Scott, viajó a Francia, donde entablaría contacto con fisiócratas, en su obra, "La riqueza de las naciones", comenta al respecto de éstos:

"Sin embargo, este sistema, con todas sus imperfecciones, es quizás la aproximación más cercana a la verdad que ha sido publicada sobre el tema de la economía política; y es por esa razón, vale la pena la consideración de cada hombre que desea examinar con atención los principios de esa ciencia tan importante. Aunque al representar el trabajo que se emplea sobre la tierra como el único trabajo productivo, las nociones que inculca son, tal vez, demasiado estrechas y confinadas".

Los planteamientos de los fisiócratas, que posteriormente serían asimilados por los economistas clásicos, responden, sin embargo, a una concepción del mundo teológica y filosófica propia de la época en que vivieron, la contrarreforma de Francia. Siendo el cartesianismo su principal influencia, su concepción de "armonía preestablecida", orden económico perfecto, no se corresponderá con sus vivencias, ni se desarrollará a partir de la descripción del mundo, sino que sus teorías se relacionarán con sus ideas teológicas y filosóficas, a las que intentarán mantener vinculadas.



Partes 1 2 3 y 4 de la serie, enlace en el nombre.

La economía como caballo de Troya: "Génesis", "mercantilismo", "interludio para la situación española" y "precedente".





“Es engañarse a sí mismo creer que podría tener éxito hacer continuamente que millones de hombres actúen en contra de su interés particular; cuanto más considerable sea su interés, más difícil será”. 

Escribiría Vicent de Gournay[1], quien, como fisiócrata, veía maligna la intervención del Estado en la actividad económica.

“A partir de ahí concluyo que el uso del comercio no sólo es necesario, sino también permitido y conforme con el punto de vista de la Providencia”.

Expresa Turgot en su obra[2], donde no es casualidad que haga mención a la Providencia.

Ya antes de los clásicos, los fisiócratas habían pensado que la actividad económica debía realizarse sin intromisión del Estado, realizándose ante la ausencia de éste de forma armónica, “armonías económicas”, que expresaría Bastiat[3], y, si bien es una idea que sigue siendo hegemónica hoy, la razón precisa de su persistencia en el tiempo se debe específicamente a la enorme intervención del Estado en distribución de rentas, bastando con que se descuide tan sólo temporalmente de ello como para que de ser una idea aceptada acabe tornándose a una frágil y próxima a irse[4].

Sin embargo, esa mano invisible, que diría Adam Smith[5], encargada de llevar a cabo la armonía, no será otra que la mano de Júpiter, la mano de Dios, la providencia divina que, con el paso del tiempo, acabará siendo secularizada en el mercado.


La mano de Dios es la potencia de Dios, que actúa en lo visible operando invisiblemente”. 
 “La ciudad de Dios contra los paganos”, 426. Agustín de Hipona[6].


Imbuidos por la filosofía trinitaria cartesiana[7], y más propiamente, por los desarrollos de Malebranche y Leibniz, los fisiócratas verán en Dios, la “res infinita”, el motivo del orden, pues la “res cogitans”, el alma, y la “res extensa”, el cuerpo, serán influidos por Dios en su comunicación.



Ilustración de la Ciudad de Dios de San Agustin por Raoul de Presles. 
Arriba, los salvados en el cielo, debajo, los que están por salvarse. En cada compartimento se practica uno de los siete pecados capitales.

El ocasionalismo[8], elaborado a partir del cartesianismo y agustinismo por Malebranche, quien pasaría su vida intentando conciliar el pensamiento de Descartes con el dogma católico, será la cosmovisión, plano ontológico, con el cual Quesnay, seguidor suyo, elaborará su teoría de un orden económico establecido bajo leyes naturales creadas por Dios.