Mi
compañero Jesús Nacher ha escrito una entrada previa en el blog
sobre la encíclica “Laudato Si. Sobre el cuidado de la casa común” y me invitó a exponer mi
opinión, lo que hago encantado.
La
encíclica “Laudato si” del Papa Francisco, ha generado gran
revuelo en algunos medios, especialmente conservadores, que defienden
una visión neoliberal. Se le han dedicado algunos epítetos poco
agradables y, hasta sorprendentes, hacía una figura religiosa de su
relevancia. Sin embargo, lo esencial ha sido la descalificación a su
capacidad o autoridad para hablar de estos temas. Simplemente, le han
dicho que se dedique a sus asuntos y deje a los que saben de estos
temas. Se podría interpretar como un choque de fes, pero no haría
justicia al contenido de la encíclica que es, radicalmente,
diferente a lo habitual en estos textos. Es cierto, que la encíclica
está plagada de referencias religiosas, que menos podríamos
esperar, pero no nos dejemos engañar, el mensaje contenido es mucho
más moderno y progresista de lo que el “establishment”
está dispuesto a soportar. En este caso, no han sido sólo unos
cuantos pasos más allá respecto a lo que consideran tolerable sino
que, se ha pasado varios pueblos y, eso es imperdonable.
El
texto es extenso, y me voy a centrar en determinados aspectos que me
parecen importantes desde el enfoque de la economía ecológica.
En
primer lugar, es importante destacar el reconocimiento de la
complejidad que conlleva considerar que el ser humano no es dueño y
señor de la naturaleza, sino un senescal al que se le ha encargado
su cuidado. Esta cuestión es trascendental, porque la
utilización y aprovechamiento de la naturaleza y sus recursos es el
pilar donde se edifica la iglesia del crecimiento ilimitado. La
Biblia, siempre había sido interpretada de forma que dieran soporte
a esa idea de dominio y sometimiento. La encíclica dice:
“Esta
no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la
Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos
interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con
fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato
de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás
criaturas.”
Y
añade:
“Cada
comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para
su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de
garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones
futuras.”
Lo
que resulta cercano a la definición de renta de Hicks o de renta
sostenible, un elemento fundamental de la economía del estadoestacionario. Se trata de conservar el capital natural minimizado el
flujo, dicho en palabras de Herman Daly:
"...
la máxima cantidad que una comunidad puede consumir en un año, y
ser todavía capaz de producir y consumir la misma cantidad el año
siguiente. En otras palabras, la renta es la máxima cantidad que se
puede producir manteniendo la capacidad productiva (capital) intacta.
Cualquier consumo de capital, hecho por el hombre o natural, debe ser
sustraído en el cálculo de la renta. Asimismo, debe abandonarse la
asimetría de añadir al PIB la producción de los anti-males sin, en
primer lugar, haber sustraído la generación de los males que han
hecho los anti-males necesarios. Señalar que el concepto de Hicks de
renta es sostenible por definición. La contabilidad nacional, en una
economía sostenible, debería intentar aproximarse a la renta
hicksiana y abandonar el PIB."
Asimismo,
pone el dedo en la llaga cuando señala la inconsistencia del modelo
circular de la economía, esa presunta máquina de movimiento
perpetuo que tanto critican los economistas ecológicos:
“Todavía
no se ha logrado adoptar un modelo circular de producción que
asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, y que
supone limitar al máximo el uso de los recursos no renovables,
moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento,
reutilizar y reciclar.”
Sin
embargo, tal cosa no es posible, al menos, en este universo y con las
leyes de la física que conocemos como ya he explicado en otros artículos más extensamente. No obstante, el Papa es perfectamente
consciente de esa realidad cuando afirma:
“Es
el presupuesto falso de que «existe una cantidad ilimitada de
energía y de recursos utilizables, que su regeneración inmediata es
posible y que los efectos negativos de las manipulaciones de la
naturaleza pueden ser fácilmente absorbidos.”
Este
punto, contiene una declaración decisiva, el reconocimiento de lo
que ha venido en denominar, desde el célebre informe del Club de
Roma, los límites del crecimiento. La frase resume lo que Nicholas
Georgescu-Roegen denominó proceso de transformación, en
contraposición al proceso de producción que nos explica el
paradigma económico dominante. El hombre transforma recursos
naturales que son limitados en bienes y servicios útiles, pero
también, genera residuos que los sistemas naturales deben absorber y
reciclar. Esos sumideros tienen unos límites en su capacidad de
absorción y son un sistema complejo que sostiene la vida. Dañarlos
y/o saturarlos tienen consecuencias que van más allá de la propia
función de ese sistema ecológico como sumidero de residuos y
repercuten en el conjunto. Por eso, Georgescu-Roegen señalaba que
la economía dominante trata la naturaleza como si viviéramos en el
Jardín de Edén, ignorando todas las repercusiones de sus procesos
de transformación. Parecería que la producción obtiene las cosas
de la nada, violando el primer principio de la termodinámica. No
vivimos en él, como bien nos explica el Papa, porque si alguna vez
lo hicimos fuimos expulsados.
El
texto contiene críticas frontales a la piedra sobre la que se
edifica la iglesia del crecimiento ilimitado, el progreso
tecnológico. Es la tecnología, la que nos permite vivir en ese
añorado Jardín del Edén, al menos, eso es lo que piensan sus
defensores. La sustitución infinita entre el capital natural y el
hecho por el hombre mediante el precio que nos suministra el dios
mercado es lo que nos hace no mirar hacía atrás y avanzar firmes y
decididos por la senda del crecimiento que, a la postre, siempre nos
beneficiará a todos, aunque su distribución sea muy desigual.
“La
alianza entre la economía y la tecnología termina dejando afuera lo
que no forme parte de sus intereses inmediatos. Así sólo podrían
esperarse algunas declamaciones superficiales, acciones filantrópicas
aisladas, y aun esfuerzos por mostrar sensibilidad hacia el medio
ambiente, cuando en la realidad cualquier intento de las
organizaciones sociales por modificar las cosas será visto como una
molestia provocada por ilusos románticos o como un obstáculo a
sortear.”
Sorprende
la contundencia de la declaración e indica una beligerancia activa
ante todos los obstáculos que los poderes económicos ejercen sobre
cualquiera que se revele contra el “business as usual”, cuya
manifestación más pedestre es el negacionismo ante el cambio
climático (recomendable leer el "tour de force" de Ferran P Vilar sobre la cuestión).
Sobre la fracasada política del “trickle down” desmentida por los
datos y, por la asimetría en el reparto de las cargas de la crisis, que continúa siendo la bandera de enganche de las políticas
económicas neoliberales se afirma en el texto:
“Conocemos
bien la imposibilidad de sostener el actual nivel de consumo de los
países más desarrollados y de los sectores más ricos de las
sociedades, donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles
inauditos. Ya se han rebasado ciertos límites máximos de
explotación del planeta, sin que hayamos resuelto el problema de la
pobreza.”
No
es más que el cacareado camino del crecimiento que nos hace más
ricos consumiendo más y, siéndolo, es más fácil solucionar los
problemas que se presentan. Es la celebre y errónea metáfora de la
marea que eleva todos los barcos, olvidando que la pleamar en un
lugar se corresponde con bajamar en otro. El problema es que el
crecimiento del PIB (flujo) no nos hace más ricos, nos hace más
pobres, sólo que no contabilizamos los costes. Por lo tanto, cuanto
más insistamos en esas políticas de crecimiento sobre la base de la
sustitución entre capital natural y capital hecho por el hombre, más
lejos estaremos de solucionar nuestros problemas o, de al menos,
mitigarlos.
Dicho
lo anterior, hay que decir bien alto que ésta no es una encíclica
anti-modernista, al contrario, reconoce el valor de la ciencia y la
tecnología, pero no se deja engañar por ese angelismo que considera
cualquier avance tecnológico como intrínsecamente positivo carente
de iatrogenias.
“Después
de un tiempo de confianza irracional en el progreso y en la capacidad
humana, una parte de la sociedad está entrando en una etapa de mayor
conciencia.”
Tengo
mis dudas, pero estaría encantado de que esa consciencia alcanzara a
una parte sustancial de la sociedad con capacidad de transformar una
realidad que avanza implacable por los caminos del crecimiento del
flujo (PIB) a costa de depredar el capital natural. El crecimiento
anti-económico continua su paso firme y, cuando más obstáculos,
más empeño en generar crecimiento, el bálsamo de Fierabras que
todo lo cura a costa de matar aquello que nos mantiene con vida.
Sin
embargo, la encíclica es consciente de los poderosos intereses que
están detrás de la fe en el progreso tecnológico y en el
crecimiento ilimitado. Una de las manifestaciones más evidentes es
puesta de manifiesto de forma directa:
“Muchos
de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político
parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en
ocultar los síntomas, tratando sólo de reducir algunos impactos
negativos del cambio climático.”
Supongo que, esta declaración tan franca es una de las que ha levantado más ampollas entre aquellos que se dedican a negar que el ingenio humano tenga límites. Una creencia, por otra parte, ampliamente compartida en nuestra sociedad, acostumbrada a observar la tecnología como una maravillosa caja mágica que le proporciona soluciones a sus problemas. En muchas ocasiones, no se trata más que disfrazar los problemas o trasladarlos a otros lugares donde no los podamos ver, aunque esto último, cada vez resulta más difícil en la medida que nuestro mundo se asemeja más a una nave espacial donde las acciones de unos tienen repercusiones globales que son cada vez más difíciles de ocultar. No obstante, el martilleo de noticias con tecnologías cada vez más asombrosas, que, aparentemente, sólo tienen aspectos positivos, intentan dar una apariencia de normalidad y optimismo que llega a niveles que rozan el ridículo.
Hace
hincapié en algo que debería ser considerado como una perogrullada,
pero no lo es: la tecnología no es neutral:
“Hay
que reconocer que los objetos producto de la técnica no son neutros,
porque crean un entramado que termina condicionando los estilos de
vida y orientan las posibilidades sociales en la línea de los
intereses de determinados grupos de poder.
Ciertas
elecciones, que parecen puramente instrumentales, en realidad son
elecciones acerca de la vida social que se quiere desarrollar.”
La
neutralidad tecnológica es una pieza esencial para la
auto-denominada ciencia económica. El halo de positivismo alejado de
cualquier cuestión normativa es mantenido contra viento y marea, de
lo contrario, se debería reconocer que existen elecciones normativas
y, en consecuencia, no son recetas indiscutibles que deben ser
aceptadas como inevitables. Tristemente, acontecimientos recientes
como la cesión del primer ministro Tsipras, nos recuerdan la
persistencia de la famosa frase de la principal adalid de esa visión
del mundo, la fallecida ex-primer ministra británica Margaret
Thatcher: “No hay alternativa”. Es la encarnación más palmaria
del imperialismo económico que considera a la economía como el todo
relevante. El Papa tiene una visión totalmente diferente coincidente
con la economía ecológica:
“Cuando
se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una
relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la
habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de
nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en
ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados.”
El Papa no comparte la visión de la falta de alternativas y, la minoría se puede sentir un poco más acompañada. La encíclica nos habla de la necesidad de una cultura ecológica en oposición al que denomina paradigma tecnocrático:
“La
cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas
urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a
la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas
naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un
pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida
y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del
paradigma tecnocrático.”
No
es de extrañar que los más conservadores hayan saltado a la yugular
del Papa, porque su propuesta supone un giro copernicano al actual
modelo de relación con la naturaleza, lo que es completamente
contrario a una economía en perpetuo crecimiento.
El
documento, como no podría ser de otro modo critica el control de la
natalidad, pero arremete contra el consumismo o el crecimiento de la
población exosomática (el capital hecho por el hombre) que
constituye la mayor amenaza contra el sistema ecológico. No
obstante, y eso es un gran avance, reconoce la presión de la
población sobre el sistema ecológico y pone de relieve lo más
perentorio con gran crudeza:
“En
lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo
diferente, algunos atinan sólo a proponer una reducción de la
natalidad. No faltan presiones internacionales a
los países en desarrollo, condicionando ayudas económicas a ciertas
políticas de «salud reproductiva». Pero, «si bien es cierto que
la desigual distribución de la población y de los recursos
disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del
ambiente, debe reconocerse que el crecimiento demográfico es
plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario».
Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y
selectivo de algunos es
un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar así el
modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho
de consumir en una proporción que sería imposible generalizar,
porque el planeta no podría ni siquiera contener los residuos de
semejante consumo. Además, sabemos que se desperdicia
aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el
alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre».
De cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención al
desequilibrio en la distribución de la población sobre el
territorio, tanto en el nivel nacional como en el global, porque el
aumento del consumo llevaría a situaciones regionales complejas, por
las combinaciones de problemas ligados a la contaminación ambiental,
al transporte, al tratamiento de residuos, a la pérdida de recursos,
a la calidad de vida.”
También,
es importante la mención a la deuda ecológica que los países
desarrollados tienen con el resto y su contraposición con la deuda
externa como sistema de control.
“La
deuda externa de los países pobres se ha convertido en un
instrumento de control, pero
no
ocurre lo mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los
pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las más
importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo
de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro. La
tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada, pero el
acceso a la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus
necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones
comerciales y de propiedad estructuralmente perverso”
Aunque
de pasada y sin profundizar en las causas, si que constata algo
evidente, la deuda no es la reclamación de unas ciertas cantidades
monetarias que crecen exponencialmente de no pagarse el principal
por mor del interés compuesto, sino que la deuda ha de ser impagable
para mantener a los deudores subyugados a los dictados del acreedor.
Es la forma de apropiarse de sus recursos excluyendo a la mayoría de
las rentas que producen, rentas no ganadas, que revierten al final en
más préstamos para aumentar el control y seguir aumentando la
deuda. Es lo que el Papa llama deuda ecológica, pero como carece de
mercado se convierte en una reclamación incuantificable y, de la
cual el sistema capitalista prescinde, porque sino lo hiciera el
sistema sería inviable.
Dicho
de otra forma, el sistema funciona generando crecimiento
“cuantificable” a corto plazo del que se apropia una minoría,
dejando “costes” sin mercado que superan ampliamente los
beneficios y que se despliegan a través del tiempo afectando a
generaciones futuras. La diferencia, amplia entre esa magnitud
contabilizada y, los daños no cuantificados es el crecimiento
anti-económico que nos hace más pobres a medida que nuestro
registro, el PIB, nos dice que somos más ricos. Podríamos pensar
que la deuda que se va apilando de forma imparable ante cualquier
intento de crecimiento es el reverso de esos costes no cuantificados,
en la medida que no representan reclamaciones de bienes y servicios
futuros, porque nuestra capacidad merma en lugar de aumentar, sino
son meros mecanismos de control que unos pocos ejercen sobre la
inmensa mayoría.
También,
me gustaría destacar la apelación a sistemas de topes (caps)
infranqueables que desde la economía ecológica denominaríamos
macro-asignaciones esencialmente de recursos, que el mercado es
completamente incapaz de fijar por sus propios mecanismos para que
sean compatibles con la sostenibilidad del sistema ecológico.
“Se
vuelve indispensable crear un sistema normativo que incluya límites
infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes que
las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico
terminen arrasando no sólo con la política sino también con la
libertad y la justicia.”
Éste,
es sin duda un tema polémico, pero si queremos afrontar una
situación límite, de control de daños, las macro-asignaciones sonimprescindibles. De lo contrario, nuestro futuro se aboca a la
extensión y generalización de las guerras por los recursos.
Esto
plantea una cuestión que es nuclear para el actual sistema, la
asignación y mantenimiento de los derechos de propiedad, que aunque
no son absolutos si tiende y se pretende que sean lo más amplios
posibles, lo que choca con el principio de subordinación que propone
el documento.
“El
principio de la subordinación de la propiedad privada al destino
universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso
es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer
principio de todo el ordenamiento ético-social»”
Finalmente,
para concluir la entrada con un repaso rápido a algunos aspectos de
la encíclica, citaré la defensa de la visión holística para
afrontar los problemas.
“Es
fundamental buscar soluciones integrales que consideren las
interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas
sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social,
sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la
solución requieren una aproximación integral para combatir la
pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente
para cuidar la naturaleza”
No
puedo estar más de acuerdo con la anterior afirmación que, una vez
más, es similar a la visión pre-analítica que Herman Daly nos
explica, el
mundo que debe ser tratado como un sistema complejo y finito, donde
la economía no es más que una parte de un todo mayor a la que está
plenamente sometida. Sin tener en cuenta eso, nuestro rumbo de
colisión con los límites ecológicos y sociales es una certeza.
Por
último, os dejo un enlace al programa de radio de Colectivo Burbuja
en que participé junto a Txus Marcano, Carles Sirera y Jesús Nacher
donde se debatió sobre la encíclica "Laudato Si".