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miércoles, 7 de febrero de 2018

La teoría económica como caballo de Troya: Mercantilismo

En el artículo anterior vimos cómo se originó la teoría económica, dada la necesidad de administrar el Imperio español, el cual se encuentra en continua expansión y con una afluencia de plata y oro del nuevo continente. Sin embargo, estas ideas serían pronto exportadas hacia el resto de los territorios europeos por personajes como Thomas Mun, Jean Bodin, Antonio Serra o Ludwig von Seckendorff, quienes conectarán el aumento de los metales con una relación comercial favorable.


“El sol luce para mí como para otros. Querría ver la cláusula del testamento de Adán que me excluye del reparto del mundo”, cuentan que exclamó Francisco I ante el tratado de Tordesillas, el cual modificaba el reparto de América entre España y Portugal. Época de rivalidad imperial en Europa y expansión hacia el exterior, será el contexto histórico en el que se termine por desarrollar la teoría de los arbitristas españoles.





“Para la guerra se necesitan tres cosas:  1. Dinero  2. Dinero  3. Dinero.” Sentenció Raimondo Montecuccoli, uno de los hombres más capaces para realizar la guerra de la historia.


Saqueos como el Saco de Roma en 1527 por tropas de Carlos I[1], Amberes[2] o Palafrugell[3] motivados por atrasos o impagos al ejército debilitaban al Imperio español. Igualmente, motines y deserciones masivas[4] ocurrían cuando no se efectuaban los pagos o éstos no eran en plata u oro. En un escenario así, donde atrasos en los pagos podían significar directamente la derrota por motines y deserciones[5], metales como el oro y la plata resultaban esenciales para realizar la guerra, no pudiéndose llevar éstas a cabo sin ellos, pues eran los que permitían movilizar a los ejércitos[6].

“El comercio es la fuente de las finanzas y las finanzas son el nervio vital de la guerra”.

Contenida en una carta escrita en 1666 por Colbert[7] y dirigida a su primo, intendente en Rochefort, ciudad originada para el comercio marítimo bajo los proyectos del ministro, resumía a la perfección la esencia del mercantilismo.

La política mercantilista está ligada al Estado absolutista y las guerras que éste libra, siendo su objetivo principal fortalecerlo, se vuelve decisivo que éste intervenga fomentando una industria nacional que usará como instrumento para su propio beneficio, la cual mantenga un superávit comercial que permita llenar las arcas de metales preciosos con los que financiarse. De tal manera que siendo la riqueza privada un medio, más que un fin, y quedando ésta supeditada a los intereses del Estado, podemos definir la política mercantilista como “la consecución del poder del Estado por medio del mismo”.

No sólo por motivo bélico, los metales preciosos también tendrán un significado especial en cuanto vehículo de inversión, siendo más fácil desprenderse de éstos y a un interés menor cuanto mayor sea su cantidad[8], quedando por tanto la inversión, como la Hacienda, influida por la balanza comercial, pues será a través de ésta como se adquieran o pierdan los metales.



                                         Isla de Dejima, Nagasaki. “The Illustrated London News”, 1853[9]


Aranceles a la importación de bienes acabados, subvenciones a las industrias exportadoras, evitando en la medida de lo posible eso sí, exportar recursos naturales, y un comercio exclusivo con los territorios conquistados, especialmente importando sus recursos naturales hacia las áreas industriales[10], serán medidas comunes. Todo ello junto con una producción de escala llevada a cabo principalmente por el Estado a través de sus manufacturas reales[11], las cuales serán los pilares básicos para competir con la producción foránea.

Por el contrario, para la política interior se intentará acabar con los aranceles entre regiones, de modo que aumente el comercio intranacional[12] y la competencia nacional. Promover el desarrollo de la agricultura y manufacturas, las cuales deberán ocuparse de mantener a la nueva burocracia[13], exportar al extranjero y aumentar la recaudación del Estado a través de la Hacienda, ya sea de forma monetaria como en especie. De modo que se persigue en cierto modo una suficiencia económica respecto al exterior.


Adaptándose a distintas circunstancias, se expresaría de diversas formas, colbertismo[14] en Francia o cameralismo[15], homólogo en el Sacro Imperio, resultando todos en esencia lo mismo, una búsqueda continua de potenciar el poder del Estado respecto de los demás por medio de un proteccionismo radical que permita no sólo acumular metales preciosos a través del comercio, sino aumentar y desarrollar la industria propia[16], teniendo el proteccionismo un papel clave al asegurarle a ésta un mercado para sus productos gracias a la protección que le brinda de la competencia exterior.

Se busca en esencia, una retroalimentación entre balanza comercial e industria, donde la mejora de la balanza comercial permita aumentar la producción y cantidad de metales preciosos, aumentando con ello la inversión y mejorando la competencia con el exterior, redundando de nuevo positivamente en la producción y balanza comercial.

En síntesis, se trata de una política económica de carácter beligerante que busca a través del Estado crear las condiciones económicas oportunas para el establecimiento de una base industrial robusta que compita con las demás y haga posible la extensión del poder e influencia del Estado tanto en el interior de la nación, mediante la burocracia, como en el extranjero, a través de medidas militares. 

Una simbiosis entre industria y Estado donde éste se encargará de proveer a la industria un escenario económico que le permita prosperar y consiga a cambio de ésta un mayor ingreso para la Hacienda como el aumento de todo tipo de recursos gracias al manejo de una mayor producción.


                                 Luis XIV junto al ministro Colbert visita la manufactura real de gobelinos[17].


Convenientemente llevado a la práctica por motivo bélico, el mercantilismo sería practicado durante el periodo de guerras europeas por la hegemonía en Europa y la expansión colonial[18], dado que posibilita como argüía Keynes, sobrepasar y someter al resto de naciones a través del triunfo propio mediante un excedente comercial que permita ostentar una capacidad productiva superior como también mayor cantidad de oro y plata, sostén de la moneda, ejército y Estado. 



[1] Desobedeciendo órdenes y siendo mayoritariamente lansquenetes, mercenarios luteranos.

[2] En 1576, contribuyendo en demasía a poner las provincias de los Países Bajos contra el Imperio español.

[3] En 1638, provocando la sublevación de Cataluña y pérdida de territorios frente a Francia.

[4] Durante el reinado de Felipe IV en el siglo XVII llegaron a ser abundantes, especialmente durante la crisis de 1640 y la unión de armas, provocando la pérdida de Portugal y norte de los Pirineos.

[5] En 1554, a menos de 20 leguas de Paris y con la ciudad en pánico por las noticias, el ejército de Carlos I es retirado por no tener los medios para entregar el dinero que les debía. En otras ocasiones, por el contrario, como en el motín de Bicoca en 1522 de tropas de Francia, ayudaban a obtener victorias al Imperio español.

[6] Habitualmente formados por mercenarios, práctica común de la época. 

[7] Jean-Batiste Colbert, ministro y controlador general de finanzas de Luis XIV, practicó una política mercantilista en Francia centrada en la protección y promoción de las manufacturas nacionales.

[8] Adelantándose así a la teoría de Keynes sobre el interés y la preferencia por la liquidez.

[9] Creada artificialmente durante el periodo Edo para el comercio exterior, principalmente con Holanda.

[10] Si bien las minas del Potosí y Huancavelica eran “los exes donde andan las ruedas de todo lo deste Reyno y la hazienda que vuestra magestad en el tiene”, en palabras del quinto Virrey del Perú, el Imperio español practicó, influido por la idea de Imperio civil de Sepúlveda, en contraposición al Imperio heril, un tipo de política imperial con el Nuevo Mundo basada en integrar el territorio al Imperio, replicando por ellos las instituciones y edificando universidades, iglesias, carreteras u hospitales, de modo que grandes cantidades de productos castellanos hicieron desde Sevilla la ruta hacía América. En oposición, la mayoría del comercio de los Imperios europeos era afín al imperio heril, depredador, consistente en ocupar sólo el litoral y desde él transportar recursos naturales hacia la metrópoli, donde éstos serían manufacturados, aumentando así la capacidad productiva de ésta y sus exportaciones.

[11] Manufacturas a merced del Estado, verdadero motor de la industrialización y primordiales para el aumento de la producción.

[12] Surge así, y por mediación del Estado, una expansión de los mercados en la que productos locales podrán llegar a poseer una cuota de mercado nacional.

[13] Resulta determinante una mayor productividad a fin de mantener un mayor número de burócratas, quienes no empeñando labor productiva deberían sostenerse por la producción de otros, como ya lo hacían los soldados o terratenientes.

[14] En referencia a Colbert.

[15] En referencia a la cámara en la que se realizan reuniones o son guardados los tesoros.

[16] Importar productos extranjeros supone un gasto que ocasiona una contrapartida de ingreso neto en el extranjero, esto aumenta los beneficios de la industria externa y genera un desplazamiento de la nacional a favor de ésta, la cual aumenta su cuota de mercado y producción a expensas de la nacional. Esto tiende a mermar la producción interna en relación a la externa, por lo que el proteccionismo buscará cerrar el flujo de productos foráneos, asegurando a la industria nacional que sus productos no sean expulsados del mercado y pueda prosperar.


[17] En honor a Jehan Gobelins. El tapiz pertenece a la famosa fábrica de gobelinos. Hoy en día sigue funcionando al igual que otras manufacturas reales fundadas por Colbert. Ejemplo semejante en España es la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, fundada por Felipe V e igualmente activa hoy día. Así mismo, habría otras dedicadas a la porcelana, tabaco, armas, relojes...

[18] Expansión bajo la que se daría el célebre comercio triangular, ampliación de la ruta Canarias-Azores, y basado en gran parte en esclavos y los productos que ellos mismos producían, algodón, azúcar, tabaco o cacao.



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