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domingo, 30 de septiembre de 2018

Hambre: las tendencias de progreso se han roto


En la segunda década del siglo XXI, mientras no paro de leer en Facebook artículos sobre visionarios como Elon Musk, y sobre nuevas maravillas tecnológicas que nos conducirán (por fin) al jardín del edén del que fuimos expulsados, delante de nuestras narices esa narrativa de progreso se resquebraja, aunque parece que la mayoría se niega a aceptarlo. Por tercer año consecutivo el número de hambrientos ha aumentado en el mundo.



Las tendencias de las últimas décadas son preocupantes, ya a partir del año 2008 se observa que el ritmo de disminución de las personas subalimentadas se hace más lento, hasta que en el año 2015 este número comenzó a subir, primero muy tímidamente, para repuntar con fuerza en los años 2016 (19,8 millones) y 2017 (se estima que serán 16,6 millones).

Más preocupante todavía resulta que este fenómeno se encuentra relacionado (según el informe de la FAO El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2018) con la pérdida de servicios medioambientales que nos prestan los ecosistemas del planeta, en concreto con el cambio climático. Los desastres extremos relacionados con el clima están aumentando.



lunes, 7 de septiembre de 2015

Una foto, muchas narrativas



Es difícil expresar con palabras las emociones, y es difícil intentar articular razones, racionalizar en cierto grado aquello que nos entra por los ojos y nos llega directamente al corazón. Lo sentimos, nos duele, y eso parece suficiente. Hurgar en la herida podría parecer obsceno, hablar sobre el dolor es desagradable, especialmente si la razón, como una brújula, nos guía hacia territorios incómodos ¿Cuáles son esos territorios incómodos y qué es lo que nos guía hacia ellos?

Lo que nos sirve de brújula en este caso es una imagen. Es incuestionable el poder catalizador de una imagen. Los mismos hechos se siguen repitiendo día tras día, con diferentes protagonistas, pero el hecho de que el modo de transmisión sea gráfico parece cambiarlo todo, como si estuviésemos desprovistos de imaginación, incapaces de comprender todas las implicaciones de la palabra muerte. Son más de 2.600 muertos los que llevamos ya, pero uno de ellos puede suscitar cierta reacción si su imagen nos conmueve.

Los territorios incómodos hacia los que esa imagen nos guía han sido esquematizados en El País, que es el tabloide que yo leo habitualmente (críticamente, por supuesto), con los siguientes sintagmas: “El fracaso de Europa” o “La vergüenza de Europa”. Lo que se quiere expresar en esos términos es que imágenes como esa ponen en entredicho el modelo social europeo. Una Europa construida en torno a los valores de libertad, democracia y estado del bienestar. Se trata de una narrativa tremendamente falsa, teñida de humanitarismo, con el fin de colarnos gato por liebre.

La falsedad de lo que nos venden tiene dos caras. En primer lugar, es falso que los valores fundamentales en la construcción de Europa sean la democracia o el estado del bienestar. No se puede hablar de estado del bienestar en sociedades con un paro galopante, con un número creciente de personas sin ningún tipo de ingreso, dejadas a su suerte o dependientes de la ayuda de la familia o de la caridad. Tampoco es compatible el estado de bienestar con jibarizar las oportunidades de los jóvenes, condenándoles al éxodo económico. Sin embargo, estas son las condiciones que se están dando en los países del sur de Europa, a pesar de que parecemos encontrarnos en la parte alta del ciclo económico, y que no dentro de mucho comenzará un ciclo descendente.

Tampoco es cierto que otro de los valores transversales sea la democracia. Tal y como comenta Dani Rodrick, la globalización impone compromisos externos a los países, que minan su capacidad de decidir. Es el conocido trilema de Rodrick, que establece un país no puede tener al mismo tiempo democracia, soberanía y unirse de forma profunda a la globalización. En Europa hemos llevado ese trilema a su máximo exponente, creando el euro, que elimina la soberanía monetaria, lo que implica una versión más restrictiva del anterior trilema, que he bautizado con mi propio nombre, y que implica que no es posible mantener al mismo tiempo una moneda única como el euro, una democracia con un mínimo de soberanía para decidir, y las deudas de los países de la eurozona independientes por completo; al menos se deben mutualizar los riesgos catastróficos que puedan causar fugas de capital, caídas bancarias, etc. Los hechos son tozudos, y Grecia se ha convertido en un protectorado, sin capacidad para tomar ninguna decisión relevante en materia económica que no sea previamente autorizada por la troika, y su patrimonio nacional ha comenzado a ser liquidado a favor de los acreedores.

No hay duda, la democracia y el estado de bienestar sin duda están relacionados con Europa, como objetivos secundarios, supeditados al principal, que son los beneficios de las empresas y la acumulación de capital, o como se suele definir en nuestros tiempos, a la “competitividad”. En una palabra, la democracia y el estado de bienestar son principios que Europa aplicará mientras podamos pagarlos.

La segunda falacia implícita en el razonamiento de que estamos ante el epítome del fracaso o la vergüenza de Europa es pretender que este problema es europeo ¿Que tienen que ver países como España, Portugal, Finlandia o Irlanda en este problema? La lógica que pretende implicar a todos en el problema particular de unos países concretos se basa en que los países fronterizos a zonas “menos civilizadas” (como España o Grecia) pueden ser más susceptibles a sufrir la emigración, e incluso las solicitudes de asilo por parte de los refugiados. El problema surge cuando los refugiados no quieren solicitar asilo en esos países, y tan sólo quieren transitar por ellos hacia su destino final ¿Es de recibo que un país como Grecia emplee recursos para interceptar y dar asilo a refugiados, contra la voluntad de estos, con el fin de aliviar un “problema” a países mucho más prósperos como Alemania? Porque los refugiados fundamentalmente quieren ir a Alemania.



Un país de tránsito es normal que simplemente haga la vista gorda, pero en general será difícil probarlo, dado que los refugiados lo atraviesan de forma clandestina, y sus circunstancias económicas le pueden impedir dedicar una cantidad ingente de recursos al problema.

Son comprensibles las preocupaciones humanitarias de la población, pero la mejor forma de ayudar a los refugiados no es de forma individual, sino colectiva. Y en este caso es exigiendo al gobierno que reclame con firmeza a Alemania el cumplimiento de sus compromisos con los refugiados. España, por su parte, debería atender sus propias solicitudes, y aceptar las que sean genuinas.

Hay más, evidentemente hay más, una serie de guerras (Siria, Libia, Ucrania) en países que eran cercanos a Rusia, y que hacen temer el retorno de las dinámicas imperiales ¿Por qué la OTAN está obsesionada con plantar bases alrededor de Rusia? ¿No acabó la guerra fría? Las guerras y las rivalidades ¿son entre sistemas, como el comunismo y el socialismo o entre naciones? Desde que en 2008 EEUU intentó atraer a su órbita a Georgia, y Rusia reaccionó protegiendo a las regiones disconformes con esa decisión, a las que Georgia había atacado militarmente, parece que hay una escalada del conflicto, que ha visto un nuevo hito en el conflicto de Ucrania.

El drama de los refugiados se une a un proceso más general de emigración, en países donde ya existen graves problemas sociales. Este proceso se da en plena era de la globalización que según nos dicen ha reducido la violencia, la desigualdad y la pobreza. Si las sociedades son más libres, menos violentas y más prósperas ¿por qué emigra la gente? ¿Por qué no se reduce sino que aumenta la gente que emigra? Huele a rata. La realidad es que las tendencias de progreso del pasado se están quebrando, y es predecible que en el futuro este proceso se agudice, según se profundicen los daños del cambio climático, y la volatilidad que acompaña al mercado de la energía. Quién acertó en El País fue la literatura, por obra de Juan Cruz: El guardia hizo el gesto desesperado; pero antes del guardia fue el mundo el que no lo supo salvar; el guardia fue el héroe de los ojos tristes, hizo todo lo que pudo. No lo supo salvar el mundo.

Para salvar a otros niños es preciso cambiar el mundo, pero hay que empezar por la casa de uno. España puede ser vulnerable a los cambios que sucedan en los países de su entorno, para mitigar ese riesgo habría que cambiar de rumbo en el sentido que nos propone Herman Daly:

La globalización, considerada por muchos como la ola inevitable del futuro, se confunde a menudo con internacionalización pero es, de hecho, algo totalmente diferente. La internacionalización se refiere al incremento de la importancia del comercio internacional, las relaciones internacionales, tratados, alianzas, etc. Inter-nacional, por supuesto, significa entre naciones. La unidad básica continúa siendo la nación, aun cuando las relaciones entre naciones sean cada vez más necesarias e importantes. La globalización se refiere a la integración económica global de muchas antiguas economías nacionales convertidas en una economía global, principalmente por el libre comercio y la libre circulación de capitales, pero también mediante una migración fácil o, incontrolada.

En definitiva, la política tendría que asignar su parcela al mercado y no al contrario.