En un reciente artículo describí la extrañeza
que me produjo la visita de la exposición “Auschwitz. No hace mucho. No muy
lejos” y que se pudo ver hasta febrero de este año en Madrid, y que en breve
podrá visitarse en Nueva York. La extrañeza proviene de estar contemplando con
mis propios ojos la puesta en práctica de una forma de pensar que llevábamos
tiempo analizando en el podcast Ampliando
el Debate, con la ayuda pensadores/divulgadores como David de H-E-F, Rugi
Carles o un servidor y generalmente tomando como referencia una serie de
autores que incluyen a Lewis Munford, Thomas Kuhn, Theodor Adorno, Max
Horkheimer, Jean-François Lyotard, Michel Foucault y un largo etcétera. De
forma poco rigurosa vamos a etiquetar a esta serie de autores como postmodernos. Me interesa bien poco que
en la actualidad la academia filosófica les atribuya o no esta etiqueta, más
adelante entenderéis las razones. La extrañeza sobre todo proviene de que esta
forma de pensar que pude ver plasmada en la exposición, estas ideas o
narrativas, siguen siendo comunes hoy en día, pese a la narrativa contraria ampliamente
aceptada de rechazo al holocausto judío. En consecuencia, desde mi punto de
vista, estaba contemplando una especie de extraño juego de engaño/alienación social
donde se niega de forma explícita lo que se afirma de forma implícita.
Deconstruyendo
Auschwitz: las raíces de nuestro afán destructivo, recibió entusiastas
alabanzas y críticas furibundas, algo que es normal, porque se trataba de un
tentativa apresurada y provocativa de generar una “tormenta de ideas” en torno
al paradigma sociocultural moderno,
es decir, el paradigma sociocultural en el que vivimos actualmente, y que desplazó
al anterior paradigma medieval allá por el siglo XV-XVI, y que, de forma
también poca rigurosa, identificamos alcanza una formulación explícita acabada
en los voceros de la Ilustración, esa
que siguen defendiendo todavía hoy, de forma también poco rigurosa, los
voceros del neoliberalismo.
Al hablar de paradigma sociocultural estamos
tomando prestado, en un contexto mucho más amplio, el término acuñado por
Thomas Kuhn en sus famosas obras La
revolución copernicana y La
estructura de las revoluciones científicas. Recordemos brevemente lo
esencial de los planteamientos del físico norteamericano.
A la concepción del desarrollo de la ciencia de
forma lineal, mediante pequeñas aportaciones que van suponiendo un avance, Kuhn
opone su concepción de los paradigmas, que evolucionan a través de revoluciones
científicas. En concreto, existiría un periodo de ciencia normal durante el cual se van resolviendo enigmas que deja
abierto el paradigma, al que seguiría una revolución
científica, en el que se plantean nuevos paradigmas para resolver las
anomalías, o enigmas persistentes, que se han ido acumulando en el periodo de ciencia
normal. El paradigma, define el campo de investigación, los conceptos
fundamentales, los modelos teóricos y la metodología utilizada, y requiere la
aceptación de la comunidad científica pertinente. Situarse en paradigmas
distintos implica que se tienen distintos problemas que resolver, e incluso una
concepción distinta de la disciplina científica en la que se trabaja, además de
diferencias conceptuales ligadas a diferencias en el lenguaje teórico.
Así pues, podemos ver el paradigma como un
conjunto de proposiciones que guían la investigación, y dentro del cual deben
encajar, en el sentido de que deben ser compatibles con él, los resultados y
teorías científicas que se van desarrollando. Es interesante señalar que los
paradigmas son inconmensurables, no se puede evaluar con una medida común.
Pasar de un paradigma a otro implica un cambio global de la percepción y de la
producción de significado, lo cual excede ampliamente la lógica. Kuhn documentó
este proceso para el paso de la física ptolemaica a la newtoniana.