Cuando Schumacher publicó “Lo pequeño es hermoso”, Occidente no había experimentado el apogeo de la financiarización económica, con su correspondiente énfasis en la promoción de las rentas del capital. Tampoco se había sufrido el accidente de Chernóbil, con el correspondiente cuestionamiento sobre las centrales nucleares, cuyo punto álgido se alcanzaría varias décadas después tras la catástrofe de Fukushima.
Sin embargo, pese a lo anticuado que pudiera parecer su análisis a ojos de una persona sumergida en la globalización financiera - la única realmente existente hoy día -, Schumacher fue capaz de adelantarse a muchos de los retos y problemas que a día de hoy siguen inquietando al mundo, incluso sin pensarse todavía solución alguna a los mismos.
El principal es la problemática de la producción. Se asume que todo ha de ir encaminado hacia el crecimiento infinito y permanente, sin tener en cuenta que los recursos son limitados. «Los combustibles fósiles son una parte del capital natural aunque nosotros insistamos en tratarlos como si fueran de consumo corriente, como si fueran una renta y nunca como si fueran la parte más importante de ese capital natural». En el mundo de 2016 ya no son pocos quienes hablan de un pico de producción del petróleo y el correspondiente declive en el crecimiento económico y el nivel de vida de los occidentales.
La sombra de la economía neoclásica se proyecta sobre nuestra vida cotidiana, así ante los problemas del agotamiento de recursos no renovables se nos plantean auténticas entonaciones y delirios como que todos tendremos un vehículo eléctrico en un futuro siempre indeterminado, como si sólo por el hecho de desearlo fuera a hacerse realidad. Un pensamiento típicamente infantil que se vio plasmado en la cima de la burbuja inmobiliaria en libros como “El Secreto”, muy al gusto del establishment financiero de la City de Londres y Wall Street. Imaginemos a un ciudadano medio que trabaja en el sector inmobiliario. Recibe enormes presiones para vender cada vez más viviendas, pero le da miedo seguir en ese camino porque ha llegado a sus oídos que hay una burbuja inmobiliaria. Ahora va al supermercado a comprar y adquiere El Secreto, por la noche antes de dormir interioriza que “no hay burbuja inmobiliaria, porque tú conformas la realidad con la mente”.
Es llamativo cómo la visión económica de los banqueros colonizó primero el entorno académico con el único fin de parasitar después la actividad comercial y productiva, logrando que gentes de cualquier rincón del planeta, indiferentemente de su cultura y tradiciones - lo mismo un alemán que un japonés o un peruano - llegasen a interiorizar una determinada forma de vida muy acorde a los intereses financieros que va en detrimento del bienestar humano. Schumacher analizó como ejemplo la visión de vida según los parámetros de la economía budista y cómo «Para el economista moderno la felicidad de una persona está directamente relacionada con su nivel de consumo, de ahí la extrema importancia a los datos de crecimiento del Producto Interior Bruto para afirmar si un país va en la buena dirección o no. Para un economista budista lo ideal es alcanzar el mayor bienestar posible con el mínimo de consumo, simplificando la vida. "Por ejemplo, sería altamente antieconómico desear una confección complicada, como en el Occidente moderno, cuando se puede obtener un efecto mucho más hermoso mediante un arreglo adecuado sin cortar la tela. Sería el colmo de la tontería fabricar un material de tal forma que se gaste pronto y el colmo de la barbaridad hacer cualquier cosa fea, basta o en mal estado. Lo que acaba de decirse de la vestimenta puede aplicarse igualmente a cualquier necesidad humana. La propiedad y el consumo de mercancías es un medio para un fin, y la economía budista es el estudio sistemático de cómo obtener fines dados con un mínimo de medios”».
Esta forma de vida tan brutal y primaria, en la que lo único importante es producir por el mero hecho de producir cada vez más, hubo de ser inculcada masivamente a través de la destrucción de la metafísica religiosa y sus correspondientes códigos éticos y morales. Se rompió con una forma de vida que hacía énfasis en qué hacer con nuestras vidas para pasar a saber cómo hacer mercancías y productos. La solución ante «el sentimiento de vacío resultante que se hace difícil de sobrellevar» fue acumular mercancías y productos. Pero eso era hasta la época de Schumacher, posteriormente a la vista de que ni siquiera acumulando mercancías y productos se sobrellevaba la vida se pasó a acumular experiencias; fotografiar cada instante de nuestras vidas para exhibir ante la sociedad lo felices, activos y válidos que somos, viajar hasta al último rincón del mundo para acumular experiencias, para “exprimir” el momento en viajes relámpago donde la contradicción llega hasta el punto de no intercambiar una sola palabra con personas nativas del lugar que visitamos.
Si en la Baja Edad Media el mundo y la propia existencia humana tenían un significado muy concreto y definido, asombrosamente coherente, al derribar ese sistema y no sustituirlo por nada, hemos pasado al aturdimiento y la enajenación.
En este sentido las conclusiones de Schumacher siguen siendo tan válidas hoy como hace cuarenta años: No basta con rescatar las humanidades en el sistema educativo, «aunque una educación humanística nos levante al nivel de las ideas de nuestro tiempo, no puede traernos la felicidad porque lo que los hombres están legítimamente buscando es una vida más abundante, no más tristezas». Es decir, las ideas surgidas en el siglo XIX, que pretendían romper con la metafísica, son una metafísica destructiva, «los errores no están en la ciencia, sino en la filosofía que se nos propone en nombre de la ciencia».
Todo pasa por recuperar la metafísica, clarificando las convicciones fundamentales para dar una valor real al sentido de la existencia. «Todos los temas, no importa lo especializados que sean, están conectados como rayos emanando de un sol. El centro está constituido por nuestras convicciones más básicas, por las ideas que nos empujan hacia adelante. Ese centro es la ética y la metafísica, ideas que nos guste o no, trascienden el mundo de los hechos y no pueden ser comprobadas o rechazadas por un método científico ordinario». El peligro es que tal tipo de ideas han de ser reales - a pesar de su trascendencia, algo que entra en contradicción directa con el positivismo -, ya que de no serlo, conducirán al desastre.
Mientras que el establishment rechaza y lanza al basurero de la historia cualquier alternativa al capitalismo y la posmodernidad arguyendo que el régimen se basa en el empirismo, se sumergen constantemente en utopías y quimeras que conducen a la economía global a un callejón sin salida, lo mismo en la burbuja de las punto com que en la inmobiliaria, y en las ensoñaciones actuales de que todos tendremos un vehículo eléctrico o dos a nuestra disposición en un futuro, eso sí, siempre indeterminado. La burbuja bursátil de Elon Musk, el nuevo mesías del capitalismo global - otrora lo fueron Henry Ford o Steve Jobs -, ya hace aguas por todas partes. No tardarán en crear un nuevo Jesucristo de las finanzas. |1| |2|
La esencia del régimen capitalista es la propiedad privada de los medios de producción, distribución e intercambio. Para Schumacher hay dos tipos de concepción de propiedad privada, uno de ellos es positivo y saludable, «la propiedad como ayuda para el trabajador creador», mientras que otro es enfermizo y nada positivo, «la propiedad como alternativa al trabajo creador». La segunda implica que el propietario es un parásito que vive a costa del esfuerzo ajeno.
Richard Henry Tawney lo expresó argumentando «no es la propiedad privada, sino la propiedad privada divorciada del trabajo, la que está corrompiendo el principio de la laboriosidad, y la idea de algunos socialistas de que la propiedad privada de la tierra o del capital es necesariamente dañina es una muestra de pedantería escolástica tan absurda como aquella de los conservadores que investirían a toda propiedad con una misteriosa santidad».
Incluso los altos beneficios en cualquier empresa mediana o grande son fruto de la organización y producción que no es del propietario. Ello no deja de ser injusto. «Debieran ser compartidos por todos los miembros de la organización. Y si se vuelven a invertir debiera ser en calidad de “capital libre”, de propiedad colectiva, en lugar de pasar automáticamente a incrementar la riqueza del propietario original».
En cualquier caso, Schumacher vuelve a referirse a Tawney para valorar que «es absurdo considerar a las empresas a gran escala como propiedad privada, puesto que tal propiedad puede ser llamada pasiva o propiedad para adquirir, aunque para un abogado la privada y pasiva son lo mismo, es cuestionable que los economistas la denominen “propiedad”, ya que no responde a los derechos que aseguran al propietario el producto de su trabajo, sino que se opone a ellos».
Incluso la propuesta de Schumacher de promover un modelo empresarial descentralizado a pequeña escala se ha demostrado más útil y eficaz que el arcaico modelo jerárquico y a gran escala; las empresas pequeñas descentralizadas para posteriormente crear unidades semiautónomas como primer paso y luego centralizar ciertas funciones a un nivel más alto. ¿Qué son, sino, las propias startups?.
Me ha gustado esta frase:
ResponderEliminar“(...) las ideas surgidas en el siglo XIX, que pretendían romper con la metafísica, son una metafísica destructiva, «los errores no están en la ciencia, sino en la filosofía que se nos propone en nombre de la ciencia».
Quizá esto se aprecie más claramente al observar el vínculo entre nuestras convicciones éticas o metafísicas y nuestras opciones políticas. Desde la política se ordena el mundo de acuerdo a las creencias mayoritarias, (como la fe en unas soluciones técnicas futuras otorgadas por el crecimiento económico tan indemostrables como cualquier "más allá"), y dentro de ese orden político, resultan baldíos los cambios de comportamiento individuales que traten de superar los daños provocados por el mismo, porque a ese orden se le da una importancia superior a estos daños, ( una importancia metafísica).