Fuente: Miguel A. Requejo |
La
modernidad trajo consigo que la religión fuese considerada un atraso
irracional, un vestigio caduco que, si bien no debía ser barrido
como algo bárbaro, obsoleto y atrasado (tan sólo darwinistas
ansiosos de notoriedad como Richard Dawkins o la rama marxista de los
modernos alcanzó esta convicción), debía ser confinada en el
salón, detrás de la vitrina en la que se muestran las curiosidades.
En su análisis de las consecuencias políticas, espirituales y
filosóficas de la modernidad, La
edad de la ira, Pankaj Mishra lo expresa así:
Efectivamente, la religión fue por primera vez considerada (y debilitada) a fines del siglo XVIII como una actividad humana más, a ser analizada como la filosofía y la economía. Cambió también el sentido del tiempo en Europa: la creencia en la divina providencia -la Segunda Venida o los Últimos Días- dejaron paso a la creencia, también intensamente religiosa, en el progreso humano aquí y ahora. El joven Turgot afirmó en 1750, en un famoso discurso en la Sorbona, que:El interés propio, la ambición y la vanagloria cambian constantemente la escena mundial y anegan la tierra de sangre; pero en medio de sus estragos se dulcifican los modales, el espíritu humano se ilumina […] y toda la raza humana, a través de periodos alternantes entre sosiego e inquietud, bienestar y tristeza, sigue avanzando, aunque a paso lento, hacia una mayor perfección.
Desgraciadamente,
las palabras de joven Turgot siguen estando muy vigentes, casi tres
siglos después, pero mientras el interés propio continúa anegando
la tierra de sangre, no parece importar a la mayoría, que mantiene
esa intensa fe religiosa en el progreso.
Que
la religión perdiese importancia de forma muy acentuada, no cabe
duda que tiene efectos positivos. En España tenemos el ejemplo del
catolicismo, cuya jerarquía, sacerdotes y practicantes parecen
seguir más las enseñanzas del padre severo y vengativo que es
Jehová, que una auténtica doctrina de amor y perdón como la de
Cristo. Por suerte ahora podemos escapar de su yugo, pero la
gigantesca estructura jerárquica, con sus dogmas difundidos de
arriba a abajo, provoca todo tipo de iatrogenias, como los continuos
escándalos por abusos sexuales. Estos escándalos nos pueden servir
de punto de partida para explicar la diferencia que yo veo entre
espiritualidad y religión, que si bien están relacionadas, no son
lo mismo.
En
una estructura jerarquizada, tal y como están organizadas la mayoría
de las religiones, los dogmas sobre el celibato y la sexualidad se
transmiten de arriba abajo, no es una verdad que el individuo
encuentre en su búsqueda, porque, por ejemplo, siente que la energía
que emplea en encontrar compañero/a sexual le aleje de su propósito
transcendental.
Pero
la espiritualidad es un fenómeno puramente individual, es una forma
de autoconocimiento no-racional, aunque paradójicamente, su
práctica, como veremos, es racional ¿Y qué es lo que buscamos
conocer? Pues a uno mismo, nuestro lugar en lo existente, nuestro
propósito, si existe, y nuestra relación con todo lo existente. La
religión aparece cuando se da una respuesta colectiva a esas
preguntas, y puede estar más o menos jerarquizada. Los cuáqueros,
por ejemplo, organizan su iglesia de forma horizontal.
Supongo
que parte de los lectores se habrán sorprendido de que yo afirme que
la práctica espiritual es racional (aunque nunca las creencias que
de ella se deriven). Supongo que a estas alturas todos tendremos
claro que el ateísmo es una creencia, dado que no es posible
demostrar la inexistencia de Dios. El agnosticismo, la postura
racional respecto a la religión, se enmarca dentro de otra más
general de escepticismo o prudencia racional respecto a lo que es
posible conocer. Lo que el ser humano puede conocer está limitado
por sus sentidos, su posición en el universo y la energía de la que
dispone. Además, como sabemos por la falacia del pavo inductivista
los
conocimientos son falsables (ello es esencial para sea científico), como demuestra el hecho de que las
teorías científicas estén en constante evolución. Sin siquiera
entrar a valorar la prespectiva de Thomas Kuhn y la epistemología
post-positivista, que concibe la actividad científica como una tarea
comunitaria guiada por un paradigma, que se enmarca dentro del
paradigma general de la sociedad, podemos hacer dos afirmaciones que
son ciertas:
1º
el conocimiento humano es limitado, dicho de otro modo, no conocemos
todo lo que existe.
2º
no sabemos cuanto sabemos y cuanto no sabemos. Dicho de otro modo, lo
conocido y lo desconocido son inconmensurables.
La
espiritualidad deseable, es la actitud de apertura a lo desconocido
según los principios del pragmatismo, que afirman que es racional
creer aquello que es favorable para uno mismo creer. Creo en la
corriente alterna porque acciona el motor asíncrono que permite
bombear agua hasta mi casa, pero esa creencia es compatible con una
respuesta distinta a la que dan los modernos a la pregunta sobre el
sentido de la existencia y el papel de uno dentro de ella. No es
compatible, por el contrario, con la creencia en el reiki o la
quiromancia.
No
hace falta señalar que lo desconocido no es lo sobrenatural, todo lo
que existe es natural, pero no todo lo que es natural y por tanto
existe es conocido. En definitiva, no hay nada sobrenatural,
afirmación que sobra porque es una tautología.
Ahora
estamos en condiciones de reconocer la dolorosa verdad de los males
que causó y causa el paso de la religión (y con ella la
espiritualidad) a la vitrina expositora, donde están aquellas cosas
que se usan poco, a las que no se les da un uso diario. Una muy
evidente, que señala Pankaj Mishra, es, parece paradójico pero es
muy lógico, el auge del fundamentalismo religioso.
Fue en realidad en el Occidente atlántico donde por primera vez se vio la paradoja del fundamentalismo religioso: el hecho de que refleja un debilitamiento de la convicción religiosa. La muerte de Dios estuvo acompañada por histéricas afirmaciones de su existencia. Los mismos matemáticos y físicos que encabezaron la revolución científica del siglo XVII y dieron al traste con la visión cristiana del mundo entonces aceptada -Descartes, Pascal, Newton- se sintieron forzados, debido al martirio de sus dudas y ambivalencias, a reafirmar la existencia del Creador. No debe sorprender a nadie hoy día que los estudiantes y graduados de ingeniería como Osama bin Laden, Khalid Sheikh Mohammed, Abu Musab al-Suri y Anwar al-Aulaki o, para el caso, los tecnólogos supremacistas hindúes, se aferren desesperadamente a versiones fundamentalistas a su medida de credos religiosos en retroceso, si bien no irremediablemente desaparecidos.
A
veces nos olvidamos que una moneda tiene dos caras, hay dos formas de
ir de la mano de otro, “pegarse” a él, o a una idea, teoría,
paradigma. Una de ellas es “reaccionar”, y por lo tanto basar tu
acción en lo que el otro individuo/grupo hace. El fundamentalismo es
parte de la modernidad, como lo es el nacionalismo romántico alemán
de Fitche y Herder de inspiración roussoniana.
Pero
la consecuencia más nefasta de este paradigma moderno es la adopción
falaz de una metafísica, que Pankaj Mishra denomina “intensamente
religiosa” de progreso, de
un ser humano sin límites, que como lo expresara Condorcet,
consiguiese a través de la ciencia “la infinita perfectibilidad de
la especie humana”.
¿Y
por qué es nefasta? Porque todos los modernos, con su amplio abanico
ideológico desde ultraliberales a marxistas, y todos los que
patalean contra ellos sin salir de su marco, como los
fundamentalistas o los nacionalistas románticos, es decir, la
inmensa mayoría de los seres humanos incluso aunque ellos no lo
sepan, siguen (o en menor medida reaccionan contra) las creencias de
un neurótico o un adicto.
En
efecto, como han señalado muchos psicólogos, incluyendo Erich
Fromm, en el núcleo de muchas neurosis se encuentra la idea infantil
de omnipotencia. Como señalan Washton y Boundy hablando sobre
adictos:
Un individuo que es vulnerable a la adicción también tiene ideas muy engañosas acerca de los límites de su poder, pues cree que él debería ser capaz no sólo de controlarse a sí mismo sino de controlar a otras personas y a casi cualquier cosa.
Esta
avidez de poder y control que acompaña a los neuróticos para
superar sus sentimientos de impotencia y de vergüenza es la misma
que acompaña a los modernos colectivamente, es decir, al 99,99% de
la humanidad, con su obsesión de controlar el entorno para
“progresar”.
En
el neurótico esta avidez es causa de mucho sufrimiento, porque le
resta energía que podría dedicar a un mejor uso, le impide recibir
afecto de otros, porque no se puede estar abierto a recibirlo y al
mismo tiempo ejercer control, y le impide asumir riesgos y ser
espontaneo, puesto que para ello debe soltar las riendas.
A
nivel colectivo nos infligimos un sufrimiento similar, la energía
con la que nos concentramos en controlar el mundo material no está
disponible para el amor, el cuidado y la espiritualidad. Tampoco
podemos amar la naturaleza y lo existente, puesto que estamos
condenados a intentar controlarlo.
Al
descubrir este ansia por el control que late bajo filosofía
ilustrada se entiende mejor Auschwitz, Pol Pot, o las hambrunas que
provocaron los británicos en la India, o el trato dado a los colonos
holandeses en las guerras Boer, y en general todas las barbaridades
que estamos acostumbrados a contemplar en nuestra civilización, y
que ya damos por supuestas van de la mano con el “infinito
perfeccionamiento humano”. En esta filosofía el ser humano puede
pasar rápidamente a ser (y lo es frecuentemente) otro elemento a
controlar. Además, lo más importante, el sentido, está proyectado
hacia el futuro, algo también muy neurótico, pensar que existe una
solución mágica y rápida a los problemas. El presente, el aquí y
el ahora, queda sacrificado por ese dorado porvenir, y no hay coste
en el que no se pueda incurrir para alcanzarlo, y los ejemplos antes
citados bastan para atestiguarlo.
Así,
mientras en este instante imaginan fantasías deshumanizadoras
transhumanistas, al mismo tiempo son incapaces de disfrutar y ser
felices en el presente y permiten la destrucción de la naturaleza y
la indignidad del prójimo.
La
solución no surgirá de oponerse a este paradigma, más bien habrá
que atravesarlo, es decir, hacerlo irrelevante ¿Cómo hacerlo? He
dejado algunas pinceladas aquí,
aquí
y aquí,
pero sin duda contribuirá a ello nuestro autoconocimiento, la
búsqueda de nuestro lugar y nuestra relación con lo existente, un
ejercicio de sanación individual que nos liberará de creencias
neuróticas, y que tenemos que intentar extender a nuestro entorno.
Estimado Jesús,
ResponderEliminarAntes que nada te mando un saludo y un abrazo.
Agradezco profundamente tu artículo, creo que hace falta más gente como tú, ahora abramos un sano debate.
No sé si estamos en la misma "sintonía" pero creo que es muy saludable hacernos esta pregunta, porque la modernidad precisamente siempre busca un "consenso", está en búsqueda de LA VERDAD, lo cual nos lleva al eterno perfeccionamiento del que hablas, trayendo consigo tremendos daños colaterales.
Sobre Khun, Kant y la falseabilidad, confieso que no sé mucho, soy ignorante en ese aspecto. Pero creo que es my peligroso el camino del perfeccionamiento y búsqueda de la razón absoluta a donde nos llevó la modernidad. Principalmente porque vivimos el imperio y la dictadura de lo objetivo, hoy mismo los gobiernos, científicos y organismos a nivel internacional discuten sobre lo que objetivamente es correcto y está sustentado en pruebas empíricas y demás mientras en los simples mortales seguimos sufriendo de lo mismo, hambre, pobreza, un sistema de salud deficiente, poca educación, etc...
En el campo de la ciencia hay yo creo un velo enorme, Antonio Turiel por ejemplo menciona el negacionismo del peak oil y afirma que para ese problema en particular NO hay solución, porque la solución es un cambio entero de paradigma, dice por ejemplo que los barcos mercantes vuelvan a ser propulsados a vela. Otro ejemplo muy claro son las teorías de la física cuántica "versus" la teoría general de la relatividad de Einstein, en donde se proponen cosas totalmente "ilógicas" como el hecho de que un electrón pueda estar en dos lugares al mismo tiempo. Lo anterior NO es nada irrelevante, porque deja de manifiesto que incluso las matemáticas y la física tienen serios problemas para dar cuenta de si el universo es objetivo o no, por lo que seguir pensando que se puede llegar a una sola razón, a un sólo argumento o a una sola teoría que explique todo es demasiado peligroso, sobretodo porque en el largo camino del progreso hemos olvidado muchas cosas fundamentales y no hemos podido hacer cosas simples como la paz entre naciones, alimentar a todo el mundo, acaba con el analfabetismo, etc...
Por lo tanto, considero que el modelo post-positivista y positivista de la modernidad está agotado y tenemos que empezar a cambiar y a denunciar este hecho, insisto, como dice Antonio Turiel, la ciencia está vez no nos va a salvar del colpaso energético que se avecina y tampoco nos va a salvar de la crisis cultural, social e intelectual que tenemos. La modernidad ha fracasado, es momento de ir deshilando los problemas, mirar hacia atrás y ver que hicimos y propones alternativas.
¿Qué piensas?
Un saludo
Hola mefromra,
EliminarPues matizaría algo, pero sería mínimo. Estoy de acuerdo al 99%.
un saludo,