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martes, 19 de julio de 2016

El camino hacia la felicidad, según Schumacher: Recursos

Anteriormente se trató el problema de la producción, que a diferencia de lo aceptado por el establishment desde la década de 1970, sigue sin resolución, también cómo el tipo de enfoque económico resulta decisivo para la forma de vida en una sociedad, y cómo todo ello ha sido consecuencia del pensamiento de intelectuales del siglo XIX, quienes repletos de moral especulaban sobre cómo sería adecuado "matar" la metafísica para fomentar el pensamiento "científico".

Probablemente la mayor contradicción del establishment en nuestro tiempo sea que de un lado fomentan el empirismo, y del otro han interiorizado «que ya existe una forma determinada para hacer presente el futuro a través de las computadoras, siendo esto un supuesto metafísico de largo alcance» siendo efectivamente un supuesto que choca de lleno con el empirismo, el cual atribuye que el conocimiento únicamente es posible a través de la experiencia.

Así se asume que, como se piensa en el futuro con un parque global de vehículos eléctricos, este ya es posible, sin siquiera plantearse cómo abastecer del neodimio, disprosio y otro tipo de metales extraños de muy difícil extracción a la industria automovilística. Sencillamente el futuro ya está aquí, todo es posible gracias al desarrollo científico y tecnológico obtenido, a su vez, gracias al utilitarismo y la economía neoclásica.

Por ello Schumacher insiste una vez más en que «toda tesis metafísica, sea explícita o implícita, tiene consecuencias prácticas decisivas». Toma como referencia en el recurso de la tierra a Tom Dale y Vernon Gill Carter, ambos ecologistas altamente experimentados, quienes publicaron un libro titulado Topsoil and Civilization (El suelo y la civilización) donde se planteaba cómo «el hombre civilizado casi siempre se convirtió en el señor de su medio ambiente, lo que le llevó creerse el señor del mundo mientras fracasaba en comprender totalmente las leyes de la naturaleza».

Sin embargo es llamativo cómo a lo largo de la historia un gran número de civilizaciones han colapsado debido a gastar la mayor parte de los metales y minerales fácilmente obtenibles. «Entonces la civilización declinó en medio de la destrucción producida por el hombre, o bien éste emigró a nuevas tierras».

También cita un interesante y aberrante artículo de Eugene Rabinowitch en la que en una fe inquebrantable en que el ser humano ya es independiente de la naturaleza sentencia:

«Los únicos animales [dice (en The Times del 29 de abril de 1972)] cuya desaparición puede amenazar la viabilidad biológica del hombre sobre la tierra, son las bacterias que normalmente habitan nuestro cuerpo. ¡Por lo demás, no hay ninguna prueba convincente de que la humanidad no pudiese sobrevivir aun como la única especie animal de la tierra! Si se pudieran desarrollar métodos económicos para sintetizar comida partiendo de materia prima inorgánica (lo que es muy fácil que suceda tarde o temprano) el hombre bien puede inclusive independizarse de las plantas, de las cuales depende como fuentes de alimentación…»

Podría excusarse la ignorancia de Rabonowitch en que sus afirmaciones fueron escritas en 1972, mucho antes de conocerse que el ritmo de desaparición de especies es cien veces mayor desde el siglo XX, pero es aún más inquietante pensar que la mayoría de personas con cargos de responsabilidad en el comercio y las finanzas a nivel mundial piensa como lo hacía él hace casi medio siglo.

La agricultura como ejemplo


El utilitarismo desembocó en que «al granjero se le considera simplemente como un productor que debe disminuir sus costes e incrementar su eficiencia por cualquier medio posible, inclusive si haciéndolo destruye - para el hombre que consume - el estado del suelo o la belleza del paisaje y aun si el efecto final es la despoblación del campo y la superpoblación de las ciudades». Este modo de producción ha llegado al paroxismo cuando en todos los sectores, los propios productores evitan consumir lo que producen, precisamente porque son conocedores de cómo se produce y «lo que el productor está en condiciones de hacer es una cosa, lo que el consumidor puede hacer es algo completamente distinto».

Las preguntas que debemos responder no son científicas sino metafísicas; ¿podemos tratar a los animales como a los automóviles, haciendo uso intensivo de ellos para «ahorrar costes» hasta que “se estropeen”, como si fueran sólo algo útil?. La tierra y sus recursos naturales - incluso los propios animales - tienen por tanto un valor metaeconómico.

Llamativo cómo el propio Sicco Mansholt, vicepresidente de la Comunidad Económica Europea y responsable de la Política agrícola común (PAC) estaba obsesionado con que los agricultores deberían prácticamente desaparecer porque los obreros de fábricas tenían muchas más vacaciones y el agricultor estaba «condenado a la esclavitud» al trabajar «siete días a la semana porque la vaca de cinco días a la semana todavía no ha sido inventada y, por otra parte, no tiene vacaciones en absoluto». La PAC europea ya nació con el objetivo de imponer una concentración de unidades agrícolas grandes dirigidas como si fueran fábricas, reduciendo la población agrícola todo lo posible incluso «capacitando a los viejos agricultores tanto como a los jóvenes para abandonar la agricultura».

Al no haber afrontado la tarea de la agricultura como una cuestión metafísica, se ha promovido que ha de desarrollarse como un proceso que no trata con «millares de organismos vivos cuya explotación total está muy por encima de la capacidad del hombre», tratando de eliminar por todos los medios posibles las sustancias vivas, porque las máquinas trabajan con más precisión y pueden ser programadas, no como la naturaleza. Así «el ideal de la industria es eliminar el factor vivo, incluyendo el factor humano, y transferir el proceso productivo a las máquinas».

Este maltrato organizado hacia la naturaleza en general y hacia la agricultura en concreto supone un enfrentamiento directo con dos de las tres metas de la administración de la tierra: Mantener al ser humano en contacto con la naturaleza viva, y humanizar ennobleciendo el hábitat de las personas. Se antepone la tercera meta, de hacer posible la existencia de alimentos y otros materiales para el sustento de la vida, con la idea de aumentar constantemente la productividad, lo que desemboca en un ataque hacia las dos primeras, «una civilización así no tiene posibilidad alguna de sobrevivir por largo tiempo».

Y todo ello sucede en un entorno en que las grandes ciudades modernas aíslan a sus habitantes, mientras como remedio a la atomización social y al aislamiento se propone aumentar el consumo, incitando a la productividad.

El modo en que hemos organizado la agricultura es un ejemplo magnífico de cómo la mecanización a gran escala, con el uso exagerado de productos químicos, hace imposible que el ser humano mantenga contacto real con la naturaleza viviente. «La salud, la belleza y la permanencia son consideradas como temas poco respetables para ser discutidos y otro no es sino otro ejemplo de la falta de consideración por los valores humanos - lo que significa falta de consideración por el hombre mismo - que inevitablemente es consecuencia de la idolatría del economismo» sentencia Schumacher.

Recursos para la industria


Muy a pesar del entorno de optimismo perpetuo en que los medios de comunicación económicos y el entorno político hablan sobre el desarrollo industrial, lo cierto es que la industria «parece ser ineficaz en un grado tal que sobrepasa los poderes ordinarios de nuestra imaginación. Su ineficacia, por lo tanto, pasa desapercibida». A pesar de los constantes avances de la industria en todo el mundo y el aumento de la productividad, las especies cada vez se extinguen más rápido y las demandas de recursos en el planeta son un 50% mayores según datos del 2014 de lo que la naturaleza genera.

Mientras que no se rompe con la tendencia de la economía moderna a tratar el problema de la provisión de energía como si fuera uno más entre otros muchos, volvemos a toparnos con «el futuro que ya está aquí al desearlo», cuando reconocieron que el carbón está en vías de extinción y argumentaron primero que el petróleo lo sustituiría, para después afirmar que estamos en una Era Nuclear. En lugar de afrontar la situación total, los estudios se centran en las partes constituyentes de la situación total, ninguna de las cuales hace predecible de forma separada los sucesos que se podrían desencadenar.

Y es que la economía es también rapidez, cambio permanente y repentino sin descanso, «ignorando el axioma fundamental que establece que un cambio no representa una mejora incuestionable», por ello los economistas han trasladado a los ecologistas la carga de la prueba; han de ser ellos los que demuestren que un cambio tendrá efectos nocivos, cuando por sentido común debiera ser al contrario, «el que quiere introducir un cambio debe demostrar que no podrá haber ninguna consecuencia negativa». Entonces, ¿por qué los economistas no llevan la carga de la prueba? Porque hacerlo no sería rentable ya que tendrían que invertir “demasiado tiempo” en ello.

¿Otra tecnología?

La tecnología se ha convertido en algo imprescindible en el mundo contemporáneo, pero según ha ganado influencia también ha aumentado las crisis, y los signos visibles de destrucción. Mientras que la naturaleza sabe cómo y dónde detenerse teniendo una tendencia al equilibrio, la tecnología no, y el ser humano se ve arrastrado al generar cada vez una mayor dependencia hacia ella. ¿Cómo explicar sino sucesos como las caídas repentinas en bolsas de todo el mundo por los sistemas de trading de alta frecuencia, o que sean los ordenadores los que tomen la decisión de cuándo desahuciar por impago de hipotecas? .

La tecnología debería servir para aliviar la carga de trabajo de las personas, pero las estadísticas sobre número de horas trabajadas por individuo más bien nos muestran que sucede todo lo contrario. Schumacher recuerda cómo en sus viajes por todo el mundo fue capaz de comprobar que «si se va de la indolente Inglaterra a Alemania o los Estados Unidos, se encuentra que la gente en esos países vive bajo mucha más tensión que aquí. Y si se viaja a un país como Birmania que está muy cerca del final de la clasificación en cuanto a progreso industrial, se encuentra que la gente tiene una enorme cantidad de tiempo para el ocio, realmente como para disfrutarlo con creces. Por supuesto, como hay mucha menos maquinaria para ahorrar mano de obra que les ayude, «logran» mucho menos que nosotros, pero ése es un tema diferente. El hecho cierto es que el peso de la vida descansa mucho más livianamente sobre sus espaldas que sobre las nuestras.»

La tendencia “liberadora” de la tecnología debería aplicarse avanzando hacia una simplificación de los procesos, pero lo que se promueve es justamente todo lo contrario: Más sofisticación y complejidad.

Los países tienden a promover la alta intensidad de capital y con ello el tipo de tecnología más cara, que destruye puestos de trabajo tradicionales mucho más rápido de lo que crea nuevos que los sustituyan, lo que arroja al sector con menos formación a un abismo del que prácticamente no pueden salir en toda su vida al quedar sometidos a trabajar esporádicamente y en condiciones precarias. Aplicar el desarrollo de este tipo de tecnología supondría, no obstante, enfrentarse a quienes obtienen las mejores tasas de retorno de capital, en un mundo en el que la globalización y la posmodernidad han consagrado la financiarización como súmmum del desarrollo y bienestar en cualquier rincón.

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