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lunes, 21 de marzo de 2016

Corrupción, dependencia y resistencia al cambio

La corrupción más llamativa, la que sale en los medios de comunicación, se da entre gente guiada por una ambición mediocre que por lo general no necesitaba esos chanchullos para vivir bastante bien. Pero a pesar del repudio generalizado a esta conducta, a menudo sorprende que gran parte de la población acepte la corrupción como si fuera el orden natural de las cosas y lo único importante fuera quién va ganando el partido de sacar a la luz los trapos sucios del rival. Incluso es posible ver a corruptos jaleados por seguidores fieles. También llama la atención la sensación de impunidad y el descaro con el que los corruptos se expresan en público. ¿De dónde surge esta tolerancia o habituación social? ¿Y qué es lo que frena la denuncia del mal cuando se conoce? ¿No tendrá algo que ver con una generalizada falta de autonomía personal que nos hace vulnerables y dependientes de poderes privados, y que además permite represalias a los denunciantes, (como en el caso de Ana Garrido, por ejemplo)?

En la sociedad del desamparo, cuando hasta los niños pueden pasar hambre a pesar de la abundancia de alimentos, y las familias pueden ser desahuciadas aunque no tengan otro techo en el que pasar esa noche; cuando las personas crecen sin recursos para labrarse un futuro y sabiendo que serán dependientes de un mercado laboral siempre insuficiente además de imprevisible en sus cambiantes formas y ciclos; en una sociedad así la seguridad económica depende en gran medida de “los contactos” y de las alianzas personales o grupales. Y sea cual sea la situación de partida, se acepta un imaginario colectivo según el cual la dependencia y el poder caciquil constituyen “la realidad de las cosas”, la realidad económica y social en la que se cree, digan lo que digan los economistas. Cualquier conversación tabernaria refleja esta verdad mejor que las facultades de economía, aunque los modelos teóricos funcionen muy bien como un monumental y sofisticado ejercicio de marketing político.

Y si las personas dependen de la confianza o del favor de poderes privados para subsistir y para prosperar, la sociedad es un caldo de cultivo ideal para la corrupción. El chantaje de la exclusión y el favoritismo propician las deudas personales y la formación de camarillas con independencia de la ley, una ley que no protege y que no es igual para todos, dura con el que trampea para subsistir y demasiado a menudo tolerante con los delitos del poderoso.

Foto: Giancarlo Belfiore


"España es como una “segunda casa” para todas las organizaciones criminales europeas."



En ocasiones Incluso el sentido de pertenencia puede encontrar mejor satisfacción de este modo, mediante vínculos mafiosos y similares, con indiferencia hacia quienes no pertenezcan a la camarilla propia aunque vivan al lado, especialmente en las situaciones de mayor desarraigo en las que ni siquiera la familia supone un vínculo estable. Precisamente porque no pensamos como seres aislados haciendo cálculos de interés individual al margen de la sociedad; precisamente porque el instinto nos dice que dependemos de nuestro entorno social; precisamente porque tenemos una enorme propensión a sentirnos comprometidos con otras personas y en deuda con quien nos ha favorecido; precisamente porque somos seres sociales, la corrupción encuentra un terreno fértil para hallar cómplices, aliados, candidatos a entrar en el ámbito de protección de alguien con cierto poder y personas que no quieren ver o que se autocensuran.


Cuando no se percibe una auténtica sociedad porque no existe cohesión social y cada uno tendrá que suplir como pueda esa carencia, esa necesidad de apoyo grupal para el que estamos naturalmente dotados; cuando la legalidad nos deja enteramente al albur de nuestro acierto o fracaso individual, es habitual que se aspire a encontrar a alguien que nos quiera favorecer más que a un improbable éxito singular.

Desamparo, desarraigo, desigualdad, sentido de pertenencia insatisfecho, instinto social frustrado… Estas son las condiciones sociales que generalizan el miedo, la frustración y la ambición de las que se nutre toda mafia y toda secta, pero también toda camarilla o todo grupo de interés más o menos explícito u organizado. Trataré de mostrar con un ejemplo cómo un sistema de compromisos y lealtades puede dar sostén a todo tipo de corrupciones configurando una estructura de poder y dependencia.

Antes es necesario decir que el mayor daño de la corrupción no está en el dinero que se han apropiado los políticos corruptos sino en el dominio sobre la legislación que logran los corruptores, aunque cada vez se va naturalizando más esta auténtica corrupción de la democracia bajo figuras admitidas como el lobby y las puertas giratorias. El deterioro económico colectivo debido a este cabildeo, pongamos una rebaja de impuestos o un “olvido” en su cobro, multiplican y dejan en calderilla lo que los corruptos se apropian ilegalmente. Y aun peor, la corrupción va creando una comunidad de intereses que actúa contra toda reforma importante por más necesaria que sea esta. Cuando sabemos que son necesarios cambios importantes en facetas de nuestra organización social tan sistémicas como la gestión del dinero, el reparto del empleo, la inclusión social o la propia democracia, la corrupción o su mera posibilidad dejan de ser asuntos menores y cobran una importancia crucial. 

Veamos cómo funciona inadvertidamente esa corrupción estructural, esa podredumbre moral y funcional subyacente, que no sale a la palestra del escandalo pero que impide los cambios necesarios. Para resaltar sus ángulos voy a utilizar un paralelismo algo extremo pero cercano para los españoles.

Ver por ejemplo el capitulo  
Informes, denuncias, delaciones. 
La violencia desde abajo
páginas 28-33 de este libro.
Cuando Franco se puso al frente del bando nacional durante la Guerra Civil no sólo alargó el conflicto artificialmente para convertirlo en un exterminio ideológico sistemático, también en las zonas en las que no hubo batalla, sino que se propuso comprometer con ese genocidio tanto como fuera posible a la población civil. Es sabido, por ejemplo, que se amenazó a muchas personas para que delataran a algunos vecinos o se presionó a las familias para que aportaran jóvenes reclutas al bando nacional. Esto incluso llegó a ser un incentivo perverso para la delación entre algunos miserables que optaban a los puestos de trabajo vacantes dejados por los “paseados”. Con esa estrategia, cuando la contienda acabara habría muchos interesados en no volver atrás, ya que ellos o alguno de sus allegados tendrían las manos manchadas de sangre (o impregnadas con su olor). Aun en los casos en que hubieran sido engañados o forzados, temerían que si cayera el régimen, después se buscara hacer justicia, y en otros casos, temerían perder los nuevos privilegios. Esa masa de población se convertiría un sostén social del régimen, que fue acabando con los restos de su oposición a lo largo de la dictadura. 

Más aun, salvando muchas otras distancias, en nuestro país cabe trazar una línea de unión entre ambos casos: las élites que se beneficiaron de la dictadura no sólo no devolvieron el patrimonio que acapararon gracias a leyes antidemocráticas a su medida sino que, desde su posición privilegiada, condicionaron con su mentalidad caciquil todo el período político de la restauración borbónica que sucedió a la dictadura.

Por poner un ejemplo, la iglesia católica no ha devuelto la ayuda recibida del estado bajo el gobierno criminal de la dictadura de la que fue cómplice necesario. Como nos dice Julián Casanova en la página 40 del libro anterior, “Puesta esa ayuda en cifras, el propio Carrero estimaba que en esas décadas la Iglesia había ingresado en sus arcas 300.000 millones de pesetas procedentes de la financiación estatal.” En lugar de devolverlo su expolio ha continuado durante décadas inmatriculando bienes públicos o comunales a lo largo y ancho del Reino de España.

De un modo menos cruento que el de la complicidad social de parte de la población con la dictadura, (pero no sin indiferencia hacia los excluidos), algo parecido ha ocurrido con la corrupción en las últimas décadas. Existe una parte de la población enmarañada en una red de favores y alianzas al margen de los méritos propios y de los métodos que supuestamente rigen la asignación de beneficios y la designación de puestos en todos los niveles, y aunque comprendan lo equivocado y pernicioso de la actual estructura de poder, sienten reparos para enfrentarse a ella incluso cuando esto conduce a situaciones ilegales o irregulares. Además de correr peligro por la denuncia, a menudo ocurriría que, en caso de caer sus valedores, quizá fueran cuestionados sus privilegios, o en los peores casos, podrían verse salpicados por los juicios sobre las corruptelas patrias. En lugar de combatir el actual régimen político, lucharán contra cualquier alternativa emergente que pueda dejarles en la posición de cómplices. 

Este favoritismo y esta red de dependencias privadas no es ilegal en el ámbito de la empresa privada aunque no sea lo ideal, pero la vulnerabilidad social de gran parte de la población ha naturalizado esta forma de funcionar hasta el punto de que a nadie sorprende que salte al ámbito del sector público y, por encima de todo, a la política.

“Quítate tú para ponerme yo” llegó a ser el primer principio de los partidos políticos. Los principales intereses de España, sobre todo bancos (…), estaban muy estrechamente ligados a la política; de los políticos dependía el que se considerasen favorablemente sus intereses, mientras que los políticos (…) dependían de ellos en lo que concierne a puestos en consejos de administración y cargos lucrativos para sus familias. Y ahora un Borbón, un joven de aire insignificante, venía a ocupar el trono vacío."



Pero aunque haya diferencias y grados de corrupción entre los distintos países, al igual que ocurre con el capitalismo de amiguetes o con la  cultura de amiguetes, no son fenómenos exclusivos de la idiosincrasia española. Es algo muy extendido, y no poca culpa de esto podemos atribuirla a la gestión política basada en los gobiernos representativos (que no democráticos) tan fácilmente manipulables por quienes tengan más dinero. Como se explica en el siguiente vídeo: La gente votará lo que se le diga. (Tocqueville) ¿Por qué? Porque si tienes que elegir entre varias opciones, quien tenga más dinero hará tan visibles las suyas que las convertirá en las únicas ”


Los gobiernos que podrían aliviar la dependencia económica de la población están condicionados por un sistema político igualmente dependiente de los poderes económicos, cerrandose así un círculo de frustración que siempre deja al margen a los verdaderos responsables. En algún momento habrá que corregir esa trayectoria, abandonar la dependencia generalizada en favor del derecho a la autonomía, y revertir este proceso de exclusión política y de desposesión. No se trata sólo del expolio ilegal de las corruptelas sino del saqueo perpetrado con la ley en la mano precisamente porque la formación de las leyes está en las exclusivas manos de los saqueadores -pongamos la ley hipotecaria española vigente desde 1946-. Casi 50 años después de que José Luis Sampedro escribiera este párrafo podemos seguir dándolo por válido:

“Porque esa es la gran ausente de la teoría convencional, la variable “poder”, sin la cual es difícil explicarse nada importante. (...) Así he acabado instalándome en la convicción de que sólo una teoría de la dependencia generalizada (dependencias diversas y encadenadas sucesivamente en una estructura) permitirá un conocimiento global y efectivo de la realidad económica.”

De cómo dejé de ser Homo oeconómicus
Conferencia de 1978 incluida en el libro Economía humanista.

Para distanciarnos de la corrupción necesitamos cohesión social, dotarnos de una garantía de inclusión de modo que las generaciones futuras no crezcan con la sensación de que son imprescindibles padrinos a los que habrá que deber favores y guardar lealtad para subsistir dignamente. Si tenemos en cuenta que se avecinan tiempos difíciles, que en cierto modo tenemos que reinventar la sociedad para vivir en un mundo cada vez más agotado y que ya sólo puede ser compartible, (no conquistable), la necesidad de esta cohesión sin exclusión cobrará cada vez más importancia para encontrar soluciones pacíficas y constructivas. Necesitamos todas las iniciativas que puedan incluirse en este propósito, y necesitamos invertir en que todas las personas puedan formarse y aportar sus talentos, sean cuales sean, para la construcción de una nueva cultura política y una verdadera democracia:



“Los mismos hombres que le dieron sus derechos políticos 
tuvieron buen cuidado de hacer que no los pudieran ejercer nunca.”
Gerald Brenan 


3 comentarios:

  1. El vínculo entre criminales es la complicidad no la solidaridad. Como ya dices, aunque la corrupción que nos relatan los medios es escandalosa, el coste de mayor importancia para la sociedad es el que afecta a la legislación y a la política económica en la que con el eufemismo del adelgazamiento del Estado se está procediendo al saqueo sistemático de todos y cada uno de recursos públicos.

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  2. Una buena puntualización. Yo diría que cuando no hay solidaridad esta se sustituye con la complicidad a la menor ocasión como forma enfermiza de resolver nuestra interdependencia. Esta es la idea básica del texto junto a la pérdida de soberanía política ciudadana

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  3. La corrupción quita no solo el dinero, sino la esperanza de los honestos. http://odiaconmigo.blogspot.com.es/2016/02/la-corrupcion-vidas-paralelas.html

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