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lunes, 21 de marzo de 2016

Corrupción, dependencia y resistencia al cambio

La corrupción más llamativa, la que sale en los medios de comunicación, se da entre gente guiada por una ambición mediocre que por lo general no necesitaba esos chanchullos para vivir bastante bien. Pero a pesar del repudio generalizado a esta conducta, a menudo sorprende que gran parte de la población acepte la corrupción como si fuera el orden natural de las cosas y lo único importante fuera quién va ganando el partido de sacar a la luz los trapos sucios del rival. Incluso es posible ver a corruptos jaleados por seguidores fieles. También llama la atención la sensación de impunidad y el descaro con el que los corruptos se expresan en público. ¿De dónde surge esta tolerancia o habituación social? ¿Y qué es lo que frena la denuncia del mal cuando se conoce? ¿No tendrá algo que ver con una generalizada falta de autonomía personal que nos hace vulnerables y dependientes de poderes privados, y que además permite represalias a los denunciantes, (como en el caso de Ana Garrido, por ejemplo)?

En la sociedad del desamparo, cuando hasta los niños pueden pasar hambre a pesar de la abundancia de alimentos, y las familias pueden ser desahuciadas aunque no tengan otro techo en el que pasar esa noche; cuando las personas crecen sin recursos para labrarse un futuro y sabiendo que serán dependientes de un mercado laboral siempre insuficiente además de imprevisible en sus cambiantes formas y ciclos; en una sociedad así la seguridad económica depende en gran medida de “los contactos” y de las alianzas personales o grupales. Y sea cual sea la situación de partida, se acepta un imaginario colectivo según el cual la dependencia y el poder caciquil constituyen “la realidad de las cosas”, la realidad económica y social en la que se cree, digan lo que digan los economistas. Cualquier conversación tabernaria refleja esta verdad mejor que las facultades de economía, aunque los modelos teóricos funcionen muy bien como un monumental y sofisticado ejercicio de marketing político.

Y si las personas dependen de la confianza o del favor de poderes privados para subsistir y para prosperar, la sociedad es un caldo de cultivo ideal para la corrupción. El chantaje de la exclusión y el favoritismo propician las deudas personales y la formación de camarillas con independencia de la ley, una ley que no protege y que no es igual para todos, dura con el que trampea para subsistir y demasiado a menudo tolerante con los delitos del poderoso.

Foto: Giancarlo Belfiore


"España es como una “segunda casa” para todas las organizaciones criminales europeas."



En ocasiones Incluso el sentido de pertenencia puede encontrar mejor satisfacción de este modo, mediante vínculos mafiosos y similares, con indiferencia hacia quienes no pertenezcan a la camarilla propia aunque vivan al lado, especialmente en las situaciones de mayor desarraigo en las que ni siquiera la familia supone un vínculo estable. Precisamente porque no pensamos como seres aislados haciendo cálculos de interés individual al margen de la sociedad; precisamente porque el instinto nos dice que dependemos de nuestro entorno social; precisamente porque tenemos una enorme propensión a sentirnos comprometidos con otras personas y en deuda con quien nos ha favorecido; precisamente porque somos seres sociales, la corrupción encuentra un terreno fértil para hallar cómplices, aliados, candidatos a entrar en el ámbito de protección de alguien con cierto poder y personas que no quieren ver o que se autocensuran.


Cuando no se percibe una auténtica sociedad porque no existe cohesión social y cada uno tendrá que suplir como pueda esa carencia, esa necesidad de apoyo grupal para el que estamos naturalmente dotados; cuando la legalidad nos deja enteramente al albur de nuestro acierto o fracaso individual, es habitual que se aspire a encontrar a alguien que nos quiera favorecer más que a un improbable éxito singular.

Desamparo, desarraigo, desigualdad, sentido de pertenencia insatisfecho, instinto social frustrado… Estas son las condiciones sociales que generalizan el miedo, la frustración y la ambición de las que se nutre toda mafia y toda secta, pero también toda camarilla o todo grupo de interés más o menos explícito u organizado. Trataré de mostrar con un ejemplo cómo un sistema de compromisos y lealtades puede dar sostén a todo tipo de corrupciones configurando una estructura de poder y dependencia.

Antes es necesario decir que el mayor daño de la corrupción no está en el dinero que se han apropiado los políticos corruptos sino en el dominio sobre la legislación que logran los corruptores, aunque cada vez se va naturalizando más esta auténtica corrupción de la democracia bajo figuras admitidas como el lobby y las puertas giratorias. El deterioro económico colectivo debido a este cabildeo, pongamos una rebaja de impuestos o un “olvido” en su cobro, multiplican y dejan en calderilla lo que los corruptos se apropian ilegalmente. Y aun peor, la corrupción va creando una comunidad de intereses que actúa contra toda reforma importante por más necesaria que sea esta. Cuando sabemos que son necesarios cambios importantes en facetas de nuestra organización social tan sistémicas como la gestión del dinero, el reparto del empleo, la inclusión social o la propia democracia, la corrupción o su mera posibilidad dejan de ser asuntos menores y cobran una importancia crucial. 

Veamos cómo funciona inadvertidamente esa corrupción estructural, esa podredumbre moral y funcional subyacente, que no sale a la palestra del escandalo pero que impide los cambios necesarios. Para resaltar sus ángulos voy a utilizar un paralelismo algo extremo pero cercano para los españoles.

Ver por ejemplo el capitulo  
Informes, denuncias, delaciones. 
La violencia desde abajo
páginas 28-33 de este libro.
Cuando Franco se puso al frente del bando nacional durante la Guerra Civil no sólo alargó el conflicto artificialmente para convertirlo en un exterminio ideológico sistemático, también en las zonas en las que no hubo batalla, sino que se propuso comprometer con ese genocidio tanto como fuera posible a la población civil. Es sabido, por ejemplo, que se amenazó a muchas personas para que delataran a algunos vecinos o se presionó a las familias para que aportaran jóvenes reclutas al bando nacional. Esto incluso llegó a ser un incentivo perverso para la delación entre algunos miserables que optaban a los puestos de trabajo vacantes dejados por los “paseados”. Con esa estrategia, cuando la contienda acabara habría muchos interesados en no volver atrás, ya que ellos o alguno de sus allegados tendrían las manos manchadas de sangre (o impregnadas con su olor). Aun en los casos en que hubieran sido engañados o forzados, temerían que si cayera el régimen, después se buscara hacer justicia, y en otros casos, temerían perder los nuevos privilegios. Esa masa de población se convertiría un sostén social del régimen, que fue acabando con los restos de su oposición a lo largo de la dictadura. 

Más aun, salvando muchas otras distancias, en nuestro país cabe trazar una línea de unión entre ambos casos: las élites que se beneficiaron de la dictadura no sólo no devolvieron el patrimonio que acapararon gracias a leyes antidemocráticas a su medida sino que, desde su posición privilegiada, condicionaron con su mentalidad caciquil todo el período político de la restauración borbónica que sucedió a la dictadura.

Por poner un ejemplo, la iglesia católica no ha devuelto la ayuda recibida del estado bajo el gobierno criminal de la dictadura de la que fue cómplice necesario. Como nos dice Julián Casanova en la página 40 del libro anterior, “Puesta esa ayuda en cifras, el propio Carrero estimaba que en esas décadas la Iglesia había ingresado en sus arcas 300.000 millones de pesetas procedentes de la financiación estatal.” En lugar de devolverlo su expolio ha continuado durante décadas inmatriculando bienes públicos o comunales a lo largo y ancho del Reino de España.

De un modo menos cruento que el de la complicidad social de parte de la población con la dictadura, (pero no sin indiferencia hacia los excluidos), algo parecido ha ocurrido con la corrupción en las últimas décadas. Existe una parte de la población enmarañada en una red de favores y alianzas al margen de los méritos propios y de los métodos que supuestamente rigen la asignación de beneficios y la designación de puestos en todos los niveles, y aunque comprendan lo equivocado y pernicioso de la actual estructura de poder, sienten reparos para enfrentarse a ella incluso cuando esto conduce a situaciones ilegales o irregulares. Además de correr peligro por la denuncia, a menudo ocurriría que, en caso de caer sus valedores, quizá fueran cuestionados sus privilegios, o en los peores casos, podrían verse salpicados por los juicios sobre las corruptelas patrias. En lugar de combatir el actual régimen político, lucharán contra cualquier alternativa emergente que pueda dejarles en la posición de cómplices. 

Este favoritismo y esta red de dependencias privadas no es ilegal en el ámbito de la empresa privada aunque no sea lo ideal, pero la vulnerabilidad social de gran parte de la población ha naturalizado esta forma de funcionar hasta el punto de que a nadie sorprende que salte al ámbito del sector público y, por encima de todo, a la política.

“Quítate tú para ponerme yo” llegó a ser el primer principio de los partidos políticos. Los principales intereses de España, sobre todo bancos (…), estaban muy estrechamente ligados a la política; de los políticos dependía el que se considerasen favorablemente sus intereses, mientras que los políticos (…) dependían de ellos en lo que concierne a puestos en consejos de administración y cargos lucrativos para sus familias. Y ahora un Borbón, un joven de aire insignificante, venía a ocupar el trono vacío."



Pero aunque haya diferencias y grados de corrupción entre los distintos países, al igual que ocurre con el capitalismo de amiguetes o con la  cultura de amiguetes, no son fenómenos exclusivos de la idiosincrasia española. Es algo muy extendido, y no poca culpa de esto podemos atribuirla a la gestión política basada en los gobiernos representativos (que no democráticos) tan fácilmente manipulables por quienes tengan más dinero. Como se explica en el siguiente vídeo: La gente votará lo que se le diga. (Tocqueville) ¿Por qué? Porque si tienes que elegir entre varias opciones, quien tenga más dinero hará tan visibles las suyas que las convertirá en las únicas ”


Los gobiernos que podrían aliviar la dependencia económica de la población están condicionados por un sistema político igualmente dependiente de los poderes económicos, cerrandose así un círculo de frustración que siempre deja al margen a los verdaderos responsables. En algún momento habrá que corregir esa trayectoria, abandonar la dependencia generalizada en favor del derecho a la autonomía, y revertir este proceso de exclusión política y de desposesión. No se trata sólo del expolio ilegal de las corruptelas sino del saqueo perpetrado con la ley en la mano precisamente porque la formación de las leyes está en las exclusivas manos de los saqueadores -pongamos la ley hipotecaria española vigente desde 1946-. Casi 50 años después de que José Luis Sampedro escribiera este párrafo podemos seguir dándolo por válido:

“Porque esa es la gran ausente de la teoría convencional, la variable “poder”, sin la cual es difícil explicarse nada importante. (...) Así he acabado instalándome en la convicción de que sólo una teoría de la dependencia generalizada (dependencias diversas y encadenadas sucesivamente en una estructura) permitirá un conocimiento global y efectivo de la realidad económica.”

De cómo dejé de ser Homo oeconómicus
Conferencia de 1978 incluida en el libro Economía humanista.

Para distanciarnos de la corrupción necesitamos cohesión social, dotarnos de una garantía de inclusión de modo que las generaciones futuras no crezcan con la sensación de que son imprescindibles padrinos a los que habrá que deber favores y guardar lealtad para subsistir dignamente. Si tenemos en cuenta que se avecinan tiempos difíciles, que en cierto modo tenemos que reinventar la sociedad para vivir en un mundo cada vez más agotado y que ya sólo puede ser compartible, (no conquistable), la necesidad de esta cohesión sin exclusión cobrará cada vez más importancia para encontrar soluciones pacíficas y constructivas. Necesitamos todas las iniciativas que puedan incluirse en este propósito, y necesitamos invertir en que todas las personas puedan formarse y aportar sus talentos, sean cuales sean, para la construcción de una nueva cultura política y una verdadera democracia:



“Los mismos hombres que le dieron sus derechos políticos 
tuvieron buen cuidado de hacer que no los pudieran ejercer nunca.”
Gerald Brenan 


lunes, 14 de marzo de 2016

Donald Trump: Instrucciones de uso


Según se desarrollan las elecciones primarias en EEUU hemos podido observar como los medios cambiaban el tono respecto a Donald Trump, un auténtico fenómeno mediático que ha puesto patas arriba el proceso electoral en Estados Unidos, al menos y por el momento en el partido republicano. Con el avance del proceso, y los sucesivos éxitos del empresario norteamericano, el que era un bufón histriónico ha pasado a ser el hombre más peligroso del mundo, según el semanario Der Spiegel. Para los neoliberales, Trump ha superado al papa Francisco en el ranking de hombre peligroso. Veamos cuáles son sus ideas para entender por qué.

En primer lugar conviene señalar que las declaraciones públicas de Trump son relevantes no tanto porque él o su pensamiento sean importantes sino porque nos muestra lo que sus votantes están dispuestos a apoyar. Una rápida búsqueda por internet nos lleva a un artículo de la BBC 10 ideas polémicas en las que Donald Trump realmente cree, que he utilizado como fuente de partida, y que iré completando con otras fuentes que enlazaré en el momento de ser utilizadas.

Lo primero que llama la atención, de forma muy negativa, es el escaso respeto de Trump por los derechos humanos. El magnate se muestra partidario de utilizar torturas como el ahogamiento simulado en la lucha antiterrorista. El fin justifica los medios. En este sentido no va mucho más lejos de lo que ya ha hecho Estados Unidos en Guantánamo y sobre el terreno. Aun así no deja de ser un paso más reconocer públicamente y sin paños calientes que las torturas no son responsabilidad de soldados descontrolados o algunos mandos del ejército y los servicios secretos, y que pueden ser santificadas por el sistema y sus máximos responsables. La ira y el miedo venden votos.

Sin embargo, alejándose de la política convencional norteamericana y en especial de la ortodoxia de su partido, Trump se muestra poco agresivo en política exterior. Afirma que el mundo estaría mejor con Gadafi y Hussein, y declara admirar al presidente ruso Vladimir Putin ¿Estrategia de distensión? Trump lo tiene claro, el presidente sirio Bashar al Ásad es malo, pero ello no implica que EEUU deba intervenir, según sus propias palabras:

Los Estados Unidos deben 19 billones de dólares. Tenemos que poner en orden nuestra casa. No podemos ir a cualquier país con el que no estemos contentos y decir que vamos a recrearlo. No ha funcionado.

Pero las sorpresas no acaban ahí, no sólo muestra admiración por el presidente del país por el que la OTAN se resiste a disolverse, Vladimir Putin, una vez las funciones para las que fue creada han dejado de tener sentido tras el colapso de la URSS, sino que se muestra crítico con hasta ahora grandes aliados de EEUU como Alemania, Japón y, sorpresa, Arabia Saudí. De los saudíes, los japoneses y los chinos dice que están “estafando a América” También lo dice de los mexicanos, aunque evidentemente las razones no son las mismas ¿Hay un nexo de unión entre todas estas declaraciones críticas hacia potencias extranjeras? Llamadme paranoico, pero la hay, el magnate se muestra crítico con los principales países que presentan graves desequilibrios comerciales favorables.

En la imagen se observan los superávits de China, Japón, Alemania y los exportadores de petróleo

Hace años, en un ensayo en mi blog personal en el que indagaba sobre los vínculos entre la globalización y la crisis financiera global, centrándome en las relaciones económicas entre EEUU y China, citaba un artículo en el que se descartaba una posible guerra comercial entre ambos países.

Los estadounidenses están cada vez más preocupados por la creciente influencia económica de China. Con tasas de crecimiento constantemente por encima del nueve por ciento, lo acusan de robar empleos en Estados Unidos, de mantener el yuan infravalorado por vinculación al dólar, de exportar deflación mediante la venta de sus productos en el extranjero a precios desleales, de violar los derechos de sus trabajadores para mantener costos laborales bajos, y de no cumplir sus compromisos con la Organización Mundial del Comercio (OMC).
China no está robando empleos en Estados Unidos o utilizando prácticas desleales de comercio para socavar nuestro poderío económico y exportar su camino hacia el poder global. De hecho, casi el 60 por ciento de las exportaciones chinas a los Estados Unidos son producidas por empresas de propiedad extranjera, muchas de ellas estadounidenses. Estas empresas han trasladado sus operaciones al extranjero en respuesta a las presiones competitivas hacía costos de producción más bajos, y así ofrecer mejores precios a los consumidores y una mayor rentabilidad para los accionistas. Importadores estadounidenses con posiciones dominantes en China, tales como Wal-Mart y Hallmark, tienen el poder de obligar a los proveedores chinos a mantener sus costos lo más bajos posibles. Tan solo Wal-Mart compró $ 18000 millones de dólares en productos chinos en 2004, convirtiéndose en el octavo mayor socio comercial de China - por delante de Australia, Canadá y Rusia.
Entonces, ¿de quién es realmente "la culpa" de "la deflación exportada" de China y del aumento de sus exportaciones? Los importadores estadounidenses, los consumidores estadounidenses que compran productos chinos a precios muy bajos, y los accionistas estadounidenses que exigen resultados. Una guerra comercial sostenida con China dañaría a estos grupos más que a nadie.

Curiosamente, el 8 de marzo Trump conseguía una abultada victoria en Michigan, estado donde se ubica “el cinturón del óxido”, un antiguo núcleo industrial ahora en completa decadencia debido a la deslocalización en masa de la industria. Allí se encuentran ciudades como Detroit o Flint, famosas por su estado ruinoso, y la quiebra de sus finanzas públicas (en Flint, las medidas de austeridad promovidas en el municipio por el gobierno estatal han llevado al envenenamiento de la población por consumo de agua contaminada).

Los habitantes de Detroit y Flint no simpatizan con los intereses de los accionistas de las corporaciones americanas que fabrican en China, ni se sienten agradecidos por los bajos precios de los productos que pueden adquirir en Wall-Mart como consumidores, por eso votan a Trump, que promete imponer un arancel del 45% a los productos importados de China. El empresario se desmarca de la narrativa sobre el libre comercio que domina su partido y apuesta por el proteccionismo.

Estamos ante una política que aprovecha el malestar de la población con las élites y con la globalización, y como no, hace hincapié en otro aspecto destacado de ella, los movimientos migratorios. Si bien la crisis de refugiados en Europa y las concesiones decepcionantes hacia el autoritario gobierno turco ponen de manifiesto que detrás de las sociedades que dicen defender valores elevados de democracia y solidaridad lo único que hay es una narrativa para tranquilizar conciencias, Trump va más allá, él no tiene porqué articular ningún falso discurso de solidaridad y altruismo, así que habla sin tapujos de construir un muro que separe México de Estados Unidos, de deportar a los 11 millones de inmigrantes ilegales que se estima viven en EEUU, o de prohibir la entrada de musulmanes en el país.

Otro punto destacable de su discurso es su actitud hacia las políticas sociales, y aquí se sitúa muy a la izquierda del partido republicano. Para Trump no es aceptable que alguien muera sin seguro médico. Vale la pena leer esta cita de Paul Krugman al respecto:

Lo que ha hecho Donald Trump es decirles a las bases que no tienen que aceptar el paquete completo. Promete conseguir que Estados Unidos vuelva a ser blanco —sin duda, todo el mundo sabe que ese es el verdadero eslogan, ¿verdad?— a la vez que promete proteger la Seguridad Social y Medicare, y alude (aunque no lo proponga claramente) a una subida de impuestos a los ricos. Los republicanos del sistema, indignados, farfullan que Trump no es un conservador de verdad, pero resulta que muchos de los votantes del partido tampoco lo son.

Por último, y aunque en esto no se separa de la ortodoxia de su partido, Trump es negacionista del cambio climático, quizás porque los perdedores de la crisis y la globalización añoran un mundo de crecimiento infinito, aunque ello sea claramente falaz e indeseable.

Estas son las ideas de Trump, y a estas alturas es posible que sientas un cierto regusto agridulce. Es mi caso, tiene ideas nefastas, pero no puedo negar que algunas me agradan. Entonces ¿por qué se dice que es el hombre más peligroso del mundo? Trump es un outsider que critica los fundamentos mismos del sistema, de todo lo que han construido los tecnócratas que han tutelado nuestras democracias durante los últimos cuarenta años, y a los que la crisis, y su incapacidad para entenderla y resolverla, ha dejado fuera de juego, aunque ellos todavía no lo admitan. Trump dispara contra la globalización, la libertad de movimiento de mercancías, capitales y personas, aunque esta última nunca haya sido real, sino más bien un sentimiento difuso de solidaridad y un ideal que se alcanzaría en el largo plazo, una vez el planeta se hubiese “modernizado” lo suficiente.

Del auge de Trump podemos extraer lecciones que deberíamos aprender, dado que de ellas depende en gran medida el que será nuestro futuro en el medio plazo. Lo que nos muestra su éxito es que desde la derecha está siendo muy fácil adueñarse del sentimiento anti-globalización, un sentimiento que vimos eclosionar entre la izquierda, en la llamada batalla de Seattle, y que se expresó al principio de forma violenta hasta la muerte de Carlo Giuliani en Génova, dos años más tarde. Posteriormente este movimiento ha seguido, aunque sin llegar a permear al conjunto de la sociedad como lo hace el discurso de Trump. La razón es obvia, el discurso de la confrontación es más sencillo de articular que el discurso de la solidaridad. Es una cuestión de valores, Trump puede saltárselos, los que rechazan la globalización por la izquierda no, y uno de los valores de la izquierda es el internacionalismo. Eso les coloca en una posición incómoda, ya que si critican la globalización inmediatamente se ven forzados a ofrecer una alternativa, para no ser vistos como nacionalistas.

Quizás la respuesta la tiene el otro outsider de estas elecciones primarias, Bernie Sanders. Sanders apela también al proteccionismo, pero no renuncia a los valores de izquierda. La clave está en defender el proteccionismo mientras al mismo tiempo se defiende la solidaridad y la cooperación entre estados. Una cooperación articulada por instituciones distintas al mercado ¿Cuáles? Esa es la respuesta que hay que construir, desde Europa Yanis Varoufakis es la cabeza visible de un movimiento que apuesta por la democracia como institución que articule la cooperación, de forma muy genérica de momento, y ya veremos si efectiva.

Sin embargo, debo reconocer mi pesimismo al respecto, se ha avanzado muy poco en todo este tiempo, y el éxito de Trump hace prever que será la derecha (es posible que no el propio Trump, sino alguien posterior) quién comenzará los grandes cambios, porque es evidente que el sistema actual no se sostiene, como hemos discutido ampliamente en este blog. La izquierda aparece nuevamente presa de sus propias concepciones, y tenderá a la irrelevancia como ya ocurrió en una situación similar durante el periodo de entreguerras en el siglo XX. Para que ello no ocurra, urge la construcción de un movimiento antiglobalización desde la izquierda, que sea pragmático y con capacidad de conectar con la ciudadanía.

Una última cuestión que se deriva de mi razonamiento anterior es que nuestra crítica a Trump debe ser matizada, criticando aquello que no nos gusta y alabando aquello que nos parece positivo. Una crítica cerrada, frontal, nos sitúa junto a der Spiegel, en el bando neoliberal, y hace que nos asimilemos a ellos. Es la incómoda postura en la que está el partido socialista francés, y que le condena a ser un partido de tercera o cuarta en breve plazo. Es una postura que impide desarrollar el discurso antiglobalización, y que por lo tanto nos condena al desastre y nos hace cómplices de él.

lunes, 7 de marzo de 2016

DiEM25 ¿Un intento más?

El tiempo corre inexorable como impone la entropía, aunque la economía dominante está decidida a ignorarlo con empeño y vigor. Aquellos que no compartimos que el equilibrio y el bienestar aparecen tarde o temprano cuando se deja actuar al mercado, sentimos como se escapa entre nuestros dedos.

El imperativo de actuar nos acucia más que nunca, sin embargo, cuando más perentoria es la necesidad de acción, más nos dispersamos en debates sobre la búsqueda de mensajes que sean atrayentes y que, a la vez, puedan igualar en simplicidad a los que actualmente dominan de manera apabullante los medios de comunicación controlados de forma abrumadora por la ideología neoliberal.



¿Cómo igualar o incluso superar la capacidad de propaganda de forma que seamos capaces de transmitir un mensaje alternativo? ¿Cómo convencer sin aburrir? ¿Como esas alternativas serán asumidas e interiorizadas por el suficiente número de gente para alcanzar una masa crítica de cambio? Estas y preguntas parecidas son formuladas por personas que piensan que el cambio de modelo, en su forma más suave, o directamente la revolución es la única vía posible si queremos salvar un mundo, un sistema ecológico del que nuestra sociedad forma parte, que está menguando a una velocidad exponencial, aunque muchos se empeñan en mirar hacia otra parte.

El mediático ex-ministro de finanzas griego Yanis Varufakis ha decidido a echar su cuarto a espadas. Es la cabeza visible de un nuevo movimiento denominado DiEM25 (Democracy in Europe Movement 2025) cuyo pistoletazo de salida es un manifiesto que proclama que la democratización de Europa es la única vía para evitar su desintegración.



En estos momentos, dentro de la UE las fuerzas centrífugas actúan con fuerza, no solo es el referéndum para la salida o permanencia del Reino Unido (Brexit), sino la falta de una real unión fiscal y monetaria en la eurozona o la crisis de inmigración hacen que el llamado proyecto Europeo se tambalee.

En realidad, el proyecto Europeo es cuestionable desde su inicio. El propio Varufakis en su libro el Minotauro Global explica que la actual UE nacida como la CECA (Comunidad Europea del Carbón y el Acero) no es más que un apéndice del que denomina como Plan Global de los planificadores del New Deal estadounidense.

En el manifiesto, no hay ninguna referencia a este hecho, sino simplemente al nacimiento como un cártel de la industria pesada que después se extiende a la agricultura. En realidad, el manifiesto, de forma deliberada, recurre a un relato bastante romántico de la unidad europea.

La Unión Europea fue un logro excepcional. Consiguió unir de forma pacífica a unos pueblos europeos que hablan diferentes lenguas y que están inmersos en diferentes culturas, demostrando que era posible crear un marco compartido de derechos humanos en un continente que, no mucho antes, estaba dominado por un chovinismo homicida, el racismo y la barbarie. La Unión Europea podría haber sido el proverbial faro entre la niebla y mostrar al mundo que la paz y la solidaridad podían ser arrebatadas de las fauces del conflicto y la intolerancia.”

Parece evidente, que se trata de un compromiso entre diferentes sensibilidades y, por esa causa, podemos encontrar diferencias de tono o, incluso, realizar diferentes niveles de lectura. Habiendo oído varios discursos de Varoufakis relativos al nuevo movimiento, es fácil percatarse de la necesidad de alcanzar compromisos para aglutinar posturas políticas e ideológicas diversas bajo un mismo paraguas. Varoufakis tiene clara la nítida diferencia entre sus posiciones académicas y la necesidad de acomodarse a un discurso más digerible dentro del imaginario que ha creado el establishment y utilizarlo en su contra.

Parece una estrategia razonable, a primera vista. No obstante, la capacidad de fagocitar o destruir cualquier alternativa por parte del poder es una de sus señas de identidad más remarcables. El sempiterno “No hay alternativa” (TINA) de Margaret Thatcher se muestra como una verdad incuestionable para una mayoría social, aunque muchos aborrecen sus consecuencias,  consideran una pérdida de tiempo y energías luchar por lo que no se puede cambiar, pues es así como son las cosas, aunque las detestamos.

En crear, mantener y fomentar la idea de la falta de alternativas la escuela económica neoclásica ha jugado un papel primordial, otorgando a lo que es una posición ideológica (normativa) un halo de positivismo completamente inmerecido que ha sido motivo de algunas entradas en este blog.

Sin embargo, no cabe llevarse a engaño, desmontar la parafernalia de conceptos masticados y simplificados, que apelan a un presunto sentido común previamente construido mediante falacias es una tarea casi imposible. No obstante, no debe renunciarse a atacar estos concepto aunque pueda parecer un empeño estéril.

El eterno dilema sobre cuál es la mejor estrategia y hasta qué punto compromete los objetivos últimos debido a los inevitables acuerdos que se deben alcanzar es una de las principales debilidades de la izquierda. Una debilidad que siempre ha causado fragmentación y desencanto, pero que no ha caído nunca en saco roto, pues el sistema ha sabido siempre aprovechar esas circunstancias para avanzar en su proyecto, el único posible como les gusta presumir.

DiEM25 coge una bandera muy apreciada por el liberalismo en sus diferentes modalidades, colores y sabores, la democracia que pasa a ser la idea fuerza que sirve para aglutinar. ¿Quién se negaría a democratizar más Europa? Muy pocos, aunque cada vez esos muy pocos sean más. Pero no nos desviemos de la cuestión.

He dicho que la democracia siempre ha sido una bandera de enganche muy apreciada por los liberales, aunque ciertamente muy alejada de su núcleo doctrinal básico. Pero estamos en el terreno de las apariencias o del nominalismo.

En ese sentido, DiEM25 es inteligente y acusa a la UE  de ser un ente burocrático. La idea de construir un discurso contra la burocracia desde la izquierda es básico como nos ha puesto de manifiesto David Graber en su último libro la Utopía de las Normas que comentamos en el blog. El manifiesto expresa en diversas ocasiones las nefastas consecuencias de haber cedido el poder a esos tecnócratas/burócratas, presuntos expertos que no hacen más que expresar a través de sus actos, supuestamente asépticos, un posicionamiento ideológico que contrario a los intereses de una gran mayoría de los ciudadanos que no los han elegido, pero que sufren sus decisiones.

La idea que la burocracia es contraria al mercado, por qué sirve para alterar su funcionamiento eficiente en las condiciones ideales que los economistas postulan, es ridícula. De hecho, ni siquiera en esas supuestas condiciones marcianas se cumple lo que la escuela neoclásica sostiene, ni que decir tiene, en la realidad. La tecnocracia, es un apoyo inestimable para perpetuar la hegemonía de un sistema y, por esa causa, la crítica desde la izquierda es imprescindible. En el caso de la tecnocracia de la UE, esto es si cabe más palmario que en el caso de las burocracias de los estados miembros, dado su mayor alejamiento de los ciudadanos.

El manifiesto plantea un problema que ya se produjo en el período de entreguerras con una vuelta a las pulsiones nacionalistas que suponen un enfrentamiento entre las antiguas naciones-estado, cada uno haciendo la “guerra” por su cuenta. El fenómeno de la centrifugación de la UE se encuentra enmarcado en los límites del proceso de globalización, de la misma forma que sucedió en el primer período mencionado. Se trata de un peligro inminente que gana velocidad a medida que las sucesivas crisis actúan como catalizadores de esas pulsiones. Especialmente las crisis migratorias están suponiendo un gran impulso para las tesis que abogan por un control estricto de los flujos, y para ello, sostienen, no queda más remedio que la mano dura. Es un capítulo más donde las libertades y derechos ceden paso a la “seguridad”.

El documento señala de forma parcial algunas de las características que el llamado consenso de Washington sobre la globalización ha supuesto para ahondar en la tecnocracia a la que antes hacíamos referencia.

“  un proceso de decisión sumamente politizado, opaco y vertical que nos es presentado como “apolítico”, “técnico”, “de procedimiento” y “neutral”. Su propósito es impedir que los europeos ejerzan control democrático sobre su dinero, sus finanzas, condiciones laborales y medio ambiente.El precio de este engaño no es sólo el fin de la democracia, sino también políticas económicas erradas:”

No se trata de nada nuevo, sino una profundización de aquellos rasgos que han configurado la UE desde su nacimiento en el marco del sistema imperial de los Estados Unidos.

En este punto, el manifiesto plantea que la dinámica nos lleva a dos alternativas que son igualmente perjudiciales: o el estado-nación enfrentado al resto o Bruselas como la encarnación del proceso de globalización y burocratización al servicio de las élites económicas.

Personalmente no percibo la dicotomía tal como se plantea. En realidad creo que ambos procesos tienen más puntos de conexión de lo que parece para mantener el status quo. Son procesos complementarios para mantener unos privilegios que se han construido en torno a la deuda que es la pieza clave donde se encarnan las relaciones de poder y sumisión.



La propuesta de democratización es, no cabe duda, una propuesta radical. No se trata de recuperar nada que se ha perdido, sino de construir algo completamente nuevo si pretendemos variar la deriva de un sistema que esta moribundo. El documento juega con una calculada ambigüedad ya que puede parecer que en algún momento del pasado se dio un verdadero proceso democrático tanto a nivel europeo como de los estados miembros que conforman la Unión.

En este punto, es donde comienza el documento a desgranar algunas propuestas genéricas que van encaminadas a culminar el proceso de democratización en 2025. No es mi intención entrar a debatir de forma pormenorizada las mismas. Tiempo habrá si realmente el movimiento prospera para lo que necesita aglutinar visiones ideológicas que son en muchos puntos contrapuestas.

Cabe decir que entregar la capacidad de decisión a los ciudadanos es completamente incompatible con nuestro actual sistema político basado en la representación incondicional, donde las opiniones de los ciudadanos son ignoradas para su “bien” sobre la base de conceptos ideológicos que se presentan como verdades inmutables. Nuestra opinión, respetable siempre para un liberal, debe quedarse en el ámbito personal ya que no sirve para gobernarnos, la tarea queda encomendada a unas élites que son elegidas, normalmente por personas interpuestas que llamamos políticos, e investidas de un poder del que en realidad no deben rendir cuentas, excepto cada período electoral, donde las alternativas son meras variaciones sobre el mismo tema.

Del manifiesto podemos decir que no son más que buenos propósitos (wishful thinking), sin embargo, no es óbice para dar la bienvenida a cualquier intento de desviar el rumbo de colisión del sistema con nuestros límites y los del planeta. Como hemos afirmado al inicio, lo único que no tenemos es tiempo, en consecuencia, aún desde el escepticismo, esperamos que este intento pueda aglutinar fuerzas que hasta ahora trabajan dispersas y que apenas consiguen hacer mella en un sistema que está en declive, pero cuya inercia debido a su velocidad y masa son colosales.