Desde nuestro blog hemos explicado profusamente por qué nuestra comida no es sostenible, entre otros factores citábamos los "alimentos kilométricos", aquellos que recorren grandes distancias desde el huerto a la mesa, con el consiguiente incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero. A continuación enlazamos una sencilla infografía donde con un ejemplo, nuestro compañero Alberto Jiménez nos muestra como se incrementan las emisiones de forma exponencial con el transporte. La solución que preconizábamos en aquella entrada era hacer uso de la producción local de alimentos, a través de grupos de consumo que garantizan que los alimentos no han recorrido más de unos pocos kilómetros.
En realidad esta solución es tan sólo una pata de la necesaria relocalización económica matizada que necesitamos. Una relocalización que no debe ser confundida con el nacionalismo, ni con el proteccionismo. No se trata de imponerse sobre otros territorios a través de estas medidas políticas, sino de ganar autonomía, que a nivel económico implica ser lo más autosuficiente posible, sin renunciar al comercio allí donde sea necesario, siempre supeditado al bien común, establecido este de forma democrática. Es preciso recordar que como ya planteara Dani Rodrick, la hiperglobalización entra en conflicto con la democracia, por consiguiente la relocalización económica es un paso necesario para alcanzar una democracia digna de tal nombre, que sustituya al gobierno representativo elegido por sufragio que padecemos.
Estamos pues en un momento histórico muy interesante, en el que confluye la necesidad imperiosa de poner freno a las mal llamadas externalidades, que no son más que el saqueo por parte de una élite de los bienes comunes globales, con la oportunidad que surge de esto de relocalizar la economía, y por tanto alcanzar una verdadera democracia. En este cóctel no hay que olvidar el internacionalismo, ya que el control democrático del comercio debe ir paralelo a la cooperación democrática transnacional. Las instituciones a las que de lugar esa cooperación, tendrán que ser muy probablemente innovadoras, tendremos que ser creativos para mejorar el desastre que hemos heredado.
Estamos pues en un momento histórico muy interesante, en el que confluye la necesidad imperiosa de poner freno a las mal llamadas externalidades, que no son más que el saqueo por parte de una élite de los bienes comunes globales, con la oportunidad que surge de esto de relocalizar la economía, y por tanto alcanzar una verdadera democracia. En este cóctel no hay que olvidar el internacionalismo, ya que el control democrático del comercio debe ir paralelo a la cooperación democrática transnacional. Las instituciones a las que de lugar esa cooperación, tendrán que ser muy probablemente innovadoras, tendremos que ser creativos para mejorar el desastre que hemos heredado.
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