Decía William Morris en Cómo vivimos y cómo podríamos vivir...
Pero ¡ay!, he aquí que su progreso ha sido interrumpido y deshecho y, aunque el hombre haya conquistado la naturaleza y disponga del control de sus fuerzas para hacer con ellas lo que guste, aún le falta conquistarse a sí mismo, aún debe pensar cuál será el mejor uso de estas fuerzas de las que se ha adueñado. Porque actualmente sigue empleándolas a ciegas, neciamente, como si aún estuviera regido por el destino.
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Y es que podemos preguntarnos qué es el progreso. ¿Qué significa ese término? El pensamiento predominante sigue sin cuestionarse esta noción a pesar del tiempo transcurrido desde que Morris pronunciara estas palabras allá por 1884. ¿Qué es avanzar cuando no hay elección de una meta sino mera inercia? En realidad sí hemos asimilado en nuestra educación una meta social en forma de tecno-utopía. Pero ¿es el mero avance tecnológico un síntoma de bien y una promesa de mejora social? En tal caso se daría la paradoja de que ese tipo de mejora no implicaría nada esencial para nuestra forma de vida, pues ese propósito puede continuar sin final, comprometiéndonos eternamente con la misma dedicación sólo que en nuevos entornos. No cabe esperar una forma de vida mejor si, sea cual sea nuestro nivel tecnológico, siempre tenemos que bregar por mejorarlo.
La
multiplicación del trabajo se ha convertido para nosotros en necesidad,
y mientras eso continúe ninguna ingeniosidad aplicada a la invención de
máquinas nos será de auténtica utilidad.
Trabajo útil o esfuerzo inútil. William Morris, 1884 |
Es una cuestión que va más allá de la distinción entre capitalismo y socialismo -y quizá por ello Morris ha sido relegado como socialista heterodoxo-. Bajo el primero se da la contradicción de que cada innovación reduce la necesidad de mano de obra a la vez que se propone la innovación como solución al desempleo. Esto avoca al fracaso del empleo (y del autoempleo) como sistema de distribución de rentas, y hace urgente la adopción de una Renta Básica Universal (RBU). Pero aunque se renovara la actividad mediante empleo público garantizado que pusiera a todo el mundo a trabajar en favor de la misma clase de desarrollo ¿no estaríamos condenándonos a un modo de vida que puede cuestionarse como destino perpetuo? En el fondo está la cuestión de qué queremos ser. Y la cuestión de hasta donde podemos presionar al medio natural en el que hemos surgido como especie. Decía William Morris continuando la conferencia de la primera cita:
La conquista de la naturaleza ha concluido, ¿no podemos ya decirlo?, y nuestro asunto consiste ahora, y ha consistido durante largo tiempo, en la organización de la vida del hombre, que gobierna las fuerzas de la naturaleza.
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A largo plazo, el progreso tecnológico trabaja contra nosotros si no cambia la lógica económica en la que estamos inmersos, y cada entusiasta logro en en este terreno puede terminar siendo una ayuda en la construcción del camino hacia el infierno [1] [2]. Una tecnología no es más que un programa, un algoritmo, un cálculo expresado en formas materiales (en lugar de símbolos), que sólo al recibir energía produce algún efecto sobre la realidad. Mejorar ese cálculo constantemente dentro de una lógica económica que busca maximizar la producción no es más que potenciar la aplicación de energía a la transformación incesante del mundo. El aumento del PIB no debe ser un objetivo por sí mismo por el mismo motivo por el que preferimos no desarrollar ni hacer estallar más bombas nucleares.
Precisamente en nombre de la ciencia que nos advierte de los límites del crecimiento, tendremos que cambiar esta creencia básica de nuestra sociedad. Fascinados por el espectáculo de cambios materiales en el fondo simples, distraídos por cálculos para la acción y por sus efectos prácticos, hemos abandonado el progreso ético y político. El verdadero progreso, diría aventurando una respuesta, no consiste en calcular más sino en pensar mejor.
En consecuencia habrá que prestar más atención a los modelos económicos alternativos que apuntan hacia esta lógica de lo cualitativo y lo complejo, que ponen por encima lo no medible, lo que sólo puede avanzar en la deliberación compartida democráticamente. Concluía Morris el pasaje citado al inicio diciendo:
...acabar con el miedo a nuestros congéneres y aprender a confiar en ellos, derribar la competencia y edificar la cooperación, he aquí nuestra única necesidad.
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Necesitamos pasar de poner el énfasis económico en el crecimiento a ponerlo en una distribución óptima, en cualquier caso suficiente para todos, de modo que podamos no crecer, de modo que podamos desinflar esta burbuja tecno-energética que nos destruye tanto como nos obnubila con las variopintas formas posibles de consumirla.
En este sentido, en la segunda parte del congreso sobre Renta Básica Universal y decrecimiento celebrado en Hamburgo este mismo año -aquí resumimos la primera parte- se pusieron estas dos propuestas en relación con otros planteamientos económicos alternativos. Lo que sigue es un resumen de estas charlas ceñido a la opinión de los ponentes. En un tercer artículo, dedicado a diversas controversias relacionados con esta temática que se plantearon al final del simposio, apuntaremos también algunas diferencias de planteamiento y conclusiones propias.
Renta Básica como oportunidad para una floreciente economía local y sostenible
Renta Básica como oportunidad para una floreciente economía local y sostenible
Christine Ax es experta en empresas pequeñas y artesanales, y llegó a la convicción de que una renta básica sería favorable para una economía local sostenible, basada en este tipo de empresas. Ha tratado en profundidad ambos temas, RBU y decrecimiento, en dos de sus libros, argumentando que la RBU es una oportunidad para dar forma a la gran transición que necesitamos.
Las pequeñas industrias y, sobre todo, las empresas artesanales son intensivas en mano de obra. Muchas de ellas ofrecen una amplia gama de buen trabajo y productos duraderos y su “sostenibilidad estructural” les avoca a jugar un papel importante en nuestro futuro. Facultan a las personas para proporcionar y para enseñar habilidades -cuidados, compartir, reparar, todo tipo de “hazlo tú mismo”- relevantes para una economía más allá del crecimiento y un estilo de vida menos intensivo en recursos.
Proporcionan puestos de trabajo que permiten desarrollarse. En estos negocios nos encontramos con una alta proporción de personas que están motivadas intrínsecamente, es decir, que les encanta lo que hacen y para las que, en muchos casos, el trabajo en sí es parte de su remuneración (no sólo el dinero). No todos, pero muchos, (sobre todo en los oficios artísticos y más artesanales), hacen lo que realmente quieren hacer. Pero para estabilizar y apoyar este tipo de economía necesitan una remuneración más justa y más seguridad.
Por ello la RBU podría ser una forma, (tal vez la más importante), para dar forma a una sociedad más allá del crecimiento, así como para conciliar economía y cultura. El conocimiento práctico y vocacional junto a los conocimientos generales tienen gran importancia tanto para el bienestar como para una economía sostenible.
Por último, dice Christine, “cuando estoy haciendo entrevistas con artesanos y empresarios con bastante frecuencia encuentro personas que están de acuerdo conmigo en este punto. Por tanto, una alianza estratégica con esta parte de nuestra economía podría ser fructífera y ayudaría a aumentar la comprensión de los conceptos de la RBU”.
La tercera revolución industrial y su efecto sobre las horas de trabajo en el marco económico actual
Eva Nalbach analiza la posibilidad de que la llamada “tercera revolución industrial” cumpla los vaticinios de quienes auguran el colapso del sistema de mercado (y con él, del capitalismo) a causa de la disponibilidad de bienes de consumo abundantes y el colapso del sistema de precios. Esto nos llevaría a una realidad del empleo y del intercambio radicalmente nueva en la que sería concebible que las personas optaran por no trabajar a tiempo completo, y pasaran a centrar su vida en una existencia menos orientada al crecimiento, lo que suele presentarse como un posible abandono del sistema de mercado en favor de una sociedad organizada en torno a la economía colaborativa.
Para observar esto el estudio introduce en el modelo neoclásico la economía del “compartir” junto a una división de los hogares en capitalistas/empresarios y trabajadores, y se observa el efecto de esos cambios, además de la robotización, en la oferta de empleo. Los resultados indican que, si mantenemos el actual marco neoclásico, no hay evidencia de que el capitalismo vaya a autodestruirse sólo a través de cambios tecnológicos.
Por lo tanto se investiga bajo qué condiciones se pueden esperar cambios hacia el decrecimiento, junto una exploración de los efectos de una RBU en este sentido. La conclusión es que los cambios causados por la “tercera revolución industrial” dan un amplio margen para la esperanza, pero salvo que además se lleve a cabo un imprescindible cambio de reglas a través de cambios en las instituciones, la cultura y los valores, esta será una oportunidad perdida con consecuencias potencialmente devastadoras para la igualdad y la ecología.
RBU y Economía del Bien Común (EBC). “Relación difícil” o “Asociación ideal”
Otto Lüdemann y Bernd Fittkau investigan la relación entre estas dos propuestas. En principio es imposible comparar las metas operativas de ambos movimientos. Ni la EBC garantiza una seguridad económica para todos, ni la RBU por sí misma orienta a las empresas hacia el bien común. Pero tiene sentido tener en cuenta ambos movimientos desde el punto de vista de su marco general de valores.
El marco de valores de la EBC se evidencia en su Balance del Bien Común, basado en valores como dignidad humana, solidaridad, sostenibilidad ecológica, justicia social, participación democrática y transparencia. La RBU se basa en valores como seguridad económica básica, equidad social y libre desarrollo personal. Salta a la vista su complementariedad. Los valores relevantes para la EBC se corresponden también con los objetivos que persigue la RBU. En ambos casos se plantean preguntas críticas sobre el crecimiento económico a cualquier precio, ya sea como resultado de un profundo respeto por la sostenibilidad socio-ecológica, o debido a que una renta básica liberaría a las personas de tener que aceptar cualquier trabajo para poder sobrevivir.
Una pregunta abierta es si una RBU se ajusta completamente con la práctica económica de las empresas en la EBC. Por ejemplo, estas empresas podrían estar preocupadas por la pérdida de motivación de los trabajadores cuando estos se benefician de una renta básica. Otra preocupación podría ser si la necesidad de financiar la renta básica obligará a las empresas a volver al principio de la maximización del beneficio. Sin embargo, un examen más detallado muestra que tales preocupaciones son infundadas. Especialmente si se plantean formas de financiar una RBU, por ejemplo a través de una reforma fiscal socio-ecológica, que crean oportunidades para una cooperación estrecha, e incluso una articulación de los dos movimientos. Este tipo de impuesto establece incentivos para una toma de decisiones responsable.
Resumiendo, EBC y RBU defienden el objetivo común de la sostenibilidad social y ecológica de diferentes maneras, pero ambas tienen el potencial de fortalecerse mutuamente. Son elementos complementarios en el camino hacia una “economía de transición” realista.
Perspectivas desde la revolución de los cuidados sobre el decrecimiento y la RBU
Actualmente diversos enfoques alternativos desafían la economía de mercado capitalista dominante con su imaginario de crecimiento, pero en su mayoría omiten una explícita perspectiva de género. Por ello Sandra Antelmann, en su tesis "Suficiencia, Comunes y Cuidados. Aproximación a los movimientos de decrecimiento urbano", trata de compensar esta carencia desde la perspectiva de la ecología política feminista y la economía política feminista, especialmente con una perspectiva feminista(-queer) para economías alternativas como la Economía Común (Ecommony, Habermann) y la Economía de los Cuidados, incluyendo el cuidado de las culturas naturales, (Care Economy, Puig de la Bellacasa), llevando estas a una relación reflexiva (Economía de Cuidados Comunes, Carecommony) y aplicándolas a escala urbana (Harvey, Hardt / Negri) con ejemplos como la jardinería urbana y la permacultura. Ahora está preparando su proyecto de doctorado en el que quiere vincular la carecommony con los movimientos de resistencia urbanas.
Recientemente se ha celebrado también en Hamburgo la “Semana del cambio. ¡Una buena vida para todos es posible!” vinculando muchas iniciativas, proyectos y movimientos como la economía solidaria, la RBU y la revolución de los cuidados, Todos estos enfoques se oponen al discurso dominante en el debate sobre la sostenibilidad, ese crecimiento verde o inteligente que busca una disociación entre el crecimiento económico y el impacto ambiental por medio de la eficiencia y de innovaciones tecnológicas, lo que empíricamente siempre se ha visto frustrado por efectos rebote. Especialmente el feminismo ha diagnosticado múltiples crisis: económica, ecológica y de reproducción social, y subraya la estrategia de sostenibilidad de la suficiencia, no como abstinencia individualizada sino sociopolítica.
La economía del cuidado y la revolución de los cuidados apuntan a una buena vida con abundancia de tiempo, y se inspiran en modelos orientados a las necesidades de las formas de vida sociales y colectivas. Esto está en sintonía con la RBU al cuestionar y redefinir el concepto de trabajo, resaltando la diversidad de ocupaciones socialmente necesarias más allá del trabajo asalariado. La RBU podría fomentar así una división del trabajo con justicia de género, y ayudar a resolver la dicotomía y la jerarquización entre producción y reproducción, por ejemplo en el concepto de la ReProductividad (del enfoque Economía del Cuidado, Biesecker et al.) que incluye también la productividad de la naturaleza.
Para aplicar un cambio socio-ecológico a la relación entre economía y naturaleza son necesarios puntos de entrada y estrategias transitorias. Muchas iniciativas ya experimentan en su práctica diaria con enfoques alternativos como la agricultura comunitaria o proyectos de vivienda auto-organizados y basados en la solidaridad. Esta diversidad creativa puede fomentar procesos de aprendizaje colectivo en los que la comprensión de lo que es deseable y necesario cambia y permite nuevos imaginarios (post-capitalistas) para las comunidades emergentes (Muraca, Gibson-Graham). Una RBU podría sentar las bases para lograr un mayor comunitarismo y más cuidados, entre los seres humanos y los no humanos, en un mundo en decrecimiento.
¿Cómo compensar la reproducción social y ambiental? Dos dilemas, una solución común
Cuando se trata de medidas tradicionales, como la riqueza, el empleo y la pobreza, nuestra generación es la primera que se define por la inseguridad económica y la precariedad en general. Sin embargo, estamos utilizando una cantidad de recursos y produciendo una cantidad de residuos equivalente a 1,6 planetas. A pesar de todas las evidencias y números de la ciencia, nuestro comportamiento no ha cambiado. Resulta claro, por tanto, que los dilemas sociales y medioambientales tienen que ser abordados con argumentos éticos -concluye Nina Šoštarič-.
Desde la Segunda Guerra Mundial hemos sido absorbidos por el imperativo del PIB, que se ha convertido no sólo en la medida del éxito, sino también en nuestra religión y en nuestra ética. En consecuencia, estamos viviendo en un mundo donde 62 individuos poseen tanta riqueza como la mitad de la población mundial. El problema fundamental con el crecimiento es que, por un lado, se basa en el trabajo no remunerado en el ámbito de la reproducción social, y por otro lado, parasita la reproducción del medio ambiente. El trabajo de cuidados no suele valorarse como trabajo sino como tareas insignificantes. Quienes realizan este trabajo viven en situación de enorme precariedad, sin reconocimiento ni redistribución por su contribución a la sociedad. Tradicionalmente la economía del cuidado es asumida por la fuerza de trabajo de las mujeres, y aunque nuestro bienestar y nuestro bienvivir dependen de ello, no cosecha tanto respeto social como la economía empresarial, tradicionalmente dominada por hombres. Sin embargo, el cuidado tiene un papel específico en nuestras vidas y relaciones.
La degradación de la biosfera está dejando claro que la comunidad global tendrá que reavivar la reproducción ambiental e imponer más regulación e impuestos sobre la contaminación y el agotamiento de los recursos. Los costes de restaurar la naturaleza se están arrojando sobre las generaciones futuras. La justicia generacional requiere poner a las personas por delante del beneficio y acentuar la solidaridad. Se está volviendo inevitable compensar la reproducción tanto en el ámbito social como en el medio natural. La RBU, preferiblemente pagada en moneda local como provisión para el trabajo de cuidados, financiada mediante una fiscalidad verde, concretamente impuestos al consumo, reduciría la huella ecológica y contribuiría a una mayor autonomía. La RBU ampliaría la esfera autónoma en la cual criamos a nuestros hijos, cultivamos nuestros huertos orgánicos y disfrutamos de la naturaleza. Si es pagada en moneda local promovería los mercados locales de alimentos y otras economías locales. La introducción de impuestos progresivos sobre el consumo, la publicidad y otras actividades ambientalmente dañinas restringiría la globalización, y ofrecería a la naturaleza la oportunidad de recuperarse de la invasión humana.
En general, estamos frente a una consideración ética. Afrontar la lucha contra la desigualdad y la justicia generacional podría confirmarse como la única solución para mantener la democracia.
Renta y distribución básicas
La distribución del ingreso y del trabajo es un efecto secundario positivo previsto en las distintas propuestas para implementar una RBU, lo que por otra parte, está provocando miedo e incluso un mayor control del poder y los recursos. Existe una amplia variedad de apelaciones en favor de otra economía que se base en la producción comunitaria y sin ánimo de lucro, probando que algo debe cambiar. Ingrid Wagner intenta mostrar que la RBU podría ser de ayuda para tales formas de economía alternativa, sin importar en qué lugar del mundo tengan lugar.
Los proyectos de agricultura sostenida por la comunidad ya ponen en práctica estas vías alternativas con éxito a fin de encontrar maneras de satisfacer la falta de acceso a la tierra y a la riqueza o a maquinaria, con un modo de producción de alimentos que faculta a aquellos que no pueden tener este acceso por sí mismos (recuperando la soberanía alimentaria). De ese modo se revitalizan los antiguos Bienes Comunes de una manera moderna, pero también se hace hincapié en la necesidad de una RBU (para poder comprar lo que era originalmente gratuito y de libre acceso para todo el mundo, digamos, en tiempos precapitalistas).
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