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lunes, 6 de octubre de 2014

Clima o exclusión

El pasado mes de septiembre ha marcado un hito en relación al problema del cambio climático. No, no me refiero a las masivas manifestaciones que han tenido lugar en todo el mundo, ni a la pomposa cumbre celebrada en la ONU que ha reunido la vacua retórica de los gobernantes mundiales. El día 21 supimos que este año estamos en camino de batir el record histórico de emisiones de CO2. Los científicos estiman que en 2014 las emisiones crecerán un 2,5%. De acuerdo con el informe de The Global Carbon Proyect se prevé que añadamos a la atmósfera 40 mil millones de toneladas de CO2. Si lo comparamos con las emisiones de 2010, 32 mil millones, podemos observar con qué rapidez están creciendo las mismas. En 2013 se emitieron 36 mil millones, con un aumento del 2,3%.


Las advertencias cada vez más alarmantes de los científicos sobre el futuro del clima no han evitado que la tendencia siga al alza, (a pesar de que los informes del IPCC subestiman, sistemáticamente, la gravedad del cambio climático).

En palabras de David Reay, profesor de gestión del carbono en la Universidad de Edimburgo: "Si esto fuera un extracto bancario, nos estaría diciendo que nuestro crédito se está acabando. Ya hemos quemado dos tercios de nuestra asignación global de carbono, y evitar un cambio climático peligroso ahora requiere algunas elecciones muy difíciles. Entre ellas no es la menos importante decidir cómo una contracción en la asignación global del carbono puede ser compartida equitativamente entre más de 7 mil millones de personas y donde las diferencias entre ricos y pobres son tan inmensas". [1]



“...donde las diferencias entre ricos y pobres son tan inmensas".

¿Por qué esta referencia a la desigualdad? En este caso el investigador que habla no se ha referido a la necesidad de un desarrollo sostenible para superar la pobreza. Quizá poco a poco el foco de la atención esté girando desde la periferia de los problemas hasta su verdadero centro: la forma de gestionar los recursos. ¿Acaso es realmente necesario crecer para sostener a toda la población? Según la FAO en 2011 ya se producían suficientes alimentos como para alimentar a 12.000 millones de personas, y la producción podría mejorar si se acometiera el cambio necesario en la agricultura, dejando atrás el insostenible negocio de la revolución verde. Además, los datos sobre el consumo energético mundial (principal origen de las emisiones de CO2) muestran que el sobre-consumo se da en los países enriquecidos y en las élites de todos los países, no entre los más empobrecidos. Es ese exceso lo que satura el planeta, no la inclusión económica de más personas.


Gráfico de Pedro Prieto tomado de este artículo del blog Crisis energética

El aumento de la población, (cuya tasa media no deja de disminuir), se da precisamente en las zonas de mayor pobreza y en gran medida a causa de ella. La sobrepoblación, el hambre, el paro y la aparente necesidad de crecimiento que los resuelva son en realidad algunas consecuencias del verdadero problema: el modelo económico predominante en todo el mundo. Un modelo indiferente con la supervivencia de quienes habitan donde hay recursos naturales, y que aun en los países ya enriquecidos juega con la exclusión social y la miseria como incentivo y disculpa para materializar la fe en el productivismo -¿o será para mantener los privilegios de quienes nos prefieren desiguales y serviles?- no sin la complicidad de gran parte de la población acomodada. La escasez artificial para una parte de la población, la acumulación preventiva de otra, la confianza en la producción como valor (incuestionable) o la ambición generalizada mueven la maquinaria económica donde ya no es tan necesaria y donde se maximiza a costa del resto del planeta.



En cualquier caso, es necesario poner de relieve que la inclusión no es una difícil aspiración sino una opción política, tanto en los países sobre-productores como en los empobrecidos. Pero el cambio de perspectiva necesario resultará más difícil si caemos en la trampa del control de las alternativas: no importa que protesten mientras crean en alternativas que no cuestionan el modelo económico, pensarán los más favorecidos por el actual estado de cosas; alternativas como suponer que las necesarias energías renovables pueden mantener toda la producción presente; o como confiar en el aumento de la eficiencia energética para emitir menos CO2 (cuando, en realidad, el mercado la aprovecha para abaratar la oferta, extenderla y producir más); o como creer que es necesario trabajar más para levantar el país o el planeta, (cuando la mayor parte de esa producción no tiene nada que ver con las carencias reales de quienes tienen necesidades); o como la esperanza de que una recuperación del crecimiento resuelva el paro con nueva inversión (a la vez que esta va reduciendo la necesidad de trabajadores para un mismo nivel de producción por los continuos aumentos de la productividad laboral). Y, en general, a menudo se nos pone en la tesitura de tener que elegir entre clima o economía, como si sólo hubiera una forma de entender la economía, la actual, y renunciar a ella implicase renunciar a la subsistencia. Sin embargo, la verdadera disyuntiva está entre clima o exclusión. Si decidimos mantener la exclusión, difícilmente podremos optar por mantener un clima habitable: siempre hará falta intentar crecer para crear nuevo empleo, y agravaremos el desastre que ya estamos provocando en lugar de facilitar una adaptación razonable.


La inclusión económica debe ser una condición de partida. Y no estoy hablando de igualitarismo. Una vez garantizada la inclusión, podremos decidir democráticamente hasta qué punto nos parece aceptable cierta desigualdad dentro de los límites de la capacidad de carga del planeta. Pero ambos límites, biocapacidad e inclusión, son simplemente imprescindibles si aspiramos a tener un futuro. El concepto de responsabilidad hoy en día está menos relacionado con el de producción-trabajo que con los de toma de conciencia, contención de la ambición económica y gestión de lo disponible.

Al hablar de superpoblación, paro,
necesidad de crecer, renovables o desarrollo sostenible no estamos centrándonos en el verdadero problema sino en su corolario. En algún momento tendremos que convencernos de que el problema central no está en la chimenea, o en el tubo de los vertidos, o en el camión que trae las materias primas a la fábrica. En realidad el núcleo del problema ni siquiera está en la propia fábrica sino en la dependencia que tenemos de ella, por temor a caer en la miseria que aceptamos, y por creer que la satisfacción de todas nuestras necesidades pasa por el consumo o por el estatus, despreciando opciones mejores y despreciando el capital natural que no contabilizamos.

Todos los esfuerzos actuales deberían encaminarse a enfocar el verdadero problema: el modelo económico y sus condicionantes políticos. Lejos de dogmatismos previos, necesitamos empezar a definir entre todos las características del modelo alternativo, o los principios de una vida más acorde con las condiciones (sociales, naturales y psicológicas) de nuestra existencia. Antes que un problema técnico, enfrentamos uno político: distribuir los costes y los resultados de una producción que no rebase la biocapacidad del planeta.

Lo que tendríamos que pedir en la próxima manifestación es una moratoria sobre el crecimiento económico en la mayoría de los países.


Y una apuesta por otra forma de hacer las cosas:
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[1] Fuente: Record CO2 emissions 'committing world to dangerous climate change'


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