Escribimos tiempo atrás un pequeño texto sobre Democracia deliberativa en la historia, centrándonos en el Concejo abierto, como experiencia altomedieval poco conocida por la historia frente a la democracia ateniense, más famosa y de la que hay mayor conocimiento.
Siguiendo con el análisis de diversas experiencias
históricas dispares sobre democracia deliberativa poco analizadas, nos
centraremos en esta ocasión en las llamadas colectividades libertarias, que
tuvieron lugar en nuestro país durante los años de la guerra civil en lugares
de la llamada zona republicana.
Como resultado de un golpe de estado parcialmente fallido,
con la división de las estructuras de poder estatales y el vacío de mando,
surgieron múltiples iniciativas populares, lo cales y territoriales en diversas
zonas de la llamada España leal.
Son estas iniciativas que permitieron la reorganización y
puesta en marcha de la vida social y económica de campos y ciudades, cultivos,
transportes, industrias… lo que se conoce con el nombre de colectivización o
colectividades libertarias, favorecidas por los militantes y simpatizantes del
movimiento libertario (CNT, FAI, Juventudes Libertarias) pero en las que
participaron gentes de otras tendencias de izquierdas, especialmente sectores
de la UGT pero también personas sin adscripción.
Las más famosas y estudiadas han sido las aragonesas, pero
también se dieron en zonas de Castilla, Andalucía, y, según algunos como Heleno Saña en La revolución libertaria, las mejor organizadas y desarrolladas
fueron las levantinas.
Su fuerza y expansión, según estudiosos como Alejandro Díaz Torres en su documentada
obra Trabajan para la eternidad.
Colectividades de trabajo durante la
Guerra Civil en Aragón, sobre todo en el campo, viene de las suma de dos
tradiciones, la del anarcosindicalismo y el anarcocomunismo, con sus
organizaciones, sus prácticas, su propaganda, y la herencia comunal aún viva en
pueblos y pequeñas localidades.
Hubo algunos casos de coacción, sobre todo en Aragón, al paso
de fuerzas milicianas, como reconoce Frank
Mintz en La autogestión en la España
revolucionaria, pero los colectivistas locales dieron enseguida libertad de
salir de las colectividades y, al parecer, la gran mayoría fueron voluntarias,
de hecho en muchos casos no afectaban a comunidades enteras, sino sólo a una
parte de ellas.
Este sistema se organizaba en base a asambleas, bien de
vecinos para asuntos generales, bien por sectores productivos para organizar el
trabajo en común. Podemos hablar, por tanto, de una forma, imperfecta, por
supuesto como toda obra humana, de democracia deliberativa, federal y de base.
Fue un sistema muy plural, en el cual en algunos lugares se
abolió la moneda oficial, sustituyéndola por bonos, pero en otros no,
conviviendo en general de manera mixta los bonos con la moneda oficial. Lo que
si las unía era la idea clara de poner fin a la explotación del hombre por el
hombre pero en un sentido radical y auténtico: el de ir poniendo fin al trabajo
asalariado, o el que un hombre pudiera contratar a otros .Se aceptaba, por
tanto, salvo los casos de coacción inicial posteriormente eliminados, el
trabajo individual y familiar sin asalariados.
Predominó el salario familiar y entre otros aspectos destaca
la creación de Cajas de Compensación, cuyo objetivo era ayudar a las
colectividades o sectores productivos de algún lugar que estaban en apuros o
eran menos productivos.
La experiencia colectivizadora desde abajo, o lo que ahora
llamaríamos autogestión, unió el respeto a la tradición en lo que ésta tenía de
positivo con una modernización también en positivo, lo que implicó introducir
la mecanización en las tareas agrícolas, por ejemplo, pero controlada por la
comunidad, lo que evita lo que sucede en el capitalismo, que es el incremento
del paro.
Conforme a los principios federalistas del socialismo
libertario, se hicieron esfuerzos para establecer Federaciones de
Colectividades y pasar de lo local, a lo comarcal, lo regional y posteriormente
lo nacional, aunque la guerra y la represión sobre las colectividades por parte
del gobierno republicano y las tropas comunistas de Líster no permitió este
desarrollo previsto.
Otro aspecto destacable es la importancia dada al aspecto
cultural o educativo, desde la perspectiva libertaria de su gran importancia
para transformar la sociedad, intentando conciliar trabajo manual e intelectual
y evitando el sistema de recompensas y castigos. Fueron numerosas las escuelas
creadas, no sólo para niños y niñas, sino también para adultos-debido al
problema del analfabetismo- así como centros de formación técnica. Entre ellos
destacamos, por ejemplo, el Consejo de Escuela Nueva Unificada o CENU, creado
en Barcelona en los inicios de la guerra.
De las colectividades podemos quedarnos con su lúcida
visión, abandonada totalmente por las izquierdas políticas y sindicales-y
también por los sindicatos corporativos o independientes- de salir del
asalariado y fomentar el trabajo cooperativo o comunitario para impulsar la
solidaridad e incluso el tiempo libre u ocio. Ahora sólo se propone subidas
salariales, facilidades para ascensos, si acaso reducir la jornada laboral, como
mucho, pero sin analizar qué supone el ocio en nuestros días, totalmente
conformado por el capitalismo para envilecer a las gentes y monetarizar
totalmente la vida . Pero aquellos hombres y mujeres, menos formados, menos
tecnológicos, tenían una visión más clara, luchaban por su emancipación, por
otra sociedad donde no se mendigase a los patronos y dirigentes.
En lo negativo está la violencia de la época y su
derramamiento de sangre, las expropiaciones-ahora tenemos claro que el cambio
debe ser libre y voluntario-, los casos de coacción, y, especialmente el que no
se perfilara claramente, sobre todo en las ciudades, cómo construir una
sociedad donde los vecinos, en sus barrios, a través de estructuras plenamente
democráticas, tomaran sus decisiones y estuvieran por encima de cualquier sigla
política y sindical.
Y este es un aspecto clave a pensar si se quiere evitar el
problema y fracaso de toda revolución-y que en el caso de la revolución
española estaba apareciendo, más allá del debate sobre la traición a los
principios anarquistas por entrar en el gobierno- que es el surgimiento de una
nueva clase dirigente.
Da que pensar. Tampoco creo que haya que ver la democracia deliberativa como una forma de eliminar por completo cualquier desigualdad, sino como una forma de gestión más acorde con las necesidades humanas, y que supone un reparto de poder, pero que no es completo. El propio concepto de democracia deliberativa supone un cambio cultural muy grande (pero al alcance), nada sencillo, y es a su vez una precondición para un cambio cultural más profundo.
ResponderEliminarun saludo,
Estoy de acuerdo contigo Jesús .El aspecto positivo para mí de esta experiencia está en la idea de salir del asalariado para acercarse a un concepto de libertad solidaria e igualitaria, más que a la búsqueda de una igualdad absoluta que acabaría teniendo efectos negativos.
EliminarBuenas alfredo,
EliminarA eso me refiero, al concepto de libertad solidaria e igualitaria, que va más allá de la democracia deliberativa en sí, y por tanto es más complicado de alcanzar, y requiere un cambio cultural mucho mayor. Eso puede ser lo que les pasó a estas comunidades, pusieron el carro delante de los bueyes, quizás por el ideal revolucionario heredado de la Revolución Francesa. El cambio cultural es lento y paulatino, una revolución no funciona si no hay un sustrato cultural muy fuerte detrás, y para que ese sustrato exista alguna vez lo primero es empezar a utilizar la democracia deliberativa, aunque sea poco a poco. La democracia puede ser una de las herramientas (junto con la educación y la liberación de tiempo de trabajo) para ir avanzando en ese cambio, pero es previo a él, y debe establecerse primero firmemente, para luego seguir dando más pasos. Es una cuestión estratégica.
saludos,