Estas ideas no son
nuevas, en otras ocasiones ya henos citado a Cornelius Castoriadis
para desechar este fatalismo. Al fin y al cabo estas ideas no son
distintas de aquellas que pretenden que nuestro orden social viene
determinado por una causa externa al ser humano, generalmente de
origen divino, que hace que este orden sea, de hecho, inalterable. La
historia nos muestra que esto no es así, al igual que la lógica, el
orden social se construye gracias a la suma de decisiones y acciones
humanas, condicionadas, en efecto, por el proceso de endoculturación,
pero no tanto para lograr una sociedad completamente rígida e
inmutable. En definitiva, y como bien explica Castoriadis, todas las
sociedades crean sus instituciones, aunque algunas decidan negar esa
creación.
Sí, es cierto, estamos
sometidos a leyes físicas que no son negociables. Necesitamos
energía para hacer cosas, y la cantidad de energía que podemos usar
de forma permanente está limitada por la que nuestro planeta recibe
del Sol. Si no queremos alterar gravemente el equilibrio de nuestro
planeta, como mucho podremos usar una pequeña fracción de esa
energía. Sin embargo, la historia nos enseña que el uso que puede
hacer el ser humano de esta energía es muy variable, no aprovechaban
la misma las sociedades de cazadores recolectores que los romanos al
comienzo de la era cristiana, y sin embargo los holandeses del siglo
XVIII, antes del carbón y la máquina de vapor, disponían de más
energía que los romanos. La cantidad de energía de la que podemos
disponer a corto y medio plazo es un límite, pero no está escrito
sobre piedra que no seamos capaces de adaptarnos a ese límite.
El fondo de la cuestión
es que el colapso no es una cuestión física, sino social. Quienes
lo han estudiado, y recientemente tenemos ejemplos notables, como
Jared Diamond en Colapso: Por qué algunas civilizaciones permanecen
y otras desaparecen o Joseph Taintier en The collapse of complex
societies, y Ronald Wright en Breve historia del progreso, nos vienen
a decir lo mismo, el colapso no es inevitable, es posible adaptarse,
otras sociedades lo han hecho en el pasado. Citando al último de
estos autores:
Dos de los cuatro casos que hemos considerado hasta aquí, la isla de Pascua y Sumer, no pudieron recuperarse porque sus sistemas ecológicos no admitían regeneración. En los otros dos, Roma y los mayas, el declive se inició en sus territorios centrales, donde la demanda ecológica había sido exorbitante, pero dejaron sociedades remanentes cuyos descendientes han sobrevivido hasta la época contemporánea. Durante mil años la densidad de población fue escasa, y las tierras de ambos pudieron recuperarse con la ayuda de las cenizas volcánicas y las pandemias. Italia no se parece a la isla de Pascua,; Guatemala no es Sumer.Hallamos ahí un enigma. Si las civilizaciones se destruyen con tanta frecuencia a sí mismas, ¿por qué ha salido tan bien el experimento de la civilización en general? Si Roma, en el largo plazo, no pudo alimentarse a sí misma, ¿cómo es posible que cada poblador de la Tierra en tiempos romanos haya engendrado una descendencia de treinta habitantes vivos en la actualidad?La regeneración natural y las migraciones humanas nos proporcionan parte de la respuesta […]Una segunda respuesta es que aunque la mayoría de civilizaciones han agotado los límites naturales y han desaparecido al cabo de un milenio o un período parecido, algunas han escapado a ese destino. Egipto y China continuaron utilizando la energía derivada del fuego son agotar sus recursos naturales durante más de tres mil años.
El colapso de las
civilizaciones no es inevitable, y además nuestra civilización
presenta una ventaja decisiva sobre el resto, conocemos el destino de
las anteriores.
La gran ventaja que tenemos, y nuestra mejor posibilidad de evitar el destino de las sociedades del pasado, es que nosotros sabemos lo que ocurrió con ellas. Podemos ver cómo y por qué acabaron mal. El Homo sapiens dispone de información para saber lo que él mismo es: un cazador de la era glacial, evolucionado a medias hacia la inteligencia, astuto pero raramente sabio.
Es hora de aprovechar
esta información. El problema del colapso, o de forma más general,
el problema de la sostenibilidad es un problema social, es el
problema de lograr un comportamiento, una respuesta colectiva. Desde
nuestra asociación, modestamente, hemos planteado en varias
ocasiones la cuestión, en nuestro Programa para una Gran Transformación enumerábamos una serie de medidas políticas, que
necesariamente tienen que ir unidas a un fuerte movimiento de base,
que nos ayudarían a transitar hacia la sostenibilidad; mientras que
en Una modesta utopía nos centrábamos en describir el resultado
ideal de ese proceso, tratando de mostrar un objetivo deseable, que
anime a la ciudadanía a ir uniéndose a ese fuerte movimiento de
base que necesitamos.
El debate continúa
abierto, y será cada vez más candente, según se vayan uniendo a élvoces con fuerte peso mediático como la del papa Francisco. Es hora
reforzar nuestro empeño, no sólo advirtiendo de los peligros, sino
con propuestas constructivas que vayan señalando el camino hacia el
que será necesario dirigirnos. No hacer nada, aunque sea porque creemos que nuestras acciones no van a tener ninguna repercusión, es equivalente a pensar que los estados que se puedan derivar de nuestras acciones son equivalentes. Sin embargo, es sencillo rechazar las posturas nihilistas, es mejor evitar el colapso que no evitarlo, y es mejor pilotarlo de forma suave que sufrirlo de forma caótica. Hay estados mejores y peores, y esos son los que debemos buscar colectivamente.
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