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lunes, 29 de mayo de 2017

La raíz es el hombre. Radicales contra progresistas


 Ediciones El Salmón nos presenta la obra de un pensador desconocido en España, el norteamericano Dwight Macdonald, al que le tocó vivir y atravesar lo que a veces se llama una época apasionante-desde la lejanía-, que en realidad lo es de turbulencias, guerras, revoluciones, dictaduras, matanzas e ideales enfrentados.

Estamos hablando del siglo XX y sus dos Guerras Mundiales, más la llamada Guerra Fría. Lo interesante de nuestro autor es que se situó en una posición marginal, discrepante de las cosmovisiones dominantes de su época, la capitalista y la comunista, o colectivismo burocrático, como la define en el libro.

Se enfrentó abiertamente a la idea de Progreso, proveniente del siglo XIX, y que casi todo el socialismo, especialmente el dominante en su época, el marxismo, había abrazado con entusiasmo. 

En La raíz es el hombre critica la fe en el crecimiento económico, el desarrollo de las fuerzas productivas, el historicismo y el mecanicismo marxista, el centralismo estatal y lo maravilloso de los avances científicos, que habían creado el espanto de la bomba atómica.



Apoyándose en la tradición premarxista, en autores libertarios y en algunos hombres y mujeres rebeldes de pensamiento independiente  de su época, a los que dio a conocer o colaboraron con él en la revista politics como Simone Weil-fallecida antes de acabar la guerra, que él rescató-, Nicola Chiaromonte y algún famoso escritor como Orwell, considera que lo fundamental es preguntarse por el sentido de la vida, por cómo vivir una buena vida, es decir por los valores, frente a un mundo y unas ideologías que los dejaban de lado.

De ahí la distinción que hacía entre progresistas, partidarios de la opresión del Estado, la burocracia y la ciencia, y los radicales, que hacían bandera de la creación de un radicalismo centrado en el individuo, sus conciencia, sus valores morales y una acción alejada de los usuales movimientos de masas que esclavizaban al ser humano; defendiendo la creación de pequeños grupos que resistieran al Poder, usando métodos no violentos.

El radicalismo propugnado por él debía basarse en ser capaz de decir No, rechazar el realismo-en realidad falso realismo- de los progresistas, en el cuidado de sí mismo, retomar la noción de moderación o límite de los griegos-el mundo es finito, como finitos son sus recursos- y el fetichismo de las masas.

Hoy sus ideas siguen siendo de actualidad, y sería necesario retomarlas actualizándolas. El culto al Progreso sigue en marcha, aunque ya no lo haga apoyado en el marxismo, y para la inmensa mayoría de izquierdistas- supuesta división entre izquierdas y derechas que él ya en su época veía superada con lucidez, pues todos son uno en la práctica, salvo esa opción radical que por desgracia no cuajó y sigue esperando su sitio- el ideal sigue siendo apoyarse en un Estado nación y en un aparato tecnocientífico al que se considera que pueden poner a su servicio, olvidando que la raíz debe ser el hombre, y que para el Estado y su clase dirigente siempre seremos servidores, piezas desechables. Por no hablar del insistente discurso en favor del crecimiento económico, la eficacia o el productivismo, que sigue manteniendo toda su fuerza.

Por otro lado el problema de la bomba atómica y todos los avances en armamento que fueron para él motivo de crítica y miedo continuo por nuestro futuro siguen ahí. No hay más que ver la situación amenazante en Corea y en otras zonas del mundo, con las tristemente célebres Madre y Padre de todas las Bombas.


¿Qué pensaría, qué diría Dwight si hubiera leído la declaración de un militar ruso alardeando que  su superbomba, más destructiva que la norteamericana, volatiliza todo ser vivo pero no contamina el medio ambiente?. Quizá sonreiría sarcásticamente al ver en ese armamento el mayor ejemplo de bomba progresista. Una bomba que mata limpiamente y de manera ecológica. ¿Qué más se puede pedir del Progreso?.

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