Repasamos
las evidencias que muestran que el consumo habitual de carne limita
la extensión potencial de la vida humana
Si es por tu salud, mejor 365 días sin carne que uno solo |
Permítaseme
comenzar este artículo con una digresión. La alimentación,
entendida esta con cierta amplitud como la producción,
transformación, distribución y consumo de alimentos, es a mi juicio
un campo de batalla crucial que marcará tendencias clave para el
futuro de nuestra sociedad. Aquí confluyen cuestiones esenciales
como la salud, que será el objeto principal de este artículo, la
sostenibilidad, por
el enorme impacto ambiental de la producción de alimentos sobre el
planeta, que ha llevado a la humanidad a una zona de riesgo, y
por último la posibilidad de un nuevo sistema económico, más
inclusivo. Dado que las alternativas (como la permacultura) que se
plantean al modelo tecno-industrial hegemónico implican una
producción de alimentos distribuida, difícil de concentrar en pocas
manos al no existir economías de escala ni patentes, además de una
distribución sin intermediarios, de productor a consumidor, no es
exagerado hablar de la posibilidad de otro modelo económico.
Pero
no hay que olvidar otra cuestión relacionada con la alimentación,
de enorme importancia, la ética, evitar el sufrimiento innecesario
al resto de organismos con los que convivimos en la biosfera.
Hacernos daño a nosotros mismos mientras causamos sufrimiento a
otros organismos es redoblar la estupidez de nuestro comportamiento.
La
alimentación es también un epítome de cómo funcionan los sistemas
sociales jerárquicos, dado que el sistema de producción y procesado
de los alimentos, concentrado en pocas manos con un gran poder, ha
conseguido modificar de forma sustancial nuestros hábitos de
alimentación. Es también un ejemplo de como
la tecnología cambia nuestro comportamiento. Así, la
posibilidad que nos dio la tecnología de producir y procesar una
gran cantidad de alimentos con poca mano de obra ha condicionado que
incorporemos de forma masiva ese tipo de alimentos procesados
totalmente insanos a nuestra alimentación. Lo explica muy bien el
nutricionista Aitor Sánchez en
esta entrevista:
Si les dices a las familias que los niños no pueden tomar cereales, te responden: ¿Entonces qué desayunan? O les dices que no pongan embutido en el bocadillo y te contestan: ¿Y entonces qué le pongo? O que no les den papilla cuando el niño tenga 6 u 8 meses, y la respuesta: ¿Pero y entonces qué le doy? Nos han creado un constructo social según el cual HAY QUE desayunar galletas, los bocatas TIENEN QUE ser de embutido y los niños TIENEN QUE tomar papilla. Pero, ¿qué se tomaba antes de que existieran las papillas? ¿Qué tomaba Marie Curie, Aristóteles, Platón...? Comida. Y ya está. No es tan complicado el ser humano. Nos han vendido que los niños necesitan unos requerimientos hiperóptimos, pero no. Los niños, de toda la vida, han comido comida machacada. Una zanahoria o una patata o unos garbanzos machacados. Y ahora parece que tienes que ir a la farmacia a por el Blevit+ de 6 meses.
Nos
han creado un constructo social
y los sospechosos de ello son los de siempre, los lobbys de
productores con sus departamentos de “relaciones públicas” a los
que Aitor apunta en
esta otra entrevista sobre la reciente y absurda recomendación
de una asociación de médicos de atención primaria acerca del
consumo de carne, a pesar de que en España este se sitúa muy por
encima de las recomendaciones de la Organización Mundial de la
Salud. Lo que dijo Lewis Mumford sobre la aparición del automóvil
“el hombre ya ha empezado a perder el uso de las piernas” bien
podría aplicarse a la industria de la alimentación y a la
protección de nuestras células contra el envejecimiento [nota 1],
la diabetes, el cáncer, las enfermedades cardiovasculares,
neurodegenerativas y autoinmunes, de todas las cuales la alimentación
es un factor de riesgo.
Empezar
a liberarse y ganar en salud implica evitar a toda costa los
procesados, como
ya explicamos en este artículo, pero sí queremos ir un poco más
allá y además de una vida saludable queremos tener una vida
longeva, preservando nuestra salud a largo plazo, conviene tener en
cuenta los últimos avances científicos que han sido presentados en
España en un libro por el bioquímico italiano Valter Longo. La
dieta de la longevidad de Valter Longo está basada en el
consumo de verduras, hortalizas, legumbres y frutos secos como
alimentos principales, y el consumo moderado de pescado y cereales
integrales. Los alimentos deben haber estado preferentemente “en la
mesa de nuestros abuelos”, es decir, deben ser alimentos
tradicionales, de variedades locales, con el mínimo procesado. Hasta
cumplir los sesenta y cinco se debe evitar comer carne, lácteos y
huevos, es decir, todo producto de origen animal, excepto pescado, y
a partir de los sesenta y cinco años se deben consumir de forma muy
moderada. En definitiva, Longo viene a avalar científicamente el
tipo de alimentación que prescribiría alguien interesado en salvar
el planeta o en el
decrecimiento.
El
problema que se atisba en el horizonte es la batalla que librará la
industria por desacreditar estos descubrimientos, ante los que sólo
cabe la concienciación y el compromiso de una ciudadanía
movilizada. Y se puede conseguir. La cultura de la población es cada
vez mayor y los
canales de información ya no están controlados al 100% por los
lobbys, por lo que dada la importancia que cualquier persona da a
su vida y su salud la ciudadanía movilizada puede tener un impacto
real en la controversia que se abrirá de forma inmediata.
El
problema es que la alimentación es un hábito cultural, por lo que
para permanecer en nuestra zona de confort es posible que prefiramos
seguir comiendo carne: “el problema no son mis hábitos, es el
sistema (capitalista)”. Afirmación que denota una nula comprensión
del concepto “sistema”, ya que tus hábitos son parte del
sistema, como hemos dicho “nos han creado un constructo social”
para rentabilizar una industria, pero esa industria no puede ser
rentable sin tus hábitos. No es que el sistema condicione tus
hábitos, es
que tus hábitos son parte del sistema.
Otro
problema surge cuando determinadas personas siguen unos hábitos de
alimentación por motivos de salud, y ahora se les está diciendo que
esos hábitos no son saludables. Es el caso de las personas que han
adoptado una dieta “paleo”, generalmente jóvenes y deportistas,
y que ven que a corto plazo les está funcionando. Estas personas me
han demandado, en general de forma poco educada, que muestre más
evidencias de que el consumo de carne es negativo a medio/largo
plazo, y ese es el objetivo de este artículo.
Pero
¿quién es Valter Longo? Un primer punto de suspicacia surge de su
condición de accionista de una empresa, llamada L-Nutra, a pesar de
que Longo declara que donará los beneficios que obtenga de ella, de
la que tampoco obtiene salario, para la investigación científica.
Longo nos da otras dos recomendaciones para llegar a ser longevos,
además de las que yo he resumido en
mi anterior artículo y más arriba: comer en el intervalo de
doce horas y realizar ciclos periódicos de una dieta especial,
denominada Dieta que Imita el Ayuno (DIA), de cinco días de
duración. L-Nutra vende productos para la DIA, sobre todo para
pacientes que están en tratamiento de quimioterapia. Uno de los
descubrimientos más sorprendentes de Valter Longo y su equipo es que
el ayuno permite una mejor respuesta frente a la quimioterapia, tal
como se explica en esta noticia divulgativa aparecida en El País.
La Dieta que Imita el Ayuno está diseñada para minimizar los
efectos adversos del ayuno manteniendo sus virtudes terapéuticas, es
una dieta que se puede realizar con alimentos “normales”
adquiridos en el supermercado, si bien para pacientes que se están
sometiendo a quimioterapia parece razonable acudir a un producto
estandarizado que asegure los resultados, en lugar de andar contando
calorías.
Esta
cuestión de la comercialización de productos para realizar la Dieta
que Imita al Ayuno rodea de polémica la figura del investigador,
pero respondiendo a la pregunta que encabezaba el párrafo anterior
Longo es un investigador de primera línea. Es catedrático de
gerontología y biología en la Universidad del Sur de Californía, y
director del Instituto de la Longevidad en la misma facultad, y del
laboratorio de oncología y longevidad del Instituto de Oncología
Molecular de Milán. Su
curriculum
es público y en él se puede comprobar que ha publicado numerosos
artículos en las
principales revistas científicas del planeta,
ya sean de temática multidisciplinar (Nature,
Science, Proceedings
of the National Academy of Sciences),
neurociencia (Journal
of Neurochemistry),
genética (Genetics),
bioquímica (Journal
of Biological Chemistry)
o biología (Cell,
PLoS ONE).
Longo
y su equipo han
creado una levadura que vive el equivalente humano a 800 años,
lo cual es un resultado prometedor. Sin embargo, hay que ser prudente
a la hora de extrapolar todos estos descubrimientos a hábitos
concretos que podamos adoptar para vivir una vida más larga y con
mayor salud. No podemos hacer experimentos que sean replicables con
seres humanos como los que se pueden hacer para estudiar la caída
libre de un cuerpo. Por eso, el enfoque epistemológico de Longo me
convenció desde el primer momento. Como ya explicamos, basa sus
recomendaciones en cinco pilares:
Investigación
básica: Es la que nos permite diseñar levaduras que viven el
equivalente a 800 años en un ser humano. Son experimentos
replicables, con organismos unicelulares, ratones o monos. Aportan
una información de indudable valor, al fin y al cabo todos los
organismos estamos compuestos por células, no sería erróneo decir
que somos “sistemas” de células. Sus limitaciones son evidentes,
distintos sistemas complejos, como un ratón o un humano, o dos
humanos distintos, podrían responder de forma distinta al mismo
estímulo.
Epidemiología:
Estudian las enfermedades en grandes poblaciones, tratando de
encontrar relaciones entre dos factores, por ejemplo, si los enfermos
de cáncer de pulmón comen muchos vegetales o no. Presenta la
limitación de los métodos estadísticos, por ejemplo, un
enfermo de cáncer de pulmón puede comer muchos rábanos y otra
persona que está sana no, pero se nos escapa que el enfermo fuma.
Para eludir estos inconvenientes se toman en consideración grandes
poblaciones, donde estos efectos aleatorios tienden a anularse (habrá
fumadores tanto en el grupo de los comen vegetales como en el de los
que no lo hacen). Otro punto a favor es que los estudios se hacen
guiados por la investigación básica, por eso nadie estudiaría
la relación entre los vegetales y el cáncer, pero sí podría
hacerlo entre el cáncer y el consumo de carne, huevos y productos
lácteos.
Análisis
clínicos: Como en la epidemiología se trata de establecer
relaciones entre dos variables, pero en este caso bajo condiciones
mucho más controladas y con poblaciones menores, de decenas o
centenares de sujetos. Si hablamos de dieta, el procedimiento sería
dar la dieta cuyos efectos se quiere estudiar a un grupo (y a todos
la misma) y otro grupo una dieta estándar (y otra vez a todos la
misma). Otros factores que puedan influir como el deporte realizado,
etc, se tratan de controlar. Además de la limitación de que
evidentemente no podemos saber qué factores influyen en un
determinado problema, cuando estudiamos la longevidad el estudio
debería prolongarse desde el nacimiento a la muerte, lo que plantea
una limitación importante.
Estudio
de los centenarios: El estudio de las condiciones que existen en
lugares donde existe una notable concentración de centenarios, las
llamadas zonas
azules. Su importancia es evidente, nos da información de
hábitos que funcionan a largo plazo. La relevancia de las zonas
azules es que permiten cruzar los hábitos de poblaciones distantes y
que son distintas genéticamente. Si un hábito es practicado en las
zonas azules sabemos que ese hábito es saludable a largo plazo.
Estudio
de los sistemas complejos: Se trata de hacer analogías entre el
cuerpo humano y otros sistemas, más simples, pero complejos. Longo
no termina de detallar extensamente la importancia de este punto. Mi
impresión subjetiva es que puede tener una importancia relativa a la
hora de diseñar experimentos y estudios para los tres primeros
pilares, pero no por sí mismo.
Me
parece indudable el valor de este enfoque. Es evidente que Longo
no es ningún magufo, sino un investigador contrastado, pero sin
restar valor a un pequeño estudio clínico en una revista de escaso
impacto que concluya que consumir carne es beneficioso, no existen
evidencias basadas en todos los pilares de que dietas como la paleo o
la Atkins, con consumos altos de proteína animal sean saludables, lo
que existe es la evidencia contraria. Porque la cuestión no es dar
valor a un estudio que muestre que el consumo de carne tiene efectos
negativos, la cuestión es que ese estudio corrobore la investigación
básica previa que ya nos decía que consumir carne activaba unos
mecanismos que repercutían negativamente en una célula o en un
ratón, y también saber que los alimentos propuestos en lugar de la
carne han permitido a las poblaciones de las zonas azules alcanzar
una longevidad muy superior a la que tienen otras poblaciones del
planeta.
Resumo
a continuación las evidencias en favor de evitar el consumo de carne
para cada uno de los pilares señalados, sin la pretensión de ser
exhaustivo:
Investigación
básica
Se
sabe que los ratones con un defecto en el receptor de la hormona del
crecimiento viven un 50% más, y la mitad de ellos no desarrollan
enfermedades graves. También se sabe que la población de humanos
con un defecto en el mismo gen no enferma de diabetes o cáncer, y es
posible que tenga una incidencia reducida de otras enfermedades.
Gracias a estas pistas se ha llegado a establecer que la ingesta
elevada de proteínas activa el receptor de la hormona de
crecimiento, que a su vez aumenta los niveles de insulina y del
Factor
de Crecimiento Insulínico (IGF-1) una hormona cuya mayor
concentración se asocia a la diabetes y el cáncer. Las proteínas,
además, activan otro grupo de genes que aceleran el envejecimiento,
los genes Tor-S6K, los ratones con una actividad reducida de este gen
viven más. Las proteínas y los aminoácidos aceleran el
envejecimiento en la mayoría de los organismos, ya sean levaduras,
moscas o ratones [2].
Un
bajo consumo de proteínas y un alto consumo de carbohidrátos genera
la máxima longevidad y salud en ratones [3]. Una simple reducción
en el consumo de proteínas basta para que los ratones enfermen menos
de cáncer de mama [4]
[2]
Extending
Healthy Life Span-From Yeast to Humans. Science
[3]
The
Ratio of Macronutrients, Not Caloric Intake, Dictates Cardiometabolic
Health, Aging, and Longevit in ad Libitum-Fed Mice. Cell
Metabolism
[4]
Low
Protein Intake is Associated With a Major Reduction in IGF-1, Cancer,
and Overall Mortality in the 65 and Younger But not Older Population.
Cell Metabolism
Epidemiología
Los
estudios muestran que una dieta con bajo contenido en proteínas,
basada en vegetales, pescado, carbohidratos complejos y frutos secos,
está relacionada con un reducido nivel de enfermedades y una
longevidad sana. Así, un estudio con 6.000 personas muestra que un
consumo elevado de proteínas se asocia a niveles más elevados de
IGF-1, un 75% de incremento en la mortalidad, y un 300-400% de
incremento en la mortalidad por cáncer [4].
Un
resultado similar se ha obtenido en un estudio con 100.000 personas
[5].
Una
alimentación con bajo contenido de carbohidratos y alto de proteínas
está relacionada con una duplicación de la aparición de diabetes
[6].
Altos
niveles de IGF-1, cuyo nivel está regulado principalmente por el
consumo de proteínas, se asociación con la duplicación de la
aparición de cáncer de mama, de próstata y otros tipos [7].
El
consumo de proteínas se asocia a un mayor riesgo de contraer
diabetes. [4, 5]. Personas obesas, pero con un defecto en el receptor
de la hormona del crecimiento (que equivale a tomar muy pocas
proteínas en la dieta) no desarrollan la enfermedad [8]
Además,
las grasas saturadas tan habituales en la carne, lácteos y huevos,
se asocian con el deterioro cognitivo, demencia y Alzheimer [9, 10]
Por
último, me ha parecido muy interesante que el consumo de carne
provoque un cambio (reversible) en la microbiota intestinal, que
lleva aparejado cambios en el sistema inmune, y aumento de los
estados inflamatorios [11, 12]. Las proteínas vegetales no tienen el
mismo efecto.
[4]
Low
Protein Intake is Associated With a Major Reduction in IGF-1, Cancer,
and Overall Mortality in the 65 and Younger But not Older Population.
Cell Metabolism
[5]
Low-Carbohydrate
Diets and All-Cause and Cause-Specific Mortality:Two Cohort Studies.
Annals of Internal Medicine.
[6]
Low-Carbohydrate Diet Scores and Risk of Type 2 Diabetes in Men.
American Journal of Clinical Nutrition.
[7]
Insulin
and Insulin-Like Growth Factor Signalling in Neoplasia. Nature
Reviews Cancer.
[8]
GH
Receptor Deficiency in Ecuadorian Adults Is Associated With Obesity
and Enhanced Insulin Sensitivity. The Journal of Clinic
Endocrinologý & Metabolism
[9]
Saturated
and Trans Fats and Dementia: A Systematic Review. Neurobiology
of aging
[10]
Dietary
Fat Composition and Dementia Risk. Neurobiology of aging
[11]
Role
of “Western Diet” in Inflamatory Autoimmune Diseases. Current
Alergy and Asthma Reports
Ensayos
clínicos
No
existen todavía análisis clínicos que comparen una dieta como la
propuesta por Valter Longo con una dieta normal de tipo saludable
(por ejemplo baja en grasas), aunque según se indica en el libro
están en marcha. En todo caso supongo que de momento no se busca
relacionar la dieta con la extensión de la vida sino con parámetros
relacionados con la salud (nivel de IGF-1, estados de inflación,
tensión arterial, peso, nivel de colesterol, etc). En esta línea se
dispone de un estudio muy amplio que compara la salud cardiovascular
de un grupo que toma una dieta mediterránea similar a la dieta de la
longevidad, y otro que sigue una dieta baja en grasas, con el
resultado de que la primera se asocia a un mejor estado de salud
[13].
Longo
también afirma que hay multitud de ensayos que muestran la relación
entre el consumo de proteínas y el nivel del Factor de Crecimiento
Insulínico (IGF-1), relacionado a su vez con el cáncer, la diabetes
y el envejecimiento. Sin embargo, no cita ningún estudio en
concreto, aunque usando google es sencillo encontrarlos
[14].
El
libro aporta otro buen puñado de referencias a estudios clínicos y
epidemiológicos que relacionan dietas ricas en proteínas con mala
salud cardiovascular. Las omitiré aquí, pero puedo proporcionarlas
a quién esté interesado.
{13}
Primary
Prevention of Cardiovascular Disease with a Mediterranean Diet.
The New England Journal of Medicine
[14]
Long-term
low-protein, low-calorie diet and endurance exercise modulate
metabolic factors associated with cáncer risk. The American
Journal of Clinical Nutrition.
Estudio
de los centenarios
Las
llamadas zonas azules son lugares del planeta en los que viven un
número inusualmente alto de personas extremadamente longevas. Se
trata de la isla japonesa de Okinawa, Loma Linda en California, la
isla griega de Icaria, la provincia de Ogliastra y la subregión de
Barbagia di Seùlo en Cerdeña y la península de Nicoya en Costa
Rica. Valter Longo y algún redactor de National Geographic también
incluyen Molochio, una localidad de Calabria.
Las
particularidades y los hábitos, dando gran importancia a los
nutricionales, de las poblaciones de estos lugares han sido
estudiados por Dan Buettner [15], Craig Wilcox [16] y Gary Fraser
[17], entre otros. La conclusión de estos estudios es las
poblaciones de estas regiones siguen una dieta con La Dieta de la
Longevidad, de Valter Longo.
Una dieta basada en vegetales y el consumo de legumbres son características comunes a la población de las zonas azules |
Conclusión
Sabemos
que en distintos tipos de organismos como levaduras, moscas y ratones
la extensión de la vida está relacionada con el consumo de
proteínas, siendo la extensión de la vida mayor cuando el consumo
de proteínas es reducido. Parte de los mecanismos que ocasionan esto
son conocidos, y sabemos que esos mecanismos actúan también en los
seres humanos. Los estudios epidemiológicos y los ensayos clínicos
corroboran lo que podría deducirse de la investigación básica, que
un consumo elevado de proteínas contribuye a elevar los niveles de
indicadores que se relacionan con enfermedades que tienden a acortar
la vida como el cáncer, diabetes, trastornos cardiovasculares,
neurodegenerativos y autoinmunes. Las poblaciones más longevas del
planeta siguen una dieta con un consumo moderado de proteínas de
origen vegetal (legumbres y frutos secos).
A
tenor de la información disponible es evidente que cualquier persona
que desee extender su vida lo máximo posible debería abstenerse de
comer carne, lácteos y huevos.
[1]
Valter Longo defiende lo que de momento es una teoría, el
envejecimiento “programado”, la cual postula que si bien la
duración promedio de los seres humanos y otros organismos es
suficiente para reproducirse y perpetuar la especie, sus células
pueden, en determinadas condiciones, envejecer más lentamente.
Longo, VD, Mitteldorf J., and Skulachev, V. Programmed
and Altruistic Aging. Nature Reviews Genetics 2005,
6:866-872. PMID: 16304601
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