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domingo, 5 de agosto de 2018

Rumbo de colisión


El pasado 13 de noviembre se publicaba en la revista BioScience un artículo que recogía la actualización de la “Alerta de los científicos del mundo a la humanidad”, un manifiesto firmado hace 25 años por 1700 científicos incluyendo la mayoría de los premios nobel vivos. En esta ocasión la segunda advertencia lleva la firma de 15364 científicos de 184 países.

La advertencia es preocupante, ya que las tendencias que se pusieron de manifiesto hace 25 años no se han detenido, ni siquiera frenado. El agua dulce disponible por habitante se ha reducido un 26,1%. La captura de peces se ha reducido un 6,4% (bastante más desde su máximo posterior a 1992) no por un esfuerzo de conservación, sino porque no hay disponibilidad del recurso. El número de zonas muertas en ecosistemas acuáticos ha aumentado un 75,3%. La superficie forestal ha disminuido un 2,8%. La abundancia de vertebrados ha disminuido un 28,9%. Las emisiones de CO2 han aumentado un 62,1%, y la diferencia de temperatura respecto a 1960 un 167,6%. La población de humanos ha aumentado un 35,5%, y la de ganado un 20,5%.


El mensaje que se deriva de estos datos es simple, hay que cambiar de rumbo para prevenir “un deterioro generalizado de las condiciones de vida humanas”, pronto será demasiado tarde ya que nos quedamos sin tiempo.

Se trata, desde mi punto de vista, de un hito de extraordinaria importancia en la comunicación de los problemas de sostenibilidad, es decir, de garantizar las condiciones para que en el futuro y en la actualidad los seres humanos podamos sobrevivir, medrar y florecer. Uno anterior fue la publicación de la encíclica Laudato Si, por el máximo responsable de la iglesia católica, el papa Francisco. Otro más, quizás el que me aporta mayor esperanza, fue la publicación este verano de The Uninhabitable Earth, en New York Magazine, un artículo de divulgación sobre las consecuencias del cambio climático que tuvo una amplia repercusión.

Las voces científicas y mediáticas que claman por un cambio radical se están multiplicando, pero la cuestión no cala en la opinión pública, y como decía Iñaki Gabilondo, la segunda advertencia de los científicos a la humanidad no es noticia.

No hay conciencia de lo que nos jugamos en esta partida, que son nuestras condiciones de vida. Pocos entienden que los ecosistemas proporcionan servicios gratuitos que son vitales para nuestra economía y nuestras actividades. Que las poblaciones de vertebrados disminuyan y las zonas muertas aumenten puede estar relacionado con la disminución de las capturas pesqueras, pero esto no es más que un síntoma epidérmico del auténtico problema. Como se señala en el artículo de New York Magazine, hoy en día las muertes por problemas renales se están multiplicando en las zonas tropicales a causa del aumento de la temperatura. Los seres humanos necesitamos evacuar calor, y en ciertas condiciones de temperatura y humedad se hace imposible. Más alarmante es que cuatro de los cinco eventos de extinciones masivas que se han dado hasta ahora en la historia de la biosfera han tenido que ver con incrementos en los niveles de CO2, que han propiciado el colapso de la vida marina y la emisión masiva de SH2 desde los océanos, un gas tremendamente tóxico para los humanos y la mayor parte de las formas de vida, haciendo que desaparezca el 97% de la vida. Según la NASA esto ya está ocurriendo en la costa de los esqueletos, en Namibia.

Los ecosistemas hacen cosas que nos permiten vivir y disfrutar de la vida, como producir oxígeno para que podamos respirar, polinizar nuestros ecosistemas artificiales, regular el clima, o simplemente producir comida para nosotros. Todo esto está en riesgo, y con ello nuestra civilización. Es necesario cambiar el discurso, el problema no es para el planeta, no se trata de perder el bienestar que causa la contemplación del entorno natural, se trata de algo más problemático, es probable que no podamos sobrevivir sin los servicios de los ecosistemas.

Y esto es una noticia que también tiene su lado positivo, sí, suele haber dos caras, lo que ocurre nos obliga a cambiar, y ello abre la puerta a otra sociedad, una en la que quizás sea más fácil ser feliz. La Unión de científicos preocupados propone “revaluar el papel de una economía enraizada en el crecimiento permanente”, y hace un llamamiento a un movimiento popular, de base, con fe en que es posible cambiar las cosas desde abajo: Con una marejada de esfuerzos desde organizaciones surgidas desde el pueblo, la obstinada oposición puede ser superada y los líderes políticos se verán obligados a hacer lo correcto”.

Esa afirmación quizás pueda ser tachada de excesivamente optimista. El poder en nuestra sociedad no se distribuye de forma equitativa, pero no estamos en condiciones de evaluar su grado de conformidad con la realidad, dado que no existe ninguna “marejada de esfuerzos”, y aunque ello puede también tener mucho que ver con la distribución del poder, es el punto a partir del cual debe reflexionar cualquier persona u organización que pretenda cambiar el estado actual de la situación, y así evitar las fatales consecuencias que nos auguran los científicos.

Malcolm Gladwell en su libro El punto clave nos explica como se contagian los cambios sociales. La palabra “contagio” es totalmente adecuada, ya que para Gladwell estos cambios se difunden igual que las epidemias. Según las ideas de Gladwell, cambios muy pequeños, nimios, pueden tener efectos tremendos en la difusión de comportamientos. Uno de esos cambios era la forma de presentar la información, en lugar de como algo abstracto, como algo concreto que conduce a una acción. Así, si al exponer información sobre el tétanos se añade un pequeño mapa donde se indica donde vacunarse, las personas que se terminan vacunando se multiplican por nueve. Bastante impresionante.

Yo he probado esta teoría con los comportamientos para reducir nuestra huella de carbono. Sí, no soy partidario de aplicar soluciones individuales a problemas sistémicos, pero tenía en mente la idea de que ello no fuese una acción individual, viralizarla como ha ocurrido con otros comportamientos que Galdwell describe en su libro.

Lo primero que habría que pensar al promover cambios de comportamiento como estos es que quizás, si dejamos de consumir gasolina o diésel, el precio de estos productos se reduzca, y sea mas accesible para otras personas, que pasen a consumir más. En ese caso ¿tiene sentido nuestro esfuerzo individual? Tiene sentido porque no somos seres racionales que nos movemos por intereses y cálculo racional, nos regimos por valores. Quien ha puesto esto de manifiesto son precisamente las economistas feministas, al poner el foco en las relaciones de cuidado, no regidas por el cálculo racional egoista. Katrine Marçal pone un ejemplo ilustrativo en su libro ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?

En Suiza, se llevó a cabo un estudio económico antes de uno de sus numerosos referéndums. Versaba sobre si debían o no almacenar o no residuos nucleares; los científicos estaban interesados en saber lo que pensaba la gente acerca de este tema.

Fueron puerta a puerta con sus cuestionarios. ¿Se imaginaban una planta de residuos nucleares en su vecindario? El 50 por ciento respondió: “Si”.

Desde luego, la gente lo consideraba peligroso y sabía que haría bajar el precio de su vivienda, lo cual no les gustaba. No obstante, la planta tenía que construirse en alguna parte, en eso estaban de acuerdo. Así que si las autoridades consideraban que había que edificarla allí, entonces sentían la responsabilidad cívica de aceptarlo. Como buenos ciudadanos suizos.
Cuando, por otro lado, se les preguntaba si aceptarían la planta nuclear en su vecindario a cambio de una suma relativamente grande de dinero por las molestias (el equivalente a seis semanas de salario para un trabajador normal), entonces solo el 25 por ciento respondió afirmativamente. Querían ser buenos ciudadanos; pero ya no se les pedía eso. El incentivo monetario acabó con el verdadero incentivo.

Civismo por encima de interés individual ¿qué más podríamos esperar de los valores que se implican en la lucha contra el deterioro medioambiental generalizado?

Mi experimento, muy limitado de momento, consistió en pedir a varias personas que cambiasen su suministrador de energía eléctrica por otro que unicamente suministrase energía renovable. El suministrador solo compra a productores de energía renovable, ello lo certifica la Comisión Nacional de la Energía, y el consumidor que contrata este servicio consume esa energía. Una pequeña gestión, apenas cinco minutos, permite hacer este cambio. Pero una de estas personas, que anteriormente había manifestado cierta sensibilidad medioambiental, en abstracto, me contesta que pese a que el precio del suministrador que le ofrezco es igual al que él tiene contratado en este momento, con su suministrador actual obtiene descuentos en Carrefour.

Supongo que los científicos que firman el manifiesto pueden sentirse sobresaltados ante este hecho ¿Consecuencias dramáticas para la humanidad? ¿Cinco minutos para realizar un cambio? ¿Descuentos en el Carrefour?

No sé lo que hay detrás de este comportamiento, pero puedo anticipar algunas hipótesis, gracias a que de forma casual me he encontrado con el trabajo del psicoanalista Wilfred Ruprecht Bion. Bion trabajó como terapeuta de grupos, y categorizó distintos de grupos en función de las asunciones básicas de los mismos. Uno tipo de grupo es que el adopta los supuestos básicos de dependencia, la creencia en un líder capaz de solucionar los problemas del grupo, que termina fallando, ya que carece de la omnipotencia de la que le revisten las creencias del grupo, y termina siendo sustituido por otro líder del que nuevamente se espera una actuación salvadora. Otro tipo de grupo es el que adopta los supuestos básicos del ataque-fuga, que focaliza toda su energía en un enemigo externo, al que hay que destruir o huir de él.

Aunque estos supuestos básicos se desarrollaron para grupos pequeños, me recuerdan mucho a la forma en que funcionan nuestras sociedades con su sistema de gobierno representativo, que generalmente se denomina como democracia liberal, con sus partidos de masas enfrentados visceralmente como enemigos acérrimos. Los científicos que firman el manifiesto no señalan a ningún enemigo, excepto “la humanidad” en su conjunto. Parece que no es fácil movilizar a las personas contra la humanidad ¿quizás esto debería resolverlo el líder? ¡esto no es asunto mío!

Es tan sólo una hipótesis, pero lo que sí tengo muy claro es que para salir de las hipótesis y empezar a construir mapas fiables que nos ayuden a transitar el camino que nos permita resolver este dramático problema, tenemos que experimentar e improvisar todo tipo de medidas, como pedir a una persona o a una empresa que cambie su forma de actuar. Es muy probable que no lo haga, pero ello nos dará información de cuales son las creencias que están limitando el cambio. Hay que enraizarse en la acción e ir difundiendo nuestros éxitos y las lecciones aprendidas de nuestros fracasos.


Este artículo, fue originalmente publicado en El Salto

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