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martes, 15 de septiembre de 2015

Trampas al solitario


La humanidad, tal y como podemos comprobar de forma intuitiva con sólo salir a la calle y ver a la gente buscando en la basura, o viendo la oleada de inmigrantes que se agolpa a las puertas de Europa para adquirir el derecho a buscar en nuestra basura, no progresa. Eso no debería ser un problema, la humanidad ha permanecido durante buena parte de su historia en un estado estacionario, sin apenas cambios tecnológicos o culturales durante cientos o miles de años, sin que ello haya supuesto un problema a nuestros ancestros, o por lo menos no tenemos noticia de ello.

La falta de progreso hoy sí es un problema, por eso día tras día leemos noticias que nos hablan de los grandes progresos tecnológicos que nos traerá el futuro, sí, el futuro. Se fomenta la neomanía para legitimar el sistema, pero como dice el papa Francisco la tecnología no es ni buena ni mala por sí misma, hay que vincularla a unos fines ¿Y cuáles pueden ser esos fines? Deberían determinarse democráticamente, pero la reducción de la pobreza, el aumento de la seguridad y la reducción de la violencia parecen fines lógicos, con los que la mayoría de la población estaría de acuerdo, pero eso no parece estar produciéndose.

Sí, dicen que se está reduciendo la pobreza y la desigualdad a nivel global, pero como ya mostramos en un artículo anterior eso es cuestionable, incluso aceptando la definición estrecha de pobreza que nos proponen, que consiste en disponer de una renta de 1,25$ diarios. Sin embargo, hace tan sólo unos días leíamos en El País que buscar basura en un vertedero, en condiciones higiénicas deplorables, con los pies llenos de úlceras y costras y sometido a la presión de las mafias, podía reportar 2,4€ diarios ¿Podemos considerar que una persona así está fuera de la pobreza? No lo creo.

Todavía más significativo es la ausencia de progreso en cuanto al cuidado del medioambiente. En 1952 una gran niebla tóxica cubrió Londres, estimándose que causó 12.000 muertos y 100.000 enfermos.
 
En pleno día, con las farolas apagadas, Trafalgar Square no luce demasiado.

Hoy estos hechos nos resultan difíciles de creer, todos hemos estado en Londres o conocemos a alguien que ha estado allí, y sabemos que se trata de una ciudad amigable, apta para el turisteo despreocupado ¿Tanto ha cambiado la ciudad? Y si es así ¿Por qué? La respuesta es sencilla, gran parte de la contaminación la hemos llevado a otro lugar. Hace poco conocíamos la noticia de que una de cada seis muertes prematuras en China es provocada por la contaminación. Esto nos vuelve a remitir al tema de la pobreza, aproximadamente la mitad, de hecho algo más, de las personas que han salido de la pobreza extrema a nivel global lo han hecho en China ¿Pero podemos considerar que alguien deja de ser pobre por disponer de más de 1,25$ al día mientras se expone a niveles insalubres de contaminación? ¿O cuando se trabajan jornadas de 13 horas en condiciones lamentables? Hemos destrozado el planeta para no arreglar ninguno de los problemas esenciales de los más necesitados, pero nos hacemos trampas al solitario.

Por supuesto en 63 años quizás hemos mejorado algo, un poco, hay que pensar que el PIB, un estupendo índice de nuestro impacto ambiental, se ha multiplicado por nueve en ese periodo, mientras que la población está a punto de triplicarse. Quizás no sólo hemos trasladado la contaminación desde occidente al extremo oriente, quizás también hemos reducido un poco el impacto por unidad de PIB, en caso contrario el planeta no habría resistido el impacto de multiplicar por nueve nuestra actividad. Pero este es el ingrediente menor, estoy seguro, lo principal es la traslación de la actividad y de sus impactos negativos. No debería asombrarnos, por lo tanto, que un estudio ha encontrado, tras analizar diversos sectores industriales en varias regiones del planeta, que ninguno de estos sectores sería rentable si internalizase sus costes ambientales.

¿Quiere esto decir que no hay alternativas, que estamos condenados? No, lo que quiere decir es que es hora de afrontar los problemas, ya no podemos trasladarlos a otra región, o sentarnos a esperar que inventen algo que los arregle en el futuro.

Nuestra forma de entender el mundo debe cambiar, porque está en crisis, no podemos seguir parcelando la realidad en compartimentos estancos e independientes unos de otros. Es hora de mirar al todo además de a las partes, y de pensar en los fines y no sólo en el incremento de los medios. Es hora de afrontar los problemas de forma directa, y no a través de un proceso de incremento de los medios que de forma objetiva, está fallando, a pesar de que no queramos verlo y nos hagamos trampas al solitario.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Una foto, muchas narrativas



Es difícil expresar con palabras las emociones, y es difícil intentar articular razones, racionalizar en cierto grado aquello que nos entra por los ojos y nos llega directamente al corazón. Lo sentimos, nos duele, y eso parece suficiente. Hurgar en la herida podría parecer obsceno, hablar sobre el dolor es desagradable, especialmente si la razón, como una brújula, nos guía hacia territorios incómodos ¿Cuáles son esos territorios incómodos y qué es lo que nos guía hacia ellos?

Lo que nos sirve de brújula en este caso es una imagen. Es incuestionable el poder catalizador de una imagen. Los mismos hechos se siguen repitiendo día tras día, con diferentes protagonistas, pero el hecho de que el modo de transmisión sea gráfico parece cambiarlo todo, como si estuviésemos desprovistos de imaginación, incapaces de comprender todas las implicaciones de la palabra muerte. Son más de 2.600 muertos los que llevamos ya, pero uno de ellos puede suscitar cierta reacción si su imagen nos conmueve.

Los territorios incómodos hacia los que esa imagen nos guía han sido esquematizados en El País, que es el tabloide que yo leo habitualmente (críticamente, por supuesto), con los siguientes sintagmas: “El fracaso de Europa” o “La vergüenza de Europa”. Lo que se quiere expresar en esos términos es que imágenes como esa ponen en entredicho el modelo social europeo. Una Europa construida en torno a los valores de libertad, democracia y estado del bienestar. Se trata de una narrativa tremendamente falsa, teñida de humanitarismo, con el fin de colarnos gato por liebre.

La falsedad de lo que nos venden tiene dos caras. En primer lugar, es falso que los valores fundamentales en la construcción de Europa sean la democracia o el estado del bienestar. No se puede hablar de estado del bienestar en sociedades con un paro galopante, con un número creciente de personas sin ningún tipo de ingreso, dejadas a su suerte o dependientes de la ayuda de la familia o de la caridad. Tampoco es compatible el estado de bienestar con jibarizar las oportunidades de los jóvenes, condenándoles al éxodo económico. Sin embargo, estas son las condiciones que se están dando en los países del sur de Europa, a pesar de que parecemos encontrarnos en la parte alta del ciclo económico, y que no dentro de mucho comenzará un ciclo descendente.

Tampoco es cierto que otro de los valores transversales sea la democracia. Tal y como comenta Dani Rodrick, la globalización impone compromisos externos a los países, que minan su capacidad de decidir. Es el conocido trilema de Rodrick, que establece un país no puede tener al mismo tiempo democracia, soberanía y unirse de forma profunda a la globalización. En Europa hemos llevado ese trilema a su máximo exponente, creando el euro, que elimina la soberanía monetaria, lo que implica una versión más restrictiva del anterior trilema, que he bautizado con mi propio nombre, y que implica que no es posible mantener al mismo tiempo una moneda única como el euro, una democracia con un mínimo de soberanía para decidir, y las deudas de los países de la eurozona independientes por completo; al menos se deben mutualizar los riesgos catastróficos que puedan causar fugas de capital, caídas bancarias, etc. Los hechos son tozudos, y Grecia se ha convertido en un protectorado, sin capacidad para tomar ninguna decisión relevante en materia económica que no sea previamente autorizada por la troika, y su patrimonio nacional ha comenzado a ser liquidado a favor de los acreedores.

No hay duda, la democracia y el estado de bienestar sin duda están relacionados con Europa, como objetivos secundarios, supeditados al principal, que son los beneficios de las empresas y la acumulación de capital, o como se suele definir en nuestros tiempos, a la “competitividad”. En una palabra, la democracia y el estado de bienestar son principios que Europa aplicará mientras podamos pagarlos.

La segunda falacia implícita en el razonamiento de que estamos ante el epítome del fracaso o la vergüenza de Europa es pretender que este problema es europeo ¿Que tienen que ver países como España, Portugal, Finlandia o Irlanda en este problema? La lógica que pretende implicar a todos en el problema particular de unos países concretos se basa en que los países fronterizos a zonas “menos civilizadas” (como España o Grecia) pueden ser más susceptibles a sufrir la emigración, e incluso las solicitudes de asilo por parte de los refugiados. El problema surge cuando los refugiados no quieren solicitar asilo en esos países, y tan sólo quieren transitar por ellos hacia su destino final ¿Es de recibo que un país como Grecia emplee recursos para interceptar y dar asilo a refugiados, contra la voluntad de estos, con el fin de aliviar un “problema” a países mucho más prósperos como Alemania? Porque los refugiados fundamentalmente quieren ir a Alemania.



Un país de tránsito es normal que simplemente haga la vista gorda, pero en general será difícil probarlo, dado que los refugiados lo atraviesan de forma clandestina, y sus circunstancias económicas le pueden impedir dedicar una cantidad ingente de recursos al problema.

Son comprensibles las preocupaciones humanitarias de la población, pero la mejor forma de ayudar a los refugiados no es de forma individual, sino colectiva. Y en este caso es exigiendo al gobierno que reclame con firmeza a Alemania el cumplimiento de sus compromisos con los refugiados. España, por su parte, debería atender sus propias solicitudes, y aceptar las que sean genuinas.

Hay más, evidentemente hay más, una serie de guerras (Siria, Libia, Ucrania) en países que eran cercanos a Rusia, y que hacen temer el retorno de las dinámicas imperiales ¿Por qué la OTAN está obsesionada con plantar bases alrededor de Rusia? ¿No acabó la guerra fría? Las guerras y las rivalidades ¿son entre sistemas, como el comunismo y el socialismo o entre naciones? Desde que en 2008 EEUU intentó atraer a su órbita a Georgia, y Rusia reaccionó protegiendo a las regiones disconformes con esa decisión, a las que Georgia había atacado militarmente, parece que hay una escalada del conflicto, que ha visto un nuevo hito en el conflicto de Ucrania.

El drama de los refugiados se une a un proceso más general de emigración, en países donde ya existen graves problemas sociales. Este proceso se da en plena era de la globalización que según nos dicen ha reducido la violencia, la desigualdad y la pobreza. Si las sociedades son más libres, menos violentas y más prósperas ¿por qué emigra la gente? ¿Por qué no se reduce sino que aumenta la gente que emigra? Huele a rata. La realidad es que las tendencias de progreso del pasado se están quebrando, y es predecible que en el futuro este proceso se agudice, según se profundicen los daños del cambio climático, y la volatilidad que acompaña al mercado de la energía. Quién acertó en El País fue la literatura, por obra de Juan Cruz: El guardia hizo el gesto desesperado; pero antes del guardia fue el mundo el que no lo supo salvar; el guardia fue el héroe de los ojos tristes, hizo todo lo que pudo. No lo supo salvar el mundo.

Para salvar a otros niños es preciso cambiar el mundo, pero hay que empezar por la casa de uno. España puede ser vulnerable a los cambios que sucedan en los países de su entorno, para mitigar ese riesgo habría que cambiar de rumbo en el sentido que nos propone Herman Daly:

La globalización, considerada por muchos como la ola inevitable del futuro, se confunde a menudo con internacionalización pero es, de hecho, algo totalmente diferente. La internacionalización se refiere al incremento de la importancia del comercio internacional, las relaciones internacionales, tratados, alianzas, etc. Inter-nacional, por supuesto, significa entre naciones. La unidad básica continúa siendo la nación, aun cuando las relaciones entre naciones sean cada vez más necesarias e importantes. La globalización se refiere a la integración económica global de muchas antiguas economías nacionales convertidas en una economía global, principalmente por el libre comercio y la libre circulación de capitales, pero también mediante una migración fácil o, incontrolada.

En definitiva, la política tendría que asignar su parcela al mercado y no al contrario.



miércoles, 2 de septiembre de 2015

¿Cambiar el sistema como solución?


Sólo con oír hablar de cambiar el sistema a la mayoría nos entra un escalofrío por la espalda ¿Hablamos del sistema operativo del PC? No, hablamos de la sociedad, de como funcionamos los seres humanos. Pero ¿somos parte de un sistema? El conocido académico del MIT Jay Forrester no tiene ninguna duda al respecto.


Hablar de cambiar el sistema, siendo totalmente necesario, dado que el sistema actual nos conduce al colapso, es un debate completamente estéril ¿Por qué? Porque el supuesto cambio de sistema nos remite de forma inmediata a un debate muerto, el de socialismo vs capitalismo: existen dos sistemas posibles, capitalismo y socialismo, el capitalismo es mejor y ha ganado la batalla. Las luces de la ilustración conducen a un centro comercial, nuestro “sistema” es el mejor que permite la razón y la naturaleza humana.

El razonamiento es aparentemente impecable, sin embargo es tremendamente perverso. Es obvio que nadie es capaz de trazar un plano definiendo las funciones de cada uno de nosotros, su papel dentro del sistema, y diseñar como un ingeniero una sociedad mejor ¡Eso es imposible! No somos piezas en un engranaje, somos personas con un bagaje cultural y con aspiraciones individuales, es un ejercicio fútil diseñar una sociedad mejor.

A este respecto cabe recordar el fracaso (lógico) del socialismo y como lo definía Lewis Mumford en su Historia de las utopías

De haber sido de alguna utilidad, nuestro viaje por las utopías debería habernos enseñado lo patética que es la idea de que la clave de una sociedad buena se halla sencillamente en la propiedad y el control de la estructura industrial de la comunidad.

Sin embargo, ello no es óbice para no poner todas nuestras energías en el cambio. Hay cientos de reformistas, desde Frederick Soddy hasta Henry George, desde Herman Daly hasta Bernard Lietaer, por citar algunos, que nos indican cambios que podemos hacer, reformas para mejorar la situación. Nuestra asociación ha indicado algunas en nuestra página web y en nuestro Programa para una Gran Transformación.

¿Cambiará eso “el sistema”? ¿Y qué más da? El cambio de sistema sólo se verá con el retrovisor y será el resultado de muchos pequeños cambios que poco a poco irán cambiando la fisonomía de nuestra sociedad, hasta que se produzca un cambio cultural completo. El cambio de sistema será involuntario, un subproducto de ir mejorando poco a poco las cosas e ir adaptándonos a ello. Feudalismo, edad media, capitalismo, son etiquetas que han puesto los filósofos e historiadores, en general a toro pasado, viendo los hechos con cierta perspectiva. No es seguro que en el futuro se defina nuestra época como “capitalista”, de hecho es improbable, y equivalente a definir la edad media como “católica”. Una etiqueta más adecuada sería la “modernidad”, etiqueta que pone de manifiesto las similitudes se socialismo y capitalismo. Una de estas similitudes la ha expuesto de forma magistral el papa Francisco en su encíclica Laudato Sí, se trata del dominio de la naturaleza como fin en si mismo:

Se tiende a creer « que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de los valores », como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. El hecho es que « el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto »,84 porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia.

Francisco coincide con Lewis Mumford, primero hay que pensar una vida buena, la prioridad son los fines, el ¿para qué? ¿Para qué vivimos, trabajamos, creamos? Yo tengo muy clara la respuesta, ahora le toca a usted aclararse querido lector.


Colapso y neomanía

De vez en cuando conviene subir hasta un lugar elevado y tomar perspectiva, poniendo las luces largas para mirar a lo lejos, elevándonos sobre lo que nos rodea para percibir aquello que por ser demasiado cercano ya no llama nuestra atención. Los antropólogos y los historiadores son especialistas en esto, por eso me gusta leerlos.

El antopólogo Ronald Wright estudia en su libro “Breve historia del progreso” el colapso de civilizaciones como la Sumeria, Roma, la isla de Pascua o la civilización Maya. Wright describe los sucesos previos al colapso de esas civilizaciones, resaltando elementos comunes, como por ejemplo el énfasis, previo al colapso, en el uso de los recursos en la construcción de elementos simbólicos, templos, palacios, monumentos como los famosos moais


que de alguna forma simbólicamente se relacionaban con el poder, sabiduría o conexión con la divinidad de las élites. Este fragmento del documental “Surviving Progress”, basado en la obra de Wright, describe de forma visual el concepto


Wright establece un paralelismo entre el destino de esas civilizaciones y la nuestra: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la sobre-explotación de agua dulce o la pérdida de tierra fértil son síntomas de un posible colapso que como posibilidad pocos niegan, y que ha permeado profundamente en el arte y la cultura popular. En ese caso ¿cuales son nuestros templos y palacios? ¿cuales son los moais de nuestra época? ¿Son quizás las grandes construcciones de acero, hormigón y vidrio, como el rascacielos de Dubai? ¿ o los grandes eventos deportivos, como las olimpiadas o el mundial de fútbol, que tanta atención reciben?

Para averiguarlo, tenemos que hacernos la siguiente pregunta ¿qué da su legitimidad a la élite? En la actualidad ya no es la conexión privilegiada con la divinidad, el padre Francisco es una figura pública de gran relevancia, pero su discurso contrario a la ideología dominante le señaliza como alguien externo al núcleo de poder. Lo que da su legitimidad a la élite, o al menos uno de sus elementos, es su conexión privilegiada con la innovación y la tecnología. La tecnología es la religión de nuestro tiempo, al menos en cuanto a nuestra fe en su poder para solucionar problemas. Esta fe en el paradigma tecnocrático, en el incremento del poder y el dominio sin atender a la finalidad del mismo, es según el papa Francisco la causa primordial de los males sociales y medioambientales de nuestra sociedad. La élite, claro está, no puede ser un poder político de carácter temporal y transitorio, sino el poder económico, mucho más longevo y en gran medida artífice de la innovación y el desarrollo técnico, y de poner en funcionamiento la maquinaria económica, al menos según la narrativa que nos ofrece la ideología dominante, cuestión muy distinta es la realidad.

Aquí podemos volver a recordar de nuevo al gran Cornelius Castoriadis. Como no me gusta repetirme, diré que el filósofo griego ponía el dedo en la llaga al señalar el poder de ideas como Dios, el progreso técnico indefinido o el crecimiento económico continuo a la hora de cimentar la conformidad social. La fortaleza de estas ideas es que no se puede decir mucho sobre ellas, son cuestión de fe, y aunque no se pueden demostrar racionalmente, tampoco se pueden falsar. Nuevamente sugeriré visionar un breve vídeo, que aunque ya hemos enlazado otras veces, será de gran interés para quién no lo conozca.


En la actualidad, tras haber vivido una revolución en las tecnologías de la información y la comunicación la neomanía de moda es la informática y la computación. La llamada ley de Moore nos dice que cada dos años se duplica el número de transistores en un circuito integrado, lo que ha hecho soñar algunos con la singularidad tecnológica, el advenimiento de la inteligencia artificial. Con máquinas capaces de mejorarse a si mismas, la humanidad entraría en una nueva era, con un incremento hiper-exponencial de nuestro dominio y poder sobre la naturaleza. Este dominio aumentado, permitiría hacer realidad el viejo sueño transhumano, superar la condición humana, y ampliar nuestra expectativa de vida de forma indefinida.

¿Qué decir sobre estos sueños? Poco puedo aportar yo o cualquier otro, no tenemos una bola de cristal. La llamada Ley de Moore es una regularidad que se ha cumplido bien hasta comienzos de este siglo, pero no se puede cumplir siempre, dado que un transistor no puede ser más pequeño que un átomo. Es más, durante el siglo XXI se ha cumplido de forma más formal que real, dado que pese a continuar reduciéndose la dimensión de los transistores, al menos según la nomenclatura empleada, existen otras limitaciones que hacen que la densidad real, es decir, útil, no se duplique. A pesar de ello, comienza a fallar.

¿Quiero decir con esto que nuestros sueños tecnológicos fracasarán? No lo sé, como he dicho antes no conozco el futuro, lo que sí que podemos conocer es el pasado. Si nuestra época es la de las tecnologías de la información otras lo fueron de la tecnología aeroespacial. No está de más recordar el pensamiento de aquella época, lo haré citando a Claude Lafleur en su artículo “La exploración espacial: nuevos horizontes de investigación”, que forma parte del libro “El estado del mundo: 2010

Tras la estela de la película 2001, una odisea del espacio, de Stanley Kubrick (1968), era la época en que se soñaba con conquistar el espacio. Para ello habría que construir bases espaciales y ponerlas en la órbita terrestre, donde vivirían cientos de trabajadores del cosmos. Se soñaba con instalar en La Luna bases científicas similares a nuestras estaciones de investigación en el Antártico e incluso con enviar hombres a Marte en la década de 1980. Se soñaba, en fin, con que los turistas -gente como usted y como yo- se pasearían por el espacio y se alojarían en hoteles lunares.

¿Correrán la misma suerte nuestros sueños informáticos? No lo sé, pero lo que es realmente un error es jugarnos nuestro futuro y nuestro bienestar en una arriesgada jugada de poker. No soy tecnófobo, al contrario, no me opongo al desarrollo de nuevos medios y nuevas herramientas, pero es hora de probar otras estrategias, preguntarnos por los fines, modificar lo que hacemos con los medios de los que disponemos. Reorganizar la sociedad industrial para que sea justa y sostenible, y utilizar la tecnología que podamos desarrollar como un medio para ello y no como un fin en si misma. Antes de correr el maratón es conveniente curarnos del cáncer, quizás así evitemos un colapso.

martes, 18 de agosto de 2015

Democracia deliberativa y bienes comunes en la Historia: el Tribunal de las Aguas de Valencia


En este texto quisiéramos rescatar una de las pocas instituciones que aún perviven de los tiempos medievales donde se desarrollaron formas de democracia deliberativa y bienes comunales; nos referimos al Tribunal de las Aguas de Valencia, tribunal consuetudinario encargado de dirimir los conflictos derivados del uso y aprovechamiento del agua de riego entre los agricultores de las Comunidades Regantes de las acequias.

Sus orígenes se remontan posiblemente a los tiempos de Al-Andalus y fue perfeccionado por el Rey Don Jaime en la Reconquista, aunque no existe certeza sobre su nacimiento.

Se trata de un Tribunal compuesto por un representante de cada una de las Comunidades de Regantes -nueve en total- denominados Síndicos, uno de los cuales es elegido Presidente por un período de dos años, renovable.

Se rigen por viejas ordenanzas escritas desde principios del siglo XVIII y velan por el cumplimiento de las normas. Todos ellos tienen que ser labradores, cultivadores de sus tierras y con fama de hombres morales. Son apoyados en su labor por el Guarda de la Acequia, que cuida de que el agua llegue a todos según su turno, comunicando las infracciones para que sean juzgadas.



Su carácter democrático de elección por las bases de los jueces, la importancia dada a la autoridad moral y su perfecto conocimiento de las Ordenanzas y el cuerpo jurídico por el que se rige cada una de las comunidades explica su supervivencia y el respeto a sus sentencias.

Se reúnen los jueves de cada semana-a excepción de festivos y Navidades- a las doce en punto para discutir primero la distribución del agua y luego formalmente en la Puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia, cuando el alguacil llama a los denunciados de las acequias.

El denunciante expone el caso, el denunciado a continuación se defiende y responde a las preguntas. El Tribunal tras deliberar dicta sentencia-excluyendo para garantizar la independencia al Síndico de la acequia del denunciado-. En caso de condena es su síndico quien impone la pena a pagar.



En el mencionado Tribunal tenemos un ejemplo de funcionamiento de una institución autónoma, que podría servir de inspiración para los que busquen una sociedad basada en una democracia de base o deliberativa, unida a una expansión de los bienes comunes y el derecho consuetudinario.

Si los hombres del pasado lo hicieron, los hombres, mujeres y niños del hoy y el futuro próximo, aunque se les acuse de utópicos, podrían y, es más, creemos deberían iniciar un camino que les aleje del tenebroso panorama que se nos presente de destrucción de los recursos, la Naturaleza y los propios seres humanos.


El cuidado y respeto de los bienes y de las propias personas que nos rodean, cercanas o lejanas, de esta y otras generaciones, pasa por participar en la gestión de los asuntos y los bienes que a todos nos competen, escapando poco a poco de la mercantilización que nos amenaza y nos conduce al precipicio.


lunes, 10 de agosto de 2015

El cambio climático, la prisión mental y el destino del último hombre

El calor extremo que hemos sufrido en España durante los meses de mayo, junio y julio no ha sido una circunstancia exclusiva de nuestro país, sino un fenómeno generalizado, que ha afectado al resto del globo. Esta circunstancia no nos debería pasar desapercibida, pero es tan sólo un hecho. Un reciente artículo de la revista Rolling Stone “El punto de no retorno: las pesadillas del cambio climático ya están aquícomienza recopilando algunos hechos: una ola de calor mata a más de mil personas en India y Pakistán

Pavimento derretido en India

Londres alcanza 37 ºC en el julio más cálido del que hay registros, California vive su peor sequía en 1000 años, lo que no le impide recibir lluvias torrenciales nunca vistas en pleno verano, Puerto Rico sufre el racionamiento de agua más estricto de la historia, etc.

A continuación el artículo pasa a detallar diversos hallazgos realizados por varios científicos, y las conclusiones que se derivan de ellos para nuestro futuro. El nivel del mar subirá diez veces más rápido de lo previsto, hasta 3 metros en cincuenta años, incluso aunque la temperatura sólo suba dos grados (el nivel que hasta ahora se creía seguro), y la combinación de la subida de temperatura del océano (hay una gran masa de hasta 700 metros de profundidad con temperaturas entre dos y tres grados superior a la media histórica)


que nos contaba Antonio Turiel en su artículo “Julio de 2015: Comienzan los grandes cambios”, junto con su acidificación, provocará la desaparición del 90% de la vida marina, así como eventos climáticos extremos como tornados y grandes tormentas. El artículo concluye detallando las evidencias pasadas de grandes y abruptas extinciones, y señalando el paralelismo con la situación actual.

Otra noticia reciente nos habla de la pérdida del 80% de las cosechas en Mongolia. Esa es la dura realidad, la pesadilla del cambio climático es el hambre. Sin un clima estable, sin ecosistemas saludables, no podremos alimentarnos, incluso aunque dispongamos de energía abundante y barata, hecho altamente improbable en un futuro. Ahora podemos comprender por qué biólogos tan prestigiosos como Frank Fenner piensan que el ser humano desaparecerá en noventa y cinco años.

Ante hechos graves y de tal magnitud nuestra sociedad muestra una parálisis muy significativa ¿Por qué? Creo que parte de la explicación nos la ha dado Daniel Lacalle, liberal, gestor fondos y opinador profesional en su columna de El Confidencial y en diversos libros. En un artículo “memorable”, Lacalle sostiene que el mercado es más efectivo que la acción política a la hora de reducir emisiones ¿de verdad? Entonces ¿como hemos llegado hasta aquí? El artículo no nos ofrece una explicación, tan sólo nos muestra que en EEUU, en los últimos años, merced a la crisis (aunque en el artículo no se dice pero es evidente como la caída comienza en 2008), con su caída de la demanda y gracias a la sustitución parcial del carbón por el gas natural de fracking como energía primaria se ha producido un ligero descenso de las emisiones.


Nada nos dice el artículo sobre el nivel de emisiones de partida, que en EEUU son casi el doble que en Europa en términos relativos. Por poner un ejemplo, y según los datos del Banco Mundial, en 2011 en Alemania eran de 8,9 toneladas por habitante, y de 5,8 toneladas en España, frente a las ¡17 toneladas per capita en EEUU! Esto implica que el coste de reducción de una unidad adicional de emisiones es mucho más bajo en EEUU que en Europa, donde parte de ese camino ya se ha recorrido. Tampoco nos dice nada el artículo sobre los incentivos del mercado para reducir emisiones ¿Cuales son? ¿Qué beneficio obtienen las empresas de ello? El artículo contradice la propia teoría económica neoliberal, establecida por el miembro de la sociedad Mont Pellerin Ronald Coase. En efecto, un clima benigno para el cultivo de los alimentos y para la vida humana es un bien común, y ya sabemos que lo que es de todos no se cuida, se sobre-explota, lo que provoca la destrucción del recurso por la llamada “tragedia de los comunes”. Dejando a un lado que los comunes, como ha mostrado Elinor Olstrom, han sido y pueden ser gestionados de forma sostenible sin ninguna tragedia, la solución de Coase a la tragedia es la privatización del recurso, la creación de un nuevo mercado, hasta el momento inexistente, para gestionarlo. Si contaminar es gratis el mercado puede que reduzca emisiones, pero lo hará por casualidad.

Esta es la clave del asunto, el absurdo e iletrado artículo de Lacalle, ese nuevo monumento liberal a la ignorancia que resulta difícil pensar que ha sido escrito honradamente, al final viene a coincidir con Coase: la solución es el mercado.

Si uno analiza las soluciones que han propuesto las fábricas de ideas o think tanks neoliberales al problema del cambio climático verá que todas tienen este punto en común. En efecto, el negacionismo, la negación del problema, nos impele a no hacer nada, y por lo tanto salvaguardar el status quo dominado por el mercado. El mercado de derechos de emisión de carbono supone reconocer que los mercados actuales fallan, pero sólo para proponer la creación de nuevos mercados como solución. Por último, la geoingeniería supone también que el mercado resuelva problema, pero no atacando las causas a través de la reducción de emisiones, sino mediante las soluciones técnicas que las empresas vayan encontrando sobre la marcha, por ejemplo, inyectando ácido sulfúrico en la estratosfera. Quizás le sorprenda, pero fábricas de ideas como CATO o American Enterprise Institute financian tanto el negacionismo como la geoingeniería ¿Por qué financiar investigación para paliar algo que crees que no existe? Ya le he dado la respuesta.

Este es el paradigma en el que estamos atrapados, y esta es una de las principales causas de nuestra incapacidad para resolver el problema: la ideología. Ninguna solución que no potencie o al menos mantenga el papel del mercado puede ser admitida como válida. Tal vez dentro de cincuenta años (esos cien años de Frank Fenner me parecen terriblemente optimistas), en algún lugar al norte de Canadá, los dos últimos especímenes de ser humano continúen este debate. En algún momento el partidario de Hayek (o de Keynes) matará y se comerá al otro. En ese momento la batalla del siglo XX por fin tendrá un ganador claro y definitivo, pero la víctima principal no habrá sido el bando contrario, sino el futuro de la especie humana.


martes, 4 de agosto de 2015

Qué es la creación de valor compartido y cual es su estado actual



René Vázquez Moreno, un emprendedor con conciencia social y ecológica, nos ha enviado una entrada en la que trata de conciliar el mecanismo actual de integración socio-económica, la búsqueda del beneficio, con un comportamiento responsable y ecológico por parte de los principales actores del sistema: las empresas. Creo que su propuesta merece una reflexión pausada y profunda. Les dejo con él y espero sus valiosos comentarios.

En el año 2011 la revista de negocios Harvard Business Review publicó un artículo titulado ‘Estrategia y sociedad: El eslabón entre la ventaja competitiva y la Responsabilidad Social Corporativa’. El concepto fue ampliado en otro texto titulado ‘Creación de Valor Compartido: Redefinir el capitalismo y el papel de la Corporación en la Sociedad’.

Los coautores de este texto fueron Michael E. Porter, director del Instituto de Estrategia y Competitividad en Harvard Business School, y Mark R. Kramer, de la Escuela Kennedy. El artículo proporcionaba ideas para desarrollar vínculos profundos entre las estrategias de negocio y la responsabilidad social corporativa (RSC).

En 2012, Kramer y Porter, con la ayuda de la firma global de consultoría (sin fines de lucro) FSG, impulsaron la Iniciativa del Valor Compartido para mejorar el intercambio y la práctica de conocimientos que rodean la creación de valor compartido a nivel mundial.

Algunos de los críticos del proyecto plantearon que todo esto no era suficiente y que la sociedad civil más comprometida no se tragaría el cuento de que estos insignificantes ajustes al capitalismo tuvieran un impacto real.

Según sus creadores, las empresas pueden generar oportunidades de valor compartido de tres maneras:
   
Redefiniendo productos y mercados - Las empresas pueden satisfacer las necesidades sociales, en la medida que ofrezcan un mejor servicio a los mercados existentes, accediendo a nuevos mercados, o reduciendo costos gracias a la innovación.
   
Redefiniendo la productividad en la cadena de valor - Las empresas pueden mejorar la calidad, la cantidad, el coste y la fiabilidad de los insumos y la distribución, mientras actúan como mayordomos de los recursos naturales esenciales e impulsan el desarrollo económico y social.

Habilitando el desarrollo de clústeres locales - Las empresas no operan de manera aislada en su entorno. Para competir y prosperar necesitan proveedores locales confiables, una infraestructura funcional de carreteras y telecomunicaciones, acceso al talento, y un sistema jurídico eficaz y previsible.

En resumen, el nuevo enfoque plantea que es mejor que las empresas mejoren las comunidades con la expectativa de un beneficio propio, en lugar de a través de restricciones o regulaciones. En relación a la Responsabilidad Social Empresarial, muchos enfoques contraponen la generación de beneficios a las contribuciones sociales y a la conservación del medio ambiente.

La creación de valor compartido reconoce la compensación entre la rentabilidad a corto plazo y los objetivos sociales o ambientales, pero se centra en las oportunidades de crear ventajas competitivas para construir una propuesta de valor social dentro de la estrategia corporativa. Existen diferencias notables entre los enfoques de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) y la Creación de Valor Compartido (CVC) .

Los investigadores creen que en la vida real el Valor Compartido no ha progresado mucho y solo ha penetrado en la teoría de los modelos y las actividades que las empresas pueden llevar a cabo para implementarlo.

El aporte de Porter y Kramer fue intentar avanzar el concepto más allá de la responsabilidad social empresarial, enfocándose más en la verdadera esencia del capitalismo y los mercados, señalando las contradicciones del capitalismo actual y enfatizando la naturaleza social intrínseca de los mercados. Su propuesta es que al adoptar principios de valor compartido, los negocios y la sociedad se re-conectarán creando innovación en un capitalismo imbuido socialmente.

Todo esto de refundar el capitalismo cambiando la forma de hacer negocios suena muy innovador, pero los propios autores reconocen que no existe un análisis profundo ni casos de estudio de su aplicación práctica.

El estado actual de la iniciativa del valor compartido ha progresado hasta la celebración de una Cumbre mundial en la ciudad de Nueva York en Mayo de 2015 y a la incorporación de grandes grupos empresariales como financiadores de la iniciativa. Para algunos esta relación tan cercana puede resultar sospechosa y le puede restar credibilidad a todo el conjunto de acciones que se está implementando.
La única forma práctica en que pudiera avanzar todo este conjunto de ideas, sería que los propios clientes y compradores presionasen a las empresas con decisiones de compra informadas, en las que todos los participantes en la cadena de producción y comercialización tengan voz para validar el proceso de una verdadera revolución empresarial. Hasta que los compradores no voten con su billetera, todo quedará en las 'buenas intenciones' de las relaciones públicas.