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lunes, 26 de septiembre de 2016

¿Son los manzanos más inteligentes que nosotros?

Si la teoría darwinista que tenemos socialmente consensuada nos habla simplemente de cómo sobreviven y se mantiene adaptadas las especies, incluida la humana, entonces la práctica actual humana creando la ilusión de un ego, "un yo" que puede gobernar a cualquier otra parte del mundo mediante la compra de esta parte está completamente errada. Es un error porque sabemos de la dinámica de agujeros negros que una acumulacion de materia en un solo punto llega al colapso seguro. No es posible ser dueño de algo, porque todos somos una pequeña parte de este mundo también. Muéstrame una manzana que quiera ser dueña de un manzano. Esas manzanas (personas) no parecen ser conscientes del hecho innegable de que todos vamos a morir y ser comidos algún día.

La conciencia individual o el "yo" parece ser realmente el mayor error en el desarrollo humano que jamás se ha producido. Es como un error de software que nadie puede resolver debido a que el código fuente es ya tan viejo y tan extenso, incluyendo todas las versiones existentes, que es imposible identificar dónde o cuándo se ha escrito mal. Estamos hoy ante el fenomeno "nosotros" pero no sabemos interpretarlo. No disponemos de las herramientas sensitivas ni cognitivas como para comprender de dónde vienecómo está hecho este "yo". Parece que no estamos diseñados para descubrir la verdad sobre nosotros mismos.



La gente dice que tiene que acumular riqueza para las generaciones futuras, ¿pero no se proponen realmente hacerse inmortales?, ¿no ser olvidado a través de dejar rastro material en la tierra? La construcción de un patrimonio propio que pueden contemplar todas las mañanas y ver su acrecentarse, mientras el ego crece con el. La gente quiere "dejar una huella en este mundo," ¿Por qué? Las bases de datos se borrarán, los libros se pudrirán, las casas se desintegrarán, los coches se oxidan y algún día La Tierra será engullida por el Sol. Es evidente que el "yo" solo existe si le añadimos un valor simbólico a través de pertenencias materiales. Yo soy tanto. Como no logramos averiguar el "cómo soy" al menos nos damos un "cuanto soy" .


¿Por qué no aplicamos todas nuestras energías para convertirnos en una gran, dulce y sabrosa manzana madura antes de morir? Disfrutando del sol y la lluvia, colgado y creciendo en un manzano jugoso y saludable que ofrece un hogar para todas las manzanas.

La realidad en cambio es que derivamos y redirigimos los canales nutricionales que fluyen subiendo por el árbol con independencia de las consecuencias negativas para las otras manzanas porque queremos todo el agua y los minerales para nosotros. No somos conscientes de que si crecemos demasiado, el árbol nos dejará caer antes de convertirnos en una dulce y madura fruta porque pesamos mucho para la ramita en la que estamos colgados .Pero ahora cada manzana humana está tratando de conseguir crecer más y más rápido que los demás y, finalmente el manzano tendrá sólo unos pocas manzanas enormes. Todos los canales de agua que suben por el tronco del árbol son convertidos en tuberías gigantes y el resto del árbol está muriendose lentamente. Unos pocos y enormes canales nutricionales para unas pocas manzanas gigantes que cuelgan en muy pocas extremidades gordas y solitarias donde no hay lugar para ninguna manzana más.


Si seguimos en este concepto del "yo" y de esta auto-optimización egoista y asocial, finalmente la humanidad va a caer como una de estas grandes manzanas, inmaduras, feas, gordas y podridas por dentro. Si no empezamos ahora a comportarnos como una de las muchas manzanas del árbol (y sí, algunos de nosotros tendrán menos horas de sol por día), entonces las cosas se pondrán muy feas pronto. Podemos reparar este error sin gran investigación empírica, sólo hemos de seguir las reglas de la naturaleza de nuevo y parar de pensar que somos capaces de suprimir y exceder todas las otras cosas del globo.




No es natural querer ser más grande que el resto. Natural es llegar a ser justo tan grande como es necesario para ser lo más útil en relación con cualquier otra cosa o persona. Esto se llama también economía. Ser, vivir, actuar económicamente bien no es hacerse lo más grande posible con el menor recurso posible. Ser económico es vivir de la forma más práctica posible y con la abundancia necesaria en el contexto en el que nos encontramos. La economía no es lo que hacen los banqueros con números. La economía es lo que hace la naturaleza dependiendo de si está en una fase de creación y aspiración o en un proceso de fallecimiento. El ser humano no produce, transforma.


Tal vez no hay ninguna meta ni intención alguna en nuestra existencia, sólo una tendencia inmanente cuántico-mecánica de creación y distribución  de partículas y energías y su equilibrio. El concepto del crecimiento económico infinito es el cuento de hadas que la gente cree cuando nunca han experimentado el aliento de la muerte en su vida, o simplemente aquellos que emocionalmente no son capaces de hacer frente al flujo irreversible de toda materia y energía en la vida y por tanto son inconscientes sobre la relevancia de su conducta ética y justa para el futuro del ser humano. 

"Panta Rei"

domingo, 18 de septiembre de 2016

¿Debemos ser felices?

Quizá suene paradójico pero, de un modo inconsciente, en nuestra cultura comercial hemos interiorizado la necesidad de conseguir un tipo de felicidad muy concreto como un deber existencial. Y si no nos cuestionamos el tipo de felicidad en el que creemos, no podremos saber si existe otra forma de concebirla más satisfactoria.

Desde hace más de una década "la psicología positiva se viene presentando a sí misma como una nueva rama o un nuevo enfoque de la psicología que pretende proporcionar respaldo científico a la concepción optimista de la vida, y pretende también ofrecernos técnicas para que seamos felices". En el siguiente audio de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, del que hago un resumen (cuadro azul), se pone en cuestión la naturaleza y el propósito de esta disciplina.


La idea de felicidad, tal y como la concebimos hoy día, es originaria de la modernidad o incluso más reciente, es propia del capitalismo de consumo de las últimas décadas. Está íntimamente relacionada con la evolución del protestantismo y de la metafísica norteamericana, y con la ideología del darwinismo social. Responde a la necesidad política estadounidense de homogeneizar las actitudes, valores y aspiraciones de su población, aunque luego se globaliza. Encaja perfectamente en la propuesta sobre la naturaleza humana propia del neoliberalismo, (que es mucho más que una teoría política de las prácticas económicas), con su ontología individualista, según la cual cada uno es enteramente responsable de lo que le ocurre.

La propuesta histórica de la psicología positiva tiende a ocultar el profundo carácter ético y normativo de la felicidad. Al tomarla como objeto de estudio científico vela su origen político y moral, y en la práctica ha hecho de esta noción el valor moral principal para ordenar la vida de las personas, y para justificar determinadas intervenciones políticas. El lenguaje de la felicidad define los límites de lo que es y no es deseable dentro de nuestras sociedades. "La felicidad se ha convertido en un imperativo moral sin parecer ni moral ni imperativo."

La financiación de esta psicología suele proceder de instituciones que están muy marcadas desde un punto de vista empresarial, ideológico o político. Y cada vez más investigaciones ponen en duda la validez científica de estos estudios sobre la felicidad, tanto desde el punto de vista teórico como desde el metodológico. De todo ello se desprende que la psicología positiva viene a legitimar una ideología sin aportar realmente nada nuevo a la ciencia.

Con la psicología comercial se nos pide buscar una felicidad que dependa sólo de nuestra actitud y no del entorno, que no necesite cuestionar nuestro modelo socio-económico sino que, más bien, sea útil a este. Como se explicaba en el libro Sonríe o muere, es dudoso que pueda llamarse felicidad a esto, y más bien puede ser una forma de crueldad. Pero supongamos que es posible sentirse feliz a pesar de las circunstancias gracias a estas técnicas de la psicología positiva, como si fuera una droga sin sustancia. Esto implica dejar la felicidad al margen de nuestra conciencia (en los dos sentidos de este término), es decir, al margen de la comprensión de la realidad y de cuál es nuestro efecto en ella.

¿Es esto lo más saludable? ¿Acaso no ha de jugar la conciencia del mundo algún papel en nuestra búsqueda de cierta plenitud vital? No podemos esperar que el mundo responda a nuestras ensoñaciones (o seríamos eternamente desgraciados) pero sí podemos elegir cuál va a ser nuestra relación con la realidad, nuestra influencia en ella. Y lo que uno sabe de sí mismo y de cómo es su relación con el entorno inevitablemente deja un rastro emocional que contribuye a una mayor o menor satisfacción con la propia vida (en función de los valores en los que se crea).

Al hablar de plenitud quizá merezca la pena considerar otra práctica que está poniéndose muy de moda, el mindfulness, (traducible como atención o consciencia plena). Sus métodos parecen contravenir los valores predominantes en nuestra sociedad, este ansia productiva que nos recompensa por el sacrificio que supone con la fascinación dependiente de un consumo incesante.



Los artistas han buscado a menudo una vivencia parecida
 La pintura china clásica, por ejemplo, es el resultado del sentimiento 
experimentado por el pintor que, 
tras la contemplación del paisaje,
 lo plasma en la pintura.
El mindfulness se trata de una manera sencilla de relacionarnos con nuestra propia
experiencia de forma que reducimos el sufrimiento y aumentamos el bienestar. Consiste en saber regular nuestra atención y ampliar la conciencia de nuestra vida en el presente, logrando que cada momento que estamos vivos cuente y que podamos apreciar en su totalidad. Pero no quedándonos simplemente en una técnica como la meditación, sino más bien aplicándolo como un modo de ser, como un modo de estar ante la vida. Sería lo opuesto a vivir con el piloto automático, funcionando como autómatas.

Una vez que eres capaz de identificar tus emociones y tus pensamientos como eventos mentales, empiezas a distanciarte de ellos; tienes una nueva perspectiva. En lugar de dejarte arrastrar por ellos podemos contemplar la corriente de su paso, y nos permite, mediante esa observación, aprender de ellos, y por lo tanto, ser mucho más efectivos en las respuestas que damos ante los desafíos de la vida diaria.

Para todo ello se ponen en práctica una serie de actitudes básicas:
  • No juzgar aquello que estamos observando, (nuestros eventos mentales), convirtiéndonos en testigos imparciales de nuestra experiencia.
  • La paciencia de quien no busca un objetivo ulterior al momento presente.
  • La mente del principiante, que percibe como por primera vez.
  • La confianza en nuestra intuición, escuchando lo que nos dicen el cuerpo y la mente.
“Los pensamientos no conforman la identidad… Uno no es sus pensamientos…. Somos aquello que hace posible que todos estos eventos sucedan... Con el mindfulness llegamos a entrar en contacto con una parte de nosotros mismos con la que no estábamos en contacto.”

Pero hasta aquí el mindfulness nos habla sólo de un modo de estar, de una solución personal sin incidencia en el entorno o que incluso se basa en esa falta de intervención. O si nos lo planteamos como una capacitación, estamos ante una mera técnica: puede ser aprovechada en cualquier sentido en función de los valores en los que creamos. Uno puede encontrarse en mejor estado de ánimo o ser "mucho más efectivo" para servir a fines diametralmente opuestos a los principios inspiradores de esta técnica. No en vano se está poniendo de moda en el ámbito empresarial como una ayuda para mejorar el desempeño laboral. Incluso cabe pensar que esa desidentificación y ese no juzgar pueden ser funcionales al desarraigo necesario para el capitalismo de mercado.

Si basáramos nuestra búsqueda de felicidad sólo en esto, podría ocurrir, como en el caso de la psicología positiva, que contribuyera a paralizar la resistencia contra el modelo de sociedad que crea precisamente la ansiedad y la inconsciencia. Esa clase de felicidad puede convertirse en una lucha inacabable contra fuerzas que continuamente la socavan. Y como en el caso extremo de las adicciones, prescindir del principio de realidad puede ser una bomba de relojería o un abandono al azar. Desde un punto de vista evolutivo, las reacciones de aversión ante una amenaza o de malestar ante un entorno insalubre han sido cruciales para la supervivencia. Y negarlas o forzarlas siempre será un peligro. En la crisis económica que estalló en 2007, por ejemplo, el pensamiento positivo jugó un papel negativo (como también se cuenta en Sonríe o muere). De hecho es posible hablar de un budismo en sintonía con el capitalismo. Así, el retiro personal podría resultar igualmente muy conservador. No estará incidiendo en el origen del malestar: una sociedad organizada en torno al aumento constante de las capacidades productivas aun a costa de la salud, la equidad, la convivencia, la verdadera democracia y el medio ambiente.

Visto así, la felicidad o el mero sentirse bien buscados por sí mismos parecen estados emocionales peligrosos que podrían impedir una respuesta adecuada ante las amenazas. Entonces, ¿debemos renunciar al intento de ser felices? De nuevo vemos cómo la toma de conciencia juega un papel importante en el intento de vivir mejor, aun cuando sin ella podríamos aliviar la infelicidad. Y esta toma de conciencia abre un nuevo campo de opciones a tener en cuenta en la búsqueda de una felicidad realista. En otras palabras esta búsqueda está íntimamente relacionada con la ética.

Como se desprende de lo que hemos visto sobre psicología positiva, la noción de felicidad tiene una dimensión social. La heredamos a través de la educación, de la información y de la propaganda. Pero además todos influimos en esa percepción común sobre el contenido de la felicidad. Aunque nos nieguen la credibilidad, salvo a los profesionales o expertos, la verdad es que todos los seres humanos somos agentes culturales. Por tanto el propósito de ser felices siempre estará incompleto si no se integra en una reflexión ética acerca de los fines sociales a los que contribuyen nuestra actividad (o inactividad) y nuestras capacidades. Para cambiar el origen social del malestar, (y no sólo aprender a sobrellevarlo en la medida en que cada cual pueda), es necesario que nuestra respuesta se enmarque en una visión más amplia y comprensiva, que se plasme en una acción política y cultural, y que parta de un cuestionamiento existencial.

La pregunta inicial sería ¿debemos transformar la realidad, el entorno en el que vivimos, o es mejor una aceptación que evite los daños causables y las frustraciones propias del conflicto entre esta y nuestras expectativas? Ya hemos visto los peligros del retiro, pero ¿acaso no es precisamente la acción lo que está angustiando a las personas y sobre-explotando la biosfera? ¿Cómo desenredar este lío? ¿No habremos convertido la acción por sí misma en una forma de retiro de la conciencia?

La clásica disyuntiva entre las diversas formas de retiro espiritual o meditativo y la acción transformadora apela necesariamente a respuestas que no puede darnos la ciencia aunque intente aparentarlo. Pero la opción por la que apostamos siempre tiene lugar, bien mediante la reflexión o bien por medio de hábitos mentales, aun cuando no siempre seamos conscientes de ello.

Quizá esto último se aprecie mejor al observar el vínculo entre nuestras convicciones metafísicas y nuestras opciones políticas. Desde la política se ordena el mundo de acuerdo a las creencias mayoritarias, como la fe en un paraíso celestial que haga palidecer cualquier maravilla del mundo real -caso de las teocracias-, o bajo la modernidad, como la fe en unas soluciones técnicas futuras otorgadas por el crecimiento económico, tan indemostrables como cualquier "más allá"; una fe que también nos permite menospreciar el presente. Y dentro de ese orden político, resultan baldíos los cambios de comportamiento individuales que traten de superar los daños provocados por el mismo, porque a ese orden se le da una importancia superior a estos daños, una importancia metafísica, (una importancia ontológica y teleológica): hoy en día consideramos que existimos en la medida en que crecemos económicamente; tanto individuos como naciones miden su relevancia en términos económicos y se proyectan en esa ambición. Y esa ensoñación es la que recaba el apoyo político.

La disidencia resulta impotente cuando atañe a conductas que las instituciones actuales pueden asimilar, cuando no cuestiona estas instituciones y su sentido, cuando no cambia las creencias, (cuando no hay pensamiento), cuando no pone en cuestión la metafísica que inspira la política actual en sus diversas variantes. Hay que desentrañar "lo sagrado" de la cosmovisión científicista, la parte irracional o voluntarista que pasa por científica, y exponerla claramente para que todos veamos que ese meollo tan básico se puede y se debe cuestionar.

Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado
                                
                                                                                 Rafael Sánchez Ferslosio

En general la modernidad, adoradora de la ciencia, no cree estar dominada por una fe irracional, y no se cuestiona esto. (De hecho desprecia los diversos cultos religiosos e incluso el pensamiento metafísico por considerar que todo ello está desconectado de la realidad que podemos conocer y manipular, aunque sin duda esas tradiciones hayan sido menos destructivas que la apuesta por una racionalidad a la que le cuesta mucho reconocer sus limitaciones). Pero esta confianza en el futuro que nos debe proporcionar el aumento de las capacidades productivas es en realidad tan irracional como cualquier religión. La persistencia en esta apuesta a pesar de las consecuencias sociales, ambientales y personales derivadas de la misma son buena muestra de ello.

La experiencia de un crecimiento económico que nos ha otorgado capacidades sorprendentes no es prueba de que vaya a seguir haciéndolo y en el preciso sentido que necesitamos. Eso sólo se apoya en la confianza, es decir, en la fe. A lo que hay que añadir que continuamente se minusvaloran los daños derivados de esta actividad o los científicamente probados límites de la misma. El exceso de transformación propio de esta actividad tomada como valor supremo nos está llevando a un abandono del principio de realidad como cualquier otro abandono a un valor trascendente (basado en la confianza o en la fe más que en la observación).

Es obvio que el problema no está ni en la ciencia ni en la tecnología sino precisamente en su mistificación, haciendo pasar por ciencia (psicológica o económica) lo que no es sino política y metafísica. Que los descubrimientos venideros tengan un sentido favorable para la humanidad no es algo que esté garantizado. La energía de fisión nuclear, por ejemplo, pudo suponer nuestro fin (y aún no hemos dejado atrás ese peligro). La propia disposición de energía, como cualquier capacidad, puede ser tanto un problema como una ayuda en función de cómo se gestione, (incluso cuando hablamos de métodos más limpios como las renovables o la esperada energía de fusión nuclear). Si la eficiencia para una máxima producción a corto plazo sigue prevaleciendo sobre la resiliencia, sobre la sostenibilidad, o sobre el buenvivir presente de todos, cualquier mejora técnica será una mejora de las capacidades para la destrucción. Por tanto, el efecto futuro de los descubrimientos venideros dependerá de si conseguimos reapropiarnos colectivamente de la política, de la filosofía y de la narrativa de nuestro tiempo, o si por el contrario, continuamos actuando como resignados programas.

Escenas de Tron y Tron: Legacy en las que el programador Flynn habla en distintas épocas 
con varios programas inmerso en el mundo de estos.

Y es que, como decíamos en otro artículo glosando a Schumacher, “(...) las ideas surgidas en el siglo XIX, que pretendían romper con la metafísica, son una metafísica destructiva, «los errores no están en la ciencia, sino en la filosofía que se nos propone en nombre de la ciencia».

Según el economista ecológico Herman E. Daly, "la visión neoclásica [vale decir, el enfoque dominante en economía] es aquella en que el hombre, el creador, sobrepasa todos los límites y rehace la Creación para que se adapte a sus preferencias subjetivas e individualistas.”

Tomado de Autoconstrucción, Jorge Riechamann, 2015

Así, respondiendo a la pregunta planteada, hoy día se da la paradoja de que necesitamos ser activos para cambiar un modelo social que resulta destructivo por su exceso de actividad. La diferencia entre una y otra forma de actividad está en que el exceso responde una actividad económica enajenada y lo que necesitamos es actividad política autónoma, una actividad que recupere la conciencia, (unificando las dos acepciones de este término).

Planteado el reto, (una orientación hacia la actividad autónoma, al margen del afán productivo), la pregunta inicial podría formularse de otra manera. ¿Cómo ser felices sin abandonar el principio de realidad? ¿Cómo ser felices sin buscar la paz en la renuncia a mejorar este mundo? ¿O cómo mejorar nuestro porvenir sin renunciar a la felicidad en el presente, lo único que en verdad tenemos? En resumen, ¿cómo congeniar la aceptación con la transformación?

La propia actividad autónoma puede volverse una fuente de frustraciones, conflictos o desmoralización si a la vez no hallamos un modo de hacer las cosas que sea por sí mismo satisfactorio. La cultura occidental de la transformación y de la acción tiene su reflejo en dos mitos, uno es la mencionada transformación económica por sí misma, y el otro es la revolución política [1] [2]. Ambas se basan en sendos supuestos metafísicos (aunque no se perciban como tales). El primero es esa fe en unos descubrimientos y capacidades aún inexistentes que ya hemos tratado. El segundo tiene carácter mesiánico: la fe en la implantación súbita de un sistema político nunca probado en la práctica. Y ambas comparten un planteamiento sacrificial que ignora la vivencia.

Por contra, se consiga lo que se consiga, una actividad que se pueda sostener en el tiempo porque a la vez nos permite disfrutar de ella, será más generalizable y tendrá un mayor efecto que una acción espectacular pero incierta. Es decir, el cambio y la transformación de la realidad que ahora necesitamos no pasa por la economía, ni por diseños políticos cerrados ni por el retiro sino, en todo caso, por el el pensamiento autónomo y por la democracia.

En este sentido, para esta reflexión es obligado recordar a Aldous Huxley, quien ya nos advertía de la posibilidad de alcanzar un mundo cerrado de sujetos controlados desde el poder en el que, sin embargo, nos sintiéramos felices. Una vez más, como en otras distopías, o como en La vida es sueño, esto se basaría en la limitación de nuestra conciencia, en la denegación de acceso a la toma de decisiones constituyentes de nuestra sociedad -¡y en adelante, de nuestra propia biología!- en cada momento histórico. Como decíamos en nuestra modesta utopía,

“Si pretendemos una sociedad formada por ciudadanos maduros y autónomos, estos deben ser plenamente conscientes de lo que vamos construyendo entre todos, sin que se diluya su autoridad sobre ello ni su sentido de la responsabilidad.”

Anulada esa parte esencial de lo que somos, anulada la capacidad ética para evaluar lo que nos rodea y para decidir nuestro apoyo o nuestro rechazo a las normas sociales, no es posible decir que estamos viviendo plenamente, que estamos ejercitando nuestras potencialidades como seres humanos, que eso que sentimos es plenitud vital.



                 En El filo de la navaja Larry Darrell busca su propio camino ¿intelectual?, ¿espiritual? 
Al margen de sus conclusiones, al menos comprende la metafísica nihilista 
que le ofrece su mundo y es capaz de cuestionarla.          

Volviendo al mindfulness, este se inspira en tradiciones orientales que iban más allá de meras prácticas relajantes o satisfactorias por sí mismas. Tratar de extraer la parte técnica (como cuando utilizamos el yoga para hacer estiramientos), desprendiéndonos de la cáscara metafísica, no obrará el milagro de traer las virtudes de esas tradiciones a una modernidad no cuestionada. Ese intento de uso técnico de la experimentación milenaria con nuestro cuerpo y con nuestra mente no representa un sabio punto medio, como tampoco lo sería una difícil conversión a antiguas creencias o el mencionado retiro de toda acción. Una mejor aproximación a este punto medio pasaría por replantearnos el contenido metafísico de nuestra civilización, esta inadvertida tecnolatría crecentista, y convertir esos principios tradicionales favorables al buenvivir, como cierta conformidad material que permita centrarse en mejorar la vivencia, también compartidos por algunos pensadores de nuestra propia tradición cultural, en principios políticos que inspirasen la organización social, (y no sólo la conducta).

Si cambiara esa "significación imaginaria" mayoritaria, podría cambiar el orden político que contiene y encauza lo demás. No sólo podríamos erradicar la fuente de nuestra ansiedad -esa presión social, esas expectativas individuales, este miedo inducido- sino que podríamos resolver los grandes males de nuestro tiempo. Libres del imperativo dogmático de crecer cuanto se pueda, podríamos pasar de la competencia excluyente a una cooperación inclusiva, de la desmesura a la suficiencia y de la dominación a la autonomía.

Por tanto, el sabio punto medio entre el retiro de los deseos en favor del bienestar y el aprecio de nuestras capacidades para transformar el entorno, ese punto que traería realismo y responsabilidad tanto a lo uno como a lo otro, pasa por cuestionar la metafísica oculta en toda cultura, también en la moderna o en la postmoderna, para reapropiarnos de los fines de nuestra actividad, pero también pasa por aspirar al buenvivir en los modos, en las formas, en la vivencia a través de la cual intentamos enaltecer la vida terrenal. Más que un punto medio se trataría de adoptar lo mejor de cada mundo abandonando además las distintas formas de alienación.

El reto ya no puede ser sólo disfrutar al margen de la capacitación práctica ni puede ser sólo entregarnos a un progreso vacío y destructivo. Ahora el reto es una armonía entre los medios y los fines. Estos últimos, a falta de un más allá irrefutable, trascendente o futuro, volverían a ser cuestionables, decididos por cada persona y puestos en común democráticamente. Y la acción tendría que permitir el disfrute en el modo de ser ejecutada, (como en todos los rituales). Porque los medios delatan el fin. El reto es buscar cierta elevación precisamente en el encuentro con la realidad y con los demás, (no en el retiro). El reto es fortalecerse, capacitarse o mejorarse sin prescindir de la noción de virtud.

Estos principios permitirían una felicidad no enajenada (no centrada en la producción y el consumo); o del otro lado, permitirían una transformación no irresponsable, no entregada. Cada cual puede intentar centrarse en la faceta de la acción política y cultural que más conecte con sus inclinaciones, talentos o preocupaciones. Y en esa armonía entre el gozo y lo que uno sabe de sí mismo y de su engarce con la realidad, el tiempo nunca se habrá perdido ni habrá sido robado.


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lunes, 12 de septiembre de 2016

Fisiócratas, energía y paradigmas económicos.

Recientemente Steve Keen publicó un artículo sobre la incorporación de la energía a la función de producción neoclásica, algo que no es novedoso. El artículo comienza recordando que la escuela fisiocrática reconoció la importancia de la energía en la producción, algo que negaron después los clásicos (dentro de los cuales incluyo a Marx) y, especialmente, los neoclásicos.


De mi paso por la facultad, recuerdo que la escuela fisiocrática se estudiaba de pasada. Sus ideas parecían ancladas en un pasado remoto de la joven disciplina económica, donde se tanteaba de una forma torpe los misterios que poco a poco se irán revelando durante los siglos XIX y XX.


Muchos años después y tras leer, por ejemplo a José Manuel Naredo o a René Passet, me percaté que aquellos planteamientos aparentemente absurdos de que la agricultura era la fuente de todo valor, estoy simplificando, encerraban desde el punto de vista de la economía mucha más verdad que la falta de interés con que eran tratados.


José Manuel Naredo se refiere a ello, al abandono de lo que podemos denominar factores físicos limitantes, como la ruptura epistemológica fisiocrática, que dio pie a un reduccionismo monetario que está en la raíz de la incapacidad que tiene la dogmática económica vigente para comprender unos fenómenos que le son ajenos y que, en el fondo y a pesar de sus esfuerzos, encuentra incomprensibles. El intento de monetizar aquello que en origen fue excluido, es un camino condenado al fracaso como hemos expuesto en otras ocasiones.


No obstante la visión de que únicamente el trabajo humano era la fuente de la riqueza de la naciones triunfó. Las circunstancias históricas conspiraron para que esa victoria enterrara la visión de los fisiócratas que consideraban de forma implícita la energía  (solar), como el origen de toda riqueza. El hecho de que la revolución industrial se fundamentara en la utilización de energías fósiles (que paradójicamente no es más energía solar almacenada) como palanca para la división del trabajo, fue esencial para desterrar la idea de los fisiócratas. Este concepto es el que da lugar a la conocida representación de la economía como una máquina de movimiento perpetuo sin que ello provoque ningún sonrojo.




Los fisiócratas consideraban que existían actividades productivas, agricultura, minería y pesca, otras, sin embargo, industriales o artesanas se limitaban a modificar la materia. Tengamos presente que los fisiócratas, creían que los minerales se reproducen (lentamente) en el seno de la tierra. Así Quesnay afirmaba:


“toda ciencia económica se orienta a conseguir la mayor reproducción posible, mediante el conocimiento de los resultados físicos que aseguren la recuperación de los recursos invertidos por la sociedad en el curso de su actuación”


Aunque los fisiócratas consideraban, en razón de los conocimientos de su época, que el crecimiento físico no tenía límite, eran perfectamente conscientes que el crecimiento se produce en un contexto físico que nos proporciona la naturaleza. Ese concepto será completamente abandonado por los clásicos. Naredo (2015) explica:


“[Los fisiócratas]..construyeron sus análisis sobre nociones de producción y de producto neto más próximas a las que se aplican hoy en ecología que a las que rigen en economía, y de ahí que prestaran más atención al ‹‹valor de uso›› que recoge las características intrínsecas de los productos que al ‹‹valor de cambio›› que hace abstracción de ellas.”


El valor de uso es una categoría esencialmente objetiva, mientras que el valor de cambio es de carácter social, surge de la relación entre las personas, aunque éstas deban comportarse bajo unos supuestos determinados, sobre los que volveremos.


Para los clásicos y posteriormente los marxistas, el trabajo es la fuente de la producción y el valor, algo que excluye a la naturaleza como pre-requisito para cualquier producción. La reducción a lo monetario permite crear riqueza abandonando el vínculo físico. Por esa razón, para Ricardo la renta no nace del producto sino del precio. Señalemos los enormes problemas que esto comporta que han sido sobradamente debatidos, pero ignorados por la economía neoclásica durante el siglo XX. Afrontarlos supondría un colapso del vínculo entre lo físico (capital que está sometido a las leyes de la naturaleza) y lo monetario (capital financiero que se reproduce sin ningún límite, por el interés compuesto). 



Por ejemplo, abandonada la creencia de la reproducción de los minerales, los clásicos hablan de producción de minerales que se genera a través del trabajo, no se trata de extracción de un recurso no renovable y, como es el caso de los combustibles fósiles, no reciclable en ninguna medida. Esa ficción se mantiene incólume a día de hoy.


Por otra parte, el capitalismo se caracteriza por la necesidad de acumular riqueza, es el motor que mueve el mundo y, de acuerdo con la tesis de mano invisible, beneficia a todos. Es la manifestación del utilitarismo cuyo protagonismo en la disciplina económica es de todos conocido. Cada individuo busca maximizar su propio placer. Se trata de una tautología que nada limita. La estrategia de presentar tautologías lógicas como verdades universales indiscutidas ha funcionado a las mil maravillas.


El artificio, como señala Naredo, es que no estamos hablando en términos vagos y generales de la utilidad, con los que es difícil estar en desacuerdo, sino que se trata de reducirla al mero consumo de bienes y servicios. En realidad, el consumo de los bienes y servicios con valor monetario tiene un impacto limitado en nuestro bienestar que depende de la abundancia de bienes o servicios que quedan fuera del mercado. Si esos “bienes o servicios” pasan a tener precio, nuestro bienestar o el de la mayoría se deteriora. Un ejemplo es el agua potable, a medida que aumenta su contaminación por nuestra acción sobre el medio, se vuelve más escasa, lo que la convierte en un bien de mercado. Dejando de lado las cuestiones de distribución sobre quién tiene acceso al nuevo bien de mercado y en qué cantidad, lo cierto es que la nueva escasez nos hace más ricos en términos monetarios pero sufrimos, ciertamente de forma harto desigual, un deterioro de nuestros niveles de bienestar. Lo que acabo de describir es la paradoja de Lauderdale que señala este fenómeno de la disociación entre valores de uso y valores de cambio.


Explica Naredo (2015)


“Con todo, el utilitarismo contribuyó a establecer esa identidad hoy tan omnipresente entre el bienestar y la felicidad de los humanos y la indiscriminada multiplicación de mercancías en que estaba interesada la empresa capitalista que, para evitar cualquier duda al respecto, se incluyen comúnmente bajo la denominación general de ‹‹bienes››. Se preparó así el terreno para que se extendiera el afán de conseguir su aumento indefinido, que presidió el nacimiento de la ciencia económica, a la vez que su expresión monetaria se impuso como indicador eficiente de progreso, haciendo que los valores pecuniarios dominaran en la sociedad en detrimento de los valores vitales, contradiciendo de hecho los principios hedonistas enarbolados por el utilitarismo”


Solo el reduccionismo monetario permite afirmar que somos más ricos y en consecuencia, siguiendo su lógica, disfrutamos de mayor bienestar. Es un concepto equivalente al de crecimiento anti-económico de Herman Daly. Sin embargo, incluso en las sociedades más opulentas hay capas de la población que sufren una regresión en su bienestar como el acortamiento de su esperanza de vida por múltiples causas, entre ellas una alimentación cada vez más deficiente. El sistema muestra sus dos caras, la depredación del medio natural que tiene múltiples consecuencias como el cambio climático o la contaminación de las aguas, y la de la sociedad se manifiesta, por ejemplo, en la desigualdad de acceso a esa riqueza que debería alcanzar a todos (trickle down) a causa del crecimiento perpetuo merced a una mejor tecnología para aprovechar los recursos o encontrar otros aún mejores.


No obstante, en un mundo de recursos limitados, los países más ricos lo son absorbiendo recursos físicos muy superiores a los que disponen. El flujo de entrada de materiales que importan supera, en mucho, al flujo de salida. Aunque en términos de valor de cambio su flujo hacia los países de donde proceden dichos recursos es mucho mayor. Existe una disociación creciente entre el balance físico y el monetario lo que Naredo y Valero denominan la regla de notario.


Después de la Segunda Guerra Mundial la preponderancia del petróleo como fuente de energía básica, ha recrudecido esa tendencia pues a diferencia del carbón está más concentrado en determinados lugares.


Podemos preguntarnos ¿Si la base material es tan importante por qué se omite del análisis económico como tal? Existen razones poderosas para que sea así, algunas más razonables en su momento, otras que son una mera justificación del sistema en el que algunos medran y la mayoría, como nos muestra la regla del notario, se ven abocados a vidas donde el prometido bienestar por un mayor consumo de bienes y servicios brilla por su ausencia.
Una cuestión que también debe ponderarse es el individualismo, en el sentido de que permite tener una relación meramente instrumental con nuestro entorno como algo ajeno que podemos aprovechar para aumentar nuestra riqueza monetaria. La encíclica papal "Laudato Si", se revela contra este concepto, considerando que la naturaleza no es un dominio del hombre, sino que este no es más que un senescal al cuidado de la misma. Además, el individualismo es una pieza esencial que permite al sistema sobrevivir porque siempre es el individuo el único responsable de su devenir, si no alcanza las metas no puede más que culparse a sí mismo. La célebre frase de Margaret Thatcher “there is no such thing as society” resuena alta y clara en nuestros oídos.



Esta construcción hobbesiana es lo que Lewis Mundford describió como el rasgo esencial del capitalismo, el centrarse en cantidades abstractas, no en vano la economía como disciplina nació con la denominación de “aritmética política”, es una clave para entender lo económico como una disciplina aislada que puede prescindir de cumplir, por ejemplo, la leyes de la termodinámica y ser perfectamente respetada y tener incluso un remedo de premio Nobel. Pero también, algo completamente alejado de la moralidad. Es un área de la actuación humana, aparentemente único, donde del egoísmo y la lucha de intereses (Mandeville y su fábula) nace el equilibrio que no se puede alcanzar de otra forma y, si intentamos introducir consideraciones morales o éticas, automáticamente provocaremos el desequilibrio y con ello sufrimiento. Lo anterior que es santo y seña de la economía dominante, más o menos embellecido o disimulado, parte de unos supuestos implausibles sobre el comportamiento humano. Como bien afirmó John Ruskin:


“No niego, ni siquiera pongo en duda las conclusiones de la economía política si se aceptan esos principios: me desentiendo sencillamente, como me desentendería si se tratase de las conclusiones de una teoría sobre la gimnástica que parta de afirmar que los hombre no tienen huesos”


En realidad, ni siquiera las conclusiones se sostienen sobre la base de esos principios, pero Ruskin pone el dedo en la llaga, por más que Milton Friedman (1953) intentó sostener que cuanto más “marcianas” las hipótesis mejor (F-twist como lo llamó Samuelson), pues solo importa su predicción de la realidad. Sin embargo, cuando en los años 80 del siglo XX su teoría monetarista fue aplicada por diferentes bancos centrales el resultado fue un rotundo fracaso ya que los bancos centrales no controlan la creación de dinero. Sin embargo, el fracaso no afectó a su prestigio, un ejemplo paradigmático del llamado cinturón protector de hipótesis auxiliares de Imre Lakatos. Ni que decir tiene que la teoría de Friedman respecto a los supuestos de partida, conocida como instrumentalismo, es errónea. Parece ser razonable, pues todo modelo en el que se plasma la teoría no puede ser una representación del mundo. Eso es completamente cierto, pero solo para las llamadas asunciones que no tienen importancia en el proceso. Podemos despreciar la resistencia del aire si experimentamos lanzando bolas de hierro para comprobar la gravedad, pero si lanzamos una pluma la asunción deja de ser irrelevante. En economía, como nos dice Keen (2011), suponer que el riesgo es una buena aproximación a la incertidumbre es un presupuesto que delimita, de forma equivocada, las condiciones sobre las que una teoría se aplica. Mientras que el riesgo nos informa de la probabilidad de los sucesos futuros, la incertidumbre no nos proporciona guía para movernos en el futuro. La economía ha demostrado sobradamente que considerar el riesgo como una aproximación razonable de la incertidumbre es un rotundo fracaso.


Retomando la cuestión de la producción, la evolución económica se orientó a borrar cualquier vestigio que diferenciará las actividades productivas de las improductivas. Para la escuela neoclásica, donde culmina dicho tránsito, no existen las llamadas rentas no ganadas de los clásicos, aquello que no ha requerido la utilización de trabajo para ser obtenido, todo es retribuido, en el sacrosanto equilibrio, según lo que contribuye.


La cuestión que nos hemos planteado, continúa sin respuesta, porque la gestión de los recursos y los sumideros no puede realizarse con el instrumental que los niega, pues los valores de cambio, subjetivos, no pueden servir para gestionar los valores de uso, que ocupaban a los fisiócratas y que fueron rechazados para construir el paradigma las escuelas posteriores.


Adelantado el reloj del tiempo, la actual dogmática se construye sobre el convencimiento de que existe la producción (máquina de movimiento perpetuo) y que nace de la combinación de dos factores, el capital y el trabajo. Es cierto, que se han intentado introducir los recursos, pero sin cambiar el principio subyacente de la sustituibilidad de factores. En otras palabras, se trata al factor material como si se tratara de un factor eficiente, en términos aristotélicos. Esos intentos han fracasado, como muy bien explicó en su crítica a la función de producción neoclásica Georgescu-Roegen que con su habitual agudeza definió estas premisas como “la economía del Jardín del Edén”.  Capital y trabajo no son sustitutos de los recursos, son complementarios, por lo tanto, solo abandonando esa hipótesis es posible construir un instrumento útil de análisis. Sobre esta cuestión elabore una entrada con la traducción incluida de un documento de Herman Daly sobre la crítica de su maestro Georgescu-Roegen a la función de producción Solow-Stiglitz, en ese documento están las respuestas de Solow a diferentes cuestiones planteadas por Daly, que nos muestra, en boca de un insigne representante de la escuela neoclásica, cuales son los supuestos que permiten ignorar los principios de la termodinámica.


Steve Keen enfoca la cuestión con la premisa esencial de que cualquier teoría que pueda tener utilidad debe ser consistente con la termodinámica. Algo que no es nuevo, pues Georgescu-Roegen era perfectamente consciente de ello y, antes que él Frederick Soddy. Keen no llega a esa conclusión a través de Georgescu-Roegen, algo que personalmente me sorprende, pero demuestra, que partiendo de diferentes análisis, cuando se profundiza en los problemas, las preguntas que se plantean son las mismas. Es importante, porque un nuevo paradigma que desafíe al establecido necesita un nuevo programa que plantee, de inicio, unas cuestiones diferentes.


Los economistas conocemos el problema del residuo de la función de producción de Solow. La función no explica lo que debería explicar, pero aquí entra en funcionamiento la negación del pensamiento grupal. En lugar de rechazar el modelo por no ajustarse a la realidad, se aprovecha para introducir una explicación que convenga a las necesidades de la ideología que los sustenta, esa que no existe según los neoclásicos. Si los factores no explican el crecimiento de la producción, la explicación está en la tecnología. De dónde sale esa explicación, pues de la chistera, pero no pasa nada, pues encaja a las mil maravillas con la narrativa del progreso.


El problema es que eso no demuestra nada, solo que la combinación de capital y trabajo no da los resultados esperados. Entre otros, Robert Ayres ha señalado que la exergía, en realidad la potencia, si tenemos en cuenta el vector temporal, es una parte sustancial para explicar ese residuo. Lo que propone Keen para salvar la ecuación de producción habitual, la conocida como Cobb-Douglas, es impedir la sustituibilidad infinita de factores que criticaba Georgescu-Roegen en la función de producción modificada Solow-Stiglitz a la que antes nos hemos referido.


Como bien dice el mismo Keen, se trata solo de un paso, que en mi opinión, otros antes ya habían dado, pero reconoce que la única forma de iniciar el camino es haciendo las preguntas correctas e iniciando un nuevo programa no degenerativo como el que domina la economía actual.