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lunes, 27 de febrero de 2017

Tecnofilia y organofobia: Bésame mientras me matas, querida máquina


"La primeras 40 horas fueron las más complicadas. De aquí a pocos minutes volveré a tener móvil y todo volverá allí donde estaba [...]. Creo que el mono dura 48 horas. La palabra que utilizaría es vacío. Me fui apuntando las veces en que tenía necesidad del móvil. El domingo, en 5 o 6 horas, tuve el impulso de usar el móvil más de 20 veces y el día siguiente 40. Cuando hablo de impulso de móvil me refiero a ponerme la mano en el bolsillo, notar la vibración incluso cuando no existía y sintiéndome pensando que ahora haría esto o lo otro con el móvil. La gran mayoría de veces que quería utilizar el móvil no entendía bien el por qué".                

Xavi Bundo, director del programa Via Lliure de la radio catalana Rac 1 después de dejar su móvil una semana en una caja cerrada con un temporizador.



Figura 1. Pikachu muestra a la muchedumbre el camino hacia el colapso que nos garantiza la Tecnosfera, en el videoclip reciente de Moby, These Systems Are Failing (Estos sistemas están fallando)

1. Introducción

Numerosas son las historias de sirenas y sirenitas, desde la guerrera de Varsovia hasta el cuento de Hans Christian Andersen llevado al público de masas por Walt Disney, pero ninguna es tan conocida como aquella en la que los cantos de la Sirena más perfecta que la imaginación puede dar seduce a un puñado de marineros con una voz angelical e hipnótica para acabar devorándolos en lo más profundo del mar.

Hoy en día determinadas tecnologías nos bombardean con cánticos de sirena de todos los colores, olores y sonidos imaginables, especialmente desde la revolución digital de las tecnologías de la información por medio de la electrónica. Casualmente, esta semana el canto de sirena mundial se concentra en Barcelona en el Mobile World Congress (MWC para los hípsters). En él se ponen encima de la mesa las últimas novedades del mercado del teléfono inteligente y de nuevas tecnologías asociadas a éste.

El mismo periodista Xavi Bundó, director del programa Rac 1, acabó ayer un experimento que consistía en encerrar su Smartphone en una caja con un temporizador durante una semana. Justo al abrirse la caja comentaba “Ahora es el momento en el que el móvil me querrá matar”. Los oyentes imaginaban que tendría más de 1000 mensajes whatsup. “Vamos ya por las 500, 600… Iremos un momento a publicidad porque el móvil está entrando en pánico. “Vamos ya por las 767. ¿No puedo leer todo esto verdad? Dadle al móvil 2 minutos porque está agobiado.” Pasados los dos minutos se reveló la cifra final. 1308 mensajes whatsup. “Ya tengo la cifra: 1308 whatsup. ¿Cuánto tiempo me pasaría leyendo todos estos mensajes?

Fue una escena realmente divertida pero que al mismo tiempo es muy sintomática de nuestros tiempos y de cómo una parte importante de la población ha integrado las tecnologías de la información de forma importante a sus vidas. Al final del suspense sobre el número de mensajes recibidos uno de los contertulios explica que de hecho existe ya el antimóvil que, actuando como sustituto, el Nophone. Los autores comentaban lo siguiente en un reality show donde distintos “tiburones millonarios y multimillonarios” deciden en que propuestas invertir: “te permite siempre tener un rectángulo de plástico frío y suave que agarrar sin privarte de tus actividades en tu entorno. No experimentes nunca más el inquietante sentimiento de la piel con la piel cuando cierres tu mano”.

Hemos llegado al extremo en el que, en un sistema civilizatorio que está estructuralmente programado para el crecimiento en forma de expansión del valor de cambio y por tanto de su metabolismo (uso de energía y materiales), necesitamos más tecnología para minimizar nuestra adicción a la tecnología, creando nuevos mercados más allá de los límites del mercado mismo. Es una situación realmente cómica y esperpéntica al mismo tiempo. Es como la persona que sabe que es alérgica a los frutos secos, pero no puede resistirse a comérselos cada noche junto a su plato favorito y que prefiere ir cada día a urgencias o tomarse una pastilla, sabiendo que su estómago a la larga acabará destrozado.

Creo que es importante matizar que la cuestión de la tecnologización creciente de la sociedad no debe focalizarse exclusivamente sobre el consumo final (generalmente en debates ecologistas se suele reducir a ésta cuestión) sino que tiene que ver también con la producción y por tanto con el empleo y los bienes intermedios. Es decir, no solo tenemos dependencia en nuestras satisfacciones finales en forma de bienes y servicios de la tecnología, sino que es impensable pensar hoy en día en un sector laboral en el que no haya llegado un nivel de sofisticación tecnológica inmenso que el sistema suele auto justificar de forma sencilla: es necesario pues aumenta la productividad, el crecimiento y aporta empleos de calidad con salarios crematísticos más elevados (cosa que es cierta) y esta es la única manera de salir de la crisis. No hay alternativa. No es aceptable que alguien diga que está dispuesto a ganar menos dinero si a cambio se puede preservar la tierra en la que vivimos para que futuras generaciones puedan seguir habitándola en coexistencia con otras especies.

En los dos artículos anteriores sobre esta serie de tecnología introducimos la importancia de tener una perspectiva biofísica desde el metabolismo social por un lado y una de su evolución histórica por otro y en este tercer artículo quisiera intentar esbozar brevemente en la espinosa cuestión de nuestra relación emocional, psicológica y espiritual con la Tecnosfera, esa propiedad emergente de nuestra civilización que está ocupada canibalizando a la biosfera a pasos agigantados. ¿Cuáles son las "estrategias" que usa pues la Tecnosfera para lograr acelerar nuestra dependencia a sus cantos y tentáculos biodepredadores?

2. Microdinámicas que nos llevan a la Macroruina: una teoría multi escala del némesis tecnológico

El punto de partida de este artículo es una teoría ampliada a partir de los trabajos de Dmitry Orlov, Bodhi Paul Chefurka, Carolyn Baker, Theodore Kaczinsky, Carlos de Castro, Sofía, Evgeny Morozov, Mario Giampietro y algunos apuntes psicoanalíticos de psicologia de masas y que sirven como apoyo a mi tesis de máster sobre metabolismo social y posibilismos tecnológicos a distintas escala y niveles dentro de éstas. 

La hipótesis principal de este artículo, siguiendo la reciente propuesta de Dmitry Orlov en combinación con algunas enseñanzas de neurología, psicología y de las ideas de metabolismo social multi-escala de Mario Giampietro (ver apartado último para saber más) y otras tantas de neuropsicología y psicoanálisis, es que la tecnosfera tiene una propiedad emergente que es innata y estructural también en la modernidad y su idea de progreso (materializada en capitalismos liberales, socialdemocracias, comunismos, fascismos y híbridos entre todos estos). Dicha idea se fundamenta en la idea de expandirse explotando a los diversos agentes a diversos niveles dentro de las escalas tanto temporales como espaciales para lograr su objetivo: el dominio y control total sobre la biosfera. El hecho de que opere a distintas escalas (temporal, geográfica, política) y distintos niveles dentro de ésta (micro, meso, macro o corto, medio y largo plazo) hace inoperativa e imposible una definición de sostenibilidad impredicativa (fuera de un determinado contexto) y ese es uno de los motivos por los que es una palabra tan semánticamente abierta y apropiable por cualquier actor e ideología. Además complica para los propios agentes la comprensión del sistema en su conjunto y por tanto emergen organizaciones e ideas búnker o silo en los cuales no se ven los problemas y limitaciones de las soluciones propuestas en toda su complejidad.

La tecnosfera consigue su objetivo fundamentalmente explotando los deseos y necesidades (algunos perjudiciales para la propia persona y otros útiles) de una persona o colectivo apelando generalmente a cuestiones emocionales que operan de forma muy subconsciente, dado que la memoria emocional pare ser el primer nivel de codificación de la información que tenemos los seres humanos a la hora de interpretar información y generar recuerdos (más sobre este en apartados posteriores). La tecnosfera lo va conquistando todo a partir de mil y una estrategias prácticamente personalizadas, haciéndonos más y más dependiente mientras nos camufla las repercusiones negativas que tiene sobre el todo, tanto a nivel espacial en el corto plazo como a nivel temporal en el futuro.


Figura 2. La memoria emocional opera de manera que al recibir un estímulo se procesa en el cerebro en menos de 0,1 segundos. En este caso la imagen del perro pianista llega en forma de boceto a la amígdala (centro emocional del cerebro) a partir del tálamo que comprueba si dicho estímulo genera emociones y si es así entra en una especie de “base de datos emocional” incluso antes de que seamos conscientes. Posteriormente la memoria sensorial entra en juego, a posterior lo hace la memoria a corto plazo a través de la asociación a partir de imágenes anteriores y a continuación le sigue la asociación semántica. A continuación la memoria episódica retiene el recurso siempre y cuando se establezcan conexiones neuronales a través del hipocampo y finalmente se pueden acabar consolidando en nuestro lóbulo frontal a través del lóbulo temporal y frontal izquierdo

En este sentido pues no veo como culpable de nuestra grotesca y dolorosa situación mundial a nadie, a ninguna corporación ni a ningún individuo o incluso grupo particular pues cada uno juega su papel dentro de las dinámicas posibles dentro del sistema. Dada la tendencia de los sistemas vivos y no vivos complejos como huracanes, erupciones volcánicas… a intentar aumentar su eficiencia en la disipación de energía y a expandirse, la tecnología no es más que una manera muy eficiente de  aumentar la capacidad de disipar energía y así aumentar la complejidad social (entendida por ejemplo como un aumento de la especialización en el trabajo y capacidad de consumo de bienes y servicios), aunque en nuestro caso lo hace a costa de la depredación de la vida, mientras que un bosque amazónico no (¿Quizás vamos demasiado rápido de forma inconsciente?).              

Estas dinámicas pueden tener su origen en una interpretación termodinámica de nuestra civilización como apuntaba hace ya unos años Bodhi Paul Chefurka de manera que nuestra civilización (cualquier civilización expansiva) actuaría como un motor de combustióncomo una estructura disipativa que de forma inconsciente y “programada” a un nivel incluso más profundo que el genético determinaría de forma probabilística cuasi determinista cada decisión que hacemos, todo en el marco de la segunda ley de la termodinámica y bajo el Principio de Potencia Máxima de Lotka-Odum.

If we are all to some extent being shaped by 2LoT, then there is little value in blaming others for the predicament we are in.  Whether one is a peasant or a president, we are each simply filling one of the available roles in the thermodynamic system of civilization, each according to our opportunity and to the best of our ability.  As a consequnece, CEOs are on average probably no more or less deluded, evil or misanthropic than any of the wage slaves working for them.  In my opinion, of course. This leads to my conclusion about what I personally think is appropriate action.  To put it plainly, I feel that no one course of action is intrinsically better than any other.”

Hace unos meses Bodhi y un servidor tuvimos una discusión en Facebook en la que le argumentaba que, aunque la termodinámica pone límites hay otros muchos factores que ponen límites y que no por eso desaparece la agencia individual o colectiva y debemos entrar en un determinismo pesimista-colapsista. De hecho, es el reconocimiento de que hay límites en una escala espaciotemporal concreta la que nos otorga libertad, entendiendo que la vida como tal busca también trascender los límites y expandirse pero que no lo puedo hacer a cualquier precio y de cualquier manera como lo hace nuestra civilización global. Si no somos capaces de aceptar esto es mejor que nos extingamos como especie y que dejemos a las amebas, seres más simples tomar el mando (hasta que aparezcan de nuevo formas más complejas de vida), como lo hacía Georgescu Roegen de forma irónica en su imprescindible artículo Energía y Mitos Económicos

3. Plano colectivo y plano individual. Dos ejemplos de explotación emocional a distintos niveles

Un par de ejemplos pueden ayudar a entender mejor esta cuestión de cómo la tecnosfera “juega” a distintos niveles (de lo macro a lo micro) a través de la escalas espaciotemporales  imponiendo su voluntad a través de esa explotación a través de los discursos que apelan muy a menudo a lo emocional y lo establecido socialmente aprovechándose de unos supuestos beneficies locales (nivel micro dentro de la escala política-geográfica) pero con repercusiones globales negativas (nivel macro dentro de la escala político-geográfica).

El primer caso es del de la reciente controversia sobre la explotación de uranio en Narsaq, Groenlandia. Esta pequeña población de la isla norteña acusa una pérdida de población del 10% en una década y el mayor desempleo de toda la isla. Antes era un lugar donde prosperar gracias a la pesca de gambas con una incipiente industria que cerró hace 6 años y que ahora es un matadero de corderos. Solamente la apertura de una escuela primaria y de un hotel parecen mantener en vida a Narsaq. Sin embargo las prospectivas de una nueva mina de uranio pueden hacer cambiar esta situación y The Guardian narra magistralmente las implicaciones que puede tener su desarrollo:

"Lo que el resto del mundo ve como una ruina, es visto como oportunidad para los políticos locales. El derretimiento del hielo hará algunos minerales más accesibles y revelará otros que todavía son desconocidos. La atención que el cambio climático ha suscitado en Groenlandia también ha hecho al país más codiciado para las destinaciones turísticas. En la última década, ha habido un gran incremento en el número de cruceros que se detienen en la costa, y hay planes para construir nuevos aeropuertos".

Es decir, el cambio climático y la creciente demanda de minerales raros y uranio hacen que una población local decida intentar explotar eso y así conseguir la ansiada “independencia como país”, eufemismo para no tener que depender de los grandes subsidios procedentes de Dinamarca. De materializarse el proyecto la tecnoesfera aumentaría su complejidad, colonizando tierras que jamás han sido contaminadas e incluso podrían llegar a atraer más investigadores y turistas en avión y cruceros a la vez que se genera contaminación local y más emisiones asociadas que bingo, empeoran el cambio climático y cierran el ciclo de retroalimentación positiva. La buena voluntad local para atraer inversiones en una población diezmada por las dinámicas de demanda globales y el colapso de los ecosistemas locales se materializa a través de eslóganes que siguen alimentando las dinámicas crecentistas destructivas de nuestro planeta. Ib Larsen, el manager de operaciones de la empresa minera que debe explotar la concesión afirmó:

“You cannot live in a museum – you have the right to sustain your people. Is it OK for Europe to cut down forests, but object to one project in Greenland? It’s not a banana republic. This country is huge – one or two mines will not destroy its purity”.

Una o dos minas no pero una o dos minas aquí y una o dos allí quizás sí, amigo Larsen. Un político local, Qujaukitsoq dice:

“It’s a question of mentality, and whether you decide to be part of a progression or a passivity. Are we hesitant? No. We have no reservations about creating jobs.”

Así pues, el argumento se apoya en las ideas de progreso y de trabajo, dos palabras que van al corazón de cualquier persona. El progreso y el trabajo no son negociables bajo la actual estructura socioeconómica. La realidad es que, desgraciadamente, muchos de los cambios climáticos unidos a los procesos de colonización de la isla que tanto daño han hecho a los inuit como suele explicar la activista inuit Sheila Watt-Cloutier.

El segundo caso es un ejemplo de tipo personal. Reconozco que soy un melómano, hasta puntos que han llegado a ser patológicos. Mi amor por la música viene de muy lejos y es probablemente una combinación de una pasión que ha estado presente en mi familia desde muy pequeño, pasando por una especial sensibilidad que tengo hacia esta, el haber estado apuntado a clases de música de niño y el haberme acompañado siempre en momentos complicados, especialmente en la adolescencia.

Así pues mi gusto por la música, como el gusto de otra persona por otra actividad es una emergencia compleja de factores ambientales, culturales y probablemente innatos. De muy pequeño no tenía más remedio que ir a centros comerciales y pasarme horas escuchando fragmentos de canciones de algunos de mis artistas favoritos, pero con la aparición de spotify pude acceder a lo que siempre fue mi sueño, un conjunto ecléctico de artistas que me permite escuchar múltiples géneros musicales a una velocidad cuasi instantánea. Dado que siempre he sido muy ecléctico, ha cubierto un deseo-necesidad que ha sido (y sigue siendo) muy importante para mi estabilidad emocional y psicológica (y por tanto física).

Sin embargo uno no puede quedarse ciego ante las grandes repercusiones biofísicas y ambientales que tienen el hecho de que pueda acceder a spotify, que solo es posible como software gracias a un hardware monstruoso de ordenadores, servidores, grandes infraestructuras eléctricas, dispositivos electrónicos donde usar la aplicación y la proliferación de artistas en una era en que cualquiera con un ordenador y un mínimo conocimiento de cómo funciona una suite de composición como Logic Audio, FL, Pro Tools y un teclado vía USB tiene la capacidad de generar un contenido inimaginable hace apenas unos años.

Este no es una cuestión trivial pues dado que prácticamente la totalidad de las horas activas de nuestra vida nos las pasamos conectados (sea en el trabajo o fuera de éste) cuando uno se empieza a plantear los impactos negativos de todas estas “maravillosas” tecnologías las contradicciones empiezan a aflorar y uno se siente en un profundo estado de disonancia cognitiva muy perturbador. 

4. Sedúceme mientras me ahogas tecnosirena: control total y explotación emocional 

1.      Evoluciona históricamente: desde el homo habilis se puede considerar que los hombres hemos co-evolucionado con la tecnología. En sus inicios la tecnología era una herramienta para mediar nuestras relaciones con el entorno natural, pero a partir del paso a las civilizaciones agrícolas dominadoras la tecnosfera va tomando forma…

2.      …Desacralizando de manera deshumanizante y con incrementos en la complejidad: mientras que en el pasado muchas culturas mantenía una relación sagrada con su entorno y su tecnología (como por ejemplo los pueblos inuit del norte Canadá y Groenlandia) actualmente la vemos como un mero instrumento para satisfacer nuestras necesidades egoístas y desvinculadas del marco medioambiental en un contexto urbanita de alta enajenación del mundo natural...

3.      Sobrepasando sus propios límites y conquistando a la naturaleza y al propio hombre de manera que…

4.      …Si te identifica como amenaza te neutraliza como nos muestra el caso de Ted Kaczinsky, en prisión de por vida y con sus escritos embargados hasta 2049 después de dedicarse a amenazar medios de comunicación y personas con sus ideas anti-industrialización (cabe decir que a menudo violentas). 

5.      … Y busca cualquier resquicio para expandirse, explotando tus deseos/carencias emocionales y físicas, muy a menudo en el plano subconsciente o mostrándote los beneficios a corto plazo y generalmente en el plano individual...

6.      …Aborrece y odia la convivialidad comunitaria. Intenta siempre desarticular tribus indígenas, grupos y familias. La proliferación de la familia nuclear, el homus smartphonus y sus derivados individualistas son perfectos para que se siga expandiendo. Donde hay grupos fuertes, libres y autónomos dispuestos a morir uno por el otro no prospera…

7.      Trata a la vida como una máquina hobbesiana y lo camufla de forma astuta. Pensemos en como a menudo la industrialización animal se camufla en el marketing o en alta cocina, en largas cadenas de suministro, en las mejoras optimizadoras de bienestar animal (que suelen depender de más tecnología) … En algunas ocasiones parece que perece como en la numeración de los huevos de una gallina ha estado superesclavizada, semiesclavizada o subesclavizada (ENLACE VANGUARDIA) pero siempre como maquillaje para…

8.      …Aparentar que tiene un rostro humano y que siempre sirve nuestras necesidades…

9.      A menudo disfrazándose en palabras tangibles que alimentan el progreso… Conceptos como impresión 3D, robotización, ciudades smart, automatización, realidad virtual y aumentada, big data, autocuantifiación, gamificación, IA, algoritmos, digitalización etc, todo ellos ligados a...

10.  … Metaconceptos intangibles que sirven como mito y que llegan a distintas ideologías y tendencias políticas: internet de las cosas, economía colaborativa, economía del conocimiento, cuarta revolución industrial, sociedad del coste marginal cero…

11.  ...Teniendo en su centro el reduccionismo ontológico y epistemológico generalmente a un número medido en dinero. Difícilmente observaréis análisis multicriterio más profundos, las cuantificaciones en materiales o energía y los límites que imponen jamás son mencionados e incluso menos aspectos cualitativos de tipo ético o psicológico

12.  …Y así nunca te enseña sus raíces más profundas. No oirás en tertulias una crítica voraz a la minería o la agricultura o la pesca (que son las que generan el excedente energético necesario tanto a nivel endosomático como exosomático de nuestro metabolismo social: si hay críticas serán puntuales e irán dirigidas a la optimización o la cuestión social, no biofísica)…

13.  …Cuando se cuestiona la tecnología desde las tecnologías el discurso siempre se centrará en tecnologías que usamos en el día día en nuestro consumo (ordenador, teléfono…) y tenderá a ofrecer soluciones tecnológicas a sus problemas que pueden generar más problemas como muestra el ejemplo anterior de Northword (que consume más recursos plásticos para empezar)…

14.  …Si en un lugar no puede prosperar se larga a otro o se cambia de vestido y aunque en el primero se pueda entender como victoria, en su conjunto se sigue expandiendo. Esto se conoce como displaced impacts (impactes desplazados) y lo cuenta el ecólogo Charles A.S Hall en su libro Energy and the Wealth of Nations (energía y la riqueza de las naciones) cuando afirma que después de que políticos locales aceptaran que los sistemas de refrigeración de una central nuclear cerca del río Hudson usaban tanta agua que trituraban peces decidieron provisionarse a partir de una central hidroeléctrica en Quebec que acabó inundando miles de hectáreas de tierra en el Norte de Quebec contribuyendo a la destrucción de las tierras de caza y recolecta de las que tribus indias Cree dependían y envenenándoles con mercurio interceptado por rocas inundadas finalmente alcanzando la cadena alimentaria…

15.  Y cuando el discurso no funciona pasa a la acción violenta, especialmente en los países que no tienen la suerte de ser “democráticos”. La policía, el complejo industrial-militar-corporativo… son instrumentales para el acaparamiento de tierras por ejemplo que está teniendo lugar en muchos lugares de África gracias a los crecientes caprichos y necesidades de una sociedad China que no para de crecer y por si no fuera poco…

16.  Se fundamenta en el patriarcado, en una imposición de valores naturalmente masculinos propios de nuestra civilización basados en la expansión, la movilidad, el individualismo exacerbado y que adquieren su simbología en tecnología como las armas o dispositivos con formas fálicas y de expresión hacia afuera en contraposición con aquellas que tienen valores más redondos y relacionados con la conversación y a la naturaleza como una vasija o un útero…

17.  …De manera que lo que busca es el control total y la tecnologización creciente de todos los sectores y estamentos sociales mediante la manipulación de los propios seres humanos que pasan a ser peones al servicio de la tecnoesfera (dada que esta no es autopoiética, no se puede reproducir por ella misma por ahora) y que por tanto muere matando la biosfera inconscientemente.

5. Complejificación y desacralización en la era de la megamáquina asesina

     Este seguido de ideas se materializan de forma empírica en nuestros distintos sectores económicos. Nos fascinan las máquinas más y más grandes que son capaces de extraer más y mejores recursos mineros, el discurso del progreso en la agricultura nos lleva a reducir los problemas agrícolas a tecnologías más Smart que optimicen el riego con sensores inteligente, desarrollen organismos modificados genéticamente y apliquen drones para optimizar los sistemas de monocultivo que ya de por si son anti-naturales (¿vemos monocultivos en un bosque amazónico?) todo para seguir aumentando la productividad por hectárea y seguir dándole una patada en el culo a los campesinos en la tierra, que deben ser sustituidos por la Tecnoesfera. También se materializa en el negocio de la salud donde se prefiere buscar soluciones específicas en forma de pastilla en vez de indagar en raíces de tipo más holístico en enfermedades como la obesidad, la diabetes o los trastornos psicológicos. Y así podríamos seguir ad infinitum en un mundo que parece que tiene que pasar con la inevitable proliferación de la Megamáquina, esa tecnofilia que quizás existe porque somos organofóbicos, porque hemos heredado una concepción de la natural como enemigo y de los valores humanos (amor, intuición, solidaridad) que nos han hecho prosperar como especie hasta hace bien poco como algo a desconfiar y minimizar.

     De esta manera hemos llegado al punto de que: 1) no entendemos las tecnologías que usamos, 2) los que crean nuestras tecnologías no entienden mayoría de tecnologías necesarias para su tecnología gracias a la hiperespecialización, 3) no tenemos control sobre éstas, sino que nos controlan a nosotros y finalmente 4) han cambiado nuestra relación histórica con la tecnología pasando a explotar nuestras necesidades y deseos compulsivos socavando nuestra autonomía, libertad y autosuficiencia colectiva.


    No he visto todavía a nadie acariciando o teniendo en alta estima a un pedazo de plástico frío con agujeros aunque no podemos decir lo mismo del martillo que ha pasado de generación de herrero a generación de herrero o de aquella vasija cerámica decorada y de gran valor artístico para nuestra abuela.

6. Realidad aumentada y cruda realidad. Psicología de masas en la época digital


     Un reciente artículo de José Ramón Ubieto analizaba algunas de las claves de la psicología de masas en nuestra era digital recientemente. A partir de ideas psicoanálitcas de Freu o el heterodoxo Jaxques Lacan el autor apuntaba a que la subjetividad del homo globalizatus debía buscarse en sujetos desorientados en busca de una referencia identitaria y que a falta de encontrarla en viejas glorias políticas o religiosas (como el catolicismo, el comunismo como alternativa, culturas pre-modernas que ya han sido prácticamente exterminadas en su totalidad…) se cimientan en el hedonismo radical, en el placer que se materializa en las múltiples caras (añado) de la Tecnosfera. El éxito de ideas como la de cazar Pokemon por las calles de una ciudad sirven para generar una comunidad virtual que copera pero en la que se reproducen valores fundamentales del sistema (tienes que ser el mejor cazador y el que más arriesga saltándote todo límites pues el límites te lo pones tu). Comunidades virtuales dan respuesta a la no aceptación de ciertas realidades a partir de un doble mecanismo de indignación-identificación del culpable como teorizaba Eric Laurant. El odio se instrumentaliza com respuesta a menudo al odio a la propia realidad o a uno mismo como nos muestra día tras día el caso del Estado Islámico que recluta jóvenes que muy a menudo provienen de familias donde el padre no es un referente (y este se busca de forma más horizontal por ejemplo en los hermanos que pueden ser captados por células terroristas).  

     Las múltiples identidades que muchos reclamaban en los 60 y 70 en ese movimiento contracultural han sido finalmente manipulados por la creciente Tecnosfera ofreciendo microcosmos culturales disfrazados de diversidad (los ismos: veganismos, fetichismos, hipsterismos…) que son muy útiles para ofrecer salidas individualizadoras a un problema de pérdida de identidad y dolor emocional-psicológico.

     La Tecnosfera pues parece que nos reduce a meros números con todo un seguido de estrategias de los más sutiles a partir de dinámicas micro que emergen en un todo destructor de lo ecológico y lo social. En el próximo artículo hablaré de posibles estrategias en el plano emocional tanto colectivas como individuales que autores como Claudio Naranjo, Dmitry Orlov, Carolyn Baker o la red de transición España proponen para poder volver a tener una concepción de límites en la tecnología que permita resacralizarla, que noquee a la Tecnosfera (o incluso la elimine) y que por tanto nos permita esbozar las primeras líneas sobre que podemos empezar a hacer ya para ganar en autonomía, libertad y autosuficiencia.  



lunes, 20 de febrero de 2017

El cubo y la ola

La película Cube se estrenó en 1997, poco antes de que alcanzaran su momento culminante las protestas contra la globalización. Quizá este ambiente inspiró su diálogo central. El planteamiento de la película es el siguiente: varias personas despiertan dentro de una estancia cúbica sin saber cómo han llegado hasta ese lugar y sin conocerse. La estancia comunica por todas sus caras con otros cubos que a su vez llevan a otros. Tratan de salir al exterior pasando de cubo en cubo pero algunos cubos esconden trampas mortales. En el siguiente diálogo uno de los personajes revela que, por su trabajo, sabía algo sobre esa construcción en la que están atrapados... pero no todo.


Lo que describe el personaje recuerda a lo que ocurre con la globalización. Un número creciente de personas viven hoy día forzadas a relaciones impersonales en empleos especializados en los que se limitan a cumplir con una función parcial y a los que no ven un sentido profundo que puedan comprender y sobre el que puedan decidir. Tampoco es posible cuestionar la finalidad general en la que se insertan esos trabajos. Y la misma lógica de limitación de la capacidad de decidir se aplica a los propios parlamentos nacionales, ahora reos de una integración comercial chantajista que dicta sus órdenes políticas en nombre de impersonales mercados como si estos generaran automáticamente leyes racionales y democráticas.

Los mercados, sobra decirlo, están determinados por el poder del dinero y de quien lo detenta. Los índices bursátiles no reflejan la evolución de la opinión pública como si el valor de una acción fuera el voto de una persona. Y este poder del dinero en los mercados indica que existen responsables de la globalización muy interesados en ella. Pero estos responsables también actúan de un modo fragmentario, sin una gestión conjunta que velara por que la injusta y antidemocrática maquinaria que han construido fuera al menos gobernable y no adquiriera un rumbo propio que puede acabar con todo. Simplemente se confía en una lógica, "funciona bajo la ilusión de un plan maestro" al que seguimos por las expectativas que proporciona a pesar de que hoy día está bastante generalizada la conciencia de que "estropeamos el mundo". La doctora -la mujer rubia que habla en este diálogo- no carece de razón al señalar a unos responsables concretos, pero la maquinaria global ha sido diseñada precisamente para que no pueda ser controlada, poniendo mucho celo en que las reglas queden al margen del control humano una vez acordadas en tratados o instituciones independientes -sin "injerencias" políticas, dicen-, se ha vuelto una lógica deshumanizada e ingobernable. ¿Por qué los parlamentos no pueden poner límites ambientales efectivos aunque restrinjan el crecimiento, o límites sociales frente a la exclusión social a pesar de que ya producimos mucho más de lo necesario para cubrir las necesidades materiales de todos? ¿Cómo hemos llegado a este punto? "La razón por la que estamos aquí es que todo está descontrolado"... y así seguirá a menos que decidamos dejar de confiar la política a la lógica del interés individualista, o lo que es lo mismo, a la lógica autómata del mercado global autorregulado.

Cuando el mercado autorregulado hizo su aparición en el seno de las naciones y pasó a ser la principal institución económica fue engullendo la organización social previa, y con ello alcanzó la relevancia de un régimen político. El mercado trataba a las personas como meros inputs a explotar del modo más eficiente, tomando los medios de subsistencia en forma de salarios como costes a reducir, y tomando la naturaleza como recurso cuyo agotamiento futuro no se considera en las fórmulas. Esto llevó a exigir de los estados y de su legislación mecanismos de compensación por la nueva y cruel dependencia de un mercado. Pero la expansión supranacional del mercado ha hecho trizas la capacidad política de los propios estados, ahora dependientes de los criterios mercantiles privados. Si la dependencia del mercado libre ya pone difícil cualquier tentativa de frenar sus diversas formas de explotación, so pena de obstaculizar su funcionamiento, la subordinación de las naciones a un mercado que las trasciende hace perder toda esperanza de poder reconducir sus externalidades. Por su mera existencia, la globalización impide la racionalidad democrática y es ciega a los intereses a largo plazo o a los limites ambientales. Urge revertirla desde el mismo corazón financiero de su concepción, que como un virus, mata al huesped que lo aloja.

En este contexto y ante las consecuentes crisis, el aumento de la desigualdad y la precarización del trabajo asalariado, no debería resultar extraño que la perplejidad y la confusión generalizadas lleven a los votantes a optar por una reacción de pura ruptura con el mecanismo global apoyando a quien la prometa. Las protestas contra la globalización antes citadas, lideradas por la parte más consciente de la sociedad, fueron ignoradas, y ahora se están pagando las consecuencias. Gran parte de la izquierda fue partidaria o connivente con la globalización, quizá engañada por un legítimo espíritu universalista pero que en este caso no tenía nada que ver con el internacionalismo de clase sino con una integración comercial al servicio de las élites. Y los principales sindicatos se acomodaron en la gestión de acuerdos en las fábricas patrias y carecieron del empuje cultural y de la ambición globalizadora que sí mostraron los propietarios neoliberales. En consecuencia es la derecha nacionalista la que ahora está recogiendo el descontento en muchos países desarrollados.

¿Qué implicaciones tiene este giro político? De entrada es necesario apreciar el nacionalismo económico por cuanto reduce la insostenibilidad debida al descomunal movimiento de mercancías así como la dependencia económica del incontrolable entramado comercial global. Sería deseable llevar aún más lejos una relocalización de la producción dentro de los propios estados en la medida de lo posible, (algo a lo que podrían contribuir las pujantes tecnologías de fabricación distribuida y a demanda si se insertaran en otra lógica económica, o las cooperativas de consumo agroecológico por poner algún ejemplo de la economía solidaria). En este sentido, es grato constatar que los tratados comerciales y las instituciones económicas supranacionales no son aún intocables y pueden deshacerse. Además, los parlamentos nacionales son las únicas instituciones políticas que, a día de hoy, y si recuperaran su poder librándose del chantaje de los mercados, podrían recoger la expresión de la voluntad democrática y ponerla de nuevo por encima del condicionamiento económico de los mercados.

Pero aquí nos encontramos con otro peligro. Como ya ocurriera en el pasado, una involución nacionalista que no distinga los males de la globalización y que se limite a negar todo universalismo llevando a un repliegue de las poblaciones identitario, sectario y competitivo, puede traer consecuencias aun peores. Porque nacionalismo puede no significar simplemente una forma de recogimiento económico y político sino una apuesta por el encumbramiento de la nación propia sobre las demás en los rankings económicos, (aunque esto suponga una mayor degradación ambiental dentro del territorio, la explotación entre naciones y el deterioro de la convivencia), o incluso una más idealizada apuesta por la supremacía de la patria de cada cual. 

Para ilustrarlo podemos acudir a otra película, en este caso basada en un experimento real. Se trata de La ola, (2008). (Existe una adaptación previa de 1981 para la televisión). El argumento es el siguiente. En un curso de una semana para explicar qué es la autocracia el profesor decide simular la creación de un movimiento fascista. Aparentemente ninguno de los participantes, adolescentes de la parte acomodada del mundo, tiene motivos claros para sentirse atraídos por algo así. Pero el experimento acaba revelando una necesidad de pertenencia grupal que tienta a muchos de ellos, incluido el propio profesor, convertido en el líder del movimiento, y esto les lleva a tomárselo en serio más allá del curso.


En la versión de 2008, llama la atención lo mal parados que salen los anarquistas en la forma de ser representados en la película, empezando por el profesor, que en realidad quería dar el curso de anarquía y acaba seducido por su propio experimento de autocracia revelando un carácter autoritario. Y las ideas del movimiento que llaman La Ola son de izquierda antiglobalización, aprovechando la escandalosa desigualdad de nuestros días, esa flagrante injusticia que no ha hecho sino aumentar en las últimas décadas. Conociendo la manipulación ideológica habitual en el cine moderno, diría que es algo intencionado, para desacreditar estas tendencias ideológicas. Además, para conformar su movimiento, el profesor apela a un espíritu comunitario novedoso para los participantes, y que a la postre también queda en mal lugar, como algo peligroso.

Pero cabe hacer una segunda lectura: cuando el profesor instrumentaliza ese espíritu comunitario desconocido para los alumnos, y que parece despertar algo ilusionante en ellos, está delatándose una carencia de nuestro mundo. Nuestra civilización no da respuesta a aquello para lo que estamos naturalmente constituidos, y como en toda represión, la desinhibición puede arrollar la psique humana de una forma desequilibrada. (Algo que, por cierto, también trata de explotar el coaching empresarial). Esa falta de ese sentido comunitario en la vida cotidiana, el desarraigo cultural y el desamparo propios de la expansión de los mercados como institución hegemónica de la sociedad, (primero a escala nacional y ahora globalmente), pueden acabar haciendo atractivo un movimiento autoritario que apele a la protección desde sentimientos de identidad y pertenencia excluyente en competición con el resto del mundo.

Esta es la reacción que está detrás de los nacionalismos emergentes en los estados opulentos que tratan de atrincherarse competitivamente frente a la desprotección y los daños sociales propios de la globalización cuando estos han empezado a generalizarse, (a pesar de que han sido las élites de estos estados las que han desestabilizado el mundo con la imposición de sus políticas globalizadoras y de sus intereses desde hace mucho tiempo). No hay un movimiento popular fascista detrás del apoyo a los actuales líderes nacionalistas ni estos proponen una autocracia, pero comparten y promueven valores que nos acercan a esa forma de ver el mundo. Quien no crea que esto puede ir más lejos quizá no habría creído que Hitler podía llegar tan lejos considerando sólo sus primeros años de relativo éxito.

¿Y acaso estos partidos de derecha no van a defender el poder global de sus élites patrias? El carácter primario y excluyente del ideario nacionalista con el que se está reivindicando esta relocalización, marcada por la primacía -América first- y no sólo por los argumentos racionales contra la globalización, puede acabar desembocando en un mayor deterioro de la convivencia global, y en una mayor indiferencia hacia los límites naturales del crecimiento económico. El nacionalismo se encuentra ante la misma encrucijada planetaria que también la izquierda desprecia. Tal y como se proponen hoy día ambos movimientos, sólo buscan ser una alternativa para crecer con más fuerza o para renovar esa expectativa.

La ausencia de una estructura de reglas para la gobernanza internacional, dejando esta al albur de la razón de estado, (de cada estado), lleva a las relaciones internacionales la lógica individualista que el sistema de mercado requiere de todos nosotros pero ahora adoptada por los estados como agentes económicos. El egoísmo nacional de este no-sistema facilita que tarde o temprano pueda producirse una ruptura de la convivencia pacífica, (como ocurrió con la ruptura del concierto europeo a principios del siglo XX). Dada la necesidad de alimentar el mercado del que depende la sociedad también dentro de las naciones, la paz pasa a ser algo secundario. Y en cualquier caso, este comportamiento nacional acabará desbaratando los recursos de uso común a gran escala -atmósfera, océanos, biodiversidad- amplificando así la habitual tragedia del mercado como principio gestor de los bienes no regulados.

Podemos citar varias noticias que apuntan en esta dirección, aun de modo incipiente: la amenaza del Reino Unido de convertirse en un paraíso fiscal, la tensión surgida entre EEUU y México, Irán o China, el negacionismo sobre el cambio climático, el nuevo impulso de las tuberías de gas y petróleo que atravesarán los EEUU, una creciente y desinhibida xenofobia.



Tanto la globalización como el nacionalismo se centran en la rivalidad; son dos formas de competir y beben de ese mismo principio, (y en realidad ambas han continuado actuando en el pasado reciente sólo que con distinto énfasis, como muestran las guerras geoestratégicas y por los recursos). En ambos casos se busca jugar mejor una partida que, en el esfuerzo por ganarla, se supone traerá beneficios para toda la sociedad, (al menos la propia). Pero, como ocurre en el caso de la educación, el énfasis en la competencia lleva a elegir el camino más fácil para pasar la prueba a corto plazo, no el que aporta mayor comprensión o calidad en el desarrollo. En el caso que nos ocupa, el juego de la competencia nos lleva a elegir caminos que no tienen en cuenta ni el equilibrio social, ni el internacional ni la sostenibilidad; nos lleva a elegir el camino que sólo sirve para intentar pasar una prueba posicional en un sistema de valoración disfuncional.
 

¿Cómo construir una buena alternativa a la globalización, una sostenible, inclusiva y cooperativa en lugar de una explotadora, excluyente y que promueve la rivalidad?

Lo primero que deberíamos tener en cuenta es que las condiciones sociales no determinan nuestro comportamiento pero lo condicionan decisivamente. No es tanto una cuestión de causa-efecto pura y dura como de probabilidades. Podemos citar en este sentido otras experiencias equiparables a las de La ola, como el Experimento de Milgram o el de la cárcel de Stanford. Por eso es importante prever qué tipo de conducta promueve cada ordenamiento legal, cada estructura de incentivos y de poder, cada forma de concebir las relaciones internacionales o incluso los propios discursos de las personas con relevancia pública. ¿Hacia qué apuntan los discursos de Trump y de los nacionalistas europeos? ¿Hacia dónde los discursos de los economistas globalizadores?

Con la globalización, la megamáquina de Mumford se ha liberado de una cúspide que pueda identificarse fácilmente, y en este entorno deliberadamente inseguro y relativista, la ansiedad se traduce en un profundo deseo de algoritmos eficaces que ordenen la conducta y que nos resuelvan los problemas. Cuando esto falla y la compleja construcción empieza a causarnos daños, el mismo miedo -ese miedo a la libertad que describió Fromm- lleva a buscar el auxilio de líderes autoritarios. Pero este giro en las elecciones recientes permite comprobar que todo depende, al menos en  parte, de lo que promovamos colectivamente. También podríamos tomar las riendas de una forma más activa y cooperativa en lugar de confiar en algoritmos con desconocidos efectos secundarios o en liderazgos fuertes. Y por eso es importante definir los objetivos a los que convendría apuntar, o lo que no es muy distinto, elegir de qué modo nos organizaremos para avanzar hacia el incierto futuro.

Deberíamos evitar tanto el peligro del cubo, donde una estructura concebida racionalmente ha perdido de vista el sentido y la sostenibilidad, como el peligro de la ola, donde las soluciones primarias que parecen aportar sentido abandonan la racionalidad, utilizan la exclusión y renuncian a integrar en su modelo una propuesta de convivencia para todo el planeta, algo imprescindible hoy día por muy complejo que parezca.

Los políticos convencionales y sus medios afines, escandalizados por los éxitos del Brexit y de Trump, y por el ascenso del nacionalismo en Europa, en general se han limitado a hacer alharacas retóricas sin reconocer ningún mal concreto en el modelo de sociedad que tan interesadamente han promovido en las últimas décadas y al cual se aferran. Son aspavientos desesperados que no tienen posibilidad alguna de frenar la tendencia. Es más, ellos la han provocado. Para frenarla sería imperativo reconocer primero las consecuencias de la globalización.

La globalización hace aguas y tratar de salvarla insistiendo en su retórica es en vano. Para proponer alguna alternativa real y razonable es necesario asumir que la rentabilidad de los mercados financieros internacionales no puede constituirse como la piedra de toque de las valoraciones humanas al margen del criterio ético y político de los ciudadanos. Es necesario reconocer que los derechos de propiedad son sólo derechos, y como tales, deben estar sujetos al criterio democrático del que emana la legitimidad de todo derecho. Es necesario asimilar que las condiciones materiales no son lo más importante para nuestra realización personal, una vez superada cierta suficiencia, y que la biosfera, tal y como la necesitamos, no puede asumir un crecimiento indefinido de las mismas. Y es imprescindible definir, proponer y defender un modelo de convivencia planetaria alternativo que no nos deje en manos de la simple lucha por la posición.

El objetivo de esto último no sería tanto una implantación inmediata de este modelo de convivencia como establecer un polo de orientación que pudiera ir ampliando el número de países adeptos a medida que se experimenta con el mismo. Por muy lejano y meramente teórico que pueda parecer un proyecto de convivencia mundial, un modelo de gestión común para lo que nos concierne a todos, explicarlo enviaría un mensaje concreto a las emociones y a las expectativas de quien escucha aunque a la vez propongamos una relocalización de la producción y del poder político: no podemos desentendernos de la convivencia, de la tolerancia a la diversidad y de la gestión de problemas comunes; no podemos apelar a la selección de la nación más apta en un espacio de confrontación y de disposición incontrolada de una biosfera con claros límites, porque con los medios a nuestro alcance hoy día, eso acabaría con todo y con todos.


"Necesitamos algún tipo de re-casamiento de un poder y una política que actualmente viven divorciados."
Charla del recientemente fallecido Zygmunt Bauman en la presentación del documental En el mismo barco

Por lo tanto tendremos que innovar políticamente. La encrucijada inédita en la que se encuentra el planeta así lo pide. Ya no nos sirven los sistemas que degradaron el mundo con su dogmatismo a ambos lados del muro. Ya no nos sirven los muros. Tendremos que retrotraernos a aquellas bifurcaciones que quedaron olvidadas en la historia. Y tendremos que fijarnos en lo que florece en los márgenes. En este blog hemos hablado de algunas de esas alternativas. Y para este caso podemos tomar el ejemplo de un paradigma emergente que responde tanto a la tradición olvidada como a la más excelente y precursora innovación: el procomún, actualmente de plena actualidad en algunos ámbitos, (software y hardware libres, P2P, cultura libre, wikipedia), y a la vez apoyado en una vasta red de tradiciones a lo largo de todo el planeta de las que Elinor Ostrom intentó extraer algunos principios.


“El desafío al que nos enfrentamos es la concepción de nuevas formas de gobierno
que transformen necesariamente la naturaleza de la soberanía del Estado."


"David Bollier. Pensar desde los comunes,
(disponible en el enlace para su descarga y difusión).

El sentido que el autor da a esta frase es que "el Mercado/Estado no es capaz de persuadirse a sí mismo de la necesidad de establecer límites significativos a la actividad comercial que los está exacerbando." Y por tanto, es necesario conceptualizar de nuevo la economía de mercado y el Estado de acuerdo a lo que Michel Bauwens llama una triarquía "que comparte la autoridad gubernamental con el procomún: Mercado/Estado/Procomún". Pero en su planteamiento, Bollier reserva un papel para el estado en el ámbito de los comunes: como administrador fiduciario de los recursos de uso común que por su tamaño "necesitan estar bajo el cuidado del gobierno".  Y cita ejemplos como el Fondo Permanente de Alaska (con el que se financia el único ejemplo de Renta Básica Universal del mundo que lleva décadas funcionando).

Bollier también resalta la necesidad de crear nuevas instituciones:


"Es imposible gestionar de la misma manera los CPR [recursos de uso común] grandes y los comunes de un pueblo pequeño. Por eso se necesita una serie más extensa de sistemas institucionales y reglas legales (una «infraestructura de los comunes»).(...) Esto  nos  traslada  más  allá  de  los  comunes administrados  por  el  Estado,  hasta  dar  con  formas  completamente  novedosas de respaldo estatal para el procomún. (...) El  reto  al  diseñar  esto  consiste  en encontrar un modo de gobernar los CPR al nivel de gestión más bajo posible («subsidiariedad») y con múltiples centros de autoridad. Los niveles del procomún se diversificarían y cada uno se “anidaría” en un nivel más alto de gobernanza, lo cual responde al concepto de «policentrismo», idea que Elinor Ostrom exploró en su obra." (...) "Necesitamos nuevas federaciones en el sector procomún que tengan capacidad de movilización política. Debemos concebir innovaciones legales que brinden al procomún auténtica legitimidad ante la ley."

Pero podemos matizar o complementar esta visión de Bollier partiendo del contexto de globalización en declive que hemos explorado antes. Ese "respaldo estatal" que menciona presupone o requiere la presencia de estados con capacidad política, no lo que tenemos con la globalización. Por otra parte, la posibilidad del proteccionismo, que ahora empieza a emerger, muestra que el Estado sigue pudiendo actuar en sentido opuesto, limitando la actividad comercial y los compromisos internacionales, siempre y cuando la población lo exija. Pero, como hemos visto, desde su independencia el Estado también puede emular un comportamiento "individualista" o free rider en el contexto internacional, o continuar el proceso de cercamiento de comunes que acaba con ellos para inflar las cuentas nacionales. Por tanto la clave para la gestión de los recursos de uso común a gran escala puede pasar por una recuperación de la soberanía que al mismo tiempo reformule el sentido de este término, (como también sugiere Bollier): una soberanía no plena sino consciente de la interdependencia planetaria, (y que por tanto sería más bien autonomía); una soberanía basada en la democracia real y no en cualquier clase de poder dentro del estado; y una soberanía que distribuya su capacidad de actuar entre el estado, el mercado local y los comunes.

Quizá de esta forma, desde unos parlamentos democráticos que hubieran recuperado su capacidad política por encima de los mercados, sería posible, por ejemplo, establecer acuerdos y reglas de gestión compartida por distintos estados inspiradas en el procomún. Así como el paradigma del mercado autorregulado traslada a los estados la lógica del individualismo competitivo y los convierte en agentes (necesariamente egoístas) de un mercado global, podríamos inspirarnos en la lógica de los comunes -que no son bienes sino una conjunción de bienes, comunidad de usuarios y reglas de gestión- para que los estados actuaran como agentes suscriptores de acuerdos internacionales para la gestión sostenible de los recursos de uso común a gran escala o que no se pueden clasificar fácilmente, (atmósfera, pesquerías, biodiversidad, genoma humano, etc.), velando además por la inclusión y la estabilidad de las poblaciones firmantes de los acuerdos. Podríamos plantearnos los sistemas internacionales como un problema de acción colectiva en el que los sujetos agentes son los propios estados. Simplemente no hemos experimentado lo suficiente ni hemos dado con un capital social -en este caso resultante de la interacción entre los distintos países- que tenga éxito en una gestión común policéntrica tanto de la convivencia como del uso de la biosfera.

Pongamos un caso simple: hay que tener en cuenta que algunos de esos recursos de uso común a gran escala están insertos en territorios nacionales pero tienen una afección ecológica de alcance planetario, (como los bosques primarios), por lo que sería necesario llegar a acuerdos de compensación por la no explotación de los mismos y compartir globalmente el coste de su preservación, al igual que dentro de los estados se dota presupuestariamente el cuidado de los parques nacionales insertos en una provincia concreta pero que se entienden como un patrimonio nacional a proteger solidariamente.

Sea como fuere, (a través de nuevas instituciones transnacionales o por medio de acuerdos internacionales), lo que ahora debería estar preocupando hasta la obsesión a todos los países desarrollados o medio desarrollados es cómo proporcionar autonomía a esa gran parte de la humanidad que, si no la obtiene, va a quedar aún más excluida y empobrecida en las próximas décadas por problemas de sostenibilidad, convertida en refugiados climáticos o movilizada como fruto de las guerras por los recursos, y que lógicamente intentará desplazarse para salvarse, como ya ha empezando a hacer, por pura desesperación. Lo que estamos viendo en nuestros días no es una libre circulación de personas en un mundo solidario, equilibrado y tolerante, es una emigración masiva y forzosa, lejos del ideal de cualquiera de los que huyen, y provocada por la política de las principales potencias al servicio de sus corporaciones.

Más allá de la paz (o precisamente para lograrla y preservarla), habría que reivindicar la convivencia, un concepto que apela a la vida, no a un mero estado de la sociedad, y que requiere unas reglas adecuadas para garantizar la inclusión, el respeto y la sostenibilidad por encima de lo que convenga al “dinamismo” de los mercados o a la razón de estado. Todos deberíamos valorar mejor el talento desperdiciado con la exclusión global, talento que necesitamos para la aportación de soluciones comunes. Pero esto requiere dar acceso a la estabilidad vital y al conocimiento a todos los cerebros del planeta. 

Necesitamos una visión para el mundo alternativa, no centrada en la integración de los mercados y en la creación de deuda sino en el desarrollo de políticas públicas acordadas desde parlamentos democráticos para favorecer la autonomía económica de cada pueblo del planeta y para dotar de servicios públicos básicos a toda la humanidad. En lugar de tratados comerciales, necesitamos presupuestos públicos comunes para determinados objetivos compartidos. Necesitamos normas democráticas para la gestión internacional de recursos de uso común a gran escala. Y necesitamos que el comercio esté protagonizado por los estados en lugar de estarlo por las grandes empresas, cuya acción política (a través de lobbies y movimientos de capital) no responde a la democracia sino a una serie de funciones matemáticas que determinan la rentabilidad de sus inversiones y clausuran el sentido de nuestra actividad, (sometida a la lógica de un cubo impersonal). 

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