No hace falta ser un
observador extraordinariamente agudo de la realidad para percibir que
aquello a lo que llamamos socialismo, la socialdemocracia de toda la
vida, se encuentra en descomposición a donde quiera que miremos ¿No
lo cree usted así? Bien, veamos algunos hechos.
Manuel Valls, primer
ministro del gobierno del partido socialista en Francia, aprueba ley
tras ley, primero en febrero, luego
en junio para liberalizar la economía, siempre por decreto, para
evitar un posible bloqueo del parlamento, dominado por los miembros
de su partido. Cree que el socialismo es algo trasnochado, pasado de
moda, y
de vez en cuando propone cambiar el nombre al partido socialista
francés, eliminando precisamente la palabra socialista.
Un poco más al sur, en
Italia, el primer ministro Matteo Renzi, aplica políticas similares
a las de Valls. La componente social de su política no está muy
clara, cuando afirman que la protesta de los trabajadores es
la señal de que van en la dirección correcta. La componente
democrática todavía menos, cuando promueve y aprueba reformas de la
ley electoral que
marginan a los partidos minoritarios, y que le permiten
parapetarse en el poder.
Por último, en Reino
Unido el partido laborista ha sido vapuleado en las elecciones,
frente a unos conservadores que lo que promueven es otra burbuja. A
pesar de ello, el ex-presidente laborista Tony Blair, dedica
sus horas a acumular montañas de dinero, en dudosa correlación
con cualquier fin que pueda ser llamado social.
¿Socialdemocracia? Sí,
gobiernan en Francia y en Italia, pero en un país lo hacen con poco
apego a lo social, y en otro con escaso apego a la democracia.
Podemos ver estos hechos
como algo anecdótico, algo fruto de la casualidad y de las
circunstancias políticas nacionales. Sin embargo, yo creo que hay,
en parte, una causa común, e incluso que esta causa es la principal,
es el perro que mueve el rabo de la disolución de la
socialdemocracia ¿Cual es esta causa? En el fondo, es el compromiso
de la socialdemocracia con la modernidad, con un progreso mal
entendido. Este progreso mal entendido les lleva a aceptar una
globalización, que lejos de ser la única opción hacia una políticainternacional abierta, es una forma de cerrarla. Está muy bien
respetar todas las culturas, pero el multiculturalismo no se fomenta
estableciendo la competencia entre trabajadores de países ricos y
países pobres, y esa no es la única vía al desarrollo y de mejora
de las condiciones de los trabajadores de los países más pobres,
como nos demuestra la historia. En definitiva, y llegando a la raíz
del problema, lo que pretende la socialdemocracia es un aumento
continuo del poder y del control sobre la naturaleza, que en
definitiva implica un aumento del PIB.
En este punto es
interesante rescatar la crítica que hacía Lewis Mumford al
socialismo marxista, en su Historia de la Utopías
De haber sido de alguna utilidad, nuestro viaje por las utopías debería habernos enseñado lo patética que es la idea de que la clave de una sociedad buena se halla sencillamente en la propiedad y el control de la estructura industrial de la comunidad. [...] Si bien muchas de estas propuestas sostenían que la maquinaria industrial, bajo el socialismo, el corporativismo o el cooperativismo, debía servir al bienestar común, lo que les faltaba era una idea compartida de lo que es dicho bienestar común.
Si el socialismo marxista
pensaba que bastaba con sentarse frente al timón de mando de la
maquinaria industrial para solucionar todos los problemas, los
socialdemócratas no tenían una hoja de ruta clara, querían
modificar lo que había, la sociedad industrial, para mitigar los
problemas que sufrían los más desfavorecidos. Sus armas eran la
intervención del estado en la economía, y esta estrategia de
desarrollo obtuvo éxitos notables, como por ejemplo en Corea del
Sur. Pero en el mundo de libertad de movimiento de capitales que
surgió tras la caída de los acuerdos de Bretton Woods, dicha
estrategia estaba condenada a desaparecer. El capital había obtenido
una ventaja clave, la movilidad, y a los estados solo les quedaba
ofertar a la baja, rebajar las condiciones de vida de sus ciudadanos
para ser atractivos. En palabras de Zygmunt Bauman
Si el encuentro llegará a producirse por imposición del otro (encuentro entre el capital flotante y la autoridad local), apenas este (el poder local) intentara flexionar sus músculos y hacer sentir su fuerza, el capital tendría pocos problemas para liar sus maletas y partir en busca de un ambiente más acogedor, es decir, maleable, blando, que no ofrezca resistencia.
La globalización,
además, parecía algo positivo, un progreso, puesto que mitigaría
las molestas rencillas nacionales. Nada más lejos de la realidad, la
coordinación a través del mercado oculta que la cooperación
directa entre los pueblos es posible.
Llegados a este punto
creo que merece la pena echar la vista atrás, para ver lo que nos
muestra la historia. Nos lo cuenta Karl Polanyi en el capítulo 19 de
La Gran Transformación, Gobierno popular y economía de mercado:
En Gran Bretaña, desde 1925, la moneda estaba en una situación poco saneada. La vuelta al patrón-oro no se vio acompañada de un ajuste correspondiente al nivel de precios, el cual estaba claramente por debajo de la paridad mundial. Pocos fueron aquellos que se dieron cuenta de la absurda vía en la que el gobierno y la banca, los partidos y los sindicatos se habían embarcado de común acuerdo. Snowden, ministro de Hacienda en el primer gobierno laborista (1924), fue un acérrimo partidario del patrón-oro, y, sin embargo, fue incapaz de darse cuenta de que, al intentar restaurar la libra, había comprometido a su partido a encajar una disminución de los salarios o a perder el rumbo. Siete años más tarde, este mismo partido se encontró obligado -por el mismo Snowden- a hacer ambas cosas. En el otoño de 1931, la sangría continua de la depresión comenzó a afectar a la libra, y fue en vano que el fracaso de la huelga general de 1926 hubiese garantizado que no habría una ulterior elevación del nivel salarial, lo que no fue óbice para que se elevase el peso económico de los servicios sociales, a causa concretamente de los subsidios de desempleo concedidos incondicionalmente. No hacia falta un «golpe de mano» de los banqueros -golpe de mano que realmente existió- para hacer comprender claramente al país la alternativa entre, por una parte una moneda saneada y presupuestos saneados y, por otra, servicios sociales mejores y una moneda depreciada -estuviese la depreciación producida por los salarios elevados y por una caída de las exportaciones o simplemente por gastos financiados mediante un déficit-. Dicho en otros términos, había que optar entre una reducción de los servicios sociales o un descenso de las tasas de intercambio. Y, dado que el partido laborista era incapaz de decidirse por una de las dos medidas -la reducción era contraria a la línea política de los sindicatos y el abandono del oro habría sido considerado un sacrilegio- el partido laborista fue barrido y los partidos tradicionales redujeron los servicios sociales y, a fin de cuentas, abandonaron el oro.
En
definitiva, el partido laborista no pudo articular políticas para
favorecer a sus votantes, de reducción del desempleo e incremento
del nivel de vida, por su adhesión al dogma del patrón oro. Pero no
fue un caso único
En todos los países importantes de Europa se puso en marcha un mecanismo similar que produjo efectos enormemente semejantes entre sí. Los partidos socialistas tuvieron que abandonar el poder, en Austria en 1923, en Bélgica en 1926 y en Francia en 1931, para poder «salvar la moneda». Hombres de Estado como Seipel, Franqui, Poincaré o Brüning echaron a los socialistas del gobierno, redujeron los servicios sociales e intentaron romper la resistencia de los sindicatos mediante el ajuste salarial.
Todo
esto recuerda mucho a la situación actual, aunque ahora los “hombres
de estado” lo que tratan de salvar no es el patrón oro, sino el
euro o la globalización. No dudo que la "sabiduría convencional" actual, puede ser tan mala como la de los años 20 y 30 del siglo pasado, a tenor de la recuperación de las economías según dejaban el patrón oro.
Después de la crisis financiera de 2008 se
han puesto muchas cosas en cuestión, en especial el gasto público y
el gasto social, que entorpece el pago de la deuda, pero no se ha
puesto en cuestión el sistema monetario, con excepciones, el libre
comercio, o la libertad de movimiento de capital. Estos dogmas, son
una camisa de fuerza demasiado estrecha, dentro de la cual cualquier
política social está destinada al fracaso. La consecuencia de ello
es que los partidos socialdemócratas irán perdiendo apoyo, al no
poder cumplir sus promesas, presa de sus contradicciones, o irán
perdiendo su esencia, convirtiéndose en meras versiones amables de
los partidos liberales y conservadores. Esta dinámica no es
sostenible, y conduce a la sociedad hacia una ruptura, que en la
época de la Gran Transformación de Polanyi fue el surgimiento del
fascismo, y que ahora no sabemos cual será. Ese es el gran
interrogante, y exige todas nuestras energías y capacidad
divulgativa.