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"El trabajo libera", se leía a la entrada al campo. |
Aprovechando
el paso de la exposición de Auschwitz por Madrid me ha sido posible
apreciar de primera mano hasta qué punto esa “fábrica de la
muerte” es un producto típico de nuestra civilización. Si la
ideología de la modernidad,
cuya expresión más elocuente debemos a los filósofos de la
ilustración, mostraba una fe absoluta en la “razón” para
solucionar los problemas humanos, hasta el punto de que Condorcet
pensaba que la ciencia lograría
la
infinita perfectibilidad de la especie humana
en
Auschwitz esa “razón” se puso manos a la obra para solucionar,
de la forma más racional y científica posible, el “problema”
judío.
Pues,
tal y como narra la exposición, aquello no fue la obra de un loco,
fue la obra de toda una sociedad, que colaboró activamente en el
exterminio sistemático de millones de personas, o en el mejor de los
casos simplemente se mostró indiferente ante lo que estaba pasando.
El
campo de Auschwitz-Birkenau terminó siendo un mastodóntico campo
de exterminio y trabajo forzado. Diariamente llegaban trenes cargados
de personas, que eran seleccionadas en el andén. Una pequeña parte
era seleccionada para trabajar, y se les permitía vivir como
esclavos, en condiciones de extrema dureza. La mayor parte eran
ejecutados de forma científica al llegar y sus cadáveres
incinerados. A otro pequeño grupo, sobre todo gemelos, se les
permitía vivir para servir de cobaya humana en experimentos médicos.
Mientras,
el personal que administraba el campo, cumplía sus funciones sin ser
perturbados por el enorme dolor y sufrimiento diario allí
infringido. Llama la atención como en sus días libres cantaban y se
divertían sin el menor remordimiento.
Por
otro lado el resto de la sociedad alemana (con muy contadas
excepciones) contemplaba lo que estaba pasando con simpatía o
indiferencia. Aunque no es Alemania sino en Viena, es muy
significativa esta descripción de George Gedye, periodista
británico.
Lo
que empaña la imagen de la Viena que pensaba conocer no es la
brutalidad de los nazis austriacos que he presenciado o verificado a
través de las víctimas. Sino la masa desalmada, sonriente y de
sobrio atuendo que llenaba el Graben y la Kärntnerstrase y reñía
por acercarse al edificante espectáculo que ofrecía un cirujano
judío de rostro ceniciento caído al suelo, a cuatro pies, al que
golpeaba media docena de vándalos de escasa edad con brazaletes de
la cruz gamada y fustas para perros. Los vieneses – no los nazis de
uniforme ni una turba enfurecida, sino el hombrecillo vienes y su
esposa – se limitaban a contemplar con una sonrisa de aprobación
aquel divertimento espléndido.
¿Cómo
fue posible aquello? Postulo que esencialmente fue posible gracias a
seis ideas rectoras, que podríamos aventurarnos a llamar
meta-supuestos civilizatorios (por analogía con los meta-axiomas de
los modelos científicos), que son propias de nuestra civilización,
y que en este momento de la historia ya no son adaptativas. Algunas
datan de tiempos de los griegos o son incluso anteriores, otras
aparecen o se asientan durante la modernidad. Todas esas ideas siguen
con nosotros, y lo que podemos esperar de ello no es nada halagüeño
¿Puede repetirse Auschwitz? Sí. O un genocidio larvado por
hambrunas causadas por el cambio climático, ante la indiferencia
general. Estas son nuestras peligrosas ideas: