Hace unos días un
compañero de la asociación llamó mi atención sobre el discurso
del presidente de Uruguay, Pepe Mújica, en la conferencia Rio + 20,
en el año 2012.
El presidente Mujica
incide en su discurso en las contradicciones de la sociedad de
consumo, “la cultura del usar y tirar” que provoca un
hiperconsumo que agrede al planeta Tierra,
así como la escasa relación del consumo con la felicidad, con una
vida dedicada a la actividad heterónoma,
al trabajo, para poder adquirir bienes que difícilmente pueden
proporcionar sentido a nuestro vida ¿Cuál es el sentido de la vida
humana? No es producir aquello que nos mandan para comprar aquello
que nos seduce, por el contrario, su sentido es la felicidad.
Sin embargo, una idea de
su discurso resuena por encima de todas en mi cabeza, una idea
poderosa y aterradora:
“El hombre no gobierna hoy las fuerzas que ha desatado, sino que las fuerzas que ha desatado lo gobiernan al hombre”
¿Cuáles son estas
fuerzas que gobiernan al hombre? Antes de contestar esta pregunta
examinemos algunas tendencias sociales que quizás muchos
desconozcan.
Los
freegans son personas que denuncian el derroche
y despilfarro en nuestra sociedad y lo hacen rebuscando en la basura,
no porque sean pobres o porque lo necesiten, sino precisamente para
mostrar la increíble magnitud de aquello que se tira a pesar de
seguir siendo útil. Reutilizando aquello que se arroja a la basura
mostramos lo irracional del acto de tirar.
Hay también un incipiente
movimiento de gente que decide vivir sin dinero. Algunos han
escrito libros al respecto, y aparecen en programas televisivos dando
charlas que son escuchadas por multitud de personas, sino con
devoción, sí al menos con respeto.
Estamos viendo, por lo
tanto, un rechazo, todavía minoritario, a la cultura del consumismo,
junto a movimientos relacionados como el intento de preservar la
cultura y las tradiciones locales frente a las presiones
homogeneizadoras del mercado, con ejemplos como el movimiento slow
food. También vemos un rechazo a la
cultura del tener frente al poder usar, con las famosas plataformas
digitales para compartir casa y coche, y un retorno del “hágaselo
usted mismo”, una búsqueda de la autosuficiencia, de la
independencia frente al mercado, que se observa por ejemplo en el
auge (escaso en nuestro país) de las cooperativas de producción y
consumo de energía.
Estas tendencias de
cambio son, por desgracia, todavía muy minoritarias ¿de qué
depende que puedan florecer y transformar nuestra sociedad? Aquí
debemos regresar a las fuerzas que hemos desatado y que según el
presidente de Uruguay gobiernan al hombre ¿Cuáles son? Según Karl
Polanyi, se trata de las fuerzas del maquinismo y de una filosofía
que eleva como motivo supremo para la acción la ganancia individual.
Ambas fuerzas habrían instituido mercados para tres mercancías
“ficticias”, tierra o naturaleza, trabajo y dinero.
Todos los tipos de sociedades están sometidos a factores económicos. Pero únicamente la civilización del siglo XIX fue económica en un sentido diferente y específico, ya que optó por fundarse sobre un móvil, el de la ganancia, cuya validez es muy raramente conocida en la historia de las sociedades humanas: de hecho nunca con anterioridad este rasgo había sido elevado al rango de justificación de la acción y del comportamiento en la vida cotidiana. El sistema de mercado autorregulador deriva exclusivamente de este principio. [...]
Como las máquinas complejas son caras, solamente resultan rentables si producen grandes cantidades de mercancías. No se las puede hacer funcionar sin pérdidas, más que si se asegura la venta de los bienes producidos, para lo cual se requiere que la producción no se interrumpa por falta de materias primas, necesarias para la alimentación de las máquinas. Para el comerciante, esto significa que todos los factores implicados en la producción tienen que estar en venta, es decir, disponibles en cantidades suficientes para quien esté dispuesto a pagarlos. Si esta condición no se cumple, la producción realizada con máquinas especializadas se convierte en un riesgo demasiado grande, tanto para el comerciante, que arriesga su dinero, como para la comunidad en su conjunto, que depende ahora de una producción ininterrumpida para sus rentas, sus empleos y su aprovisionamiento. […] En relación a la economía anterior, la transformación que condujo a este sistema es tan total que se parece más a la metamorfosis del gusano de seda en mariposa que a una modificación que podría expresarse en términos de crecimiento y de evolución continua. Comparemos, por ejemplo, las actividades de venta del comerciante-productor con sus actividades de compra. Sus ventas se refieren únicamente a productos manufacturados: el tejido social no se verá pues afectado directamente, tanto si encuentra como si no encuentra compradores. Pero lo que “compra” son materias primas y trabajo, es decir, parte de la naturaleza y del hombre. De hecho, la producción mecánica en una sociedad comercial supone nada menos que la transformación de la sustancia natural y humana de la sociedad en mercancías. La conclusión, aunque resulte singular, es inevitable, pues el fin buscado solamente se puede alcanzar a través de esta vía. Es evidente que la dislocación provocada por un dispositivo semejante amenaza con desgarrar las relaciones humanas y con aniquilar el hábitat natural del hombre.
Esta Gran Transformación
se habría realizado con la ayuda del estado, en particular durante
el periodo conocido como mercantilista, el que transcurre entre
Renacimiento e Ilustración, periodo en el que se habrían eliminado
las regulaciones gremiales y locales, los particularismos de cada
ciudad, para crear un mercado nacional. Este proceso se habría
realizado de forma paralela a los “enclosures”, cercamientos de
tierras comunales que eran necesarios para dejar en un estado de
necesidad a las masas trabajadoras, creando así el que luego fue
denominado por Friedrich Engels como “ejercito de trabajadores de
reserva”. Una masa de desposeídos, siempre al borde de la
indigencia, y cuya única opción era emplearse por un salario.
La condición material de
los trabajadores mejoró con el tiempo en comparación con la de sus
antepasados campesinos, pero el estado dependiente en el que quedaron
continúa siendo fuente de graves males, incluyendo la glorificación
del llamado crecimiento
económico en grave detrimento de los
stocks de capital natural, que
proporcionan servicios vitales para la vida del hombre en el planeta
Tierra.
Surge de este análisis
lo que a nuestro juicio es la clave para un programa político con
vocación de desarrollar una Gran Transformación, como
la economía colaborativa que cree posible Jeremy Rifkin.
Frente a la permanente falsa dicotomía entre dar más poder al
mercado, eje del programa político liberal, negado, al ser puramente
negativo, y dar más poder al Estado, como forma de salvaguardar
lo que nos queda de soberanía, surge una tercera vía, un gobierno
que conscientemente busque empoderar al ciudadano ¿Cómo? A través
de una ampliación de derechos.
Recientemente nuestra
asociación ha
publicado un largo artículo en el conocido blog de Antonio Turiel
“The Oil Crash” en el que se
proponían varios ejes de acción, que de forma esquemática se
podrían definir como gestionar los recursos prudentemente, de
acuerdo al conocimiento disponible, y democratizar los mercados de
trabajo y dinero. Se trata en definitiva de una ampliación de
derechos productivos y monetarios.
Una gestión de prudente
de los recursos hará
que valoremos más la producción local, y aquello que implica menos
insumos de materiales y energía fósil, y que supone además
emisiones de residuos más reducidas.
Gracias a la democratización del mercado de trabajo es posible
reducir nuestro consumo, evitar el derroche, sin miedo al efecto que
tendrá sobre el nivel de ocupación. Es
posible liberar tiempo para producir
alimentos y energía para consumo propio, convirtiéndonos en
prosumidores. Por último, gracias a la democratización
del dinero podemos dejar de temer el
crecimiento exponencial de la deuda, y las graves consecuencias, como
embargos y desahucios, que necesariamente deben acontecer cuando la
producción real no es capaz de seguir el paso de las deudas.
Este programa puede
parecer excesivamente ambicioso y utópico para el momento actual, no
lo dudo, pero en algún momento hay que empezar a plantearlo. Además,
nos ofrece un criterio para orientar nuestra acción política.
Frente a los partidarios del poder del mercado y a los del poder del
estado, quien quiera mostrarse a la ciudadanía como una opción
transformadora tendrá que ser partidario del poder ciudadano.
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