El título del libro
“El imperio del algodón”de Sven Beckert, historiador y profesor
en la Universidad de Harvard, podría ser perfectamente el de una
novela de éxito de una historia romántica ambientada a mediados del
siglo XIX en el Sur de los EEUU; como tantos otros que, fácilmente,
nos vienen a la memoria. No es el caso, se trata de un ensayo
histórico sobre los fundamentos y la construcción del sistema
capitalista que está ligado de forma inextricable con el algodón.
Aún siendo un
ensayo histórico plagado de datos y nombres, el libro mantiene una
linea discursiva muy fácil de seguir por su claridad. Es sin duda,
un libro que nos ayudará a comprender mucho mejor de donde viene y
sobre qué pilares se apoya nuestra actual sociedad industrial. Para
los economistas es una lección de humildad, porque la historia y su
estudio resultan imprescindibles para comprender y explicar esa
especie de teoría del todo en que algunos han querido convertir la
materia económica, lo que acostumbramos a llamar imperialismo
económico. Asimismo, es fácil ver porque la mayoría de economistas
han convertido su disciplina en a-histórica y a-temporal, pues los
relatos en los que se basan sus modelos y su coherencia interna
sufren o se derrumban ante la evidencia histórica.
Muchos de los
acontecimientos históricos remotos nos evocaran analogías con los
dilemas a los que nos enfrentamos o nos explicarán por qué esos
dilemas se nos presentan. Mi impresión personal es que determinadas
pulsiones del sistema, aunque pueden ser moderadas mediante
contrapesos, tienden a aflorar a la menor oportunidad. Lo que se ha
venido en denominar, a propósito de la actual globalización, como
“race to the bottom”, una constante en la histórica del
capitalismo y forma parte necesaria de él.
El imperio del
algodón es muchas cosas, pero sobre todo, una historia de
sufrimiento, de coerción y, en muchas ocasiones, de violencia
descarnada. También, lo es del ingenio y la ambición de los hombres
que lo forjaron. Pero es ante todo, el relato de la ascensión de una
forma de ordenar las relaciones sociales que ha sido hegemónica en
algunos lugares del mundo durante más de 200 años. Lo relevante es
que la construcción de esa hegemonía tiene mucho que ver con el imperio del algodón.
Esta entrada se
limitará a presentar los orígenes de ese imperio mediante lo que el
auto denomina capitalismo de guerra pero antes hay que responder a la
siguiente pregunta:
¿Por qué el
algodón?
Cabe plantearse por
qué el algodón y no otras mercancías como: el azúcar, cacao, lana
o el lino. Para entender le protagonismo del algodón, es importante
conocer que, como materia prima para la manofactura textil, no tenía
paragón hasta la aparición de las fibras sintéticas. La fibra de
algodón es mucho más fácil de trabajar y tejer y, sobre todo, es
mucho más fácil de tintar, con lo que conseguimos una variedad
extraordinaria de productos. Podemos caer en el eurocentrismo y
pensar en la industria del algodón como algo exclusivamente
relacionado con Europa y el nacimiento del capitalismo. Sería un
craso error. La industria del algodón era la primera industria
manufacturera del mundo 900 años antes del inicio de lo que se ha
denominado como revolución industrial, pero que cabría denominar
como nacimiento del sistema capitalista, al menos en el sentido que
actualmente otorgamos al vocablo.
Para entender la
importancia del algodón y su flexibilidad, Sven Beckert nos dice que
para obtener la misma cantidad de fibra, si utilizáramos la lana
como se hacía en Europa hasta el siglo XIX, para obtener un volumen
equivalente necesitaríamos 7.000 millones de ovejas que requerirían
unos 16 millones de kilómetros cuadrados para pastar o, lo que es lo
mismo, casi la superficie de la República Rusa.
Hay que precisar
que, aunque la producción fabril se encuentra asociada al algodón,
sin negar su importancia, no es mucho menos el único elemento. El
nacimiento del imperio del algodón con su centro en Inglaterra, es
anterior a las fábricas satánicas (Satanic mills), que son un
derivado de la expansión de ese imperio y, expresión de la doble
necesidad de obtener una mano de obra barata y de privar a esa mano
de obra de cualquier medio de sustento más allá de la venta de su
fuerza de trabajo, impidiendo el auto-consumo, especialmente
importante en el textil y, en definitiva, convirtiéndolos en
consumidores y creando el esencial mercado de trabajo que requiere
total dependencia del capital. Se trata de un proceso de
transformación e integración mucho más complejo que, como nos dice
el autor, nos daría una visión incompleta si sólo miráramos
alguno de sus muchos aspectos.
Advertir,
que aunque en la memoria colectiva otras industrias como la
siderurgia, los ferrocarriles, etc... parecen tener más
protagonismo, en la denominada Revolución Industrial; lo cierto, es
que el proceso comienza en el campo, ya que la sociedad europea era
una sociedad esencialmente agraria y es donde encontramos la masa de
lo que se irá conformando como el gran ejército de trabajadores
necesario para crear esa industria que, finalmente, llegará a ser
fabril; pero, que no comenzará como tal. Además, será en el campo,
tanto en Europa como fuera de ella, donde se producirán las mayores
transformaciones de las relaciones sociales.
Hasta
el siglo XVIII, Europa estaba al margen de esa manufactura que
dominaba gran parte del resto de mundo; por ello, resulta básico
entender cómo desde la marginalidad pudo convertirse en el centro de
un imperio global. En esa época, esencialmente la India y también
China, dominaban la producción de algodón y su transformación.
Además, es importante destacar que poseían la tecnología para
conseguir productos y calidades que los europeos ni soñaban. Una
parte trascendental de la construcción del imperio, fue apropiarse
de esa tecnología y, al mismo tiempo, destruir la base industrial de
esos países, para convertirlos en productores de materia primera por
una parte y, consumidores de productos terminados por otra.
El
imperio del algodón está en la raíz misma de la llamada “gran
divergencia”, en la que se produce un crecimiento económico
acelerado en Europa que deja atrás a gran parte del resto del mundo.
Para esa gran divergencia se señalan muchas razones como: la
existencia de instituciones fiables, el imperio de la ley, etc...
Nada más lejos de la verdad como señala Sven Beckert:
“La primera nación industrial, Gran Bretaña, era apenas un
estado liberal, pequeño con instituciones fiables e imparciales como
a menudo se le describe. En su lugar, era una nación imperial
caracterizada por unos enormes gastos militares, en casi continuo
estado de guerra, una poderosa e intervencionista burocracia, altos
impuestos, deuda gubernamental disparada y aranceles
proteccionistas—y ciertamente no era democrático.”
Esto
tiene un mal encaje con los discursos neoliberales que crean una
realidad paralela donde los hechos encajan con sus supuestos de
partida, para ello deben ignorar deliberadamente la historia y crear
unas fábulas que estén acordes con esos hechos. Por eso,
sistemáticamente, suelen argumentar que hay que mirar al futuro o
que los que intentan indagar los hechos históricos son unos
rencorosos que pretenden enfrentar a las personas. Desde el punto de
vista de la economía, el óptimo de Pareto es la máxima expresión
de esa postura puramente ideológica disfrazada de positivismo.
Lo
que está en el origen mismo de la construcción del sistema
capitalista es la coerción, rápidamente convertida en violencia
cuando sea menester. Y para el imperio del algodón, que requería la
construcción de los mercados de factores, tierra y trabajo, se
requirió mucha violencia. Es fácil de entender la profunda
incomodidad de los neoliberales hacia estos hechos y su disposición
a obviarlos como irrelevantes.
El
Capitalismo de Guerra
El
capitalismo de guerra (war capitalism) precede la industrialización
y pone las bases sobre las que se asentará la misma. Algunos lo
denominan pre-capitalismo o mercantilismo, pero el uso de la
violencia es tan preponderante que la denominación de capitalismo de
guerra es acertada. Tanto el esclavismo como las expropiaciones
masivas de derechos de uso sobre la tierra son predominantes en este
período, además de la apropiación de territorios por la fuerza a
cuyos habitantes se les niega todo derecho. Especialmente, esto se
produce en América y África cuyos recursos y tecnología refuerzan
a los estados europeos para crear las condiciones necesarias para el
posterior crecimiento económico. El precio que pagan los demás por
ese crecimiento es un sufrimiento indecible.
Dura
desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XIX en algunos lugares
y, sirve para configurar esos mercados necesarios para que el
capitalismo florezca.
Vemos
que desde la fase inicial el protagonismo de los estados para ejercer
la violencia o tolerarla o apoyarla resulta completamente decisiva.
La inextricable unión entre capitalismo y estado es, sin duda, lo
que más rechazo provoca en los liberales primero y, los neoliberales
posteriormente, que tratan de zafarse de ese “pecado original”
mediante estratagemas que les permitan crear fábulas o mundos donde
los hombres tienen una propensión natural al intercambio entre
iguales y, donde el único papel del estado es la protección de esos
intercambios de derechos de propiedad. Sólo la propaganda permite
mantener vivas tales patrañas.
Es
cierto, que eso, sufrirá una evolución hacia el capitalismo
industrial, pero la coerción siempre estará presente, como nos
recuerda David Graeber. El imperio de la ley, respaldado por el
estado, ha sido un estadio posterior; pero el inicio, se basó en lo
que Beckert denomina en acciones descontroladas de individuos
privados que pondrán los cimientos del imperio del algodón donde
los europeos ejercerán un férreo control de algo que hasta hacía
poco les era completamente ajeno.
La
industria del algodón partirá de los modos de producción
tradicionales que irán evolucionando hacía la factoría, que nos
conducirá, al capitalismo industrial y al predominio de los
estados-nación.
El
proceso de acumulación de capital, al que dio lugar el algodón,
permitió el desarrollo de otras industrias principalmente, aunque no
sólo, en Europa. Simultáneamente, supuso una oleada de
desindustrialización en otros lugares, algo necesario para que se
integraran en el imperio del algodón o bien, como meros productores
o, también, como consumidores al perder su capacidad de transformar
el algodón de la manera tradicional. Pero el rasgo esencial del
mercado global fue la perdida de autonomía de ingentes cantidades de
personas, que perdieron sus derechos sobre la tierra y, pasaron a
depender exclusivamente de la venta de su fuerza de trabajo o, que
sencillamente se convirtieron en una mercancía, literalmente capital
humano, activos propiedad de otras personas.
Europa
estaba muy alejada de los grandes centros de producción y
transformación del algodón y, para la materia primera dependía de
distantes regiones que no controlaba o lo hacia de forma precaria
antes del siglo XIX o finales del XVIII.
Lo
que es importante destacar, es que la primera gran transformación
que conduce a Europa al centro del imperio del algodón, no fueron
los avances tecnológicos u organizativos, sino la voluntad y la
capacidad de proyectar el capital y el poder a través del mundo
entero, lo que le permitió integrarse en las redes comerciales del
algodón utilizando esencialmente la violencia.
Europa
ya había intentado antes introducirse en esas redes mundiales del
algodón, pero había fracasado, sin embargo, había tomado nota de
esos fracasos y concluyó que era determinante el uso de la fuerza
para introducir y extender sus intereses.
Los
instrumentos financieros que se habían ido desarrollando a lo largo
de los últimos tres siglos tuvieron, también, un protagonismo
decisivo. Entre ellos, los seguros marítimos o sistemas para
transferir capitales a grandes distancias.
La
primera expansión de los comerciantes europeos a partir del siglo
XVI fue mediante las armas, pero limitada a la costa en el caso de
Asia, donde estaba el núcleo central de comercio del algodón. Sin
el control del interior, donde se situaba la producción y gran parte
de la transformación, su capacidad de influencia era muy limitada y,
les resultaba imprescindible las alianzas con las élites locales, de
las que dependían para satisfacer las demandas de sus clientes en
Europa, pero también en África. No obstante, esa situación estaba
lejos de sus anhelos y lucharon de forma incansable para penetrar y
dominar el conjunto de la cadena de transformación.
Por
otra parte, el proceso de expropiación de tierras, primero en Europa
y luego a lo largo y ancho del mundo, supusieron un paso decisivo
para conformar el imperio del algodón. Aquí también los
instrumentos financieros a través de la deuda tuvieron un papel
preponderante. Los préstamos usureros, cuando surgía una mala
cosecha o el precio bajaba, servían para desalojar a los campesinos
de las tierras y eliminar cualquier posibilidad de sustentarse más
allá de vender su fuerza de trabajo. En otros casos, fue el mero
pillaje o saqueo de las propiedades comunales y colectivas de otros
pueblos y culturas, con sistemas de organización diferentes, lo que
permitió la expansión y consolidación de un sistema mediante una
acumulación de capital nunca vista.
El
principal problema, algo que se convierte en central en el sistema
capitalista, es que los productores que además tejían y elaboraban
prendas para uso propio o mercados reducidos conservaban un cierto
grado de autonomía en su trabajo. Para la construir el Imperio del
Algodón será perentorio la pérdida de esa autonomía, para que de
esta forma conformen la fuerza de trabajo asalariada base del
capitalismo industrial y, también, se conviertan en consumidores,
perdiendo su capacidad de auto-consumo.
Llama
poderosamente la atención, la interrelación de los diferentes
elementos en este imperio, ya que las prendas adquiridas en India
esencialmente, de gran calidad, se convierten en moneda de cambio en
África para la compra de esclavos, cuyo trabajo en América es uno
de los principales pilares para el dominio por parte de Europa,
esencialmente, Inglaterra, del mercado mundial. Como nos dice el
autor, el capitalismo de guerra se configura por:
“Esta expansión
de las redes comerciales europeas en Asia, África y América
fundamentalmente no descansa en ofrecer bienes superiores a buen
precio, sino en el domino militar de los competidores y en la
presencia coercitiva del comercio europeo en muchas regiones del
mundo. Dependiendo del equilibrio de fuerzas en relación con el
poder social en cada lugar en concreto, había variaciones en esta
tesis central.”
Y
destaca los motivos esenciales del capitalismo de guerra:
“Una vez los
europeos se implicaron en la producción, ligaron sus fortunas
económicas a la esclavitud. Estos tres motivos—expansión
imperial, expropiación y esclavitud—se convirtieron en esenciales
para forjar un nuevo orden económico mundial y, finalmente, para la
emergencia del capitalismo.”
En
esta fase del capitalismo de guerra, el ejercicio del poder de los
estados europeos en los territorios coloniales era débil y dejaba
margen para la actuación privada. Estamos muy lejos del imperio de
la ley, se trata de la expropiación de trabajo y tierra por medios
violentos, la ley del más fuerte.
La
necesidad de suministrar esclavos para establecer una sólida
producción en América significaba la necesidad de aumentar las
exportaciones de tejidos de la India con destino a África, cuyos
gustos eran, por cierto, bastante más sofisticados que los europeos.
Convertir
a América en un gran centro de producción de materia prima era
vital para el proyecto europeo, ya que en ese continente su control
de la tierra y el trabajo era muy superior a la del subcontinente
Indio, donde las estructuras sociales existentes impedían o
dificultaban que la gente renunciara a su autonomía.
Beckert
afirma:
“El capitalismo
de guerra confía en la capacidad de los ricos y poderosos europeos
en dividir el mundo entre “dentro” y “afuera”. “Dentro”
abarca las leyes, instituciones y costumbres de la patria, donde los
estados imponían el imperio de la ley. “Afuera”, por el
contrario, estaba caracterizado por la dominación imperial, la
expropiación de vastos territorios, la aniquilación de los pueblos
indígenas, el robo de sus recursos, el esclavismo y, la dominación
de amplias áreas de tierra por los capitalistas privados con muy
poca supervisión efectiva de los distantes estados europeos. En
estos territorios imperiales las reglas de “dentro” no se
aplicaban.”
Un
ejemplo señero es el subcontinente Indio donde el imperio Británico,
lenta pero de manera implacable, no sin dificultades, se va adueñando
de la cadena de producción, primero impidiendo a los artesanos
vender a quien quisieran su trabajo, imponiendo el comprador y el
precio a través de sistemas de vigilancia. Es importante señalar,
que como siempre el capitalismo desde su más tierna infancia está
ligado a una burocratización creciente, completamente
imprescindible para imponer su modo de producción como ya hemos
comentado en otra entrada.
Todo
este proceso de construcción estuvo aderezado por rasgos que son
constantes en el capitalismo. Para incentivar la industria propia se
protegió contra las importaciones de las colonias, que a su vez, por
falta de soberanía no podían responder. Pero como tenían la
capacidad de colocar las exportaciones, esencialmente de la India, en
otros lugares por su dominio de las redes comerciales, podían
proteger su industria, reservándose el mercado nacional, a la vez, que
acumular la riqueza suficiente para controlar esos mercados exteriores. Todo lo cual, requería la construcción de estados más poderosos, en continua
situación de guerra, que necesitaban recursos crecientes.
Progresivamente, esa industria nacional, ganaría capacidad de
producción y, necesitaría también, acceder a los mercados
internacionales para los que demandaría la ayuda del estado,
destinada a favorecer sus productos en detrimento de las de otras
partes del mundo. Especialmente relevante era el gigantesco mercado
asiático, esencial para la industria textil inglesa.
Otra
estrategia fundamental no fue sólo coartar toda competencia, sino
transferir o, mejor sería decir, robar la tecnología y los procesos
de producción de los países que llevaban siglos en la producción
de tejidos de algodón. Los procesos de tintado de los tejidos
especialmente.
“La expansión
imperial, la esclavitud y las expropiaciones—capitalismo de
guerra—establecen las bases para la todavía pequeña y
tecnológicamente atrasada industria doméstica del algodón en
Europa. Proporciona mercados dinámicos y acceso a la tecnología y,
a las materias primas esenciales. También deviene un motor
importante de la formación de capital.”
Además,
esta industria es un motor decisivo para el desarrollo de importantes
sectores secundarios de la economía, como los seguros o el
financiero, pero también, en la creación de instituciones que
durante el siglo XIX serán los puntales del capitalismo industrial,
en especial, los estados nación.
El
estado-nación tendrá un papel decisivo tanto para la consolidación
del sistema como para amparar el surgimiento de contrapesos dentro de
los mismos que irán limitando las características esenciales del
capitalismo de guerra.
Los
resultados del capitalismo de guerra, Beckert nos lo describe de la
siguiente forma:
“….Europa en
el siglo XVIII disfrutaba básicamente de un nuevo lugar en las redes
globales del algodón. La mayoría de la producción mundial de
algodón estaba todavía sita en Asia y, vigorosas industrias
algodoneras permanecían a lo largo y ancho de África y América,
pero los europeos ahora dominaban decisivamente el comercio
transoceáncio.”
El
nuevo comercio global del algodón era sustancialmente diferente a
todo lo anterior. No se trataba de la ventaja comparativa en el
intercambio de bienes que continuaba siendo en aquella época algo
relativamente marginal, sino organizar ese comercio milenario de una
forma absolutamente distinta y cambiar las estructuras sociales a su
conveniencia. Se cambió una estructura esencialmente horizontal y
discontinua, con altos grados de autonomía, en un sistema integrado,
centralizado, burocratizado y jerárquico.
El
siguiente estadio, el capitalismo industrial, había visto su camino
desbrozado de obstáculos para convertirse en el sistema hegemónico
que continua siendo a día de hoy, después de sucesivas
transformaciones, muchas de ellas curiosamente pendulares como la
globalización que es la forma en que el capitalismo escapa de las
limitaciones y contrapesos que el estado-nación le imponía y le
estaba ahogando.
Muy buena recomendación. De hecho, en el siglo XVIII había una empresa llamada VOC que tenía ejército privado ...
ResponderEliminarEstupendo post. Lo que cuenta este libro me ha recordado otro sobre el genocidio europeo en África (que condicionó su futuro, hasta hoy), en este caso a cuenta del caucho: "El fantasma del rey leopoldo", de Adam Hochschild. Es un relato pavoroso y revelador, muy recomendable, pero al que le falta audacia intelectual porque, a diferencia de esta reseña que nos has traído, no entra a criticar el sistema que había permitido todo el proceso, centrándose demasiado en la figura de un tirano plutócrata. De hecho uno de los héroes de esa historia fue un liberal escandalizado pero creo que intelectualmente ingenuo, y el elogioso prólogo es de otro propagandista liberal, Vargas Llosa. Aun así queda obscenamente claro, con realismo y precisión muy documentada, el mismo modelo "comercial" que describe Beckert. Desde que lo leí, Conrad me pareció un farsante limitado. No hay como la realidad tal cual. El verdadero "corazón de las tinieblas" lo llevaron allí los europeos.
ResponderEliminarHola Ecora, también es importante la violencia "interna" aquella que permite crear los mercados libres en las metrópolis, especialmente el de trabajo, cuya construcción estuvo llena de violencia. Es cierto que a largo plazo la intervención de los estados-nación supuso el establecimiento de contrapesos que finalmente moderaron esa violencia, pero sin ella la gente se resistía a depender únicamente de su fuerza de trabajo a ser heterónomos. Es el caso de los luditas que perdían su capacidad de fabricar en su casa de forma relativamente independiente para tener que trabajar en condiciones inhumanas en los Satanic Mills. ¡Que gente tan opuesta al "progreso" no querían que los machacarán y querían conservar una cierta aunque mínima independencia!
EliminarEcora ... atinadisimo lo que dices sobre Conrad y Vargas Llosa.
EliminarVargas Llosa no es ningun liberal ingenuo, es un cinico empedernido, como parece ser que es propio de los comunistas platonicos, que propugnan un gobierno de los filosofos y por ello mismo es tan facil su deslizamiento hacia la derecha por la vertiente elitista que comparten.
Vargas Llosa es un terrateniente, propietario de un centenar de pisos de lujo.
Vargas Llosa se juega su enorme patrimonio:
http://www.elperiodico.com/es/noticias/gente/vargas-llosa-juega-enorme-patrimonio-4270290
Aqui un poco de genocidio colonial aleman:
http://blogs.elpais.com/africa-no-es-un-pais/2012/05/el-primer-genocidio-del-siglo-xx.html
Aqui otro poco de genocidio colonial español:
http://www.cuartopoder.es/laespumadeldia/2014/07/06/la-herencia-en-espana-de-la-gran-guerra-una-fabrica-secreta-de-armas-quimica/
Sencillamente es preciso comprender que el capitalismo es una metamorfosis del esclavismo, previo paso por el feudalismo, es una economia de guerra, o sea de razzia, expolio y esclavizacion.
ResponderEliminarGuerra entre clases y guerra entre las clases dominantes de los distintos pueblos, que llevan a los pueblos a la guerra, lo que conduce a la guerra de todas las economias de guerra contra el medio natural, pues la razzia y el expolio impelen a tomar lo maximo lo mas rapidamente posible, antes de que el competidor te lo dispute y lo que no se pueda pillar se destruye para que no sea aprovechable por el competidor, pues le permitiria nutrirse y cobrar fuerza para superarte.
Hola, Jordi.
ResponderEliminarDe hecho el colonialismo siempre se sirvió de las esperanzas de occidentales desarraigados, descontentos o excluidos que anhelaban una nueva frontera para rehacer su vida. En el libro de Hochschild también se cuenta cómo se les engañaba en Europa con falsas expectativas.
El colmo del cinismo sobre el progreso es que se nos diga que los actuales esclavos asiáticos o africanos deben pasar por lo mismo para llegar a nuestra situación. La realidad es más simple: el capitalismo empuja hacia la esclavitud en la medida en que se le permita y por tiempo indefinido, y sólo desde una política económica diseñada a tal fin es posible establecer alguna forma de contrapeso como lo fue en décadas anteriores. Al igual que el mercado es una burocracia establecida políticamente, la esclavitud acabó gracias a decisiones políticas, no al propio mercado que se vio recortado en ese "libre mercado de esclavos". Como se está viendo, en la medida en que el mercado se considere el sistema político hegemónico, la esclavitud se re-introduce en el mundo, allí y aquí.
Hola Dubitador.
ResponderEliminarEse creo que es el punto, el propio sistema implica la explotación social y ambiental, encuentra en esa explotación competitiva su "virtud" productivista y superadora del presente, se basa en ella, al margen de lo malvados que necesiten ser sus triunfadores concretos.
Como se cuenta en uno de los artículos que has enlazado, el aviador Ignacio Hidalgo de Cisneros, "calificó de “crimen y canallada” aquellos bombardeos [contra los pueblos del Rif] en los que él mismo participó como aviador y jefe de escuadrilla. En su libro autobiográfico "Cambio de rumbo" confesó no haber sentido remordimiento. “Es increíble la naturalidad con la que pueden hacerse las mayores barbaridades cuando se tiene una cierta mentalidad”.