Cuenta Ferrán P. Villar,
ingeniero y periodista divulgador del conocimiento científico, y especializado
en el problema del cambio climático, que es conocido y está documentado que los
distintos lobbys, y think tanks que se dedican a sembrar la duda entre la
ciudadanía acerca de la realidad del calentamiento global antropogénico, reciben 900 millones de dólares (que el
piensa que pueden llegar a 9.000 millones, si contamos todos las aportaciones
que no han podido ser documentadas) a través de 14 fundaciones
radicadas en EEUU, vinculadas a diversas corporaciones. Usted quizás se
pregunte, ¿por qué, alguien tendría interés en participar en el debate
científico de una forma tan sesgada?
Mientras tanto, las
preocupaciones cotidianas, en el día a día del ciudadano de a pie, varían
ampliamente desde la desesperación de la búsqueda de empleo de las
700.000 familias que en España carecen de ingresos, a la competición por el
estatus y la búsqueda de identidad de quien se siente frustrado por el
imponente coche de alta gama de su vecino. Si alguna información tangencial acerca
del cambio climático llegará a perturbar la sólida sustancia de sus
preocupaciones, acaso no se preguntarían ¿y cómo vamos a pagar esto? En un
momento en el que la crisis, el paro y la miseria asolan a muchos
¿podemos dedicar recursos a actividades no productivas como mitigar el cambio
climático?
Es así como caemos en una lógica
perversa, haciendo las preguntas equivocadas, enmarcando el debate dentro de un
paradigma en el cual no hay soluciones a los problemas reales como el cambio
climático, porque primero antepone problemas ficticios, como el pleno empleo.
Pero, ¿acaso no se produce lo suficiente, no hay bienes y servicios en
abundancia para cubrir las necesidades materiales de la ciudadanía? ¿Por qué
queremos satisfacer necesidades inmateriales, como la identidad, con bienes
materiales? ¿Acaso no se podría, mediante una serie de reformas sencillas del sistema monetario, la fiscalidad, o una renta básica de ciudadanía ir
estableciendo poco a poco otra forma de distribuir la producción, justa,
eficiente y que permita afrontar nuestros problemas reales?
Asignar la mayor parte de la
producción mediante el mercado de trabajo, dice además muy poco acerca de nuestro amor por la libertad,
pues su funcionamiento está basado en dejar a las personas en un estado de
necesidad, en el que el acceso a los medios mínimos para su
subsistencia quedan condicionados a la racionalidad económica del mercado.
Sin el derecho inalienable a una renta mínima, o el acceso al trabajo de un
bien comunal para ganarla, no es posible hablar de libertad.
Bajo esta luz queda claro por qué
las élites dedican tantos recursos a negar la evidencia científica sobre el
calentamiento global, que ni siquiera es el problema
medioambiental más grave al que nos enfrentamos, puesto que
nuestro sistema socioeconómico y sus desigualdades han estado durante siglos
fundados en las externalidades. No todos hemos contaminado de la misma forma
nuestro entorno. No emite el mismo CO2 un ciudadano de Angola, un
norteamericano medio o una gran empresa siderúrgica. Si hay que internalizar
ese coste de depuración ¿cómo se repartirá la factura? Por eso se dice que el
sistema es justo, porque hay hielo para todos, para los ricos en verano, y para
los pobres en invierno. Difícilmente cambiará, mientras no abandonemos, nuestra obsoleta mentalidad de mercado.
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